Por Diego M. Rotondo
Mientras es trasladada por los agentes rumbo al patrullero, Gloria Denver, de 75 años, observa a esos niños que corren a su lado y le dicen: “¡No se preocupe abuela, Santa la sacará de la cárcel antes de Navidad!”.
A diferencia de los niños, que la siguen fascinados por su gorro de Santa Claus, los adultos que se acercan y la reconocen, la escupen y la insultan. Un puñetazo anónimo emerge entre la muchedumbre y le da de lleno en la quijada. El golpe le nubla la vista y su mente se llena de flashbacks: niños girando en un caleidoscopio, biberones rellenos con un líquido verde, sementales africanos y un diabólico Santa Claus.
Gloria lleva tres días vagando por las calles, tiene puestos unos pantalones deportivos holgados, manchados de sangre en su entrepierna. Su torso está cubierto por un gabán negro y harapiento que la resguarda del frío. Los testigos afirman que la han visto deambulando por los parques, divagando, diciéndoles a todos que era la esposa de Santa Claus, y que estaba embarazada.
Hasta que su foto salió en las portadas de los principales periódicos nadie sabía que Gloria era la mujer acusada de envenenar a sus dos nietos, de 1 y 3 años, vertiendo pesticida en sus biberones.
En la jefatura el fiscal le pregunta a Gloria por qué razón ha asesinado a los niños. Ella desvía su mirada para seguir el revoloteo indeciso de una mosca; luego dice que no tiene nietos, se acaricia el abdomen con ambas manos y afirma que está embarazada.
El psiquiatra forense interroga a la mujer durante horas y redacta el siguiente informe: «La señora Denver presenta un cuadro de estrés postraumático que le ha provocado demencia. Se recomienda su urgente internación en una clínica psiquiátrica en donde se le administre el tratamiento adecuado para su enfermedad…»
Max Denver, hijo de Gloria y padre de las dos criaturas muertas, le asegura al fiscal que su madre nunca padeció problemas mentales, que se encontró con ella cuando le llevó a los niños para que los cuidase y en ese momento se hallaba totalmente lúcida.
Gloria es examinada nuevamente. El fiscal sabe que no sería la primera vez que un criminal se hace pasar por loco para evitar la cárcel. La mujer sigue divagando, repitiéndoles que no tiene nietos y que está embarazada de un hijo de Santa Claus.
El diagnóstico de los doctores es concluyente y coincide con el del psiquiatra: A causa de su demencia, la señora Denver es inimputable, y debe ser internada en un centro psiquiátrico…
Max explica que su madre tenía una hermosa relación con sus nietos, que siempre los consentía y ellos la adoraban, aún más que a su abuela materna. Afirma estar consternado y no entender qué pasó por su cabeza para que hiciese eso. Los doctores le explican que la demencia suele manifestarse gradualmente en la gente mayor y que probablemente su madre ya tendría síntomas mucho antes. Pero Max refuta esa teoría, asegura que su madre tiene una salud mental admirable, y que sus propios vecinos y amigos pueden dar fe de ello.
El fiscal ordena chequeos físicos y neurológicos en busca de lesiones o enfermedades que puedan dar pistas sobre el estado mental de Gloria. Los resultados dejan a todos boquiabiertos: «la paciente presenta lesiones vaginales producto de una penetración forzada...»
«El 20 de diciembre de 1954, sobre las 3 de la tarde, Carl Hooker, disfrazado de Santa Claus, golpea la puerta de casa de Gloria Denver. Cuando ella sale, el intruso ingresa por la fuerza amenazándola con un cuchillo. Como no encuentra nada valioso que robar, el ladrón se enfurece y viola a la mujer frente a sus dos nietos. Luego la ata, la amordaza, y la hace presenciar cómo echa pesticida en los biberones de los niños y los obliga a beberlos… La señora Denver despierta dos días después en la estación de tren, no sabe su nombre, lleva puesto el gorro de Santa Claus perteneciente a Hooker… »
Esa fue la hipótesis de los investigadores luego de arrestar a Carl Hooker, conocido como El sátiro de Baltimore. Hooker admitió haber violado a Gloria Denver, pero dijo que no había ningún niño en la casa cuando él entró…
A pesar de su declaración, todas las pruebas estaban en su contra, incluso sus huellas en el frasco de pesticida. Hooker es condenado y ejecutado en la silla eléctrica el 8 de agosto de 1955.
Dos años después de la ejecución, Gloria es visitada en el manicomio por su hijo Max. Al verlo se estremece y comienza a pedir auxilio. Los enfermeros se acercan y le inyectan un sedante. Mientras sus nervios se aplacan, Gloria le pregunta a su hijo: “¿Por qué?… ¿Por qué mataste a los niños, Max?”…
Este relato fue publicado originalmente en www.periodicoirreverentes.org