Por Karla Armas / @k_rmas
Día del amor. Pretexto para activar la venta de bellas flores ecuatorianas. La verdadera estafa y el momento del año en el que celebrar al amor cuenta y cuesta. Es que tener a alguien que te haga latir el corazón, el calzón o el calzoncillo es para celebrar. Y, qué mejor que hacerlo en los templos del amor: los moteles, esos espacios creados para los rituales propios de las artes amatorias.
En el vasto mundo de los moteles, hay muchísimo para escoger. Los hay limpios, sanitizados y con menú musical. Hay aquellos espacios en los que la cama aún está caliente y los sueños se comparten con los siguientes pasajeros. Los precios varían según las comodidades que brinden: si tienen espejos de cuerpo entero, adminículos, bebidas espirituosas y juguetes. Algunos tienen cuadros sugestivos de parejas en rituales kamasútricos que invitan al cliente a dejarse llevar por los instintos. O a copiar la pose, si faltase la imaginación… Otros dejan que sea la pasión la que decore el lugar al que le falta todo menos una cama con al menos una sábana.
Por los moteles pasa todo el mundo: las parejas casadas que están aburridas de la casa, los novios que no tienen espacio propio, los amantes que deben esconderse del mundo exterior y de sus compañeros ‘oficiales’, los amigos con derechos y los que llevan consigo un amor pagado: mujeres y hombres que acolitan para el rato, por precios pactados en el mercado del placer fugaz. Yo misma he ido con lujuria y pasión -y otras veces porque ya corresponde en la relación- a varios de estos lugares.
Los hay desde los más baratos hasta los que tienen televisión por cable en caso de que te aburras de amar.
Yo he gozado por módicos precios, aunque haya tenido que ‘hacer vaca’ con el pana correspondiente para luego gastarlo todo en bendito licor. También he sido invitada a almuerzos 2 x 1 que vienen en combo, con la cama y el jacuzzi de lujo.
Recuerdo lugares donde se hace indispensable usar la toalla sobre la sabana raída, donde no hay espejos en el techo, solo grietas que forman sinuosas figuras que combinan con la poca ventilación del lugar. Hay sitios en los que el colchón que nunca termina de enfriarse y donde casi puedes reconocer a tus antecesores por sus perfumes olvidados en las paredes.
Hay también esos moteles en los que el encargado o el administrador sube el volumen de la tele durante el partido de fútbol para no ser parte del concierto de gemidos y de gritos que traspasan las delgadas paredes de los seis cuartitos con baño, jabón chiquito y ducha eléctrica. Pero esos son, sin duda, mis favoritos a la hora de celebrar una de las expresiones más carnales del amor. No sé si es por las ventanas enrejadas que me dan seguridad o por la frase célebre del cartelito en la puerta del baño, que hace alusión a temas como la familia, la amistad y la naturaleza, y que generalmente vienen ilustrados con payasitos de rojas narices, paisajes japoneses o audaces parejas que se besan dentro de un corazón rojísimo, al que no le falta un brillo dorado en la esquina derecha superior.
De todo hay en el Reino de la Pasión: oscuros callejones y grandes avenidas con letreros luminosos que invitan a vivir magnas pasiones. O por lo menos a pasearse un rato, especialmente en un día como hoy, o como mañana, o cuando a usted le plazca, mi estimado lector.
¡Oops, rompimos la bella flor!
Firman: los varios nombres falsos que he dado en la recepción.