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La historia no absuelve a nadie

La historia de la humanidad en Occidente ha sido apenas un mundo de héroes, villanos y banderas ensangrentadas. Cuando niños imaginábamos un mundo mejor y queríamos construirlo. Pero nos mintieron. Nos dijeron que ese mundo se conseguía aplastando a los enemigos.

Castro en el Zoológico del Bronx, en 1959. Imagen publicada en la revista Life con el título "Un tigre mira a otro tigre a los ojos". (Foto: BBC)

Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

Conocí a Fidel y a Cuba como se conocen las novelas de aventuras. Así fue como millones de seres humanos comunes alrededor del mundo dieron con la Revolución Cubana, con el argentino que fue asesinado en Bolivia y con toda una vida llena de héroes, mártires, utopías y cantos patrios que enardecían hasta las lágrimas.

En enero de 1959, Fidel Castro Ruz había inaugurado la historia de los mitos latinoamericanos más potentes después de Simón Bolívar, José Martí o Emiliano Zapata. Lo hizo ante millones de personas que lo recibieron en La Habana, en su entrada triunfal. Él mismo empezaba a hacer de su figura un mito a prueba de gringos y a prueba de todo. Un séquito de artistas y fanfarrones, políticos y arribistas, intelectuales y demagogos advenedizos de todo el orbe se hicieron de la imagen del Comandante y la auparon hasta la deificación. Mientras que otros vieron en Fidel al enemigo perfecto para edificar su propia imagen de héroes, sobre todo en EEUU, país que se atribuye la virtud de representar a la democracia y a la libertad sin ser democrático ni libre.

La segunda mitad del siglo XX estuvo signada por una larga novela de aventuras con fusiles, bombas y muertos reales. ¿Y el siglo XXI?

El tiempo ha pasado y la historia –que no se ocupa de absolver ni de incriminar a nadie sino tan solo de transcurrir– no puede ser más clara: nuestros héroes de adolescencia han sido comunes y mortales, y por más esfuerzos que hayan hecho nos dejan un mundo sumido en la podredumbre. ¿Qué han hecho esos héroes con tanto poder en sus manos?

A 60 años de que Fidel emprendiera retorno desde México hacia Cuba, junto al Ché y a bordo del Granma, para iniciar la guerra de guerrillas en la Sierra Maestra, miles de soldados y civiles siguen matando y muriendo en el Kurdistán, en Siria, Yemen, Palestina o Israel. La Rusia de Putin planea atacar Siria desde Irán y Washington mantiene aún a sus soldados en varios puntos del planeta, en nombre de la democracia. Todo ocurre a vista y paciencia de una comunidad internacional embrutecida a la que en el fondo le importa muy poco la libertad o la dignidad humanas.

A poco más de un mes para que se cumplan 58 años del triunfo de la gesta revolucionaria de los barbudos que volteó los destinos de todo un continente y más adelante del mundo entero, los gobiernos latinoamericanos que siguieron los pasos de la Cuba castrista –como si imitaran a sus héroes de historieta– no han sido capaces de implementar modelos verdaderamente revolucionarios por anticapitalistas sino que solo replican fórmulas discursivas de una izquierda obsoleta con alma conservadora, entregadas a las derechas disfrazadas. Algunos se vanaglorian de logros que penden de una cuerda floja.

A ocho años de que Fidel Castro –otrora el barbudo más alto de los barbudos, hipnotista ser de otro mundo– cediera oficialmente la Presidencia de Cuba a su hermano Raúl, y a dos años de que el presidente Barack Obama propusiera reanudar las relaciones diplomáticas con La Habana, un magnate prepotente, fascista y estulto está a punto de montarse en el sillón de la Casa Blanca y de tirar al tacho de la basura el posible levantamiento de un bloqueo comercial criminal. Ganó sin mayoría de votos y con un pueblo que masivamente no votó por él ni por nadie. Pero la historia no absuelve ni incrimina a nadie, solo transcurre.

En 1997, tres años después de la crisis de los balseros, apenas cuando se intentaba superar los efectos del período especial (1991-1994) y a poco de cumplirse el aniversario 40 del triunfo de la Revolución Cubana, las calles de las ciudades cubanas vivían todavía el fervor patriótico con vehemencia. Muchos barrios eran bazares callejeros de suvenires con la figura de Ernesto Guevara, Fidel, Camilo Cienfuegos o José Martí. Algunos callejones lucían banderitas cubanas, imágenes del Ché colgaban de algunas ventanas y era muy común escuchar sonar a Carlos Puebla y su Hasta siempre, comandante. O a Silvio. Te doy una canción y digo ‘Patria’ y sigo hablando para ti… ¡Cuánta miseria ha engendrado la idea de patria en el planeta! Hemos perdido el tiempo defendiendo naciones y banderas que no nos pertenecen ni nos han pertenecido nunca a los de a pie, sino únicamente a los héroes que figuran en los libros escolares.

En el interior de la Isla, la adhesión a los principios revolucionarios casi no se había alterado a finales de los noventa, a pesar de las frecuentes crisis. Hablar de Fidel era hablar de un redentor. Hablar de Fidel era hablar del ‘padre de la Patria’ y en los porches de Pinar del Río cualquier partida de dominó podía detenerse si el tema era el Comandante. Que si Fidel vino a visitarnos, que si Fidel llamó a mi mamá para desearle buena salud, que de cuando Fidel le invitó a comer al vecino Rodolfo, que Fidel, Fidel, Fidel…

Pero en la capital, la población ya avizoraba una división que más tarde se acentuaría. El villano del norte –embustero hábil y lleno de dinero– encantaba con bambalinas a los más desengañados por el héroe barbudo. Ya se intuía que los años habían pasado y que el proceso político en Cuba no había trabajado jamás para adaptarse a los cambios históricos ni para remozar sus cuadros. Por lo tanto, muchos reemplazaron a un héroe por otro más alegre y chantajista. Los más jóvenes, quienes no llegaban aún a cumplir los cuarenta años, hablaban en voz baja para que algún eventual espía del villano Estado cubano no escuchara sus comentarios acerca de sus deseos de migrar a Miami, “tierra de libertades”. Es que ellos ya veían que la relación entre los ingresos de un trabajador promedio y los precios de cualquier producto que no fuera provisto por el Estado era abismal. Mientras el nuevo héroe ofrecía un nuevo sueño en vitrinas a apenas unos cuántos kilómetros en balsa. Los más viejos todavía alardeaban con Fidel como si del dios encarnado hablaran, y maldecían al “enemigo”.

En 2006, el problema de la vivienda en Cuba era evidente hasta la grosería. Los cubanos –reconocidos siempre por su creatividad para enfrentar las carencias– construían pisos entre los pisos de los edificios que habían sido levantados por el Estado en los sesentas y setentas. Ahí se incomodaban para vivir. Por entonces, una familia de cinco personas vivía en un departamento de unos quince metros cuadrados, en La Habana Vieja. Ahí compartían todos dos camas. Una cocineta estaba instalada al pie de una de esas camas y en el espacio de aire que quedaba colgaban la ropa limpia, como inventando un armario de aire. En la tele igual hablaban de dignidad. Creativos in extremis, los cubanos desilusionados construían embarcaciones con las carrocerías abandonadas de los autos de los cincuentas para lanzarse al mar e intentar llegar al estado gringo de Florida. El cubano comenzó a entrenarse para ser mago de la vida, como me dijo alguna vez el cantautor isleño Fernando Aramís, radicado en Quito.

Entre 2009 y 2010, La Habana era ya una urbe más capitalista que algunas de las ciudades latinoamericanas más capitalistas. La diferencia entre el trato del modelo cubano para los extranjeros y el trato de ese mismo modelo para sus ciudadanos se tornó insultante. Quizá no había mucha diferencia entre discriminar a ciudadanos negros en EEUU y restringir el consumo de ciertas frutas en Cuba a sus propios habitantes. En las calles de la capital cubana, cientos de jóvenes en edad colegial o universitaria se la pasaban el día sentados bajo los portales, vagando o jugando pelota, a la espera de que un turista cayera en sus artimañas: “Oye, chico, ¿tú quieres cigarros? Tengo buenos cigarros, Cohiba, Montecristo, Romeo…”. Como guía no oficial o vendiendo ron o cigarros ilegalmente, un muchacho de 20 años podía obtener en un día cinco veces más dinero que el que gana un ciudadano común cada mes, y en dólares.

En el 2014, 25 000 cubanos llegaron a tierras estadounidenses por las fronteras. Más de 43 000 llegaron en el 2015 y solo entre octubre del 2015 y marzo del 2016, fueron más de 34 000 los cubanos que entraron a la tierra de G. Washington, A. Lincoln, J. F. Kennedy, R. Reagan, G. Bush (I y II), Obama y Trump.

A estas alturas es indudable: esos ideales de novela de aventuras y esos personajes que eran capaces de agitar las vísceras de millones hace cincuenta o sesenta años se asoman opacos detrás de un mundo vencido por el consumismo enfermizo y por las ambiciones más burdas y asesinas. En la vida real no hay final feliz. Las historias invisibles y a pequeña escala, las que se entretejen a diario, cuentan la vida humana sin necesidad de una patria ni de un mesías redentor.

La muerte de Fidel sirve para mirar hacia atrás y admitir que el poder es una bola de fuego que ningún ser humano puede sostener entre las manos. ¿Sirvió de algo tanta confrontación disfrazada de ideologías, cuando lo que manda siempre es el capital? ¿Valió la pena la separación de miles de familias a costa de defender una dignidad endeble? ¿Fue justo haber proclamado la igualdad a voz en cuello y promovido al mismo tiempo una vida de privilegios para una pequeña corte de poderosos? Los pueblos del mundo continúan necesitando dinero para vivir o para consumir hasta la saciedad, sea en la Isla o en el exilio. El consumismo es una plaga que se cuela por las rendijas de cualquier utopía. Y mientras eso ocurre, los seres humanos caminamos convencidos de que nos hacen falta héroes. Cuando alguien nos convence, se hace elegir usando métodos sospechosos, busca villanos y repite la misma historia de héroes y villanos que mantiene adormecidas a las mayorías.

El tiempo –y no la historia que no absuelve ni sentencia a nadie– se encarga de mostrar que cualquier ideal altruista se pervierte con el poder. Fidel es una figura imponente e inolvidable para la humanidad porque supo ser pivote de las decisiones de todo el planeta en muchos aspectos. Sin embargo, es también el símbolo del fracaso, no de su política para regir los destinos de Cuba, precisamente, sino de un modo de hacer política en el mundo moderno. Y Trump también simboliza el fracaso de la política de Washington y el cinismo de un sistema corrupto. La muerte de Castro y la toma del poder por parte de Trump constituyen dos hechos que determinan el final de una época de la humanidad y la aparatosa debacle de un modelo político global erigido sobre la idea de héroes y villanos para esconder la obscenidad que lo mueve todo: la acumulación desmedida de riquezas en pocas manos y la consecuente destrucción del planeta.

La historia de la humanidad en Occidente ha sido apenas un mundo de héroes, villanos y banderas ensangrentadas. Cuando niños imaginábamos un mundo mejor y queríamos construirlo. Pero nos mintieron. Nos dijeron que ese mundo se conseguía aplastando a los enemigos. Por eso de grandes creemos hacer de nuestros sueños una realidad y jugamos a ser héroes que aplastan enemigos a diestra y siniestra. Si no hay enemigos a la vista los inventamos, los embarramos de insultos y luego los aplastamos. Finalmente todos terminamos siendo villanos y asesinos en nombre de la libertad.

6 COMENTARIOS

  1. Concuerdo también en que mucho de lo escrito son sentires personales. Si bien este escrito comenzó siendo pragmático y conciso se desvía luego para someter a lo que llama «la historia» a su sentir personal. La historia siempre fue escrita por vencedores, los vencidos muy poco o nada podían hacer para esbozar siquiera su versión de los hechos, y ahí viene la pregunta: quien o quienes han «diseñado» la historia más reciente? Quien sino la prensa y las cadenas de noticias? Y últimamente quién más que el internet en dónde la humanidad entera vomita lo que es, lo que no es y lo que nunca fue, bajo supuestas tésis de verdad?!! Difiero cuando dice que hemos defendido países y banderas que no eran nuestras…y difiero porque lo que siempre se defendió (en el caso específico de la revolución cubana) fue un ideal, no una bandera ni un país, sino la idea de que cada uno de nuestros países merecía también emanciparse del molde que nos estaba constantemente dictando el norte….siempre se habló de una segunda gesta libertaria que nos daría la libertad de actuar, de pensar, de decidir….difiero cuando habla de las grandes migraciones de inicios del siglo XXI como si hubieran huido de la cortina de hierro, cuando fue una apertura del mismo gobierno cubano que le permitiron a los ciudadanos decidir si quedarse o marchar a hacer mejor (o peor?) vida. Y difiero cuando dice que el poder es una bola de fuego que «ningún» ser humano puede sostenerlo, cuando precisamente la historia fue cosntruida y lo sigue siendo por personas que precisamente han sostenido ese poder, y cuya valía como ser humano, no es el tiempo el que «quita» una máscara de corrupción sobre esas personas, sino que son personas las que disfrazan al más honesto de los hombres como un corrupto!!Concuerdo sí con los párrafos finales….

  2. El título sugería un análisis más amplio del tema pero terminó cayendo en afirmaciones que no dan atisbos para captar la complejidad de la huella de Fidel en la historia, más bien se agarra de hechos fuera de toda discusión (universales por falta de contextos), que vuelve el artículo pobre y redundante. Con todo respecto no es que el artículo no tenga tema, lo tiene: el poder, el caudillismo y la historia, una veta sumamente interesante a explorar, pero el análisis no se sostiene en ningún lado debido a los juicios retroactivos hacia unos hechos poco tratados y complejizados

  3. Pensé encontrarme un artículo de riguroso análisis histórico (hechos que son de dominio público con tanto marterial desclasificado); sin embargo, se muestra como una evaluación cínica de vasto entorno geográfico e histórico, donde todo, absolutamente todo carece de validez y por tanto es una farsa en varios actos, mandando al tacho de la basura todas las luchas e ideales de pueblos enteros. Quizás no ha servido de nada tanta sangre derramada (como dijo Ismael Serrano en su canción), nada ha cambiado, las cosas, en muchos sentidos son peores, más frívolas, más cínicas. Pero será eso suficiente para denostar de toda utopía posible, de todo sueño de bienestar. La historia es dialéctica… avances, retrocesos… empezar de cero… de menos diez, pero como género humano hemos avanzado y lo hemos hecho sobre millares de cadáveres que pusieron el pecho a las balas (Silvio pedía perdón a los muertos de mi felicidad). Las luchas de los pueblos que pelearon por su independencia son hoy recordadas como gestas gloriosas de cada nación.; pero perdón , para algunas sólo son válidas las del siglo XIX. Seguir haciéndolo hoy solo es defender lo que resulta necio. En fin, lo dijo Galeano… la utopía es el horizonte, me acerco 1 paso y se aleja un paso, me acerco diez pasos y se aleja diez pasos… pero para eso sirve la utopía… para hacernos caminar. Por cierto, dejemos de ver a Cuba como a una biopsia (en un solo pedazo de tejido a través de un microscopio pretendemos conocer todo el ser humano de quien provino… hasta su sentir. Válgame, qué pretenciosos podemos llegar a ser).

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