Por Fernando Escobar Páez / @efrapaez
Durante el feriado de agosto, Ecuador vibró con variopintos festivales de música alternativa nacional, el edulcorado pero interesantísimo VAQ; el Quitofest, evento indispensable para entender el imaginario rockero ecuatoriano, y el emergente Yaku Fest, en la provincia amazónica de Pastaza, tradicionalmente marginada de los circuitos culturales.
Estos festivales luchan contra la escasez de recursos, con la engorrosa tramitología que tanto gusta a nuestros burócratas culturales y con kafkianas disposiciones policiales, y –aunado a todo lo expuesto- en estos días quedó en evidencia que también deben luchar contra lecturas periodísticas maniqueas cargadas de prejuicios que buscan satanizar y/o infantilizar a quienes asisten a estos eventos. No se trata de casos aislados, sino de una constante que parece obedecer a lineamientos editoriales inexistentes o caducos, por no hablar de un total desinterés por trabajar seriamente las coberturas.
Muchos recordamos con una mezcla de sorna y vergüenza ajena coberturas infames como la del concierto de Metallica de la gobiernista ANDES[1], la cual no solo confundió los nombres de las canciones, sino que llenó el lead con onomatopeyas infantiles. Más desopilante fue la cobertura del concierto de Paul McCartney de diario El Comercio, que se limitó a realizar una serie de analogías futboleras de dudosa gracia entre “la gloria” del equipo que juega de local en el estadio que albergó el concierto y algunas canciones de The Beatles, desaprovechando la oportunidad de hablar del que sin lugar a dudas ha sido el acontecimiento musical más relevante de la historia de nuestro país. Ambos textos fueron ampliamente repudiados y satirizados a través de las redes sociales, donde los usuarios no solo criticaron la falta de preparación de los periodistas, sino el irrespeto de los medios hacia los lectores al publicar dichas “crónicas” inmamables, motivo por el cual ya han sido dados de baja dentro de las páginas web de los medios de comunicación citados.
Pareciera que no existe un mínimo trabajo de investigación previa de la trayectoria y discurso de los artistas por parte de los periodistas asignados para cubrir estos eventos, quienes -incapaces de salir de su zona de confort- se limitan a reproducir lugares comunes e improvisar sobre la marcha.
Entre el 14 y el 15 de agosto se sumaron dos nuevos ejemplos de mala praxis periodística, siendo protagonista nuevamente diario El Comercio y Canal 6, de Puyo, ciudad sede el Yaku Fest. Desde los titulares amarillistas y tendenciosos con los que promocionaron las coberturas vía redes sociales: “El Quitofest ya no es lo que era” y “Evento Cultural o Inmoral”[2], queda patente una intencionalidad destructiva y de desprecio hacia los festivales de música alternativa ecuatoriana.
Entre el 14 y el 15 de agosto se sumaron dos nuevos ejemplos de mala praxis periodística, siendo protagonista nuevamente diario El Comercio y Canal 6, de Puyo, ciudad sede el Yaku Fest.
Ante la oleada de críticas, diario El Comercio reculó parcialmente y modificó el texto original, pero el daño ya estaba hecho. De su parte, Canal 6, de Puyo, ha optado por caldear aún más el ambiente, buscando la confrontación al publicar entrevistas a burócratas culturales de Pastaza, quienes afirman desconocer los hechos y anuncian posibles sanciones para los organizadores del Yaku Fest. Dicho canal afirma que los organizadores se han negado a proporcionarles su versión de los hechos y que están abiertos a ofrecerles el derecho a la réplica cuando este sea solicitado.
Tanto la reseña periodística del diario quiteño como los videos difundidos por el canal amazónico centran sus críticas en las supuestas “malas palabras” usadas por algunos artistas durante sus shows en ambos festivales. Todos quienes hemos asistido a actos públicos masivos –no solo musicales sino también deportivos, concentraciones y marchas de carácter político, etc.– estamos más que acostumbrados a oír y decir palabras ‘de grueso calibre’. ¡Nadie se asusta ni se ofende por ellos! En conciertos de rock es normal y deseable que los cantantes de una banda arenguen al público con vocabulario fuerte. ¡Es parte de la dinámica propia de un concierto de rock! Escandalizarse por ello demuestra un total desconocimiento del funcionamiento de la escena del rock y de la idiosincrasia de quienes participamos, como público o como creadores, de dicho movimiento.
Además, ambos reportajes invisibilizaron aspectos coyunturales de la realidad nacional como la crisis económica galopante que azota al país y dificulta conseguir auspicios privados y estatales; el inmenso aporte que representan estos festivales gratuitos para la comunidad ávida de acceder a productos culturales pero sin recursos para hacerlo; la forma en que dinamizan la economía de los sectores aledaños al lugar de los conciertos, etc. También se obvió el hecho de que ambos festivales obedecían a fines solidarios y de concienciación sobre la reconstrucción tras el terremoto del 16 de abril en el Quitofest, y por la preservación de los ríos de la Amazonía, en el Yaku Fest. Este último festival daba para que los periodistas locales reflexionaran y posicionaran el debate sobre la producción de eventos culturales desde la periferia, pero Canal 6 dio la espalda a sus coterráneos y hasta pareció que en el fondo buscara evitar que el festival se desarrolle en el futuro.
Es relevante concentrarnos en la falsaria noción de “malas palabras”, concepto pacato y absurdo, pues ninguna palabra obedece a condición moral per se: el lenguaje es neutro y siempre debe ser analizado a partir de su contexto e intencionalidad, además de considerar quiénes son el emisor y el receptor del mensaje. No debemos olvidar la función catárquica y liberadora de las “malas palabras”. Esto es algo que aprende cualquier estudiante de los cursos previos a ingresar a una carrera de Comunicación Social. Sin embargo, los indignados reporteros de El Comercio y Canal 6 seguramente faltaron a esa clase. En este video, el escritor argentino Roberto Fontanarrosa profundiza sobre el tema.
Es relevante concentrarnos en la falsaria noción de “malas palabras”, concepto pacato y absurdo, pues ninguna palabra obedece a condición moral per se
El idioma castellano es particularmente prolífico e ingenioso para componer palabras y expresiones procaces, tal como –por motivo de la polémica desatada estos días– señaló el cantautor Jaime Guevara desde su cuenta de Facebook: “Ojalá los inquisidores se tomaran la molestia de revisar Don Quijote de La Mancha, la obra maestra de la lengua castellana. Allí se toparían con un jugoso repertorio de malas palabras, que, por otra parte, constan todas en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua”.
No deja de ser significativo que las “malas palabras” que despiertan mayor inquina entre los censores de la moral lingüística sean aquellas que hacen referencia explícita a la genitalidad y a sus secreciones, tal como lo demostró la persecución sufrida por el gran comediante estadounidense George Carlin tras grabar su celebérrimo monólogo de las “Siete palabras que no puedes decir en televisión”, una de las críticas más feroces y brillantes que se ha hecho al puritanismo incrustado en el discurso mediático. Otro monólogo donde Carlin aborda el tema es el magistral “Lenguaje suave”, donde satiriza el lenguaje políticamente correcto.
Sin querer adentrarme en las arenas movedizas del psicoanálisis para dummies, no hace falta ser Sigmund Freud para darse cuenta de que la baja autoestima y un alto nivel de represión sexual son rasgos de una civilización que se horroriza ante la mera descripción –con mayor o menor gracia- de la anatomía humana y sus deyecciones, pese a que nuestros subproductos de desecho han inspirado bellas e irreverentes obras de arte como el poema “Fecal”, de Gerardo Deniz, o uno de los más contundentes versos de Juan Ramón Jiménez: “El amor es el lugar del excremento”.
…no hace falta ser Sigmund Freud para darse cuenta de que la baja autoestima y un alto nivel de represión sexual son rasgos de una civilización que se horroriza ante la mera descripción –con mayor o menor gracia- de la anatomía humana y sus deyecciones…
¡Reivindico el derecho de los artistas y de cualquier ser humano a decir en público lo que le dé la puta gana! En nuestro país hasta políticos ultra conservadores como Jaime Nebot o Marcelo Dotti han soltado tacos como el “Ven para mearte, enano insecto hijuepucta” y “Me acosté con tu mujer que tiene cara de hombre”, por no hablar de los delirantes videochats del expresidente Abdalá Bucaram. No hablemos de las sabatinas correístas, popularmente conocidas como ladratinas, donde el actual mandatario exhibe un vastísimo repertorio de insultos y descalificaciones, en su mayoría de carácter sexista, aunque se cuida mucho de no mencionar directamente a los órganos genitales. Si los ‘pro hombres’ de la nación no tienen pudor alguno en expresarse ante las cámaras como si estuvieran en un albañal, ¿por qué Adrian “Trapos” Campos, MC y vocalista de la banda de rap core Puño, no puede gritar sobre el escenario un honesto e inofesnivo “sáquense la chuccha hijueputas” para motivar a que su público le ponga más energía al ritual del pogo?
Tras los incidentes suscitados en Puyo, Campos dice que “es una lástima que en pleno siglo XXI, donde se están discutiendo temas como la libertad de culto, la despenalización del aborto, el matrimonio homosexual, el respeto a la educación laica, etc. aparezca gente con esta limitada visión, sin siquiera un poquito de sentido común. Gente llena de odio que desmerece el trabajo real de jóvenes que quieren llevar luz a su provincia. Inquisidores y oscurantistas de mierda, vuelvan a las cavernas.”
¿Sabe el reportero de Canal 6, de Puyo, que la letra de la canción de Puño “La puta de Babilonia” está inspirada en el libro homónimo del escritor colombiano Fernando Vallejo? ¿Por qué en su reportaje no señaló que Adrián Campos es Doctor en Medicina general y que fue rescatista voluntario en la zona cero del terremoto del 16 de abril? ¿Acaso era más conveniente presentar a Campos como un vulgar patán y no decir que es un hombre culto y con una profesión?
También reivindico el derecho de los periodistas de El Comercio y Canal 6 de ser críticos hacia los festivales de rock, ¡si hasta Friedrich Nietzsche se cabreó con su amigo y mentor Richard Wagner ante lo que consideró errores en la primera edición del Festival de Bayreuth![3]. El filósofo alemán no escatimó duras palabras hacia lo que consideraba esnobismo y prostitución de la música, pero –a diferencia de los grises reporteros en cuestión- realizó su crítica con altura y sin omitir y falsear datos para sostener su ataque.
La nota de El Comercio era particularmente falsaria y afirmaba que el Quitofest apenas contó con 250 espectadores y criticó burdamente la ausencia de artistas internacionales en esta edición, lo cual nos habla de un marcado desprecio hacia los músicos ecuatorianos, quienes rara vez tienen espacio entre las páginas de dicho rotativo. Esto motivó una contundente respuesta de los miembros de la Fundación Música Joven, encargada de la organización del festival, quienes emitieron un comunicado de prensa desde sus redes sociales y exhibieron fotos donde se demuestra que la concurrencia del Quitofest fue masiva. Si bien es cierto que la falta de invitados extranjeros hizo que este año el Quitofest no tuviera la concurrencia de ediciones pasadas, cerca de 15 000 personas se congregaron en el parque del Itchimbía para apoyar a las bandas locales y al festival, tal como se puede observar en el registro fotográfico disponible en la fan page de Facebook del Quitofest.
Tampoco estoy de acuerdo con la tosca infantilización del público ecuatoriano. El discurso mediático nos trata como si fuéramos criaturas de oídos virginales que se deben proteger a toda costa, y lo que es peor, los medios se creen con la potestad de decidir por nosotros cuáles son las representaciones artísticas válidas. Los neopuritanos de pasquín y Youtube institucional nos quieren quitar nuestro derecho a disfrutar de ver a nuestros artistas –con quienes muchas veces nos unen lazos de amistad- putear en vivo y en directo. En su gran mayoría, el público asistente a estos festivales comparte la visión descarnada y sin eufemismos de los artistas que se suben sobre el escenario, ¡por eso mismo vamos a verlos y compramos sus discos! No nos ofendemos por una puteada de confianza, al contrario, nos gusta vernos representados en la rabia de las bandas y en el esplendor del mosh salvaje, ergo, ¡a la mierda con los pinches niños[4], que no vinimos a una puta guardería sino a bailar y saltar!
Los neopuritanos de pasquín y Youtube institucional nos quieren quitar nuestro derecho a disfrutar de ver a nuestros artistas –con quienes muchas veces nos unen lazos de amistad- putear en vivo y en directo.
En última instancia, los guaguas también tienen derecho a rockear y a ampliar su vocabulario con expresiones fuertes que les sirvan para defenderse o denunciar hechos que les produzcan rabia. Muchos de mis amigos que –para bien o para mal– se han reproducido, suelen ir a los conciertos acompañados por sus críos, quienes disfrutan más que sus propios taitas rockeros, y por sobre todo –bajo el cuidado de sus padres– aprenden a desenvolverse en medio de la multitud. No es obligación de los músicos ni de los organizadores “educar” a los niños, eso es asunto de sus padres y creo que todo progenitor debe enseñar y explicar el significado de las supuestas “malas palabras” a su prole; y en caso de que no tengan la madurez para explicar de forma adecuada el significado de palabras como “verga”, “puta”, “chucha”, y demás, las cuales seguramente el niño escuchó antes en su escuela o en su propio entorno familiar, el que necesita educación adicional es el padre inmaduro que nunca debió haber procreado, no el niño.
Me pregunto –si tanto les preocupan los niños a los mojigatos periodistas que cubrieron el Quitofest y el Yaku Fest– ¿por qué no centraron sus coberturas en los niños vendedores ambulantes que inevitablemente acuden en hordas a estos eventos gratuitos? La explotación laboral y el estado de cuasi mendicidad en el que se desarrollan esos niños es mucho más preocupante y nocivo que unas pocas palabras gruesas emitidas por un cantante.
…en caso de que no tengan la madurez para explicar de forma adecuada el significado de palabras como “verga”, “puta”, “chucha”, y demás, las cuales seguramente el niño escuchó antes en su escuela o en su propio entorno familiar, el que necesita educación adicional es el padre inmaduro que nunca debió haber procreado, no el niño.
Este periodismo cuya moral solo aparece para atacar a quienes se visten distinto y dicen verdades incómodas[5], pero que se hacen de la vista gorda ante problemas sociales de fondo, me recuerda al grupo de estudios bíblicos de Magda Flanders y la esposa del Reverendo Alegría, en The Simpsons, que de tanto gritar “¡alguien por favor quiere pensar en los niños!” han perdido humanidad y capacidad de empatía con quienes no llevamos un puto rosario en el pescuezo.
Que dos reportajes de talante amarillista hiper curuchupa hayan sido publicados a día seguido por la prensa ecuatoriana da para pensar que efectivamente las salas de redacción de nuestro país han sido tomadas por la santurrona y mojigata Magda Flanders, quien –armada con la punitiva ley de comunicación correísta y con la anuencia de algún cura de barrio- ha decidido usar el poder mediático para atacar a lo que su cortedad de mente no le da para entender, y desprestigiar el trabajo que durante años llevan adelante en territorio gestores culturales que buscan crear espacios para la difusión del verdadero talento ecuatoriano, ese que nunca sale en televisión moviendo el culo, sino el que propone y denuncia con su arte las inequidades de nuestra sociedad.
Pero para cada Magda Flanders existe un GG Allin, quien en algún círculo del infierno muy divertido está preparando tremenda boñiga para repartirla entre los periodistas que se las dan de bien pensantes e inquisidores cuando cubren conciertos de rock.
[1] Agencia Pública de Noticias del Ecuador y Suramérica, órgano de propaganda de la secretaría nacional de Comunicación del Ecuador (SECOM).
[2] Así, con mayúsculas gratuitas en medio de una oración que no las ameritaba.
[3] “A finales de julio de 1876 Nietzsche viaja a Bayreuth con el fin de asistir a los ensayos. Allí contempla todo el barullo: la llegada del emperador, la actitud cortesana de Richard Wagner en la colina de los festivales y en la villa de Wahnfried, la comedia involuntaria de la escenificación, el aparato de mitos, la vida social de buen talante, saturada y de ninguna manera necesitada de redención, en torno al acontecimiento artístico, los turbulentos asaltos a los restaurantes después de la representación. Nietzsche estaba consternado, se siente ofendido e incluso enfermo, de manera que partirá de Bayreuth a los pocos días. (SAFRANSKI RÜDIGER, Nietzsche: biografía de su pensamiento; Tusquets, 2010, p. 111).
[4] Ya que a diario El Comercio y a Canal 6 parece interesarles tanto el bienestar de los niños ecuatorianos, ¿por qué no han publicado nada respecto a la censura estatal del libro de Pedro Granja, abogado de la niña abusada sexualmente por Glas Viejó?
[5] ¡Porque el buen rock y el hip hop son contestatarios por naturaleza!, ¡entiéndanlo, por la gran pucta!