Por Iván Brehaut, Victoria Carlos y Alex Rivero*
Una organización religiosa peruana es protagonista de uno de los mayores procesos de migración, colonización y deforestación en el Perú, como se ha registrado en reportajes anteriores.
Los Israelitas del Nuevo Pacto Universal son, además de llamativos por su vestimenta a la usanza bíblica, uno de los grupos religiosos vinculados con la destrucción del bosque amazónico y el narcotráfico. Sus congregados se han movilizado desde la costa y sierra peruana a las fronteras del país con Brasil, Colombia y Bolivia, deforestando desde los años 1960 decenas de miles de hectáreas. Reportajes publicados en GK, La Mula y otros medios dan cuenta de esta extensa deforestación. En muchos de esos territorios prosperan hasta hoy los sembríos de coca. A pesar de ello, no se había demostrado su participación más allá del rol de simples agricultores cocaleros. Por lo menos hasta ahora.
“Nuestro señor y profeta Ezequiel Ataucusi Gamonal nos ha pedido venir a estas tierras y esperar lo anunciado. En sueños nos habla, nos guía. Él fue nuestra fortaleza cuando recién llegamos. Por él nos quedamos a producir la tierra, esperando la gran hambruna que ya va llegar…”, dice la señora Agustina, quien vive en Islandia, capital del distrito de Yavarí, provincia de Mariscal Castilla, en Loreto, el departamento más extenso del Perú.
Con su cabello oculto detrás de un velo, viste un faldón que llega a sus tobillos, y mientras habla se abanica para soportar el intenso calor amazónico. Nacida en Cusco, en la sierra sur del Perú, observa, desde la vereda de su casa, el río Yavarí mientras este discurre a encontrarse con el enorme Amazonas. Ya son casi 40 años desde que inició su camino a esta frontera.
Agustina y centenares de migrantes que forman parte del movimiento religioso fundado por Ataucusi en los años cincuenta siguieron el mandato de su líder de prepararse para la gran sequía y la hambruna consecuente, que marcaría el inicio del fin para los impíos. Antes de ese momento había que aislarse del mundo, en las tierras selváticas y especialmente en las zonas fronterizas. La idea de asentarse en las fronteras también viene del mandato de Ataucusi de llevar “la palabra” a los cuatro confines de la tierra, es decir, llevar el movimiento más allá del país. Por ello, el movimiento tiene fieles en varios países como Colombia, donde se ha instalado una comunidad activa en la misma Bogotá.
Luego de un largo proceso iniciado en los años 1960, los Israelitas del Nuevo Pacto Universal, liderados por su profeta, fueron ocupando enormes superficies que pasaron de ser bosques amazónicos a campos de cultivo y pasturas. Agotadas las tierras, migraron hacia zonas más aisladas, dejando tras de sí tierras sin bosques y casi siempre improductivas.
En 1990, de la mano de Ataucusi, estos israelitas se asentaron en Alto Monte de Israel, en el distrito de San Pablo, provincia de Mariscal Castilla. Mientras viajamos en un bote, don Emilio, quien migró hace 50 años a Islandia, cuenta que los israelitas empezaron a llegar en 1996. Recuerda que “arribaban familias enteras en botecitos. Como no sabían navegar, ni nadar, muchos de ellos se hundían, muchos de ellos se han ahogado acá en el Yavarí”. Sin embargo, esas fueron limitantes temporales. “Un par de años después, los veías en botes, bien parados. Ya no daban pena. Manejaban bien los botes y ya se habían metido en todos los negocios. Anda, míralos ahora, no les falta plata (dinero). Todo negocio tienen”.
En Caballococha, Santa Rosa e Islandia (poblados peruanos en Loreto) y en Tabatinga, Benjamin Constant y Atalaia do Norte (poblados brasileños en Amazonas), los migrantes israelitas dejaron de ser solo gente vestida como en tiempos bíblicos. Son prósperos comerciantes, transportistas, tienen hoteles, tiendas, ganaderías, restaurantes, ferreterías y cuanto negocio se pueda imaginar en la frontera. Hay calles enteras llenas de sus negocios. Sus embarcaciones llegan a los puertos cargadas de plátanos, yuca y otros productos de sus enormes áreas de cultivo.
Su prosperidad sobresale en un lugar donde la pobreza es moneda corriente. Desde que el Gobierno Regional de Loreto, bajo el mandato de Iván Vásquez, convicto actualmente por corrupción, entre otros delitos, les adjudicó las tierras de Alto Monte en los años 90, la bonanza israelita sólo ha crecido.
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No es secreto que en la triple frontera entre el Perú, Brasil y Colombia, el narcotráfico es una actividad omnipresente y poderosa. Tampoco que los israelitas han sido vinculados a la siembra de la hoja de coca, como lo han reportado diversos medios limeños y regionales.
Lo que no se había demostrado es que tuvieran un rol más importante en la cadena de producción. Sin embargo, la detección de tres pistas de aterrizaje en zonas controladas por miembros de la organización religiosa son parte de la evidencia de un involucramiento mayor en el tráfico ilícito de drogas. Esta detección fue realizada por Carla Limas, especialista en sistemas de información geográfica.
Imágenes de los satélites Sentinel y Planet usadas para este reportaje, provistas por el Rainforest Investigation Network del Pulitzer Center, muestran claramente pistas de aterrizaje clandestinas aledañas a Alto Monte de Israel, capital espiritual de los israelitas y en otras dos áreas más cercanas a la cuenca del río Yavarí, según puede observarse en el mapa elaborado por la especialista. Las imágenes que se incluyen en este informe son explícitas respecto a la existencia de pistas y su ubicación.
“La evidencia que hemos encontrado en todos los sitios donde hay pistas clandestinas es la presencia de zonas de cultivo de coca muy cercanas, a una distancia máxima de 5 kilómetros. Testimonios recogidos de diversas fuentes indican que sí hay pistas y cultivos, la infraestructura de procesamiento, los laboratorios de coca, está muy muy cerca”, indica Rubén Vargas, exministro del Interior, especialista en narcotráfico y crimen organizado y exdirector de la Comisión Nacional para el Desarrollo y Vida sin Drogas (Devida), organismo oficial del gobierno peruano encargado de diseñar y conducir la Estrategia Nacional de Lucha contra las Drogas.
Sin embargo, viajando por la Triple Frontera y el Yavarí, la tensión entre los israelitas e indígenas peruanos y brasileños, así como funcionarios públicos de ambos lados de la frontera, no permite ahondar fácilmente en un tema que resulta demasiado peligroso. Según los funcionarios gubernamentales, de Perú y Brasil, hablar abiertamente de los narcos en esta zona puede costarte la vida y la de tu familia.
Funcionarios de Devida, que trabajan en Mariscal Castilla y prefieren mantener el anonimato, se muestran sorprendidos cuando les mostramos nuestro mapa con las pistas de aterrizaje. “Escuchamos rumores de la existencia de pistas en la zona, pero pensamos que eran solo rumores… o sea, ¿para qué pistas si tienen todo el río Amazonas para movilizarse? Esto nos sorprende, realmente.”
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A la cuenca del Yavarí llegaron los israelitas entre 1995 y 1996. Así se formaron los principales asentamientos de la cuenca: Santa Teresa, Santa Teresa II, Pobre Alegre y Buen Suceso, todas estas en la parte media y baja de la cuenca. A pesar de sus intentos de colonizar las cuencas de los ríos Cayarú y Erené, afluentes del Yavarí en el lado peruano, las comunidades nativas Buen Jardín (del pueblo ticuna), Buena Vista (urarina), Nuevo Jerusalén (ticuna) y Paraíso del Erené (ticuna), los expulsaron. No obstante, los israelitas siguieron remontando el Yavarí, acercándose al territorio del pueblo matsés, muy alejado de la triple frontera, donde se habían asentado 10 años antes. La cuenca alta del Yavarí tiene asentamientos israelitas desde entonces.
“Nosotros venimos de arriba, como dos o tres días en bote”, cuenta una congregada israelita, con un castellano de fuerte acento andino, mientras vende comida en el puerto de Islandia. “Yo no nací acá, pero me siento de esta zona. Ya mis hijos están grandes… chiquitos los hemos traído con mi esposo. Él ya murió y mis hijos están en la chacra. Ahí producen como nos ha enseñado el profeta Ataucusi. A mi hija no más no le ha gustado la chacra y ha preferido otra vida. Se ha ido a la costa… Mucho se sufre en la ciudad, acá estamos tranquilos”, detalla.
Según un funcionario de la Gerencia de Desarrollo Económico de la Municipalidad del Yavarí, los israelitas son cerrados: “No te aceptan si no les conviene hablar contigo, si no pueden sacar un provecho de la relación. La mayoría de ellos están metidos en la coca. Ese es su verdadero negocio. No son santitos como dicen. Cuando chapan [atrapan] a alguno, salen sus pastores a decir que es una oveja descarriada… falso es eso. La mayoría está en la cochinada”. Efectivamente, evidencia mostrada en un reportaje anterior muestra con claridad la persistente vinculación entre la principal colonia israelita y el cultivo de la coca.
Las palabras fuertes del funcionario se basan en hechos concretos. Los israelitas no aceptan la presencia de funcionarios del gobierno, de ningún nivel, en sus terrenos y colonias. El personal de salud, de educación, incluso los funcionarios municipales entrevistados no pueden ingresar a sus asentamientos. Solo la Policía, y casi a la fuerza, ha ingresado a sus asentamientos para justamente hacer labores de erradicación de coca. Hace unos meses funcionarios del Instituto Nacional de Estadística e Informática (INEI), desarrollaron un censo distrital con apoyo del municipio; sin embargo, a los jóvenes encargados del trabajo en campo se les ha prohibido comentar cualquier detalle de lo observado.
Los mapas obtenidos para este reportaje dan cuenta de la extensión de cultivos de coca identificada y erradicada por el Proyecto especial de Control y Reducción del Cultivo de la Coca en el Alto Huallaga (CORAH). La cifras totales de cultivos de coca erradicados entre el 2014 y el 2021 superan las 23,000 hectáreas, de las cuales al menos el 40% se superpone con los terrenos ocupados por los israelitas de la provincia de Mariscal Ramón Castilla, especialmente en Alto Monte de Israel. La persistencia de las colonias israelitas en el cultivo de coca es también evidente. La zona ha tenido erradicaciones continuas durante años y la resiembra de coca se ha mantenido. La coca es una fuente de ingresos casi imposible de igualar y difícil de sustituir.
“Los israelitas no quieren que ningún extraño ingrese a su zona. Ellos pagan sus médicos, sus profesores, y todo se controla desde Alto Monte (de Israel). Ellos desde allá controlan todo lo que pasa en el Yavarí”, señala enfáticamente un funcionario municipal. Olver, residente en una de las colonias del Yavarí, corroboró esta afirmación: “Nosotros, con nuestra fe, vemos nuestra educación que no es cualquiera cosa, es algo de acuerdo a las enseñanzas de nuestro maestro Ezequiel Ataucusi Gamonal. Él ha dejado enseñanzas que no dan en los colegios. Por eso preparamos a nuestros niños y jóvenes para servir al Señor y su palabra”.
El lado brasileño
Manoel Chorimpa, miembro de la Unión de los Pueblos Indígenas del Valle de Javari (Univaja), organización indígena brasileña que representa a los pueblos de la cuenca del Yavarí en ese lado de la frontera, sabe de los efectos de la migración de los israelitas. Según él y otros miembros de la organización indígena, los israelitas se mueven hacia territorio brasileño para sacar madera, cazar y pescar, pero también para reclutar jóvenes indígenas para que actúen como obreros de las plantaciones de coca. “Llevan a los jóvenes, no les importa su edad, quieren que vayan para las cosechas”, indica uno de los miembros de la organización.
Un funcionario de la oficina de la Fundación Nacional de Pueblos Indígenas (Funai) en Atalaia do Norte, capital del Javarí brasileño, cuenta cómo se establecieron los israelitas en esa pequeña ciudad. “Hace unos 10 años empezaron a asentarse acá. Al inicio, se les veía humildes, con casas pequeñas, precarias. Pero en poco tiempo empezaron a hacer grandes construcciones, cosas imposibles para los agricultores locales. Acá los materiales de construcción son caros, así no más no se puede construir. Luego empezaron a poner negocios, algunos de ellos grandes. Un agricultor brasileño tiene años trabajando y apenas levanta su casa. Ellos llegaron y en 3 o 4 años ya tienen grandes construcciones. No hay ninguna explicación para eso más que el negocio de las drogas. Esos israelitas venían de la parte del medio Yavarí, del lado peruano, de las colonias que tienen allí y que sabemos están metidas en el negocio de la droga… Ahora esas familias tienen nacionalidad brasileña, pero son de origen peruano. Compran grandes terrenos, arman negocios, pero todos sabemos que la plata viene de la droga… La única explicación que podemos tener es que o están en el tráfico directamente o en el lavado de dinero”.
En efecto, desde el 2012, medios brasileños dieron cuenta de los cultivos de coca en la triple frontera, señalando de acuerdo con fuentes policiales que desde el 2007 se sabía que miembros del movimiento religioso eran los principales proveedores de hoja de coca y sus derivados para los traficantes brasileños. Ante los medios, como O Globo o A Critica, los israelitas indican que la gente comprometida en el narcotráfico “ya no son israelitas”, son “ovejas descarriadas”. El discurso de los últimos 10 años respecto a la relación entre el narcotráfico y el movimiento religioso no ha cambiado.
La presencia estatal
Perú y Brasil comparten 2.822 kilómetros de frontera. La cuenca del Yavarí forma parte importante de esta, que se caracteriza por su densa selva amazónica y su difícil acceso. Lamentablemente esta área ha sido objeto de movimientos relacionados con diversas actividades criminales. Existe abundante información sobre actividades criminales en el Yavarí, documentadas con el soporte del Pulitzer Center. Madera ilegal, coca y otro tipo de delitos están presentes en la zona.
En el 2008 el Perú suscribió con Brasil y Colombia el Memorando de Entendimiento para combatir las actividades ilícitas en los ríos fronterizos y comunes, mediante el control del tráfico fluvial de embarcaciones que se sospeche puedan ser utilizadas para la comisión de delitos y contravenciones a los tratados internacionales.
A pesar de ello, la ubicación remota y la falta de control estatal efectivo en la cuenca del Yavarí han permitido que grupos criminales y organizaciones dedicadas al tráfico de drogas operen en la región. Como todas las fronteras amazónicas en esta parte del continente, la cuenca del Yavarí es muy permeable, casi imposible de patrullar de manera continua, con los limitados recursos que tienen las fuerzas del orden en ambos lados de la frontera.
El representante de la Dirección Antidrogas de la Policía Nacional del Perú (Dirandro) de Loreto, coronel José Rengifo Reátegui, manifestó que aunque su labor no se enfoca en ningún tipo de organización religiosa, sí han intervenido a personas de diferentes credos y nacionalidades con armamento pesado e incluso material de guerra. “Acá en Loreto el escenario es principalmente fluvial, por lo que las coordinaciones con las fuerzas policiales de Colombia y Brasil son indispensables y continuas”, indicó.
Un aspecto que impacta la efectividad de las acciones de interdicción de actividades es la sinergia con la Fiscalía Especializada en Tráfico Ilícito de Drogas, el apoyo de las Fuerzas Armadas y la logística, talón de Aquiles de estas operaciones. A pesar de ello, durante el 2022 se incautaron casi 13 toneladas de drogas en Loreto, alrededor del 10% de la producción de la región.
Los efectivos policiales consultados en los puestos de Santa Rosa e Islandia insisten en que no disponen de los recursos para hacer ningún tipo de patrullaje. Sin embargo, los hechos que vinculan a efectivos policiales en el tráfico ilícito de drogas reflejan la fragilidad de la vigilancia estatal de parte del Perú.
Además del tráfico de drogas, también se han reportado casos de minería ilegal, tala indiscriminada de árboles, caza ilegal y tráfico de armas en la zona. Estas actividades ilícitas tienen impactos negativos en el medio ambiente, la seguridad y la calidad de vida de las comunidades locales.
Las autoridades peruanas y brasileñas han llevado a cabo operativos conjuntos para combatir el narcotráfico y otras actividades ilegales en la región. Estos esfuerzos incluyen patrullajes, erradicación de cultivos de coca, incautación de drogas y detención de personas involucradas en el tráfico ilícito. Pero como se ha descrito, estos esfuerzos son insuficientes.
Algunos hallazgos hechos en este reportaje son innegables. Cultivo reiterado a pesar de la erradicación, una enorme zona de exclusión estatal, presencia de pistas de aterrizaje y participación de miembros del movimiento religioso en acciones de transporte de drogas. Seguramente, algo más se oculta detrás de las túnicas de los Israelitas del Nuevo Pacto Universal en el Yavarí.
*Este reportaje fue publicado originalmente en el medio digital peruano La Mula y se ha realizado con el apoyo de Earth Journalism Network y el soporte técnico del Pulitzer Center.
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