Por Paola Pascarelli / @paolapasscarell
La devoración del hombre por el hombre, como ritual característico de la etnia originaria de los tupíes en un Brasil anterior a la invasión portuguesa, estaba cargada de un significado espiritual referido a la trascendencia del ser. A través de la ingestión del enemigo vencido creían los tupíes que era posible asumir su vitalidad, su energía, su fuerza, su esencia. De ahí la utilización del ritual antropofágico como apropiación de lo ajeno. “Solo me interesa lo que no es mío”, diría efectivamente Oswald de Andrade en su Manifiesto Antropófago, la metáfora modernista.
A través de la ingestión del enemigo vencido creían los tupíes que era posible asumir su vitalidad, su energía, su fuerza, su esencia.
En dicho manifiesto, que da nombre a una práctica cultural que, a mi entender, permite la armonía entre el mantenimiento de la tradición y la innovación propia de un contexto de globalización hegemónica, se plantea un entendimiento de un nosotros brasilero y un reconocimiento de una otredad europea, personificados en las figuras del indio y el conquistador, respectivamente.
El contexto es antropofágico. La escena que se presenta es una en la que existe una pugna a causa de las divergencias existentes entre nosotros y el otro. Dos formas distintas de relacionarse con la realidad circundante, dos discursos que se desmienten mutuamente. Por un lado el racionalismo, por otro el cosmogonismo; por un lado la ciencia, por otro el oráculo; por un lado el iluminismo y la modernidad, por otro la magia. “De la ecuación yo parte del cosmos al axioma cosmos parte del yo”; del indio que vive en armonía con la tierra, “en comunicación con el suelo”, al conquistador iluminado dominador de la naturaleza para el beneficio de su especie.
El indio antropófago devora al conquistador, devora las catequesis. Pero hace del conquistador algo propio. El cristianismo surge en Roma, pero “hicimos que cristo naciera en Bahía o en Belem do Pará”.
La antropofagia vendría siendo entonces un arma selectiva que permitiría la asimilación crítica de ideas y modelos importados. El antropófago lo devora todo, digiere, asimila, y sólo incorpora lo que le es útil, aquello que no corrompe su identidad, destruyendo todo lo demás.
El indio antropófago devora al conquistador, devora las catequesis. Pero hace del conquistador algo propio. El cristianismo surge en Roma, pero “hicimos que cristo naciera en Bahía o en Belem do Pará”.
Devorando somos capaces de alimentarnos de las conquistas de la civilización moderna como apropiación y no como imposición externa. No seremos catequizados sino que haremos del cristianismo una versión propia, involucrada con nuestra cosmogonía y no con metarrelatos eurocéntricos: “Contra las historias del hombre que comienzan en el Cabo Finisterre”.
Las reproducciones de los contenidos importados no serán exactas imitaciones sino re-creaciones pasadas por el filtro de la propia versión. “Nunca fuimos catequizados. Lo que hicimos fue un carnaval […] la transformación del Tabú en Tótem”. Aquello que atemoriza al extraño no es vergüenza de nuestra raza; la magia no es más un tabú, es un tótem. Las prácticas originarias de nuestros aborígenes no son inferiores a las del hombre blanco europeo, son diferentes porque a nosotros no nos es propia la racionalidad moderna, tenemos la comprensión mágica y oracular, cosmogónica, de la realidad, sin ideas objetivadas.
La antropofagia propone el reconocimiento de nuestra identidad en los tabúes codificados por el lenguaje racionalista: “La justicia, codificación de la venganza. La ciencia, codificación de la magia […] la política que es la ciencia de la distribución”.
Las prácticas originarias de nuestros aborígenes no son inferiores a las del hombre blanco europeo, son diferentes porque a nosotros no nos es propia la racionalidad moderna, tenemos la comprensión mágica y oracular, cosmogónica, de la realidad, sin ideas objetivadas.
Lo que fue un tabú ha sido renombrado. Sin embargo, para el autor, el antropófago debe tener en cuenta que lo que el conquistador trajo ya existía en nuestra tierra pero con carácter propio: “ya teníamos la política […] ya teníamos la lengua surrealista […] el comunismo […] un sistema social-planetario”… Hemos aprendido la lengua europea, con sus definiciones que son distintas a las nuestras y que han querido sustituir las viejas nociones por unas importadas. Debemos devorar críticamente esas nuevas nociones. Debemos antropofagarlas. El proceso debe ser violento, como el tupí que devora a su enemigo vencido, no pasivo como aquel que acepta la catequesis en detrimento de su propia creencia. No se trata de dejar la magia como tabú y totemizar la ciencia, se trata de totemizar a la magia como parte de nuestra identidad.
El progreso no debe ser evaluado bajo premisas que nos son ajenas. Antropofágicamente habría que aprovecharse de los avances que nos son necesarios. Alimentarnos de ellos como el antropófago, no como el caníbal que devora por gula. Entender la ciencia como un instrumento, no como un fin, cayendo en “el olvido de las conquistas interiores”; la política como “la ciencia de la distribución” y no de la dominación, como quisieron enseñarnos.
Lo que fue un tabú ha sido renombrado. Sin embargo, para el autor, el antropófago debe tener en cuenta que lo que el conquistador trajo ya existía en nuestra tierra pero con carácter propio…
En esto consiste la antropofagia, devoración del otro para lograr lo propio.
Ahora bien, en un contexto como el actual en el que la globalización ejerce tanta presión, hay una variedad de elementos que considerar mientras que el rito antropofágico parece hacerse cada vez más necesario.
Actualmente pareciera que el proceso de transculturación de los pueblos latinoamericanos se produce de una manera mucho menos violenta en comparación con lo ocurrido a raíz de la conquista del continente en el siglo XV. En aquella oportunidad los mecanismos de dominación ideológica pasaban en un primer momento por ser militares; la exterminación era en gran medida física. Hoy en día, por el contrario, los mecanismos han cambiado y de la utilización de las armas los conquistadores han pasado a la utilización de las telecomunicaciones. Hoy no son el oro ni las tierras de los indios lo que enriquece al primer mundo, sino la dominación de sus mercados. Y esta dominación no es lograda ya bajo los preceptos de la compañía Güipuzcoana y unos cuantos colonos en tierras de América, sino a través de la propagación de unas aspiraciones que atienden a un modelo de consumo y que dictan la hegemonía cultural de Occidente. Esta hegemonía cultural consiste en la imposición del modelo socio-productivo capitalista, el cual, a pesar de estar ya implementado a nivel planetario, necesita de todo un aparato ideológico que debe estar en constante movimiento, en una constante acción de conquista de la disidencia. El sistema capitalista trabaja en función de la creación de nuevas necesidades que cubrir con nuevos productos que lanzar al mercado para la acumulación de riqueza. Su hegemonía se fundamenta en la colonización, ya no física sino psicológica.
El modelo de vida hegemónico por excelencia de nuestros tiempos es el estadounidense, la globalización se encuentra hegemonizada por sus grandes tanques de pensamiento, encargados de difundir e inculcar a las poblaciones del mundo los preceptos de la sociedad de consumo.
Este es el nuevo enemigo de los tupíes. El escenario deformado de la conquista. Ya no vemos al indio y al colono, sino a un latinoamericano occidentalizado manteniendo una racionalidad que le ha sido inculcada como la catequesis, la catequesis de la sociedad de consumo. Y a un “colono” encargado de catequizarlo desde el departamento creativo de una empresa de publicidad.
El modelo de vida hegemónico por excelencia de nuestros tiempos es el estadounidense, la globalización se encuentra hegemonizada por sus grandes tanques de pensamiento, encargados de difundir e inculcar a las poblaciones del mundo los preceptos de la sociedad de consumo.
El bombardeo ya no es con cañones de acero sino con una nueva artillería que ataca a través de los medios masivos de comunicación y cuyas municiones parecen estar compuestas de smarthphones.
Los latinoamericanos hemos dejado de comportarnos como antropófagos de los “importadores de conciencia enlatada” para convertirnos en caníbales de una cultura extraña. La consumimos sin mediaciones, sin el proceso deglutido de la antropofagia que implica criticidad a la hora de la asimilación. Ya no destruimos nada, no masticamos, nos tragamos lo que nos ofrece la bruja de Hansel y Gretel como si de una pildorita se tratara, tragando sin preguntar.
¿En qué momento nos convertimos en los glotones que somos? ¿No habría acaso que reivindicar la práctica antropofágica? ¿No nos ha destruido ya demasiado un modelo de consumo insostenible? ¿En qué parte del camino dejamos de lado la armonía con el cosmos, la “comunicación con el suelo”? ¿Por qué dejamos de tener conciencia de nosotros mismos y empezamos a creernos otros?
¿En qué momento nos convertimos en los glotones que somos? ¿No habría acaso que reivindicar la práctica antropofágica? ¿No nos ha destruido ya demasiado un modelo de consumo insostenible?
Los tupíes nos reclaman. Exigen que volvamos la mirada y recordemos cómo era cuando sabíamos quiénes éramos.
El problema no es la globalización, el problema no es el smartphone; el problema es que no sepamos asimilarlos antropofágicamente. Podemos deglutirlos y tomar de ellos solo lo que nos sea necesario, sin gula, destruyendo de ellos lo que nos corrompe, o terminaremos sufriendo tal indigestión a causa de tanto plástico y tanto maquillaje que va a ser difícil que podamos comer otra vez.
No tiene ningún sentido que nos traguemos tan fácilmente el sistema de quienes han querido negarnos y borrar de nuestras memorias todo aquello que no sirva a sus propósitos. Del indio solo conservan lo exótico, materia prima de alguna producción estética que más tarde compraremos.
No tiene sentido tampoco que en un afán de negar al otro nos cerremos a ciertas producciones que realmente nos pueden ser beneficiosas. La antropofagia es el equilibrio entre la negación y la completa aceptación. Es el reconocimiento de la identidad, del nosotros y del otro.
Las tendencias importadas no hay por qué negarlas. Tanto en la tecnología como en el arte, cada vanguardia es el producto de un largo proceso de análisis y entendimiento del objeto. Un ejercicio antropofágico sería devorarlas y tomar de ellas aquello que puede servirnos sin desplazar la propia interpretación de ese mismo objeto. Porque si bien es cierto que toda creación surge de la imitación, si solo imitamos no creamos nada.
La antropofagia es mixtura crítica. Es reconocimiento del otro para la delimitación del yo.
Pareciera que en la actualidad no hay forma de cerrar las fronteras culturales. Las telecomunicaciones son capaces de permearlas. La globalización, sin embargo, no debería ser causa de la pérdida de identidad, después de todo, nosotros también podemos crear productos de exportación. El problema de la globalización hegemónica está basado en que no existe una globalización contra hegemónica. Hablando específicamente de Latinoamérica, existe un inventario demasiado reducido de exportaciones a nivel de creaciones culturales. La causa: el canibalismo que nos ha sometido. Solo tragamos y no creamos. Y si lo hacemos son (con importantes excepciones) vulgares imitaciones del otro.
Pero para ser capaces de crear debemos ser capaces de reconocernos. Fusionando y tomando formas importadas ¿por qué no? Pero conservando lo que nos es propio.
Hablando específicamente de Latinoamérica, existe un inventario demasiado reducido de exportaciones a nivel de creaciones culturales. La causa: el canibalismo que nos ha sometido. Solo tragamos y no creamos.
Ahora bien, habría que tener en cuenta el riesgo existente en el ejercicio de la antropofagia si llegara a perderse el horizonte de lo que significa apropiarse de algo ajeno para convertirlo en propio. En este proceso de hibridación que significa la antropofagia no puede faltar el espíritu crítico. De ser así podríamos caer en aquello que Jameson llamó el pastiche, característico de la creación posmoderna. Una hibridación descuidada y acrítica, despolitizada, en la que se mezcla todo con todo sin un criterio específico de filtración, sin el ejercicio verdadero de la antropofagia; sin una preocupación por lo tradicional más que a nivel nostálgico, sintomático del la idea del fin de la historia, del posmodernismo, del “historicismo, o sea, la canibalización al azar de todos los estilos del pasado”.
Es una reflexión tal vez obvia pero necesaria, el que incluso la antropofagia debe ser algo propio y no impuesto. Quien está encargado de seleccionar lo que va a ser devorado es el propio antropófago, y ese es uno de los problemas que existen hoy en día con la libertad. ¿Quién elige lo que vemos? Sin duda alguna aquello que trasciende a los contenidos, igual que a los metarrelatos, está supeditado a un orden social de dominación y debemos ser capaces de antropofagar incluso esa ideología que subyace lo aparente.
Sin embargo, no parece insensato preguntarse si la antropofagia no será un proceso demasiado racional como para ser llevado a cabo masivamente. Tal vez el hombre haya demostrado ser muy hedonista, muy caníbal como para poder concienciar un proceso tan trascendente. ¿Pero será toda la humanidad en su conjunto o la civilización occidental la que sufre de este cáncer? ¿No será más bien que ese hedonismo ha sido inculcado por la hegemonía capitalista? Ahora que la transculturación ha alcanzado tal profundidad, que la memoria colectiva se ha perdido en el inconsciente; ahora que el cordón umbilical que nos unía a la madre tierra, a la armonía con el cosmos ha sido cortado de raíz, ¿podrá la vacuna antropofágica surtir algún efecto? Quizás no sea una solución pero sirva simplemente como una forma de enfrentar el cáncer.
Paola Pascarelli (Caracas, 1989) es socióloga. Tiene un posgrado en Diseño Comunicacional por la Universidad de Buenos Aires (UBA).