Por Karol E. Noroña
Fotos: Colectivo Contrapique
No te conocí, Michelle, pero tus gestos, logros, dolores y alegatos, que laten en la memoria de Fernando y Valeria, tus padres; de Vanessa, Juan Fernando y Jazmín, tus hermanos, me acercan a tu rostro. Cada día, desde el 5 de junio de 2018, cuando te desaparecieron, cuentan enorgullecidos quién eres y lo que querías lograr: un mundo más justo, una sociedad con conciencia de clase. Tus ‘camaradas’, compañeros y compañeras de lucha, continúan desgarrando sus tambores por ti y por las miles de personas desaparecidas en Ecuador. Gritan por ti contra el Estado, que después de tres años, no tiene una sola pista concluyente de tu paradero.
No te conocí, Michelle, pero sabemos que estás en algún sitio. Nadie guarda una carcajada en el bolsillo y se borra del mapa.
***
“Hija mía, hasta encontrarte”, escribía Fernando en un cartel con el rostro de Michelle Montenegro en el centro. Escribía de a poco, leyendo los mensajes que sus amigos le habían dejado a ‘La Negra’, como llama a la menor de sus cuatro hijos. Era 5 de junio de 2019 y se cumplía un año desde su desaparición en La Armenia, un sector ubicado en el suroriente de Quito. Aquel día, la Casa de la Cultura Rebelde, en el Centro Histórico de la ciudad, se convirtió en un espacio de resistencia y denuncia en el que la familia, amigos y compañeros de Michelle construían su memoria con música, arte y poesía. En las calles seguirían gritando hasta que el Estado asuma su búsqueda con celeridad.
Fernando me llevó a una instalación artística que evocaba al cuarto de Michelle. En las paredes había decenas de fotografías que mostraban a una mujer joven —el cabello rizado, un rostro sereno y fuerte— emocionada, combativa, cariñosa. Observábamos las imágenes que forjaban una bitácora del tiempo: una pequeña niña que en sus manos sostiene el ‘título’ de su graduación en el jardín, adolescente, estudiante, activista por los Derechos Humanos, hija, hermana, compañera, maestra.
Entonces, mientras observábamos las imágenes, me contó un sueño que le despertaba con frecuencia:
—Los primeros días de la desaparición de Michelle escuchaba a los perros ladrar durante la madrugada. Salía a buscar a mi hija para protegerla, porque pensaba que le iban a morder y quería ayudarle a que regresara. No quería que la lastimaran. Pero iba y nunca llegaba… eso ha sido para mí vivir su ausencia.
Han pasado dos años desde aquel primer encuentro, de marchas y decenas de plantones, de reclamos y gritos. Ahora, Fernando y Valeria, madre de Michelle, me guían por los recovecos de su casa donde todo sigue intacto: su cama, la máquina con la que su hija hacía ejercicio, las libretas en las que cuidadosamente escribía anotaciones sobre sus lecturas y acciones políticas, los libros que impulsaron en ella su voz contra el sistema capitalista, los dibujos que aún sus sobrinos bosquejan para ella y que sus padres han ubicado en las paredes turquesa de su cuarto.
Su rostro habita la casa y ahora está aún más presente en los relatos de sus padres. Fernando y Valeria han decidido dedicar su vida a buscarla porque en el Estado no han encontrado respuestas. Leen, aprenden sobre normativas legales; se han convertido en investigadores, siendo las víctimas indirectas de la desaparición, y lo hacen no solo para visibilizar su historia, sino la de cientos de familias, y para crear, de alguna manera, una cadena de prevención.
La mañana del martes 5 de junio de 2018 fue agitada. Cuatro meses antes de la desaparición de Michelle, su cuerpo rechazó un trasplante de córnea que le fue practicado siete años antes. Ella era maestra de inglés en el colegio Thomas Jefferson, mientras continuaba con su formación política, pero las complicaciones en su salud pausaron sus actividades. “Después de tres meses se realizó nuevamente el trasplante, pero al mes lo rechazó. Los controles eran constantes porque se le subía la presión al ojo. Michelle estaba preocupada, triste, pensamos ahora que tenía depresión. Siempre fue una mujer independiente, desde que era pequeñita, entonces estar así, dependiente de todos, la afectó mucho”, relata Valeria.
Acompañada por sus padres, Michelle acudió a una cita en el Hospital de Especialidades Carlos Andrade Marín. Iba vestida con un jean azul, un bividí y zapatillas color verde aceituna, una chompa negra con capucha. Esperó de 08:00 a 11:00 para ser atendida hasta que le dieron la noticia. Su madre cuenta que la médica que la atendió le anunció que iba a perder la vista por un glaucoma en su ojo derecho, que estaba parchado con esparadrapo. “Le dijo que desde ese día ya no la iba a atender más, que tenía que hacer una vida normal, que ya no iba a darle un nuevo certificado de permiso médico para entregarlo en su trabajo. Lo hizo de forma muy déspota y nos fuimos indignadas”, recuerda.
Fernando las esperaba en su carro. Valeria abrazaba a Michelle y le daba ánimos. Luego, como hacían regularmente, fueron a la casa de su hija mayor, también maestra, ubicada en un conjunto en el sector de la Armenia II, al suroriente de Quito.
Eran las 12:45 y Valeria se preparaba para ir a una tienda que se encontraba a dos cuadras; necesitaba comprar unos alimentos que hacían falta para el almuerzo. “Le pregunté si quería ir, pero me dijo que vaya nomás. Regresé a los dos minutos y vi su celular en la mesita de la entrada en la que usualmente los poníamos cuando llegábamos. Le pedí que bajara, pero no contestó. Ahí supe que algo le había pasado”, dice.
Valeria contactó al guardia de seguridad del conjunto para preguntarle si la había visto. Él contestó: “Pero si se fue atrás suyo. Y nos dijo que solo llevaba un monedero, como quien va a la tienda”. Más tarde intentaron revisar las grabaciones de las cámaras de videovigilancia, pero en aquellos días no funcionaban. La madre fue desesperada a buscarla en el conjunto y sus alrededores. Llamó a Fernando e iniciaron la búsqueda y recorrieron el Parque Metropolitano La Armenia, Guangopolo y El Tingo. No la encontraron.
A las 16:00 del martes 5 de junio, la familia llamó al ECU 911 para pedir ayuda. “Nos dijeron que se comunicaron con la Unidad de Policía Comunitaria del sector y que los agentes iban a venir a apoyarnos. Nunca llegaron”, cuestiona Valeria. La institución policial falló, pese a que precisamente en agosto de 2014 se oficializó la creación de la Dirección Nacional de Investigación de Delitos Contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Secuestro y Extorsión (Dinased) como una “efectiva respuesta” a los homicidios y la problemática de la desaparición en Ecuador, que merecían “una atención prioritaria y especializada” del Estado.
Ante la falta de respuesta policial, siguieron caminando, buscando, y sus amigos se unieron a la jornada. “Todos nos movilizamos hasta la madrugada, pero nada…”.
El miércoles 6 de junio formalizaron la denuncia de la desaparición. Primero lo hicieron en la Dinased de Sangolquí, pero, al haberse reportado en la Armenia II, que todavía pertenece al Distrito Metropolitano de Quito, debieron ir a las oficinas de San Carlos. Allí, el agente de turno que tomó la versión de Valeria así: “¿Seguro no estará embarazada su hija? Ya ha de regresar”. Esa pregunta es recurrente y las familias de las personas desaparecidas en el país reclaman aquel prejuicio que dilata la efectividad de las investigaciones.
Ese mismo día se inició la difusión del cartel de búsqueda de Michelle, elaborado por su familia, en redes sociales. Las organizaciones en las que militaba, Luna Roja y el Comité de Lucha contra la violencia, desapariciones y feminicidios (Covidefem), multiplicaron la denuncia y en las calles su rostro comenzaba a aparecer por las decenas de carteles que pegaban, esperando algún resultado, una llamada, algún indicio. Dos días después, el fiscal y el agente investigador fueron asignados al caso.
A tres años de su desaparición, el expediente de Michelle, que ha llegado a la mesa de cuatro fiscales y dos agentes de la Dinased, está compuesto por 38 cuerpos de 100 fojas cada uno. Son 3 800 páginas, pero los avances son nulos y no hay una línea de investigación clara, increpan sus padres. Para ellos, la falta de celeridad se genera por las falencias en la capacitación de los funcionarios a cargo de la indagación, la burocracia en los trámites, la ausencia de priorización de las desapariciones en el país, además de una clara carencia de empatía y una perspectiva de Derechos Humanos en el tratamiento de cada historia.
El caso de Michelle se tramitó por primera vez en la Fiscalía Especializada de Desaparecidos 5 de Pichincha. En esos días se anunció el cierre de las oficinas de esa y de la Fiscalía 4. “Finalmente el caso llegó a la Fiscalía 3 y luego de una semana lo reasignaron a otro fiscal y perdimos todos esos días”, recuerda Fernando. Esos cambios administrativos, como la reasignación de fiscales, son frecuentes; el problema es que significan una dilatación del proceso de la investigación hasta que la nueva autoridad estudie el caso. Para los familiares es nefasto, dice, pues las primeras horas y días de búsqueda son clave cuando una persona desaparece.
El segundo fiscal a cargo del caso durante 7 meses poco hizo, dice Valeria. “Él tenía problemas emocionales y como seres humanos lo entendemos, pero no agilitó nada. No sabía bien cómo llevar el caso. Pedíamos los videos de las cámaras de vigilancia y necesitábamos órdenes de la policía para acceder a ellos. Se demoraban más de tres meses para hacerlo”, afirma Valeria. Lo mismo ocurrió cuando solicitaron los registros telefónicos del celular de Michelle. Pasaron seis meses hasta poder acceder a la información. “Pero cuando son políticos lo hacen el mismo día. Sus papeles burocráticos demuestran que no les interesa”, refuta Fernando, indignado.
Durante las primeras semanas y meses de la desaparición de Michelle, la familia recibió varias pistas, mientras Fiscalía también manejaba hipótesis ligadas a un posible suicidio o una salida “voluntaria”. Sus padres lo rechazaron categóricamente, porque no tenían sustento. Michelle era docente y en su vida convergían su oficio y su militancia cercana a la problemática de las desapariciones en el país. Hay una fotografía del colectivo Contrapique que representa bien su espíritu: su rostro fuerte, poderoso, detrás de Telmo Pacheco, cofundador de la Asociación de Personas y Amigos de Personas Desaparecidas en Ecuador (Asfadec), quien busca a su hijo Orlando desde el 3 de noviembre de 2011. Fue una marcha en la que antorchas y puños se elevaron para visibilizar los casos y gritar por sus familiares cuyo paradero aún se desconoce.
Cuando se denuncia una desaparición, los rumores y teorías se multiplican y muchas de ellas pueden entorpecer las investigaciones, limitarlas y desorientarlas, aún más si son difundidas en medios de comunicación sin certeza de su vinculación directa con el caso. Fernando y Valeria cuentan que eso ocurrió cuando la familia recibió la llamada de un taxista que dijo que supuestamente Michelle solicitó sus servicios para una carrera y, luego, la dejó en el puente 3 donde se habría encontrado con dos hombres vestidos con un mandil. “Se contradijo varias veces y realmente no tenía ni pies ni cabeza lo que afirmaba. Después decía que le había hecho la carrera a mi hija desde la Asamblea. Cuando rastrearon el lugar desde donde se realizó la llamada dieron con una cabina telefónica refundida en el sur de Quito. No era creíble”, reclama Valeria.
La familia también conoció la versión de una vecina del conjunto residencial donde vivía Michelle. “Nosotros pegamos un afiche en la entrada y cuando ella lo vio contó que vio a mi hija cogiendo un taxi. Dijo que le preguntó a Michelle si iba a subirse al vehículo y que ella respondió que sí. Sin embargo, aún no se ha podido comprobar”, cuenta la madre.
La única pista corroborada que indica donde vieron por última vez a Michelle aquel 5 de junio de 2018 se receptó luego de que la familia viralizara su rostro en redes sociales. Cuatro personas llamaron e indicaron que vieron a Michelle caminando en el puente antiguo de Guápulo, construido sobre el río Machángara, pasadas las 17:00. “Dijeron que la vieron ahí, con sus lentes y el parche en su ojo. Las personas que se contactaron con mi hija Jazmín no se conocían entre sí y cuando los llamaron para la reconstrucción de los hechos allí, muchos meses después, no tuvieron problema en ir. Ellos contaron que siempre pasaban por esa ruta y que les había parecido extraño verla ahí”, relata Valeria. Apenas supieron del indicio, Fernando descendió al río para buscarla. Lo mismo hicieron sus compañeros y amigos, aunque no la encontraron.
La reconstrucción del lugar de los hechos es un acto procesal que se desarrolla con un fin claro: la comprobación de efectos materiales que el hecho de investigación, en este caso la desaparición, hubiese dejado a través de una narración descriptiva, fotografía, planimetría y video, además de la búsqueda de indicios, huellas, rastros o vestigios. En el caso de una desaparición es vital hacerla con rapidez para avanzar con las investigaciones. Sin embargo, Jazmín ha reclamado desde hace más de dos años que la diligencia fue ejecutada a cuatro meses de la desaparición de Michelle, pese a que la familia entregó información durante los primeros días. Pero no es la única demora que denuncian. Lo mismo ocurrió -dice Jazmín- con las “jornadas de búsquedas a profundidad en el puente de Guápulo con pericias más científicas, que se realizaron después de tres meses”. Sin embargo, hay otras que aún no se han realizado.
El allanamiento a la casa del taxista, que se convirtió en el principal sospechoso de la desaparición en 2018, se realizó el 4 de junio, un día antes de que se cumpliera un año desde que Michelle fuera desaparecida, con una nueva fiscal a cargo de la investigación. Ese día, la Fiscalía anunció que agentes de la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestro (Dinased) puso en marcha una diligencia de “allanamiento, búsqueda y rastreo” en el sector de Selva Alegre, en el valle de Los Chillos. La familia, en cambio, reclamó ese día a las instituciones que se haya hecho después de 300 días. “Fiscalía no hizo un buen trabajo. Cualquier cosa pudo haber sucedido: borrar pruebas, esconder evidencias”, dijo Fernando en ese entonces.
Hay más falencias que —según la familia — han hecho que el caso no avance. Además de la falta de celeridad en jornadas de búsqueda y allanamientos, Jazmín denuncia que la extracción del ADN de su madre se ejecutó ocho meses después de la desaparición, mientras que las pericias para profundizar la línea de investigación con enfoque de género se realizaron un año y medio después. Lo mismo sucedió con las búsquedas en lugares cercanos al lugar de donde salió Michelle, que se desarrollaron, confirma Jazmín, luego de dos años y 10 meses por solicitud de la familia.
En la víspera del segundo año de desaparición de Michelle, en plena pandemia, se alistaban acciones: las banderas con el rostro de la joven volverían a cubrir las calles de la ciudad. Y, como sucedió en 2019, un día antes de cumplirse un nuevo año de ausencia, la familia fue notificada del cambio de agente investigador de la Dinased. El primer año de pandemia frenó el ritmo de actividades del mundo y en Ecuador también implicó el cese de avance de procesos en investigación, incluidos aquellos enfocados en la búsqueda de personas desaparecidas. El problema, sin embargo, es que con la falta de acción previa denunciada por decenas de familias, solo logró ralentizar aún más las indagaciones. Aún así, la familia de Michelle no dejó de salir, exponiéndose al covid-19, como lo han hecho quienes han salido a las calles a exigir el cumplimiento de sus derechos.
Para septiembre de 2020, el caso llegó a la mesa de una nueva fiscal. Y los avances han sido escasos. Fernando y Valeria dicen que, durante los últimos nueve meses, debido a su pedido constante, se han desplegado búsquedas en diferentes espacios, sobre todo, en el valle de Los Chillos. “En todas esas búsquedas nunca hemos visto a la fiscal allí, liderando”, cuestionan. La diligencia más reciente fue un allanamiento que se desarrolló en un predio privado en Guangopolo, en mayo de 2021, aclara Fernando. Él comenta que también estaba programada otra para realizar una proyección de caída y trayectoria de un cuerpo en el Puente de Guápulo para saber cuál hubiese sido el posible recorrido de Michelle por el afluente. “La fiscal dice que mandó el impulso, pero que nosotros no fuimos. No nos llegó nada. Luego, los técnicos dijeron que hacer esa diligencia iba a tener mucho costo y que no iba a dar ningún resultado”, explica.
La autogestión como base de la lucha. Frente al silencio estatal, la familia también ha organizado jornadas de búsqueda para localizar a Michelle, sobre todo, a lo largo de la avenida Simón Bolívar. A veces lo hacen con herramientas para descender en diferentes superficies, a veces con drones.
Nadie se cansa, Michelle
Cuando una maternidad es deseada, el encuentro entre una madre y su bebé es, como dicen, inexplicable: comenzar a entender la llegada de la vida de una manera más íntima, profunda, amorosa. Valeria lo vivió así cuando conoció a Vanessa, Jazmín, Juan Fernando y Michelle. En ocasiones —confiesa— tocaba sus pies para ver si habían nacido bien.
Michelle nació el 28 de febrero de 1992 y desde sus primeros años, cuentan sus padres, sintió el impulso por llevar una vida organizada e independiente. A sus 5 años, relata Valeria, su niña ya intentaba cocinar y alimentarse sola. Lo relata como una anécdota familiar:
—Yo llegaba del trabajo y la encontré sobre una silla calentando sus tortillas de papa. Para mí fue tan lindo verla así, me daba ternura. Nunca le gustó depender, sino hacer.
—¿Aprendía viendo cómo las hacían ustedes, Michelle era una niña autodidacta? —pregunto.
—Siempre fue inteligente, tenía unas ganas enormes por aprender. A los 4 años ya sabía leer y escribir. Todo lo tenía anotado y planificado.
Valeria sonríe y Fernando complementa su idea: “Ella tenía incluso una cédula que hizo, aún pequeñita. Ahí está su firma y las letras…”, recuerdan ambos, entre risas.
En su casa reposan tres libretas en las que Michelle describía sus planes a futuro, sus clases y las próximas acciones que, como militante, haría con sus compañeros, quienes ahora continúan buscándola.
El archivo fotográfico de Michelle cuenta una historia: la de una líder innata. Desde que cumplió 16 años, formó un grupo humano con el que, junto a su hermana Jazmín, impartía clases de tareas dirigidas a los pequeños hijos de comerciantes ambulantes del sector de La Marín, en el centro de Quito. Lo hicieron a través de la fundación Servicio de Voluntariado de la Compañía de Jesús en el Ecuador (Sigvol), apegada a las necesidades de los sectores más desprotegidos.
Michelle es, además, una mujer que danza, que compartía su activismo, mientras lograba su licenciatura en Turismo Histórico en la Universidad Central del Ecuador. Siempre fue hábil para los idiomas, sobre todo, con el inglés, que fue aprendiendo para luego convertirse en maestra, oficio que ejerció hasta el día de su desaparición.
A sus 26 años, Michelle ya había forjado una carrera sólida como docente, primero en el Centro Educativo El Trébol, que maneja una metodología Montesori. Luego, lo hizo en un instituto de idiomas y después en el colegio Thomas Jefferson. “La vi dando clases y me sorprendía. Tenía tanta paciencia, era comprensible, impulsaba a sus alumnos a dibujar”, recuerda Valeria, con orgullo.
Fernando dibuja el rostro de Michelle en casa. La piensa, escribe canciones para ella, por su memoria. Cuando lo hace, recuerda cómo veía a su hija, chiquita y curiosa, escribiendo sus primeras ideas y ordenando sus hojas en cajones pequeños para protegerlos. Y grita tan fuerte en cada plantón que su voz despierta las miradas de quienes lo escuchan. Lo hace por Michelle, Valentina, Juliana, Telmo, Marcos, Byron, Fernando, Isolina, Holger, Petrona, Alexander, Álvaro, David y las 4 400 personas desaparecidas en Ecuador que aún están lejos de sus hogares. Es el balance que intentan visibilizar para dimensionar la problemática en el país, pese a que, según las cifras gubernamentales, cuestionadas por las organizaciones sociales que centran su labor en la defensa de los Derechos Humanos, son 1 753 las personas que no han sido encontradas desde 1947 hasta abril de 2021.
Para Fernando es un subregistro que intenta minimizar las desapariciones y lo ha rechazado categóricamente. “Están mintiendo y los medios lo apoyan, son miles y miles de desaparecidos y por ellos estamos aquí”, asegura.
Es siempre firme cuando dice: “La lucha está en las calles” en cada reunión con sus compañeras y compañeros. Se apoyan, se abrazan, bromean en ocasiones porque en la alegría encuentran la fuerza: aunque el Estado gire el rostro, ellos hacen comunidad para que el reclamo se convierta en política pública.
Valeria está ahora aún más fortalecida con la familia que se ha formado desde el dolor y el amor. Cada miércoles la veo no solo levantando la bandera de Michelle, sino la de todas. La observo solidaria con sus compañeras, madres que, como ella, no se cansan.
Son pocas las noches en las que Valeria logra dormir. Desde la desaparición de Michelle, el insomnio es su ley. Hay momentos en los que piensa en su madre y cómo, cuando ella tenía 15 años, emprendió viaje para encontrar a su hija, la hermana mayor de Valeria. “La buscamos durante dos meses y mi mamá estaba desesperada, en ese tiempo no había teléfonos, mucho menos tecnología. Pero un día, se levantó con la sospecha de que estaba en Ambato”. Luego de varios días de búsqueda por su propia cuenta, convertida en investigadora, dio con la ubicación. “Pienso en ella y solo espero poder tener su sabiduría para encontrar a Michelle. Cada noche intento entender qué pasó antes, bosquejar algún posible camino…”, dice.
Fernando y Valeria siguen los pasos de Michelle. Entre ellos se cuidan y fortalecen para continuar con su militancia por los Derechos Humanos. Lo hacen con la misma disciplina de Michelle, quien, junto a Jazmín, dedicaba los fines de semana a estudiar libros, a analizarlos y fortalecer su formación política. Ahora son ellos quienes repasan cada día esos textos para llevarlos a las calles, lucha viva desplegada por el amor.
Fernando recuerda nuestro primer encuentro y aquel sueño que le despertaba. Aún continúa acercándose a la ventana, esperando verla. La ha soñado, la pinta, la vuelve presente cada día, escribe canciones para ella. Corazón tierno es la pieza que, en la voz de Jaime Guevara, suena en cada plantón que lleva su nombre, como ocurrió el 2 de junio de 2021, cuando, una vez más, se denunció frente a la Fiscalía Especializada de Desaparecidos 3 la ausencia de avances, y cómo volvió a resonar el 5 de junio, mientras una cicleada recorría la capital en su nombre y los tambores se desgarraban por la fuerza de los golpes.
***
Michelle, tu familia piensa en tu regreso, en cómo será la vida cuando vuelvas a gritar junto a ellos, tus hermanos y tus sobrinos que se unen a la lucha por reclamarte viva. En el silencio, Valeria continúa planeando la celebración en tu nombre:
“Siempre he imaginado el momento en el que llegues. Voy a hacer la fiesta más grande cuando te encontremos, con todas las personas que te han buscado, con quienes quieran estar para cuando tú vuelvas. Ya no estás sola en esta lucha, Michelle. Ahora entendemos por qué te ibas, por qué querías que este mundo fuese mejor, por qué luchabas contra el paternalismo, contra este sistema. Ahora te entiendo, Michelle. Y cuando vuelvas, lo haremos juntas”.
Fernando se enorgullece con tu memoria y tu rostro, con tus rizos y la luz en tus ojos que no olvida:
“Michelle, si yo te vuelvo a ver, te voy a dar un abrazo, voy a decirte que no importa nada, que seguiremos adelante. El tiempo que nos has faltado nos ha hecho reflexionar tantas cosas. Nos ha hecho tanto mal, pero, hija, nos abrazaremos y no nos vamos a separar más. Vamos a continuar esa lucha, como escribí, hasta cuando nos permitan estar juntos. Ese es mi sueño, seguir esta lucha contigo”.
Nadie se cansa, Michelle, hasta encontrarte.
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