Por: La Barra Espaciadora
Hablar de pornografía es complicado. Y aunque libros completos se han escrito sobre el tema, siempre la polémica lo envolverá. Un tema considerado “pornográfico” pocas veces ha merecido un debate político, lo que siempre ha llevado a la misma conclusión: los temas pornográficos tienen que ser siempre pornográficos y los políticos siempre deben ser políticos. Mezclar las dos cosas genera efectos explosivos.
¡Cómo ha cambiado el mundo! En mis tiempos de juventud la pornografía era algo así como un lujo. Sí, un lujo que venía de las manos de alguno de esos amigos con más suerte que uno, con más contactos que uno o con más pornografía que uno. Alcanzaba altos costos si la ofrecía uno de esos amigos con más suerte, más contactos o más pornografía y, sin duda, era un producto que hacía saborear esa combinación entre el placer y el temor de la clandestinidad.
En mi generación muchos crecimos al lado de este objeto de deseo. En mi tiempo, el único riesgo era que, por un descuido de esos, comunes durante la adolescencia, fuéramos descubiertos por nuestros padres y nos ganáramos un regaño. En el peor de los casos, un castigo que podría reducirse a la prohibición de salir con esos mismos amigos que siempre tendrían una dosis nueva de lo que ahora llamarían soft porn o porno blando. En mis tiempos la pornografía era más sana. Si cabe el término. Y no porque haya carecido de ese contenido sexual explícito sino porque su uso era distinto: no nos hacía daño y nosotros no hacíamos daño a nadie con ella. Pero el tiempo cambia y, como todo, también la pornografía, sus tipos y, sobre todo, sus usos. Por eso ahora, como un incuestionable signo de modernidad, la pornografía política también llega al Ecuador para crear un nuevo estilo de pugna…
Recuerdo que, hace algo más de un año, dos congresistas guatemaltecos fueron sorprendidos mirando “pornografía” a través de sus teléfonos celulares mientras asistían a una sesión parlamentaria. O el caso de la exviceministra de la Juventud de Costa Rica, quien fue destituida después de que se filtró el erótico mensaje en video que había grabado para su pareja, el cual fue considerado cuasi pornográfico y moralmente inaceptable. Claro, ella hasta sacó partido personal de esto, dejó la política y decidió posar desnuda para una conocida revista internacional.
Entonces pienso que en nuestra región ni para esos servimos: en vez de buscar buenos ejemplos como los que ha dado Italia, donde el célebre ex primer ministro, Silvio Berlusconi, hasta fue inspiración para una película pornográfica que cuenta sus andanzas (pese a que durante su ejercicio hasta llegó a imponer un impuesto a ese género cinematográfico). O como el caso de la famosa actriz porno italiana Cicciolina, que corrió en elecciones para la alcaldía de Monza, ejemplo que en Estados Unidos siguió la también actriz Stormy Daniela, provocando revuelo en el Partido Republicano. Bueno, ejemplos hay varios pero lo cierto es que la polémica mezcla siempre ha dado resultados extremos: políticamente favorables o políticamente desastrosos. En nuestra región, normalmente, ha ocurrido lo último. Y ahora parece que asistimos a un nuevo caso pornográfico-político de esos que tanto nos suelen entretener.
Fue el mismo presidente de la República, Rafael Correa, quien anunció el hallazgo de imágenes pornográficas en la computadora del asambleísta Cléver Jiménez, de Pachakutik, cuya oficina y vivienda habían sido allanadas pocas horas antes, como parte de una “acción urgente” solicitada por la misma Presidencia de la República. La medida fue ejecutada con la autorización de un juez de la Corte Nacional de Justicia y de la presidenta de la Asamblea Nacional, Gabriela Rivadeneira. Y ahora se conoce que la Fiscalía, investigará a ese legislador bajo la presunción de haber hackeado comunicaciones oficiales. Fue el propio Presidente quien dispuso el allanamiento, anunció públicamente el delito y también la pena a la que serían condenados el asambleísta y su asesor, esto claro, después de que por la misma vía anunciara que en uno de los computadores “allanado” hasta se había encontrado pornografía.
Ese insólito anuncio oficial genera varias preguntas. El hackeo de comunicaciones e información oficial sin duda es un delito que debe ser reprimido. Pero, si un posible ciberdelincuente intervino comunicaciones oficiales, ¿será que también pudo haber intervenido pornografía oficial? ¿Será que para el Presidente de la República es igual o más grave el acto de tener pornografía en una computadora y el de haber intervenido información por vías ilegales? ¿Acaso la visión moral es capaz de imponerse a la libertad constitucional de cualquier ciudadano de tener pornografía en su computador? Como aún no conocemos las respuestas, debemos sacar conclusiones a priori centradas en las declaraciones públicas de ciertos personajes:
Para la primera inquietud la respuesta parecería ser negativa. Como ya ha sucedido en casos anteriores, este parece ser un nuevo ejemplo de filtración de información por parte de funcionarios del mismo Gobierno que se encargarían de entregar datos a funcionarios en capacidad de investigar y denunciar determinadas irregularidades. Uno de los más recientes antecedentes está en el caso del primo del Presidente Correa, Pedro Delgado, y el polémico e irregular préstamo concedido al argentino Gastón Duzac, a través de Cofiec. El hecho también se conoció a través de filtraciones que incluían correos electrónicos que se pudieron conocer gracias al “trabajo” de funcionarios del mismo banco y del entorno cercano a personajes como el primo del Presidente. Que en el proceso de filtración se violen libertades individuales, es cierto. Y que entre la información filtrada pueda haber otra que sobrepase los límites hacia la esfera íntima de una persona, también. Aunque en el juego de la política, como en el juego de la guerra, todo parezca ser válido. Por eso, en este caso, habría que preguntarse si las mencionadas imágenes pornográficas muestran a algún personaje público en actitudes no publicables usando para ello el despacho que tiene a su cargo en una institución estatal. Lo cual, en caso de ser cierto, más allá del costo político para el régimen, generaría un debate sobre la validez de una publicación que podría traspasar el derecho a la intimidad de quienes aparecen en las imágenes. El único que tiene respuesta para las dos preguntas adicionales es el mismo Presidente de la República, aunque durante estos años nos haya demostrado tantas veces que el peso de sus valores morales individuales es mayor, incluso, que lo que pueda resultar políticamente correcto para su movimiento y para su gobierno, bautizado como revolucionario.
En varias circunstancias Correa ha hablado de la moral del gobierno de la Revolución Ciudadana. Este elemento parece ser transversal a su ejercicio al frente del régimen y así lo ha mostrado en discursos dentro y fuera del país en los que ha reiterado, por ejemplo, que la lucha contra la pobreza y la miseria es el verdadero “imperativo moral” en América Latina. Lo dijo, el 29 de julio del 2012 en una alocución en la sede de la Cepal, en Chile.
Como olvidar, además, la reciente discusión con respecto al aborto mientras se debatía el nuevo Código Penal, en la que una parte del bloque de PAIS se mostró partidaria de flexibilizar el carácter conservador del discurso oficial sobre el tema. El debate se extendió hasta que el mismo Presidente tuvo que ponerle un punto final. Una de las consecuencias fue la sanción a tres de sus asambleístas, muy a pesar de la postura de gran parte del bloque oficialista.
Y ni qué decir de la intervención de hace dos semanas en su habitual cadena de los sábados, en la que desacreditó lo que llamó la «ideología de género», y a la vez a organizaciones y personas que buscan ciertas reivindicaciones basadas en la agenda feminista. En su intervención, el Mandatario incluso aceptó ser conservador.
Sobre la base de las intervenciones públicas del presidente Correa podríamos ensayar una respuesta a las interrogantes planteadas. No obstante, todo seguirá siendo un ejercicio de elucubración. Lo mejor sería creer en la palabra presidencial y asumir que, efectivamente, estamos ante un interesante conflicto político. Un conflicto que, sin duda, contrapone el proyecto revolucionario que se presenta como progresista, con la formación moral conservadora de quien dirige el barco.
Parece que al presidente Correa no le gusta la pornografía -y está en su derecho de rechazarla, desde su moral conservadora-, pero ha decidido usarla como una herramienta política. ¡Cómo han cambiado los tiempos! En nuestros años mozos nunca se nos hubiera ocurrido emplearla para hacer daño a algún “enemigo”. Nadie la usaba para obtener réditos políticos…