Por Julia Chávez / @JuliaChavezB
Según la Real Academia Española (RAE), se define como huérfano/a a una persona menor de edad a quien se le han muerto el padre y la madre, o uno de los dos; por ende, el niño/a queda sin amparo. Sin embargo, la RAE no aclara que la tecnología también deja día a día a cientos de menores de edad en la orfandad y el desamparo.
No es extraño ver a estos niños y niñas deambulando por los centros comerciales, por plazas, por parques infantiles, por cines, por supermercados e incluso en fiestas de cumpleaños y días familiares, mientras sus padres se ocupan de una tarea aún más importante: pasar conectados a sus celulares.
Basta con dejar un minuto el móvil, mirar alrededor y darse cuenta de que la población de huérfanos digitales aumenta, mientras los progenitores con aparato en mano caminan como zombis conectados a la pantalla de un celular. La diferencia es que esta vez la orfandad no se refleja en la muerte física de sus padres o en un vídeo de experimento propagado en redes sociales que busca concienciar a la población sobre el uso exagerado de la tecnología. Se vive a diario con más niños silenciosos mientras sus padres, a gran velocidad, responden mensajes, comparten fotos y se clavan en juegos mientras van por las calles, entran a un restaurante o frecuentan un lugar público.
Hace una semana, mientras estaba sentada en el metro -con el celular descargado-, un niño y su madre se sentaron a mi lado. La mirada de él era demasiado curiosa, trataba –con su nariz pegada a la ventana– de tararear una canción y a su vez contarle a su mamá que su profesora le había pedido que aprendiera esa tonada para el día siguiente. Para no hacer largo el cuento, su mamá, pegada al celular, no regresaba ni a ver al niño, quien en este punto estaba metiendo los dedos en el filo de la ventana. Yo veía al niño y pensaba: si el metro frena se va a cortar la mano. Su mamá continuaba con la mirada fija en el celular, poniendo corazones en unas fotos de Instagram. ¡Y sucedió, el niño se aplastó la mano! Se aplastó tan fuerte que hasta a mí me dolió. El grito del pequeño hizo que varios en el vagón levantaran sus miradas de las pantallas de sus celulares durante segundos y regresaran a la pose ‘sacando joroba’. Su madre nunca le preguntó lo que pasó, lo que hizo fue sentarlo y darle el celular para que jugara y dejara de llorar. Y, adivinen… Como por arte de magia el niño calló. Enseguida, su madre sacó un juego electrónico de la cartera, lo encendió y se lo dio, le quitó el celular y siguió con lo suyo en Instagram.
¿Cuántas palabras cruzaron madre e hijo? No creo que hayan sido más de 10. Paradójicamente se vive en la era en que la tecnología acerca a quien está lejos y aleja a quien está cerca.
Y contarles sobre los viudos digitales… Esa es otra larga historia…
Julia Chávez es periodista quiteña. Su pasión por las letras le llevó a trabajar como bibliotecaria y luego a estudiar Periodismo en Ecuador. Ese es su estilo de vida desde hace 14 años. Es magíster en Comunicación Corporativa y en Comunicación, Imagen y Reputación. En España hizo estudios como Especialista en Gobierno y Campañas Electorales. Es adicta a: #RedesSociales, #ComunicacionPolitica, #Neuropolitica y la #CocinaDeAutor