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Para locas y maleducadas como yo, con amor

El acoso callejero contra la mujer es un rasgo extendido en las sociedades latinoamericanas. En Ecuador, las estadísticas dan cuenta de una tara histórica, de un mal arraigado en la psiquis de una sociedad machista e hipócrita. Pero más grave aún es reconocer cuán naturalizada está esta práctica tanto en hombres como en mujeres debido al miedo, a la costumbre, a la comodidad o a la ignorancia. Este relato de Yalilé Loaiza, en código irónico, revela el abismo que existe entre los discursos y las prácticas cotidianas.

Por Yalilé Loaiza / @yali_loaiza

Hace un par de días pasé delante de un edificio en construcción y escuché varios “fiu, fiu”. Alguno gritó: “¡Ahí pasa mi mujer!” y otro: “Si cocinas como caminas… uyy”. No regresé a ver a ninguno y continué. ¡Qué lástima! Quizás entre ellos estaba el ‘príncipe azul’. Claro, yo, maleducada, pasé de largo y no agradecí. Cuán mal se habrán sentido esos ‘caballeros’ que ‘halagaban’ mi manera de caminar…

Asimismo, un día que iba hacia mi casa, pasé junto a un hombre bien vestido, con pinta de ejecutivo que me miró y, una vez que estuve delante, no me quitó los ojos de encima. Sentía su mirada clavada en mí. De seguro, como los hombres de la escena anterior, estaba sorprendido por mi caminar. Sin embargo, en lugar de sentirme complacida, decidí marcharme. Yo y mi falta de cortesía…

Meses atrás, subí a un bus de transporte público. No había asientos disponibles y todos íbamos como sardinas en lata. El hombre que iba junto a mí deslizó su mano por mi cadera, hacia abajo. Yo di un salto y me separé. ¡Tonta, yo! Seguramente necesitaba algún lugar de donde ‘agarrarse’ para no perder el equilibrio. Nuevamente fui incapaz de ser más considerada y de servir de pilar para ese ‘pobre hombre’…

El acoso callejero consiste en cualquier acción o comentario irrespetuoso o denigrante en lugares públicos: miradas, palabras o gestos, acercamientos intimidantes, miradas lascivas, fotografías sin consentimiento, agarrones, presión de genitales sobre el cuerpo, exhibicionismo (desnudez parcial o total y masturbación pública), persecución, etcétera.

No puedo imaginarme cómo mis acciones pudieron hacer que esos hombres se sintieran humillados al recibir una evasiva de mi parte. Espero no haberles causado algún trauma mayor. Imagínense, ya se traen a esas feministas como loras repitiéndoles que el halago, la mirada y el tacto en público a una mujer, sin que esta lo consienta, se llama acoso callejero.

Pero, probablemente yo debería hacer lo mismo. Si veo a algún hombre que despierte algo en mí, ¿por qué no he de halagarle, mirarle o tocarle? Hmmm… No sería tan buena idea. No se vería decoroso que una dama se atreva a invadir la burbuja individual de ese caballero que, sin lugar a dudas, estará ocupado en sus labores. Y, ¿se imaginan si es casado? ¡Ni Dios quiera que yo vaya por la calle y le insinúe algo a un hombre que está bajo sagrado matrimonio! ¿Qué pasaría si él intentara denunciar aquel acoso callejero? Probablemente yo sería una loca más, y me uniría a las 47 ‘maleducadas’ que hasta enero del 2015 denunciaron sus casos ante la Fiscalía...

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De esos 47 casos, tan solo dos han recibido un seguimiento. ¿Para qué la Ley Contra la Violencia a la Mujer y a la Familia? ¿Para qué tenemos a ONU Mujeres en Ecuador? ¿Para qué los convenios, campañas y encuestas, si al parecer solo hay dos soluciones: o no salir o ser más corteses? ¿Todo porque debemos dejar que los hombres vivan y hagan lo que su naturaleza les pide hacer porque, al fin y al cabo, ‘no somos nada sin ellos’?

Seis de cada diez mujeres hemos vivido casos de acoso callejero como estos, según el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Todas nosotras somos una tarea de maleducadas que no sabemos agradecer un ‘halago’ ni complacer una ‘mirada’ o un roce sin ninguna mala intención.

Aparentemente, que yo estudie y aspire a ser una profesional es solo un capricho mío dado que, en un momento determinado, no podré ser nada si no tengo a un hombre a mi lado. ¡Ojalá y no se me pase el tren! ¿Quién más me podría dar lo que necesito si son esos hombres quienes constituyen la fuerza productiva del país? La respuesta podría ser “Yo”, pero tal vez resulte egocéntrica y caprichosa, nada decorosa.

Esa parte de la sociedad que solo vela por aquellos ‘caballeros’ nos pide, mujeres, que pongamos en práctica nuestro decoro y nuestra cortesía. Nos preguntan: ¿por qué evadir a quienes nos ‘halagan’?, y nos dicen que es hora de que nos quitemos la idea de que denunciar está bien.

Pero, no sé ustedes, yo me conozco, conozco a muchas más e incluso a algunos más que nos apoyarán cuando dejemos el miedo al qué dirán y decidamos denunciar y gritar a viva voz que ¡no queremos permitir que nos piropeen o nos toquen por la calle! Acudiremos por ayuda si nos vemos vulneradas, cumpliremos nuestras metas, reafirmaremos cada día que somos independientes y seguiremos siendo maleducadas y locas, y más aún si de eso depende nuestra integridad y nuestra libertad.  

2 COMENTARIOS

  1. Señorita Loayza, estoy completamente de acuerdo con sus comentarios, tanto que en los últimos años me he dedicado a trabajar en la «defensa de la mujer». Así como suena. En charlas, publicaciones, talleres, he intentado convencer al hombre, particularmente al «hombre macho» que lo único, absolutamente lo único en lo que el hombre es superior a la mujer es en la fuerza, ¡nada mas!.
    En inteligencia, en capacidad creativa, en superioridad al dolor físico, en trabajo, sentimientos, etc., et., la mujer va mucho más adelante que nosotros los hombres.
    ¿Por qué entonces la agresión a la mujer? Por muchas razones, una de ellas, la acabo de mencionar, es el «machismo» ancestral que desborda los instintos masculinos hasta el extremo de considerar al género femenino como un «objeto». Es tan estúpido que no recuerda que su madre, sus hermanas, su esposa, sus hijas, son seres amados y dignos de respeto. Qué pena lo de del hombre pero también qué pena lo de la mujer, ¿porqué de ella? Porque por siglos ha permitido el acoso, el mal trato, la infamia ha que sido sometida durante casi toda la historia. Pero su actitud puede cambiar. Nosotros podemos ayudarla. Fuertísimo abrazo y la consideración más sincera a todas las mujeres que han sufrido malos tratos y agresiones masculinas.

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