Por Pablo Campaña/@KamchatkaEc
En una casa cercana al redondel del Parque Italia, en Quito, el equipo negociador del Ejército de Liberación Nacional (ELN) se reunió los días 19 y 20 de agosto con medios de prensa independientes, en un encuentro organizado por la Federación Internacional de Prensa de los Pueblos (FIPU). Según el encargado de comunicación del equipo, estos ‘pequeños parlantes’ deben contrastar la información de las grandes corporaciones que en Colombia son hostiles con las guerrillas.
La Barra Espaciadora constató la tensión que existía días antes de que se llegara al acuerdo del cese bilateral del fuego con el gobierno colombiano, que se anunció el pasado 4 de septiembre, y también entrevistó al comandante alias Aureliano Carbonell (Víctor Cubides).
*Compromisos del ELN para el cese bilateral
Luego del cacheo en el umbral de puerta fuimos recibidos, la mañana del sábado 19, por los miembros del equipo de negociación con un apretón de manos. Eran dos mujeres y seis hombres. La más alta era Silvana Guerrero. Vestía una blusa elegante y tacones, como disfrutando no cargar fusil. Consuelo Tapias es la negociadora que mostró mayor dominio sobre los intríngulis del diálogo con el gobierno. El rostro rugoso de los hombres era un testimonio de los 53 años que el ELN lleva en combate. Por la tarde llegaría el comandante Pablo Beltrán, una persona de trato amable, que te escucha con la mirada y te pregunta si está bueno el tinto. Condenado por el secuestro de un avión de Iberia, en 1999, es el jefe del equipo negociador.
El resumen que hicieron los negociadores es que se había llegado a ciertos acuerdos, pero que el gobierno no iba a implementarlos hasta que no hubiera un cese al fuego bilateral definitivo. Sobre el papel estaba un mecanismo para que organizaciones sociales participaran en las negociaciones de paz, criterios para iniciar el proceso de desminado, sobre comunicación, pero nada se comenzaba a ejecutar. La visita del papa Francisco a Colombia, el 6 de septiembre, estimuló a que se superara ese bloqueo y se silenciaran los fusiles. Pero de modo temporal.
Entre los compromisos del gobierno, en el llamado Acuerdo de Quito, está prevenir el asesinato a líderes sociales y ejecutar eficientemente la ley que garantiza la protesta social.
El domingo 20, a las siete de la mañana, el comandante Aureliano Carbonell –un sociólogo de setenta años, formado en la Universidad Nacional y considerado uno de los intelectuales del ELN– se refirió a estas preocupaciones que para el grupo armado son principales, y de las que depende que el cese al fuego se torne permanente. «Antes, tome su café –me dijo Aureliano–, tomarse el tinto es lo más rico que hay». Así que tomé el último sorbo y nos pusimos serios.
El asesinato de líderes sociales es una preocupación que mencionó el ELN en la apertura misma de las mesas de negociación. ¿Esos asesinatos son cometidos por fuerzas estatales o paramilitares en el caso colombiano?
Le voy a dar un dato. La Defensoría del Pueblo, que es una institución estatal, daba el dato hasta unas tres semanas que el número de asesinatos en este 2017 iba en 51. De ahí para acá han ocurrido unos cinco o seis. Quiere decir que ya casi está llegando a los 60. En esta última semana hay tres asesinatos. El más reciente en el Chocó, de un dirigente de lo que se llama La Reclamación de Tierras. Otro en el Cauca, en la región de Rosas y otro, en otra región que se llama la bota caucana. Un municipio que se llama Piamonte. Esos asesinatos son producto de fuerzas paramilitares. El problema es que esas fuerzas paramilitares en muchas regiones están articuladas con los paramilitares, y lo que en Colombia llamamos los poderes locales. No sé cuál es el caso de otros países, pero en Colombia son los poderes locales, tradicionales, antiguos.
Entonces el problema es que la gran mayoría de estos asesinatos no tiene que ver con fuerzas estatales, sino con fuerzas paramilitares que actúan en algunos casos entroncadas con poderes estatales…
Con poderes estatales y locales. Con sectores de las clases dominantes que ejercen poder en las regiones. Incluso si usted mira en Colombia, hace unos 3 o 4 años, hay varios congresistas que han sido juzgados por su relación con grupos paramilitares y muchos de ellos eran los gamonales políticos de esas regiones: caso Sucre, caso Córdoba, caso Magdalena, caso Cesar. Especialmente eso sucedió en lo que llamamos la costa norte.
Al no ser agentes estatales, ¿es posible que el Estado colombiano argumente que está fuera de sus manos porque no son policías, no son militares? Nosotros no ordenamos esos asesinatos, podría decir. ¿Qué acciones concretas estarían en manos del Estado para que se acaben estos asesinatos?
Así, como usted lo ha dicho, eso es lo que dice el gobierno. “Eso no depende de nosotros, estamos actuando frente a eso”. Frente a eso nosotros ¿qué decimos? Hay que tomar medidas concretas. Por ejemplo, si usted está en una región y están las fuerzas militares, el mando de esa región, si no da resultados hay que someterlo a una investigación. Y hay que generar un mecanismo que permita definir si ese mando está cumpliendo o no está cumpliendo, si tiene una asociación con paramilitares. Le doy otro caso: en estos días, a propósito de los Acuerdos de La Habana, está cursando en el parlamento colombiano un proyecto de Ley que, entre otras cosas, habla de manera explícita de prohibir los grupos paramilitares. Lo cual es totalmente normal. El consejo gremial -que integra a los ganaderos, los industriales, la banca, los grandes gremios- está diciendo que eso no tiene sentido. Eso sería eximir a las FARC de toda responsabilidad. Que eso le daría las razón a las FARC sobre su levantamiento armado… La responsabilidad principal no es de los militares, de un presidente que pase cada cuatro años, es una manera de ser de las élites dominantes en Colombia. Esa es su característica.
¿Los líderes de izquierda -como el líder de un sindicato o de una organización campesina- en Colombia son estigmatizados?
Se lo resumo: en Colombia hay la teoría y la política de la doctrina militar del enemigo interno. El enemigo interno es la subversión, es la insurgencia. Cualquiera que se levanta como de izquierda se le liga a la insurgencia y se actúa contra él.
¿Aun cuando no sean combatientes de una guerrilla?
Los dirigentes sindicales, los dirigentes sociales, los dirigentes campesinos. Por ejemplo, hace unos quince años o veinte años, fue asesinado por los paramilitares el presidente de la Unión Sindical Obrera (USO) que es el sindicato petrolero de Cartagena. Sacaron un comunicado de que era militante del ELN y estaba ligado a la acción guerrillera en las zonas de Sucre y Bolívar. Pero además, por ejemplo, usted conoció del asesinato de este humorista (Jaime) Garzón. Él es acusado por los paramilitares de estar vinculado a las guerrillas. Pero ya formalmente la institución lo judicializa bajo la acusación de que está ligado a la subversión. Le doy un dato reciente, de hace seis meses. Emitieron órdenes de captura contra trece dirigentes de un proceso que se llama La Mesa de Interlocución del Sur de Bolívar, Centro y Sur del Cesar ¿Cuál era la razón? Que estaban ligados a la subversión. Todos son dirigente sociales, bueno, y la fiscal que llevaba el caso frente a una señora que se llama Ana Milena (no recuerdo el apellido) decía que es que ella promovía marchas en contra del gobierno instigadas por el ELN. Esa es una judicialización clara de la protesta social.
¿Existen prejuicios que haya dejado el ELN a la sociedad colombiana en este conflicto? ¿El ELN tiene una mirada crítica de su propio rol histórico?
Indudablemente es un levantamiento armado, pues, en ese contexto también a veces se cometen errores, se cometen fallas. En ese contexto, hemos hecho reconocimientos en varios casos que son públicos, autocríticos. Entonces, no todo lo de nosotros es puro. Hemos estado en una lucha y en esa lucha también hemos cometido errores, fallas, equivocaciones, a veces de enfoque político global. Estamos en un proceso como cualquier fuerza, de cualquier ser humano, de evaluación. De mirar cuál es el camino, qué errores se ha cometido, por dónde hay que caminar.
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Las referencias a los errores del ELN que hicieron Aureliano Carbonell y Pablo Beltrán son generales, lejanas a los testimonios de las víctimas de sus acciones armadas. La dimensión más dura del conflicto pasa por dolores concretos e íntimos, que son mencionados con tecnicismos o términos ideológicos por los equipos negociadores. Ellos tienen una batalla por el lenguaje: lo que unos llaman secuestros, los guerrilleros llaman retenciones. Lo que el gobierno llama bandas criminales, los otros llaman paramilitares.
Pero hay un registro corporal del conflicto que todos los colombianos sienten. Como la añoranza que tiene el comandante Beltrán de conocer a unos nietos que nunca ha visto. O la alegría que tuvo Aureliano nadando en el mar estos meses, luego de diez años de no haberlo hecho.
Un combatiente de la guerrilla y un soldado del ejército ¿pueden ser considerados víctimas del conflicto en alguna medida?
Yo digo que estamos determinados por un contexto más global que nos lleva a que estamos enfrentados con las armas, y que los hechos de guerra son muy crueles, muy duros. Está de por medio la vida, entonces, somos sujetos históricos. Somos sujetos de una situación, estamos inmersos en ella.
Pero tampoco usaría la palabra víctimas…
Yo pienso que no. Como combatiente, si actúan sobre mí en un enfrentamiento militar, en un hecho de guerra, no me sentiría víctima. Es mi apreciación particular. Si estoy en la guerra estoy sometido a los rigores de la guerra.
¿Hace 53 años, cuando comienza el ELN, usted dónde estaba?
Estaba estudiando.
¿Usted se acuerda el día en que decidió que la vía armada era la correcta?
El día no, pero sí las circunstancias. Eso no es un proceso de un día para el otro. Desde mi época estudiantil simpaticé con la causa popular. Con las luchas. Admiraba a la guerrilla. Fui teniendo durante muchos años un compromiso de acción política, de trabajo con comunidades, con obreros. Y fue en un proceso muy largo en que las circunstancias me llevaron a tener que irme para el monte.
¿Uno escoge o le ponen el alias?
La mayoría de las veces lo escoge uno. En otras circunstancias el mando le dice: usted se va a llamar Fulano de tal. Pero la mayoría de los casos es uno quien lo escoge. Por ejemplo, el alias que yo tengo, ese lo escogí yo.
¿Frente al espejo usted se ve más Aureliano o más Víctor?
Me veo más Aureliano. Incluso cuando llegamos aquí, el decreto que expide el gobierno lo expide a tres o cuatro nombres supuestos. Entonces, por alguna equivocación, aquí escogieron alguno de esos nombres para darnos las credenciales. Dijeron Fulano de tal. Yo no contesté, y al final dije: oiga, a mí no me han llamado, yo me llamo Aureliano Carbonell. Y efectivamente después me inscribieron con ese nombre. Usted vive con ese nombre, el otro se le va quedando como atrás. Se le olvida, no es su normalidad. A mí hace mucho que no me llaman por mis propios nombres.
Hubo un Aureliano Buendía en un libro que usted conoce, un coronel también tomó las armas, luchó contra los conservadores, salvó su vida de manera milagrosa. ¿Usted también se ha salvado de esa forma?
Pues yo creo que milagrosa no sé, pero sí me la he salvado. En esta vida guerrillera hay ocasiones en que usted tiene la vida de un milímetro, de menos de un milímetro, y a veces sale adelante. A veces no sale y esos son los riesgos en los que estamos los que estamos en la guerra.
Aureliano Buendía, conforme pasan los años, por la rigurosidad del combate, va perdiendo la capacidad de sentir emoción. ¿Usted cree que el combate va haciendo perder esa capacidad de sentir emoción?
Puede ser que a algunos se los quite, a mí no me la ha quitado. La gente se vuelve un poco más ruda, pero hay casos en que sí y habrá otros casos en que no. El caso mío es que no.
Estando en Ecuador pudo visitar el mar…
Lo disfruté mucho. La playa, el mar, el sol, el calor. Yo creo que llevaba unos diez años que no había visto el mar.
¿Nadó un poco?
Por la orillita, pues —rió Aureliano.