Por La Barra Espaciadora
La sorpresa fue grande: los roqueros no parecían roqueros. La fila para el canje de boletos para el concierto de Metallica estaba conformada por una seguidilla de pusilánimes silenciosos que avanzaban. Unos pocos conversaban con el de al lado en voz baja y, la mayoría, revisaba sus celulares. No hubo música a todo volumen, trago, tabacos, gente dormida en el suelo… Más parecía que hacían cola para pagar el teléfono o la luz.
Cuando llegó por primera vez a Quito la banda española Ángeles del Infierno, la aventura empezó el día en que anunciaron la venta de entradas. Primero, había que conseguirse la plata sea como sea, vendiendo el alma al diablo o vendiendo la licuadora de la casa; segundo, todo puede faltar menos los panas, tabacos y un traguito; y, tercero, había que darle la vuelta al mundo. “Es mi concierto; es nuestro concierto”, fue una de las frases recurrentes, una marca de identidad, de apropiación de un territorio particular. La soberanía sobre ese espacio era un destello de poder, un instante en el que las camisetas negras, los anillos de calaveras, los cabellos largos y sucios, las botas… son los símbolos de los elegidos –por Dios o por el Diablo- para reventar al mundo y sus estúpidos prejuicios.
– ¿Te imaginas si viene Metallica?
– No, pues, ahí sí que me muero. Si vienen hay que irse a primera fila.
– Pero hasta que vengan… Nos ponemos viejos
– Algún día van a venir, vas a ver
– Simón, ¡no me he de morir hasta que vengan esos hijueputas!
Aquel deseo se cumple el 18 de marzo del 2014, cuando Quito recibe a Metallica. Pero los tiempos no son los de Ángeles del Infierno (con ecuatorianos recién dolarizados, apenas perdiendo el miedo a prender la computadora y a conocer el internet) ni los roqueros venden el alma al diablo por una entrada; ahora se puede pagar con tarjeta de crédito a plazos y los policías te sacan de una patada si les muestras el dedo del medio (y si a la vez nombras al Presidente de la República te pueden acusar de terrorismo). No se entiende. Son tiempos raros. Se te cumple lo impensable pero es imposible ejercer tus derechos, por ejemplo.
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En otra zona de la ciudad, también hay congregación de roqueros. Faltan dos días para la presentación de Metallica y en el Parque Bicentenario ya se ve a los roqueros acampando. El ambiente es cordial, hace mucho frío y por las tardes llueve. Las carpas son pequeñas, para dos o tres personas, y algunos hasta se han acomodado en medio de plásticos.
Damián y Javier, de 20 años, llegaron desde Cuenca y ya se instalaron en el acceso al parque que da hacia la avenida Amazonas. No tienen los boletos aún, pero ya están guardando puesto. Rezan por que “un señor muy honorable de Cuenca” llegue con las entradas.
En la vereda, Luis y Alejandro, también veinteañeros, tocan la guitarra. Ellos defienden los últimos discos de Metallica, considerados por la vieja guardia como los peores. “Es que ellos se creen los roqueros verdaderos y no han evolucionado”, dicen.
Nadia tiene 29 años y llegó a acampar con su novio. Compró las entradas en $135 cada una, luego de hacer cuentas del arriendo, los gastos de la comida, pasajes…
En este acceso de la avenida Amazonas, están los periodistas y hay mucha vigilancia de policías y guardias, por lo que no hay mayores incidentes.
Al otro lado del parque hay otro acceso, a dos cuadras de la avenida Real Audiencia. Y aquí cuesta creer que estos sean los mismos que hacían fila para el canje de los boletos. Ya no están tan bien portados, hay libre albedrío. Algunos se escapan a fumarse un porro, otros se toman un trago. Sin embargo, a primera vista todo parece estar en orden, como dicen los policías que vigilan y no ven.
Cuando apenas faltan horas, en la madrugada del martes, hay varios caídos en el campo de batalla: la sobredosis de Zhumir hará que algunos no recuerden nada. Tirados en las hierbas han perdido la conciencia de todo menos de su lugar en la fila. Aún tienen tiempo de recuperarse para ingresar al show.
A uno que le llaman Piojo “se le ha perdido” la billetera y el celular. Otro, a quien le dicen Pincho, se ha quedado dormido y no ha ido a trabajar.
No es que los roqueros deban emborracharse para considerarse tales, pero un estilo de vida marginal o al menos rebelde con la convención social, cultural, musical y demás implica una identidad distinta, auténtica. Y en la Quito del siglo XXI esto es cada vez más extraño. No es que sea bueno ni malo, pero es, digamos, un valor perdido entre tanta ambigüedad contemporánea.
Así como van las cosas da la impresión de que en el concierto de Metallica no necesariamente están los que son y no necesariamente son los que están. Traducción: los roqueros químicamente puros se mezclarán con un poco de noveleros.
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Cuando hay un concierto de rock siempre hay alguien que se caga del miedo: la Policía. Tienen toletes, gases, pistolas, patrulleros…, pero, en el fondo, se mueren del susto. El problema es que tienen que ser tan violentos como los violentos a los que dicen enfrentarse. El rollo es que no son narcotraficantes, bandas de criminales o delincuentes escapados de la cárcel, ni siquiera son ladrones de cuello blanco que reciben un sueldo multimillonario por robar al Estado o a las empresas privadas. ¡No! Son roqueros, hombres y mujeres vestidos de negro, con los pelos largos y la facha de duros. Nada más. Y, sin embargo, las expresiones del comandante general de la Policía, Lino Proaño, para referirse al concierto de Metallica, más que “prevención antes posibles incidentes” muestran el prejuicio más brutal frente a los diferentes, quienes sin ser buenos o malos, tampoco unos angelitos ni unos demonios, solamente son distintos.
Aquí algunas perlas del general Proaño dichas días antes del concierto, en una rueda de prensa:
“Hemos adoptado todas las medidas de seguridad; nosotros permaneceremos hasta que se haya evacuado totalmente a las personas del Parque Bicentenario, para evitar que en los ejes viales existan personas que posiblemente pueden ser víctimas” . (¿Víctimas?, ¿de quién?, ¿o de qué?).
“Nosotros, en todo evento tratamos de implementar el mismo procedimiento con la finalidad de garantizar la seguridad… (Pero esta vez es un) género diferente, el público diferente, el comportamiento diferente”. (Es decir, el terror a lo diferente y, por tanto, a prepararse como en guerra; 2 mil policías fueron designados para el concierto de Metallica).
“Este es un evento inédito por múltiples circunstancias: primera ocasión del grupo en Ecuador, la convocatoria que lleva, el género musical, el espacio físico donde se va a desarrollar, el ambiente, tal vez el sitio posiblemente no está adecuado para un evento de esta naturaleza, esto ha obligado que extrememos las medidas de seguridad”. (Otra vez el cuento de lo diferente).
“Hemos dispuesto la utilización de seis unidades móviles de Policía comunitaria con toda la tecnología de vigilancia, algunas de ellas con conexión directa al ECU 911… La videovigilancia nos permite prevenir cualquier situación, adelantarnos a los hechos y evitar que la situación en algún momento pueda salirse de control”. (Vigilar y castigar, dicen los académicos de los ochentas y aún los de hoy, recordando al buen ‘Fucol’).
“No se va a permitir realizar acampamientos o cualquier otro tipo de cosas de esa naturaleza…, pedimos la colaboración de la ciudadanía, especialmente de las personas que gustan de este género”. (¡Igual acamparon!).
El Municipio tuvo su parte. Cerró totalmente el parque desde el domingo, dos días antes del concierto. El objetivo, igual que la Policía, fue impedir que los roqueros se reunieran y acamparan. “No se va a permitir ningún tipo de acampamiento en las calles cercanas al Parque”. Y nada, los roqueros ganaron esa apuesta. Acamparon durante cuatro días.
La Intendenta de Pichincha coreó la voz cantante del general de la Policía, pero en la organización del trabajo se fue por el lado de que controlará la reventa de las entradas. Otro mito de esos que se resuelven creando comisiones e inflando las expectativas. “Vamos a tener la cooperación de los señores intendentes a nivel nacional”, decían los delegados de la Intendencia.
El Ministerio del Interior también dijo que va a resguardar la seguridad de los roqueros y felicitó a la Policía por su operativo y por tan profunda concepción de la otredad.
Y los organizadores son los personajes más reales de este cuento. La presentación de Metallica es un negocio. El costo de traer a la banda, con los gastos de infraestructura e impuestos, bordea los $ 4 millones. Y, como todo en estos tiempos, debe quedar alguna ganancia. Pues esa utilidad saldrá del bolsillo de esos roqueros que han dado su vida por ver a sus dioses en vivo.
El show business, la industria cultural, están fundamentados en la masa, la multitud, a la que llama mercado. Si antes no vino Metallica no es porque los integrantes se olvidaron de un pequeño país llamado Ecuador, es simplemente porque el circuito comercial de presentaciones no lo incluyó debido a los altos costos y a las complicaciones logísticas.
Esta vez, en el 2014, el Municipio no cobró el 10% de la tasa municipal a los organizadores y así los costos de producción se han reducido. Entonces, el negocio es posible.
Interesante artículo.