Por Armando Cuichán / La Barra Espaciadora
Seguro que tomar un autobús en las horas pico a usted le ha generado más de un disgusto: apretujones indebidos, lances a bolsillo ajeno, olores poco fragantes, vaivenes al son de las curvas, reguetón a todo volumen, velocidades de crucero, en fin…
Es que, en la asignatura de transporte público y movilidad en Quito, prácticamente han reprobado todos sus ediles. Aún deberemos esperar un par de años para ver si la idea del metro aliviana los inconvenientes de tener que movilizarse en una ciudad con forma de chorizo y en la que cruzar de norte a sur, o viceversa, demanda de grandes dosis de ingenio, paciencia y buen humor.
No obstante estos inconvenientes, también existen momentos, fuera de las horas candentes, en los que viajar no es una peripecia tortuosa sino un pretexto para reencontrarse con uno mismo o con los demás. Durante estos dos últimos meses he viajado en bus y con cámara en mano he intentado recoger estos momentos de certidumbre. He descubierto enamorados a quienes solo les interesa el viaje, mas no el destino; aquellos que utilizan el bus como una oficina móvil, revisan agendas, contestan el teléfono o desayunan… Todas, historias tan interesantes como la suya o como la mía; ¿se anima a contarnos su anécdota en el autobús?
[content_block id=3185]