Por Yalilé Loaiza / @yali_loaiza
Nadie imaginaba que ese sábado ocurriría la mayor tragedia que ha vivido Ecuador en décadas. Pero, apenas días después, el proceso de reconstrucción se inició. Es verdad que pasarán varios años para volver a un cierto estado de ‘normalidad’, pero no es menos cierto que es ahora cuando debemos garantizar que esa reconstrucción –más allá de edificios por levantar– empiece por recuperar la estabilidad integral de las personas: de quienes se refugian en las zonas altas y que por miedo no quieren volver, de quienes en 42 segundos perdieron familias, viviendas y recuerdos. Es hora de reconstruirnos como seres humanos.
La psicóloga Lisseth Salgado –de la Universidad de Los Hemisferios– cree que en este momento, los damnificados se encuentran en un estado de duelo. Luego deberán ajustarse a su nueva realidad y, finalmente, retomar un plan de vida, dice. Pero, esto merece atención psicológica al mismo nivel que se procura la satisfacción de necesidades básicas, pues estas son las que propiciarán buena parte de aquella estabilidad emocional.
“El gobierno –dice Salgado– está proponiendo que todos los estudiantes de Psicología que estén en el último año o por graduarse, hagan el año rural igual que los médicos, y hagan el año rural allá [zonas afectadas]”. Gino Escobar –presidente de la Asociación Ecuatoriana de Psicólogos–, en cambio, me cuenta que las entidades estatales están buscando asesoramiento de quienes han acudido a las zonas de desastre, con el objetivo de que se les proporcione un protocolo de acción. Él dice que mediante un intermediario, la Secretaría Nacional de Gestión de la Política, pidió “algún tipo de información” que les permitiera construir un diseño de intervención.
No obstante, Salgado calcula que “no existen más de 200 egresados en todo el país”. A esto habría que añadir que no todos los psicólogos profesionales trabajan en el sector público y son menos aquellos que tienen una especialización en intervención de crisis y desastres naturales. Desde “hace más o menos tres años, por ley, ningún estudiante de psicología puede hacer prácticas con pacientes”, me ha dicho esta especialista, basándose en el Instructivo para el llenado del Registro Diario Automatizado de Consultas y Atenciones Ambulatorias del Ministerio de Salud Pública. Siendo así, esos pocos egresados que podrían acudir a la zona cero no estarían preparados del todo para afrontar una crisis de tal magnitud.
Con las elecciones del 19 de febrero del 2017 a la vuelta de la esquina, no sorprenderá que aparezcan candidatos que se aprovechen de la confusión y del dolor ajeno para intentar ganar votos. Desde la primera semana de la tragedia hemos visto que para algunos el terremoto se ha convertido en el pretexto perfecto para capturar la mejor foto. Todo podría caer como ‘anillo al dedo’ para justificar tributos y promocionar a posibles candidatos. ¿Se imaginan lo que podría venir después?
Partamos de aceptar que la reconstrucción y vuelta a la ‘normalidad’ no depende únicamente de los políticos –quienes en teoría nos representan–, sino también de la empresa privada, de fundaciones, de los medios de comunicación, pero, sobre todo, de la ciudadanía. La reconstrucción debe estar en manos de ciudadanos vigilantes de las políticas, planes y mecanismos que se empleen para su consecución.
Para el politólogo y docente universitario Gabriel Hidalgo, “la reconstrucción no depende solo de la solvencia del gobierno, pues se ha demostrado en otras experiencias de terremotos como en Japón o Chile que los gobiernos se hicieron cargo del 30% de la infraestructura afectada. El otro 70% lo cubrió la empresa privada en seguros y en capital privado (…) La filosofía del gobierno del Ecuador es la de competir con la sociedad civil y la empresa privada. Entonces, se ahuyenta la cobertura de esos dos tercios de la recuperación”. Hidalgo cree que el uso de la tragedia para la promoción política de los posibles candidatos “será ensuciar sus campañas políticas y echar a perder sus aspiraciones electorales”. Desde ya –dice– se está utilizando “el oportunismo de la tragedia”, lo que significa “violentar la vulnerabilidad” de las víctimas.
Casi un mes después del desastre, el panorama político se asoma: los escombros, eventualmente, serán la tarima de supuestos mesías que prometen lo que no se puede cumplir.
Han pasado tres semanas desde que la tierra tembló, dos desde que cesó la búsqueda por supervivientes, y dos desde que, según publicó Diario El Comercio, el número de voluntarios en los centros de acopio se redujo. También hace quince días se creó el Comité de Reconstrucción y reactivación productiva de las zonas afectadas por el Terremoto en Ecuador, liderado por el vicepresidente, Jorge Glas. No obstante, hace tan solo una semana empezamos a olvidarnos de hablar sobre la reconstrucción.
¡El problema no terminó cuando la tierra dejó de temblar! Es nuestro deber ciudadano demandar la elaboración de planes de desarrollo comunitario sustentables, basados en el apoyo psicosocial. Debemos exigir que las autoridades asuman su rol permanentemente, no solo cuando las cámaras están presentes para darles sus momentáneos baños de gloria; debemos velar porque los medios no desvíen su atención y poner nuestros conocimientos al servicio de quienes más lo necesitan. Es hora de que, como ciudadanos, nuestra actitud vigilante aporte al proceso de reconstrucción no a ningún mitin político.