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El reencauche de palabras de la Revolución Ciudadana

©Juan Ortiz

Por Francisco Ortiz @panchoora

«Cuanto más conservadoras son las ideas, más revolucionarios son los discursos»


Oscar Wilde

Compañeritos, compañeritos… ¡Esa palabrita! Cuando la escucho, inmediatamente me transporto a las aulas universitarias, incluso un poco antes. Recuerdo que la primera vez que me inyectaron a la fuerza este término fue en agosto de 1995, cuando hacía fila para inscribirme en la facultad. Aquella madrugada, la acera que rodeaba la universidad se había convertido en colchón y almohada de cientos de guambras que luchábamos, acompañados del alcohol, contra el entumecimiento provocado por los vientos veraniegos de una ciudad aún dormida.

Cómo olvidar ese pedazo de cobija que abrigó menos que la tímida pierna de su dueña, o el rostro lleno de granos de ese barbudo que nos repartía los turnos: “Compañeritos… los que tienen ya su número no es necesario que hagan cola… Compañeritos… todos entrarán en orden… Compas… Compitas…”.

Ya en las clases de materialismo histórico y dialéctico, historia, sociología siempre estuvo presente esta palabra y sus connotaciones de izquierda. Quien no la usaba al inicio se sentía obligado a hacerlo entre cada frase o al final. Sonar revolucionario era casi una obligación en los barrios trotskistas y maoístas. Claro, nadie quería caer en desgracia o bajo el garrote de esos conocidos compañeritos.

Pensé que terminada la U esta palabrita pasaría a mejor vida, pero me equivoqué. Doce años más tarde, con la llegada al poder del compañerito presidente Rafael Correa Delgado, este término se ha puesto de moda otra vez. Ahora se lo usa para sonar afinados a esta nueva voz cantante… ¿Que si a la panadería? ¡Compañero, véndame pan! ¿Que si al trabajo? ¡Compañera, hágame el favor! Que compañero por aquí, que compañera por allá…  Saben qué, compañeritos, aquí entre nos… ¡a la mierda!

El reencauche de palabras se ha convertido en la osamenta del discurso político de la Revolución Ciudadana. Hábilmente han aprendido a jugar con el significado de varios términos y con sus connotaciones históricas y políticas, para construir peroratas y arengas a su medida. Muchas palabras han sido sometidas a una cirugía estética para pasar a engrosar el diccionario oficial. ¿Sí o no, compañeritos?

Revolución es otro ejemplo. Ya este vocablo no significa lo que aprendimos en las aulas de la U. Eso de que es “la irrecusable mediación histórica que se abre a la transición”, o que “prepara a las masas para tomar en sus manos el control de su futuro” ya quedó para eternas memorias, como decían los abuelos. Justamente ese es el sentido de la tercera Tesis sobre Feuerbach: «La coincidencia de la modificación de las circunstancias y de la actividad humana sólo puede concebirse y entenderse racionalmente como práctica revolucionaria». ¿Se acuerdan, compañeritos? O sea que un revolucionario de pura cepa no se debería negar a promover cosas revolucionarias como los derechos de las mujeres, ni la despenalización del aborto o el matrimonio igualitario… Un revolucionario de esa laya jamás defendería una postura política usando citas a profetas cristianos o salmos bíblicos de la más recalcitrante derecha católica, ¿verdad? ¡Hasta pensaría en abrir un debate nacional sobre la despenalización del consumo de marihuana!  ¡Eso sería revolucionario! Sin embargo, ahora, con suerte, la revolución en labios de los socialistas del siglo XXI sabe a un simple eufemismo. Las verdaderas teorías revolucionarias no han sido jugadores desequilibrantes en la alineación de la Revolución Ciudadana, en ocho años no han logrado alinearse en el mismo equipo los compañeros rojitos de antaño con los jóvenes compas verde flex del movimiento PAIS.

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©Juan Ortiz
©Juan Ortiz

La Patria, compañeritos, también ha sido una pelotita caliente en las manos de los malabaristas de la publicidad, marquetineros con aires de lingüistas, amos y señores de la retórica política del actual régimen. Desde que esta seudorrevolución se proclamara ciudadana, este término ha marcado sus pasos. ¡Patria!

En la campaña del 2006, cuando todo comenzó, el piñón que dio movimiento a la maquinita fue esa idea de “volver a tener Patria”. La coyuntura de inestabilidad política que atravesaba el Ecuador calzó como zapatilla de cristal. Luego, ganadas las elecciones, la Patria ya era de todos… era nueva, altiva y soberana, era ese lugar donde solo cabía la gente de manos limpias, mentes lúcidas y corazones ardientes… nada era para ellos, todo era para la Patria. Se dieron el tiempo, y nosotros les dimos el gusto, de jugar a los malabares en nuestra cabeza. La Patria, como en tiempos de Simón Bolívar, de Juan José Flores, de Gabriel García Moreno o de Eloy Alfaro, indistintamente, volvió a nuestro vocabulario cotidiano y se metió hasta en la sopa.

Para noviembre del 2008, los titiriteros de la publicidad de la Revolución Ciudadana pusieron al aire un pegajoso spot para televisión que tenía como centro el ahora berreadísimo himno Patria, tierra sagrada. ¡Hábilmente nos pusieron a cantar a todos! De esta manera se recuperó una marcha de tinte cívico militar hasta convertirla en pieza clave para tocar las fibras sensibles de los ecuatorianos. Con esta estrategia, quedó desplazado el propio Himno Nacional. Al corearlo en plazas, barrios, escuelas y en la mayoría de actos públicos, a cualquiera se le pone la piel de gallina. El saber martillar bien una palabra, maquillarla y amplificarla, demuestra que es posible jugar a ser Dios y Diablo al mismo tiempo.

©Juan Ortiz
©Juan Ortiz

A pocos metros de la entrada a la facultad de comunicación quedaba el colegio vespertino Manuel María Sánchez, llamado así en homenaje al autor de Patria, tierra sagrada. El distinguido abogado, educador, poeta, periodista e ilustre liberal de la época, ni en sus más promiscuos insomnios se habría imaginado en qué manos caerían sus versos.

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Pero, en este glosario del nuevo socialismo del siglo XXI, el pelucón no podía faltar. Para Augusto Barrera, otrora alcalde de Quito y miembro fundador del movimiento político oficialista, “es un marco adecuado dividir el imaginario del país entre el pueblo y los pelucones”. Dicha aseveración la hizo cuando fue coordinador oficial entre el Gobierno y la Asamblea Constituyente en el 2008.

Desde sus más remotos orígenes, el término pelucón ha estado relacionado con las más altas alcurnias sociales. Emperadores y reyes calvos han escondido bajo sus pelucas sus más raras excentricidades: ejercer el poder por derecho divino, ser dueños de la vida, de la muerte y de la moda, hacer de médiums entre Dios y los hombres. Es más, hasta los revolucionarios franceses terminaron usando estas cabelleras postizas, aunque menos ridículas que la de los monarcas.

©66Jeffo
©66Jeffo

En Ecuador, se calificó de pelucón a quien perteneciera a la clase criolla, a la nueva alcurnia que ostentó el poder político luego de instaurada la república, en 1830. Las familias de apellidos rimbombantes, a diferencia de la aristocracia colonial, no tenían necesariamente ningún linaje noble, pero fueron catalogadas así más por su posición conservadora que por sus preferencias hacia la realeza española. Ese es el caso del general venezolano Juan José Flores, primer presidente del Ecuador.

Ya en el siglo XXI, el presidente Rafael Correa Delgado adoptó este término para referirse a los patricios guayaquileños, dueños de buena parte del poder económico del país. Pero tan eficaz y pegajoso le resultó el adjetivo, que amplió su alcance para calificar así a todos los demás ricos del país, lo fueran o no. Dentro de la estrategia de confrontación, polarización y estigmatización que despliega el gobierno, pelucón resulta ahora un término infaltable en las cadenas nacionales de radio y televisión, cada sábado. Ahora, nuestra sociedad no solo se dividió entre hombres y mujeres, niños, jóvenes y viejos, blancos, negros, indios y mestizos, sino, además, entre pelucones y pueblo.

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Existen cientos de palabras  en este florido léxico revolucionario que merecen análisis, sin embargo, no puede faltar en una despedida el legendario ¡hasta la victoria siempre, compañeros! Una especie de fusión entre la Cuba castrista y la izquierda sindicalista local…

En esta sistemática resignificación de las palabras del pasado, el presidente Correa ha adoptado esta frase como muletilla al final de toda alocución. Para probarlo, basta ver su cuenta de Twitter: ¿Que se murió García Márquez? ¡Hasta la victoria siempre, Gabo querido!, ¿Que si juega su equipo de fútbol? Emelec: ¡Hasta la victoria siempre! ¿Que si termina un discurso de sábado? ¡Hasta la victoria siempre, compañeritos!

Y pensar que el Che Guevara escribió esta frase en la famosa carta que dirigió a Fidel Castro de 1965, en la cual le comunicaba que renunciaba a todos sus cargos en Cuba y a su nacionalidad. El Che había decidido partir hacia otros “campos de batalla”. Paradójicamente, en el Ecuador revolucionario del siglo XXI, esta frase significa todo lo contrario: no es el fin de un tiempo político, sino más de lo mismo.

La periodista y escritora argentina Stella Calloni, en carta pública dirigida a Fidel Castro, contó que un anciano le había dicho:

camiseta1«Ahora me queda pedir a San Ernesto de la Higuera y al Che de América, que haga posible el milagro de unir a nuestras izquierdas y a nuestra mejor gente, que parece estar solo preparada para desunir… Vienen tiempos duros… y a los que andan agitando banderas con el rostro del Che, les digo que eso no hace a un peleador, a un revolucionario y menos en estos tiempos… El Che necesita menos gritos, menos camisetas y más sabiduría para los nuevos tiempos de lucha… Estamos en tiempos en que debemos saber quién es el enemigo. Si nos confundimos estamos perdidos… Ahora el “mandinga” anda escondido entre muchas palabras floridas y algunos compañeritos se nos han vuelto ciegos y caen solitos en las trampas… Lean a fondo al Che, lean a fondo a Fidel, lean la historia, sean humanos y dignos como ellos… les dice un viejo como yo, que tengo que dar batalla cada día para comprar remedios baratos que debo tomar. Para comer nomás, doy una gran pelea».

Hablando a calzón quitado, para consolidar una organización política es fundamental que sus líderes construyan una estrategia que dé identidad. El discurso político es parte de esa estructura, pues tejiendo palabras se definen los propósitos, se delinean los mecanismos de acción y se perfila a los adversarios.

Luego de ocho años de Revolución Ciudadana el discurso del poder está ya aderezado con ideales bolivarianos, retóricas sobre la nueva izquierda, nacionalismo puro y duro, socialismo del siglo XXI, democracia directa y participativa, doctrina social de la iglesia, humanismo, populismo y varios “ismos” más. Como vemos, hay discurso para todos. Entonces, ¿cómo se puede ser revolucionario si con la mano derecha se empuña el yunque y del cuello cuelga un rosario? Una cosa ha sido con guitarra y otra con violín, ¿no, compañeritos?

1 COMENTARIO

  1. Hola Amigo, еn el momento que se navega por su hoja mе dieron una especie ɗe códigos extrañоs por toda la anverso,
    en caso ɗe que sea crítico limitarse ɑ dejar ԛue usted
    lо sepa

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