Por María del Pilar Cobo González / @palabrasyhechos
Para empezar les contaré quién soy: tengo 36 años, dos maestrías, trabajo por mi cuenta la mayoría del tiempo, me encanta viajar, comer, leer, comprarme ropa, escribir, ir al cine. En fin, soy una mujer como cualquier otra, soltera, sin hijos ni mascotas, solo con algunas plantas (todas con flores rojas) a las que riego una vez a la semana. Vivo sola desde hace 10 años, he tenido temporadas intermitentes de ‘amancebamiento’, pero nada que pueda impedirme hablar de una década de independencia, y de consolidación de una feliz familia unipersonal. Y conozco a muchas mujeres como yo, más o menos felices que yo, más o menos mayores, pero en la misma situación: mujeres independientes que no ven al hecho de formar una familia como el final feliz y espectacular de la vida. De hecho, no pensamos en el final de la vida; las esperanzas, los planes y los sueños no empezaron a tambalear a los treinta y la cercanía inminente de una nueva década tampoco es el ‘cuco’. Siempre habrá planes, lugares que conocer, gente que ver, tanto que hacer. Quizá ese sea el perfil de estas mujeres contemporáneas que a veces llamamos la atención como bichos raros.
Los encantos de pertenecer a familias unipersonales, que viven en repúblicas independientes y con voces propias, son definitivamente muchos. Cuando pasas los treinta te ha pasado casi todo en la vida: has viajado, has estudiado, te has demostrado que puedes valerte-por-ti-misma, te has dado de bruces contra el piso, has comprobado que del suelo no pasas, has llorado, te has reído hasta las lágrimas, sabes lo que quieres y lo que no, en fin… Aparte, es encantador poder hacer lo que te dé la gana: puedes quedarte los findes en la cama comiendo un litro de helado mientras ves televisión; no tienes que consultar con nadie si quieres irte de viaje; no hace falta conversar sobre el presupuesto familiar porque tu familia unipersonal siempre estará de acuerdo…
Esta historia no estará llena de glamour, noches locas y hombres intermitentes pasando por mi cama. No, para eso vean Sex and the city. Esta es la historia de una mujer normal, absolutamente normal, que solo debe cargar con la ‘anormalidad’ impuesta (y no asumida) de no casarse todavía ni tener hijos. Con la anormalidad que ella misma no siente cuando se mira al espejo ni cuando se despierta en el encantador nido de su familia unipersonal todos los días. Es una anormalidad que de una u otra forma la sociedad mojigata que te rodea te va dando, porque no es ‘normal’ tener 36 y estar soltera ni tener hijos (me pudre que cada vez que alguien me ve me pregunte si no me he casado todavía o si tengo hijos, y ante la respuesta negativa me miren como diciendo ‘pobrecita, ya llegará’, y me pudre también que ese verbo de mierda siempre tenga que conjugarse en futuro).
No quiero caer en la moreliada ni en los clichés de la mujer soltera, más bien voy a intentar hablar sobre los argumentos que corroboran que soy una mujer normal (y al hablar de mí no solo hablo de mí, sino de tantas amigas mías y amigas de mis amigas igual de normales que yo, y para ellas van estos diez puntos).
- Estar soltera no es una lacra. Si estoy soltera y tengo 36 años no es porque esté mutilada, sea incompleta, loca o algo ande mal en mí. Si estoy soltera es porque de pronto la opción del matrimonio o de los hijos no es lo mío. Hace 10 años estuve a punto de casarme con un whatever. Hace tres casito me caso con un mantenido. El matrimonio ha estado alguna vez en mi bucket list, pero siempre he visto la luz al final del túnel. Y por haber renunciado a dos malas opciones, aunque haya brillado muy cerca de mi anular izquierdo un anillo con su diamante, no soy una triste mujer mutilada y soberbia que anda por el mundo dándose de latigazos por no haber aceptado ‘aunque sea’ lo que la vida me dio.
- Llegar se conjuga en futuro. Ya lo dije antes: me pudre que las amigas casadas, las tías y hasta mi sobrino me digan ‘ya llegará’, embueneciéndose cuando me miran, dando ternura a sus palabras para que me sienta mejor, aliviada, esperanzada. De hecho, lo único que de verdad quiero que llegue es el boleto ganador del Pozo Millonario. Parece que cuando te juran y te rejuran que llegará el hombre maravilloso que llenará el vacío que arrastras por el mundo te están dando una esperanza de vida, pero nada que ver. Es muy triste pensar que nada, absolutamente nada de lo que has vivido tendrá sentido solo cuando encuentres a alguien. La esperanza está en la vida misma (espero no estar plagiando a Deepak Chopra), y la esperanza no se restringe a tener una pareja o a ser madre, o a un ‘matrimonio’ con tu carrera. Creo que lo bueno de ser una mujer soltera de esta edad es que el futuro es amplísimo, tan amplio que cada vez te sorprende con un nuevo reto.
- Tu economía no es un desastre. Ser una mujer soltera e independiente de 36 años no equivale a decir que te gastas toda tu plata en farras, restaurantes caros, spas y ropa (otra vez, el estereotipo de Carrie Bradshaw: ya quisiera yo que mi humilde columna de los domingos me dé para vivir como diva, aunque mejor no, qué pereza). La vida para los solteros es mucho más cara: no compartes los arriendo o el pago de la hipoteca; vacacionar solo siempre es más caro que ir en pareja o en grupo; el pago de los servicios solo se divide entre el número primo uno; si compras comida en grandes cantidades (que sale más barato) se te pudre en la refri, en fin. Con tu economía debes ser extremadamente cuidadosa porque no puede faltarte planificación para las cosas importantes e imprevistas. Eso no quiere decir que soy la viejecita que no tenía nadita que comer, no, al fin y al cabo trabajas (y duro), y tienes todo el derecho del mundo a darte tus lujos si es que puedes; al fin y al cabo, hay ‘lujos’ como viajar que para mí, al menos, son uno de los motores más importantes de la vida.
- Responsabilidad ante todo. Cuando vives sola debes ser muy responsable de todo lo que haces. Repito, la vida no es como Sex and the City, no es tan simple traer a tu casa al primer hombre guapo que encuentras en el bar (empezando porque en los bares de Quito casi nunca ves hombres guapos) ni quedarte a dormir donde cualquiera. Tal vez en mis veintes, cuando fui temeraria y mi ángel de la guarda hacía horas extras, la cuestión era más simple, pero ahora no. No dejas que cualquiera entre a tu reino, porque has construido tu reino (con muros y dragones, si te da la gana) para tener un lugar donde estar, y también porque eres más consciente del peligro y del peso de las malas decisiones. Pero, claro, si bajo tu responsabilidad quieres agarrarte al primero que encuentras, estás en tu derecho y nadie te jode.
- Conservas tu esencia. Hace un mes me encontré con una amiga muy querida. Ella fue, hace mucho tiempo, mi compañera de aventuras por los bares de Quito (y tantas veces la cagamos), pero ahora solo es mamá. Al menos eso es lo único que le enorgullece, no haber sacado un doctorado ni haber logrado valerse por sí misma ni viajar por el mundo; no, nada de eso, que también es su esencia, está vigente en ella. Sé que dirán que porque no soy mamá no entiendo lo que es eso, y que alguien no es ‘solo’ mamá, porque es todo en la vida, y hay que esforzarse mucho para que todo funcione. Es cierto, y no invalido su opción. Pues bien, entonces yo no tengo que ser para sus ojos ‘solo’ soltera. Ser soltera, mamá, lesbiana, heterosexual, profesora, cosmetóloga, negra, blanca son solo circunstancias de tu vida, circunstancias que van configurando tu esencia. Aparte del tema pareja e hijos, hay muchos otros temas que deben formar parte de tu vida. ¿Qué hay de tu carrera, tus viajes, tus planes, tu vida? Lo bueno de estar en este plan a mis 36 años es que sé cuál es mi esencia (o al menos la busco), y estoy feliz por ir descubriendo nuevas circunstancias que me van configurando como mujer única y feliz.
- Tu vida y tu tiempo también son importantes. No por ser soltera tu vida es menos importante que la de las mujeres que tienen que cuidar a sus hijos o a su marido. El que no tengas esas ‘responsabilidades’ no quiere decir que te puedes quedar más tiempo en el trabajo, hacer turnos en horas imposibles, llevar tareas a la casa, cuidar tú sola de tus padres (aunque tengas más hermanos que también fueron criados por ellos), ser el chofer de tus sobrinos o sacrificar tu tiempo (‘al fin y al cabo no haces nada’, te dicen). Cuando vives sola también tienes tus rutinas importantes, horarios que cumplir y responsabilidades, aunque esas responsabilidades sean solo poner agua a las plantas, asistir a la clase de yoga o sacar a pasear al perro.
- ¿Quiero tener pareja? ¿Quiero tener hijos? Sí, pero… ¿Qué pasa si no los tengo? ¿Me suicido? ¿Me convierto en conejillo de Indias para la ciencia? ¿Me recluyo en un convento? ¿Me dedico a obras de caridad? ¿Me inscribo en clubes de libro o en grupos de citas a ciegas? ¿Me meto con el primer tipo que me caliente las orejas porque ‘el tren se me va’? La vida no es blanco o negro, claro que quiero tener un compañero y que he fantaseado alguna vez con el vestido blanco y el vivamos felices para siempre. Pero ahora sé, después de tantas relaciones de mierda y de conocer a dos o tres ‘amores de mi vida’, que la pareja no sirve para dividirte sino para potenciarte. Lo lindo de tener esta edad es que sabes que hay tiempo para todo y que la vida no va a ser menos bonita porque vas sola al cine, o de viaje o a pasear. El futuro sigue siendo futuro porque no sé lo que me va a traer, y eso es excitante. No tengo que planificar quedarme en la burbuja, y comprar el carro, la casa, ahorrar para la educación de mis hijos, porque el mundo es mucho más grande que eso. Todavía tienes tiempo para conocer el mundo, hacer las cosas que siempre has querido, aunque a veces te sorprendas escuchando el tictac de tu reloj biológico. Y, además, tienes a tus amigos, esas otra familias unipersonales con las que puedes compartir un tramo del camino.
- La maternidad no es dar a luz a un hijo. Otra cosa importante es que no solo te vuelve madre el hecho de llevar a un hijo en el vientre nueve meses, sino que te vuelve madre el hecho de pensar en un futuro mejor para las nuevas generaciones. Ser soltera y no ser mamá quizá me ha ampliado el horizonte para pensar en las nuevas generaciones, así globalmente, y no solo en el bienestar de ‘mi hijo’. Conozco mujeres increíbles que han llevado adelante proyectos para mejorar la vida del resto y que no tienen idea de cómo cambiar un pañal (ni quieren hacerlo). De hecho, creo que su ejemplo servirá muy bien para todas esas hijas que vienen, para que se den cuenta de que la vida no se restringe a tener una pareja e hijos.
- Nadie te jode. Pienso en todas esas mujeres ‘bien casadas’ a las que sus mariditos les hacen un favor inmenso al obligarles a estar a dieta porque, ¡horror de horrores!, ‘se han dejado engordar’. O en tipos de mierda que no les dejan ver a sus familias ni salir con sus amigas, ni ser ellas mismas. Y a mujeres que se dejan. Pienso en mí y en mis malas decisiones. Pienso en todos los ‘príncipes’ que he visto convertirse en sapos horribles. Y pienso que, aunque suene a cliché, es mucho mejor estar sola que metida sin salida en un maldito círculo vicioso. Nadie me jode, llego a la casa a la hora que me da la gana, como lo que me apetece, paso en pijama un sábado completito sin tener la obligación de visitar a la suegra, combino rayas con círculos si quiero, puedo pasar horas ‘chismeando’ con mis amigas sin que suene el teléfonopreguntando si voy, en fin.
- Me amo. Aunque también suene a cliché, la mejor relación que una puede tener es con una misma. Al fin y al cabo eres la única persona a la que vas a ver todos los días de tu vida, y si no te amas te cagaste. Es lindo disfrutar de los momentos de soledad que la vida te regala, de que nadie te joda. Es lindo eso de liberarte de temores pendejos como el que el tipo con el que sales te ‘deje’ por una man más linda o más joven, porque sabes lo que vales. Tu familia unipersonal, tu reino, tu vida (sea lo que sea, con altibajos y malditos síndromes premenstruales) es algo que debes disfrutar y defender cada segundo.
Como ven, soy una mujer totalmente normal. Tener 36 años, ser soltera y vivir sola no me convierte en pieza de circo, como la mujer barbuda o un gato bonsái. Tampoco quiero desmerecer las opciones de otras mujeres que no están en mi situación, sino validar y legitimar el hecho de que lo que nos convierte en seres únicos no es tu estado del Facebook o de la cédula, ni las caras regordetas de tus hijos pegadas en el muro, sino tu esencia, lo que te hace feliz, lo que llevas dentro.
Muy buenos argumentos. soy del club de las solteras después del divorcio… que al final llegas a lo mismo… Gracias, exelente texto!
Bienvenido a la República independiente de tu casa… Ikea.
Estoy de acuerdo, sólo quizás dejar a las bien – mal casadas también hacer lo que les apetezca defendiendo su libertad de decisión con la misma vehemencia con la que defiendes la tuya.