Por Xipali Santillán / xipali@wordpress.com
18:00
Salimos desde Carcelén. Tomamos un bus que casi choca con otro al disputarse pasajeros. ¿Por qué no aprenden a manejar?, me pregunta el hijo menor. No sé responder. En la estación, hacemos fila, nos abrazamos para llegar hasta la puerta, empujados por la marea de gente. Damos con un par de asientos.
Las oficinas, los colegios y los locales comerciales se vacían, al tiempo que obreros, estudiantes y empleados colman las estaciones del trolebús. El hijo elige la ventana. Aquí no te golpean, me dice, y se encierra en sus audífonos. Al poco tiempo, una pestilencia anuncia que pasamos La Ofelia y las montañas de basura del antes y el después de la feria libre. Frente a nosotros, un joven cede el asiento a una señora de poncho de rombos, ella cierra los ojos casi de inmediato. A su derecha, una mujer lleva una carpeta y una calculadora, repasa sus cálculos. Al otro costado de la mujer del poncho de rombos está Eloísa. Cubana. Llegó a Quito el 25 de alguno de los últimos meses. Tengo suerte, mucha suerte, dice Eloísa, y deja su cartera sobre mis piernas. Estoy cansada –continúa–, reparto publicidad de diez de la mañana a cinco de la tarde, por quince pesos, y un descanso para el almuerzo. Supongo que quiere decir dólares, pero no ha perdido el hábito de hablar de dinero como si hablara de la moneda de su país. Le cedo mi asiento, se deja caer. Hay cubanos que trabajan más horas al día por diez pesos –dice–, tengo suerte. Nos despedimos. La multitud ha salido a la calle con la cara recién lavada. Algunos duermen con la cabeza apoyada a la ventana, otros bromean con los suyos. Ha sido una larga jornada.
19:00
En la parada del Colegio San Gabriel, damos el encuentro al hijo mayor. Bajamos por la calle Rumipamba hasta la avenida República. Ya desde allí se escuchan las arengas gobiernistas: ¡Nosotros trabajamos… nosotros no heredamos! Sobre el pasto del parque La Carolina, alguien ha instalado aparatos de sonido. Oímos un Ayer por la Nutella, hoy lloran por la herencia. El hijo mayor me toma del brazo para mostrarme una fila de policías organizándose en medio de la oscuridad: le recuerdan una escena de la película Divergente. Dos policías jovencísimos saltan entre risas al ritmo de ¡El que no salta es pelucón!, otra de las consignas de los grupos que respaldan al oficialismo. Al fondo, se escucha la voz grabada del presidente Rafael Correa: ¡Yo ya no soy yo, soy todo pueblo!
19:20
Las arengas gobiernistas son una retahíla de frases. El volumen del sonido es inclemente. ¿Cómo lo soportan los vecinos? ¿Y el alcalde? Ya en las cercanías, el ruido impide que podamos conversar entre nosotros. Nos dirigimos a la parte sur de la tribuna de la avenida de los Shyris. La cantidad de policías parece duplicar a la de gobiernistas. Pero, los pocos manifestantes se dirigen hacia el sur…
Pregunto…
Una mujer nos informa: Vamos a dejarles que hablen solos a estos mudos, estamos en la esquina de la Shyris y Eloy Alfaro.
19:30
El plantón que caracterizó a los días precedentes se convierte así en una marcha. Nosotros nos sumamos, al final de la multitud. Nos vemos ya absorbidos por ella y avanzamos a su ritmo. A simple vista no se alcanza a divisar a los que van primeros. Algunos vendedores nos ofrecen pitos, banderas negras, nos piden avanzar. En la plaza República de Argentina, nos es posible dimensionar el panorama: ante nosotros, el largo hilo de gente manifestándose cubre todo nuestro campo visual. Familias enteras, parejas, grupos de amigos, muchos vestidos de negro, otros con uniformes de trabajo, caminan sobre la Diego de Almagro con sus banderas negras en lo alto. El ritmo baja cuando los manifestantes pasan frente a la fachada de la Agencia de Regulación y Control de las Telecomunicaciones. Es una breve parada de bocinazos.
19:45
La multitud dobla en la avenida República. Al fondo, los Pichinchas –esos colosos montañosos que decoran la ciudad– custodian una noche templada, fresca. En los bajos de algunos edificios los vecinos se suman al ¡Fuera Correa!
20:00
En el cruce de las avenidas República y Eloy Alfaro, una anciana resbala. Cae bajo el semáforo, a los pies de las motocicletas de la policia. Ningún servicio médico acompaña a la manifestación. Una familia y otra mujer, de pelo cano, que la acompaña, se encargan de atender a la anciana que resbaló y cayó. Se toman del brazo y siguen con la marcha, ella cojea
Al llegar a la avenida Amazonas, otra mujer, de unos setenta años, quizás, llama nuestra atención. Le ayudamos a mover su maleta y su megáfono, pero ella, con gentileza, nos comunica que está bien, que puede sola.
La marcha avanza hasta la avenida Naciones Unidas. Nosotros preferimos separarnos de la manifestación por un momento. Queremos atravesar el parque y presenciar lo que está ocurriendo con los manifestantes del lado gobiernista…
Han renunciado a la amplificación descomunal que usaron una hora antes. Ahora, el volumen es tolerable. Los correístas acorralados pueden entrar, pero no salir del corral. Los que están afuera no pueden entrar a su espacio, ni siquiera para utilizar las baterías sanitarias ni el agua.
¡Yo ya no soy yo, soy todo pueblo!, se oía de nuevo. A mi mente acude la frase El Estado soy yo, atribuida a Luis XIV, monarca de Francia entre los siglos XVII y XVIII y recordado como el Rey Sol. Con ese recuerdo, también evoco el libro El pueblo soy yo (1976), de Pedro Jorge Vera, y que relata la radiografía de un líder populista ecuatoriano. Pienso en que ese libro lo leímos en la escuela, y entonces caigo en la marca que ha dejado esa obra en mí, décadas después.
20:20
Los hijos están cansados. Improvisamos una cena allí mismo. El asambleísta del movimiento gobiernista Virgilio Hernández corta un video con el que se pretendía –y no se lograba– explicar las medidas relacionadas con la ley de herencias. El ruido de las bocinas interrumpe sus palabras. Este gobierno de … sector … estos que nacieron en cuna de oro … dueños de los medios de comunicación … buscando derrotarnos … Nosotros somos más.
¡Somos más policías! es la frase que se le escapa al vigilante que está frente a mí. A lo lejos, sobre la Shyris, se acerca ya la marcha opsitora. Hernández continúa: Cuidadito algunos hacen San Viernes… luego nos vengan a filmar, a publicar y a distorsionar nuestra resistencia… vienen a cercarnos… no tememos a ningún burgués.
¡Pero, si los gobierna un burgués!, grita el hijo mayor, y yo me pregunto a qué rato aprendió esas cosas.
20:40
Ya no hay drones peinando cabezas ni periodistas pegados a nuestras caras ni manifestantes insultando a los correístas recogidos tras el cerco. El plantón se convertido en una marcha de familias, parejas, amigos, desde niños hasta ancianos, vestidos de negro, embanderados de luto. Manifestantes opositores y correístas se encuentran en la intersección de las avenidas De los Shyris y Portugal. Esta vez, los policías crean cercos más fuertes y distantes entre sí. Reconozco a una burócrata embanderada de negro cuando pasa junto a nosotros. Nos guiña el ojo.
21:00
Los opositores han optado por alejarse de los correístas en lugar de combatir contra el griterío de parlantes que exageran de nuevo la postura oficialista. Entre los marchantes y a ambos lados de las calles, muchachos y señoras golpean cacerolas. Varias familias tomadas de los brazos caminan como rondadores humanos sobre el asfalto. Jóvenes y adultos embanderados de negro defienden consignas a ratos poéticas, a ratos sarcásticas.
Nos ha estremecido ver a una señora mayor caer, incorporarse y seguir. Vimos a Bobby, un perrito que se enfrentaba a los policías con su chaleco, en el que se leía: No más cadenas. Tantas manifestaciones a día seguido debieron desgastar los ánimos –habríamos creído–, pero este no ha sido el caso.
Dentro del cerco pude ver a un activista social al que respeto y al que no me pude acercar ni a saludar. Somos dos amigos de antaño a quienes les ha sido prohibido acercarse para darse la mano, como hace tiempo.
22:00
Estamos en casa. Los niños se preparan para dormir. Me quedo frente al computador. Siento que escribo una carta para un amigo.