Por Diego Cazar Baquero / La Barra Espaciadora
Atardece en jueves y la luz de las aulas de la Universidad Central del Ecuador reemplaza los colores lluviosos de Quito. El oscuro bastón espera a que Alejandro Moreano despida a una de sus alumnas luego de una charla corta de pasillo, después de clase. Luego, el bronceado báculo acompaña esos pasos lentos hasta la sala de profesores de la escuela de Sociología.
“Esta escuelita tiene un cierto gusto…”, junta las yemas de los dedos y las frota entre sí mientras lo dice, ya tumbado –cuan grande es– detrás de su escritorio. Desde esa silla escucha y enseguida sonríe. ¡Siempre sonríe! “Aquí los alumnos son ambiciosos, locos, apasionados… ¡hay más vitalidad!”. Acaso evoca la vitalidad que tuvo en sus propios años colegiales, cuando era miembro del equipo de pimpón del Colegio San Gabriel y amaba jugar básquet…
Su cariño por “la escuelita” de Sociología no significa que no muestre también sus hondos afectos por la Universidad Andina Simón Bolívar, donde también imparte clases. Es solo que con las nuevas leyes en materia educativa, ha tenido que reducir el tiempo dedicado a la Andina para concentrarse más en las legendarias aulas de la Central. “De aquí ha salido mucha gente insurgente”, aclara, como amparándose en la historia que caracteriza a este recinto universitario. Esa misma historia que a Moreano le impide hablar de otra cosa que no sea política… o literatura, sus dos pasiones vitales.
Un trotskista que no mima es todo menos abuelo
Sofía, una de sus alumnas de la Andina dice que en sus clases casi nunca se levanta de la silla, “y entonces toma esa pose de abuelo sabio que empieza a contar historias, pero está siempre interesado en lo que los otros quieren preguntar…”. Sin embargo, a él le incomoda que lo vean así. Él dice haberse educado con la figura del abuelito con sabiduría de anciano y, a pesar de su barba cana y de sus sesenta y nueve años, no está viejo, no se siente viejo en lo absoluto. “¡En ningún aspecto asumo esa visión”, responde, categórico pero sin olvidar sonreír. “Ni siquiera los hijos de mis hijos son mis nietos –explica–, la palabra abuelo sitúa una relación paternal en el sentido un poco cursi del término; ¡yo no enseño valores cívicos ni valores éticos de nada, soy más bien promotor de la insurrección, de la subversión, del cuestionamiento!”. Con esto dicho, la cosa queda clara.
El profesor Moreano es padre de cuatro hijos: dos varones y dos mujeres. Nicolás, un ingeniero mecánico de 40 años, es el mayor y es a la vez padre de dos adolescentes de 15 y 12, respectivamente. Gerónimo, de 36, es comunicador. Luego está Melissa, una bióloga de 35 años que ahora mismo cursa un doctorado en ecología política, y Matilde, otra bióloga de 32. Una de las imágenes con que su hijos crecieron es esa en la que él, corpulento y risueño, luce rodeado de gente, de alumnos y admiradores, de amigos de lides políticas y escritores. El humor fino y provocador es la característica más visible de su personalidad, pero también hay mucha exigencia intelectual. “Para conversar con él hay que saber cosas, si no, te reclama”, cuenta Melissa, “La guagua del Alejo”, como la llamaban todos los adultos durante su niñez. Todos lo llaman Alejo menos ella y Matilde, al menos dentro de la familia. Ellas le dicen papi. Cuando el profesor Moreano lo escucha, la risa vuelve, convertida en carcajadas de ternura. Pero no hay lugar para conmoverse, así que enseguida el Alejo recuerda una de las imágenes del revolucionario que considera más atractivas: se es más radical conforme más viejo uno se hace… “Yo me había hecho la imagen de ser siempre la extrema izquierda, nunca volverme moderado. Había asumido esa línea de la radicalidad extrema porque considero que la dinámica del mundo está en la lucha social, en la lucha política, en la renovación artística, literaria, siempre cuestionando todos los órdenes… Entiendo que con la posmodernidad se planteó la negación de esa visión moderna de revolución continua pero yo sigo pensando en la revolución permanente. ¡Soy un poco trotskista, si usted quiere!”.
Para Melissa, su padre es un intelectual a tiempo completo y ha sido la fuente para que conociera el teatro, el cine arte, sobre todo latinoamericano y francés. De su niñez, en la década de los ochenta, la guagua del Alejo recuerda que si de algo estaba segura era de que el entonces presidente León Febres Cordero, representante de la derecha más dura de la época democrática, era del bando de los malos. También lleva en su memoria los paseos por la ciudad, cuando iban al Teatro Universitario, que era muy conocido por proyectar películas no comerciales. Ella tenía entre ocho y diez años y hasta hoy tiene muy claro que eso de contar es una cuestión hereditaria, pues su abuela, la madre de Alejo, acostumbraba a narrar con lujo de detalles las películas que acababa de ver. Alejo hace lo mismo con las películas o con los libros. “Mi papi hablaba con nosotros con muchas referencias históricas, cinematográficas –recuerda ella-; ¡lo que me encanta es eso, que no es solo sociólogo!”. Pero de cariñitos y mimos, nada. Un trotskista que no mima, que no es acariciador, que prefiere los juegos intelectuales, como aquel de rimar palabras con los hijos de su hijo Nicolás; eso sí, insiste en que hagan sus deberes a tiempo y en que no descuiden por nada del mundo sus estudios.
Es que Alejandro Moreano es doblemente heredero: recibió en sus manos la biblioteca de su madre, pero esa mujer-abuela, con su muerte, también le dejó su habilidad para contar. Bien lo recuerda Melissa, aquella niña que gracias a su padre conoció a Julio Verne y que a sus diez años se dejó impactar con Los muchachos de la calle Pál, ese clásico de la literatura juvenil de Felenc Molnár, hace poco recibió de Alejo la recomendación de leer a Paul Auster, El palacio de la luna… Pero -paradoja de la vida-, Melissa no ha leído un solo libro escrito por su padre. Entre el bochorno y las risas nerviosas, cuenta que empezó a leer El devastado jardín del Paraíso en 1990, cuando se publicó, pero no lo terminó… “No tenemos ni una copia”, se justifica, aunque sí asegura haber leído los artículos cortos, la columna que mantuvo en diario Hoy…
El país del Alejo
En uno de los pasillos de la Andina el profesor mira a lo lejos a Sofía. Ella sabe que el maestro no recuerda su nombre pero lo ve extender los brazos y exclamar pletórico: “¿Qué hay de esa vida?”. A ella le encanta encontrárselo después de clases y que la abrace. “¡Él ya está más allá del bien y del mal en todo!”, dice esta comunicadora caleña, con inmensa admiración. Alejo quizás no estaría muy de acuerdo con su efusividad, pues si algo guía su parecer frente al mundo, esa es la premisa de que la dimensión del ser no se define en lo positivo sino en lo negativo, en lo crítico, en el cuestionamiento continuo. Esa misma postura es la que lo ha convertido en un severo crítico de la idea de que el socialismo sea un nuevo orden o de que la revolución tenga que terminar con la toma del poder. “¡No! La revolución es permanente!”, sentencia, convencido.
Luego de mostrar cierto respaldo al proyecto político actual en Ecuador, encabezado por el presidente Rafael Correa, el sociólogo Alejandro Moreano tomó distancia. Sus principales razones fueron las discrepancias con el modelo económico gubernamental –sobre todo en materia ecológica–, pues considera que muestra evidencias de una apertura estatal hacia la gran minería y hacia la profundización de la dependencia de las exportaciones.
Esa misma mañana de jueves Alejandro Moreano estuvo en la Asamblea Nacional, acompañando a los grupos de estudiantes y a los movimientos sociales que acudieron a presenciar el debate legislativo para la aprobación del Código Orgánico Integral Penal (COIP). Su postura, contraria a la que llevó a la mayoría oficialista a aprobar los cambios en este cuerpo legal tres días después, se sostiene en un planteamiento específico: “En la historia de los procesos históricos sociales siempre se ha dado una fase insurgente, una fase del orden, y después, incluso, una fase reaccionaria (el PRI en México -cita como ejemplo-; de los 40 a los 70 se estabiliza y luego viene un proyecto de derecha; también se ve en los nacionalismos árabes cómo terminan incluso volviéndose amigos del antiguo colonizador). Yo creo que ese proceso se dio muy rápidamente aquí”, sostiene.
El politólogo Alejandro Moreano siente que el momento actual está cargado de complejidades, pues si bien reconoce que el régimen representa un cambio de época, “más aún si uno ve el discurso crítico que se desarrolló contra el neoliberalismo y que este gobierno asumió y utilizó”, se presentan en el escenario problemas nacionales fundamentales y parecería que muchos intentan pescar a río revuelto: “Yo diría que la derecha clásica perdió su discurso y trata de moverse entre apoyar a la movilización de izquierda para emplazar o negociar con el gobierno, o las dos cosas a la vez”. Aunque Moreano dice no haber tenido muchas expectativas frente a la propuesta política de Correa, reconoce que vio en ella al principio la representación de un proceso de renovación.
El mundo del Alejo
Ya en el contexto global, hace años el politólogo veía la inminencia de que aquellas figuras que nacieron de la insurgencia en décadas pasadas estuvieran asumiendo la administración de los estados latinoamericanos, por un lado, y de que EEUU se erigiera después de los noventa como un estado mundial. Lo dijo en su libro El apocalipsis perpetuo y lo reafirmó después, en un diálogo que sostuvo con los académicos Eduardo Kingman y Felipe Burbano de Lara, en el 2004. Pero ahora, Moreano revisa sus planteamientos y aclara que esa fue una visión coyuntural y que el proceso la ha ido desmontando. Lo hace sin ningún arrepentimiento, sin sentirse herido en su orgullo ni mucho menos, lo dice naturalmente… “Yo estoy planteando una inquietud y una investigación –anuncia–. Hay dos grandes posibilidades de entender el proceso mundial: o estamos frente a un único capital mundial, con China como parte de ese capital mundial (con sus especificidades), o estamos frente al viejo sistema imperialista de países con distintas proyecciones”. La emergencia de China y del resto de BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica), según este planteamiento, podría representar un polo que ayude a comprender mejor los flujos del capital global. Moreano asegura que muchos intelectuales apoyan o reconocen a Correa porque pueden asociarlo, precisamente, con este flanco de la realidad mundial actual.
Cuando se trata de hablar de política, cuando un tema lleva a otro en un tris, cuando surge la posibilidad de asociar las ideas de lo local con la realidad global, el profesor Alejandro Moreano parecería no ser capaz de detenerse. Parpadea más rápidamente y arrastra un poco más de lo habitual las erres. Sin cambiar notoriamente su tono de voz, sin que sus gestos o sus movimientos se alteren significativamente, ahí mismo, apoltronado sobre su silla, escudriña entre el cúmulo de ideas que pueblan su mente casi septuagenaria cuando ya la noche abraza el campus de la Universidad Central. “Lo sorprendente en la época actual es la radicalización de Europa e incluso en los EEUU. Piense usted que en Grecia ha habido 40 huelgas generales… Si analiza el Occupy Wall Street, en EEUU, y el movimiento de huelgas en Europa, los dos son de una actualidad asombrosa. ¡Son los trabajadores del pueblo en contra de los banqueros, considerados el enemigo público número uno en el mundo, en contra de los medios de comunicación y en contra de los sistemas de partidos!”.
De su preocupación fundamental, situada principalmente en las Ciencias Sociales, Alejandro Moreano ha experimentado un tránsito que lo ha llevado a interesarse por los estudios culturales, la modernidad y los medios de comunicación como actores medulares de la dinámica global. Para él, el pensamiento social crítico siempre ha puesto su atención sobre el papel de los medios: “Si Marx hubiera nacido unos doscientos años antes habría sido un crítico de la religión, si hubiera nacido ahora sería un crítico de la semiótica, de la teoría de la comunicación y de los medios, porque ahí es donde aparece lo más desarrollado del poder”, sentencia, con ese aire de autor de parábolas. Y aunque reconoce que le preocupa la aparente disolución de los sujetos sociales no está seguro de si eso es realmente un efecto directo de la acción de los medios… ¿Se trata de una crisis del capitalismo sin precedentes? Para Moreano hay una crisis evidente, pero advierte con cautela que el dilema es aún mayor, que se trata de dilucidar si esta crisis es estructural o si estamos ante una crisis clásica. Esto –según dice– es producto de una acumulación de crisis no resueltas anteriores, y lo verdaderamente preocupante es que “¡hay una crisis civilizatoria que el ecologismo ha evidenciado, más allá de las tesis ecologistas hay una crisis de civilización! No es solo el capitalismo como estructura económica sino como civilización humana el que está en crisis, quizás la más grave de todas, frente a la cual no hay todavía una clara comprensión de cómo salir… ¡Tendría que plantearse otra civilización y esas son palabras gigantes!”.
Sofía prefiere las charlas con Alejo en la cafetería de la U. Lo siente más cercano y más dado a contar, y esa es la virtud que ella degusta más. Juan, otro ex alumno de Moreano, más bien cree que sus historias van de un tema a otro sin aparente relación, como si solo se tratara de experiencias personales sin mayor valor académico. Para Sofía, en cambio, esas experiencias son las que nutren los argumentos teóricos del profesor. Ella cree que el dominio de la teoría que demuestra el Alejo le da las licencias necesarias para transmitir sus conocimientos como narraciones, como si todo lo pasado pudiera ser revivido a través de sus palabras. “Él está en un punto en el que eso de preparar clases suena algo engorroso”, dice ella.
De la argentinización de los tzántzicos a la poética del retiro
Ya en aquella conversación del 2004 Alejandro Moreano había reconocido que el mayor dilema de su vida ha sido siempre el buscar un equilibrio entre la política y la literatura. Dijo entonces que lo había conseguido mediante el hallazgo de ciertos “vasos comunicantes”, pero resulta que ahora, nueve años después, la encrucijada continúa viva y él aún no halla la manera de conciliar estas dos pasiones que han comandado su vida. Quizás una de las razones de esta incapacidad sea una preocupación que reside allá, en la década de los sesentas… Un prospecto de suspiro se escapa en forma de bufido. También hay una risa corta. Siempre hay una risa, aun cuando algo tan grande le preocupa. De pronto, suelta su acto de contrición: “Mientras en Perú hubo un proceso de continuidad que va de Ciro Alegría a (José María) Arguedas, acá se rompió esa continuidad con los tzánticos… A lo mejor nos argentinizamos, de pronto nuestros modelos empezaron a hacer calca en Borges”, confiesa, con un arrepentimiento que esta vez sí roza la culpabilidad.
La ruptura que Moreano identifica en la producción literaria en Ecuador agotó el proceso a partir de los sesentas. Nada llegó a parecerse a lo que suscitó años antes la masacre del 15 de noviembre de 1922 en el Puerto principal, por ejemplo, con el Grupo de Guayaquil. “¡Una conmoción de obras literarias!”. El escritor Alejandro Moreano cree que este episodio es la señal de que hay un problema de identidad o de comunicación… Le persigue una duda que posiblemente jamás sea resuelta: acaso la emergencia de los tzántzicos fue la responsable de que en el terreno literario local el floreciente movimiento indígena de entonces haya pasado desapercibido… Tardíamente, y luego de recordar las palabras de Mariátegui, cuando denunciaba el hecho de que la literatura indígena sea mestiza, Moreano cree que en el cine contemporáneo y en el video hecho por indígenas puede habitar una reacción que salde hoy esa deuda.
Pero ese eterno dilema de no hallar el equilibrio entre la política y la literatura parece estar muy cerca de resolverse, luego de que el próximo febrero llegue por fin el día de su jubilación y “las obligaciones de la vida” den paso a esa “forma expresiva” distinta al texto académico. El “ensayo abierto”, el sendero marcado por Julia Kristeva o Roland Barthes que, como sus referencias, salieron victoriosos de ese discurso académico y se vistieron de un color literario. Es cierto, muchos se quedarán sin el privilegio de ser sus alumnos, pero cuarenta años de cátedra ininterrumpida son para Alejo suficientes y hasta “exagerados”. ¡Y no es que esté cansado, para nada! Es más, en medio de nuevos accesos de risa cita a Sergio Ramírez, vicepresidente del primer gobierno sandinista, quien escribió su novela mientras ejercía su cargo, durante el tiempo que le quedaba libre luego de terminar ciertas reuniones, a las dos de la mañana. “Él es una de las pruebas de que mientras más se hace, más se hace”. El profesor Alejandro Moreano quiere serlo para rato, por eso dictará, después de jubilarse, un seminario voluntario sobre las trayectorias posibles del capital mundial. Y piensa también dictar un encuentro que trate sobre “el gustar de la literatura”. No lo piensa como un taller. “Nunca he creído en los talleres literarios, ningún gran escritor ha salido de talleres –dice–, ¡porque la escritura es individual, pues!”).
El cofundador de la revista Z, en 1964, y de la legendaria Bufanda del sol, en 1965, tiene en marcha este proyecto ambicioso que verá la luz en forma de ensayo literario: se propone entender nada más y nada menos que la dinámica cultural de América Latina. “¡Es un proyecto enorme!”, admite. Pero con la jubilación ad portas, todo esto es posible y más: también una novela y un libro de cuentos están en curso. “Unos seis textos en marcha que terminaría en unos cinco años”, proyecta. Tiene a su favor que ya no lo inviten a dictar conferencias y cursos en el exterior, desde que él mismo empezó a evitarlos y a excusarse de asistir a ellos para evitar que la rutina lo obligara a escribir “refritos”. Moreano no quiere ser uno más de aquellos productores de obras extraordinarias que ahora están viviendo de escribir ponencias y pasear con ellas por el mundo.
En su casa, entre pilas de libros arrumados en el pasillo, en su estudio, en su habitación, acaba de leer una novela inédita de la narradora brasileño-ecuatoriana Gabriela Alemán que le ha asombrado. Habla sobre la guerra del Chaco, en Paraguay, “sin el juego vanguardista”. Es que el Alejandro Moreano narrador identifica cierta vitalización de la producción literaria ecuatoriana pero todavía no reconoce líneas claras. Resalta, de todas maneras, un proceso de ebullición hacia el pensamiento social y hacia la literatura que –según él–, en tres o cuatro años podría despuntar. Existe una poesía erótica femenina –resalta–, aunque lamenta una de las “grandes paradojas de nuestros países: que nuestra gran poeta erótica (María Fernanda Espinosa) ¡está de Ministra de Defensa!”. Al decirlo, a su mente llega inevitablemente un comentario que en su momento le hiciera su coideario de antaño, Manuel Agustín Aguirre: que por tratar de culturizar a los militares terminen militarizados los poetas…
Estudioso de la obra lírica de las modernistas Gabriela Mistral, Alfonsina Storni, Delmira Agustini y Juana de Ibarbourou, cree que la gran innovación que ellas han abierto es que la escritura erótica sea el reconocimiento del placer femenino, no precisamente el del acto erótico sino el del cuerpo de la mujer y de sus posibilidades. “Es una cuestión muy particular en la mujer latinoamericana que la poesía erótica sea, sobre todo, femenina”, afirma.
Estos temas se escurren en su discursos durante las clases, ya sea en las aulas de la Andina o en las de su amada “escuelita” de Sociología, en la Central. Muchos pensarán como Sofía, quien está convencida de que el profesor Alejo “tiene todo el dominio teórico de lo que está tratando, pero su hilo son las historias, entonces la clase se hace eternamente humana”. Otros tendrán la misma impresión que Juan y se entregarán al placer de escuchar sus cuentos de vida. Esos que son fiel muestra de su extraordinaria habilidad para hacer de cualquier época el tiempo presente.
Con la noche encima y antes de despedirse, Alejo rebusca en los numerosos bolsillos de su ancha chompa. Tenía entradas para ir al teatro, al Patio de Comedias, para ver La Venadita, pero las olvidó en casa… En el patio de esa casa lo esperarán sus tres perros y varios gatos. “Cada vez le gustan más las mascotas”, cuenta su hija Melissa, relamiendo el cariño que derraman las palabras sobre su papi. Adentro, el Alejo transitará los laberintos de su organizado desorden, siempre entre la literatura y la política y con su mente en permanente revolución.
FICHA DE VIDA:
Declaro, sin que sea actitud confesional, ser un producto del mordaz pensamiento critico del Alejo. Fui su aluma en la decada de los 80´ cuando Sociologia respiraba por la herida abierta de la revolución inconclusa de los movimientos políticos, contestatáros e irregulares de los años 60, 70 y luego los 90.
Vivir de modo inconcluso es lo que me mantiene despierta, pensando, trabajando, CONSPIRANDO (jajaja); finalmente no interesa la ruta, sino el objetivo – revolucionar la conciencia humana (Grammci) y en este derrotero creerme que yo – sujeto, puedo cada dia transformar y/o transcender en «El OTRO», «ambicioso, loco y apasionado» como dice el Alejo, que no es otra cosa, que una perfecta descripción
creo que es lo que hace falta, la historia narrada en una novela viviente.