Por Ángela Lascano D. / @AngelaILD

El Ágora de la Casa de la Cultura estaba llena. Poco a poco, mujeres y disidencias iban ocupando el lugar, como un acto simbólico de tomar lo que algún día se les había negado: puntos de encuentro, debate y resistencia. 

La asamblea había comenzado y el Ágora era ahora testigo de un ritual festivo, en el que el grito de “Ni una menos” se unía con las consignas contra el extractivismo. Las mujeres indígenas, que este día también caminaron para recordar a su líder asesinado Eduardo Mendúa, prendieron una pequeña fogata al interior del recinto, para, en un acto de comunidad, abrigar a las que seguían empapadas por la lluvia.

Eran las 18:30 de la tarde cuando la marcha llegó a la sede de la Casa de la Cultura para terminar la jornada. En la puerta del lugar, una mujer embarazada aún esperaba a sus compañeras. “Lucho porque ella no sea una menos”, se leía en su cuerpo. Con un pañuelo verde, símbolo de la lucha por el derecho al aborto, la mujer abrazaba a las compañeras que, emocionadas, encontraban en su mensaje las fuerzas para continuar en la marcha.

No caminamos solas
Foto: Ángela Lascano.

“Por las que aún no nacen y por las que ya no están”, me susurró mi compañera al ver que, no muy lejos de la mujer embarazada, una joven levantaba un cartel en el que se leía: “Hoy marcho porque mi abuela no vivía en paz, sino en silencio”. En Ecuador, el 40,8% de las mujeres han vivido violencia psicológica a lo largo de su vida en el ámbito de pareja. El 25% ha vivido violencia física.   

Mujeres y disidencias llenaron de carteles los alrededores de la Casa de la Cultura. De diferentes tamaños, con diferentes materiales, las calles se cubrieron de denuncias y consignas. Este año, colectivos y centros culturales, como el Centro de Arte Contemporáneo, organizaron jornadas de cartelazos desde el 4 de marzo. Cartelazos que, desde la compañía y la lucha en común, se convirtieron en espacios de sororidad, arte y resistencia.

No caminamos solas
Foto: Ángela Lascano.
No caminamos solas
Foto: Ángela Lascano.

La movilización empezó a las 16:00 de la tarde en la Plaza Indoamérica, el punto de encuentro este año. Estudiantes, campesinas, migrantes e indígenas se juntaron en diferentes bloques. Se protestaba por la violencia de género y por la crítica situación que se atraviesa en las penitenciarías del país. Bajo el ritmo de las batucadas, los bloques avanzaban con paso firme por la Avenida 10 de Agosto. A diferencia de otros años, este 8 de marzo la movilización principal no recorrió las calles del Centro: se desplazó desde la Universidad Central hasta la Asamblea Nacional, pasando por el Banco Central y la Caja del Seguro. 

El tráfico se detenía y, bajo la lluvia, en medio de un mar de paraguas y chubasqueros, las mujeres prendieron inciensos, antorchas y se abrazaban unas a otras para darse calor. El clima no impedía los actos de resistencia.

No caminamos solas
Foto: Ángela Lascano.

“Porque creo que las luchas y los derechos de las mujeres aún no se pueden dar por sentados, todavía tenemos que cuidarlos”, dijo una estudiante, que por primera vez asistía a las manifestaciones. A la par que caminaba, terminaba un bordado que estaba preparando para conmemorar el día: un útero con la palabra “diosas” encima. 

Para muchas mujeres, tanto jóvenes como adultas, el 8M del 2023 se convirtió en la primera experiencia de manifestación colectiva. “Tengo 61 años y es mi primera marcha”, se leía en un cartel. La mujer que lo sostenía iba del brazo de una joven que parecía llevar la voz cantante de las consignas. 

Y con su pelo corto y un pañuelo morado, la voz que en septiembre de 2022 se alzó con fuerza para denunciar el feminicidio de su hija se hizo presente en la marcha: Elizabeth Otavalo, madre de María Belén Bernal, recorrió las calles de Quito junto al bloque morado. Con ella, miles de mujeres se sumaron al grito de: “Vivas nos queremos” y algunas, en especial las más jóvenes, se acercaron con timidez y admiración a darle un abrazo, porque nadie olvida que, hace poco más de cuatro meses, el asesinato de María Belén Bernal conmocionó al Ecuador. El lento accionar de la Policía, junto con las declaraciones contradictorias de los implicados, ha llevado a denunciar la responsabilidad del Estado en este femicidio… un acto atroz que no se olvidó durante la jornada.

No caminamos solas
Foto: Ángela Lascano.

Y junto a esa pena, se sumaba otra lucha, nacida de rabia e impotencia: ¿Dónde están nuestras desaparecidas? Ese era el grito de las madres, las hermanas y las amigas que cargaban con las fotografías de las que ya no están.  Rostros y nombres que para el Estado son fáciles de olvidar pero que, para los familiares y para quienes los acompañan son una pena que no se va ni se aliviana. “Por ellas, porque me la arrebataron y todavía no encuentro ni una sola respuesta”, dijo una madre que cargaba no solo con el retrato, sino con una flor y una vela. 

Históricamente, el porcentaje de mujeres desaparecidas siempre es mayor: con los datos de enero y julio de 2022, se denunció que el 52% de las personas desaparecidas en el país son mujeres. 

Foto: Ángela Lascano.

¿Cómo hablar cuando el dolor se queda en el alma?

“Quiero hablar y luchar para que muchas mujeres no se sientan solas si alguna vez lo pasaron, pero todavía estoy lidiando con ello”, me dijo una amiga esa tarde, cuando nos encontramos en medio de la marcha. Su abrazo, entre nostálgico y fuerte, me recordó los momentos en los que ninguna de las dos sabíamos lo que estaba pasando en la vida de la otra. A aquellos momentos donde no pudo sincerarse, porque contar una pena implica aceptarla y, muchas veces, abandonar lo que creíamos seguro. 

El abrazo no duró mucho, pero fue lo suficientemente largo para recordar que seguíamos acompañándonos, aún en el silencio en el que ella necesitara abrigarse. 

Ella se fue con su colectivo, con su pañuelo morado en el brazo y el grito atravesado en la garganta. Yo la vi alejarse, deseando de todo corazón que pudiera encontrar la paz en la que pudiera sanar. Ella, al igual que yo, no estaba sola.

En el Centro Histórico 

A pesar de que la movilización principal no recorrió el Centro Histórico, otros colectivos sociales sí lo hicieron. Luna Roja Mujer, colectivo de los bloques proletarios, junto al Comité de la lucha contra la Violencia, Desapariciones y Feminicidios (COVIDEFEM) se reunieron a las 15:00 en el parque El Arbolito y se detuvieron en la plaza San Agustín. 

A diferencia de otros colectivos, el bloque proletario pone énfasis en condenar la precarización del trabajo femenino. “Únete, mujer trabajadora, únete a luchar”, era una de sus principales consignas. Según la Asociación de Trabajadores Autónomos Organizados (Asotrab), también presente en esta marcha, el 53% de la venta ambulante en el Ecuador lo realizan mujeres. 

“¡Rompan todas las cadenas!”, gritaban, haciendo que su voz retumbara entre las calles del Centro Histórico. Y aunque sus consignas eran diferentes, llegaba un momento en que parecían coincidir los gritos y las luchas con las mujeres que caminaban hacia la Casa de la Cultura, porque el dolor y la rabia, seguían siendo, a pesar de todo, los mismos. 

El 8 de marzo de 2023, mujeres y disidencias se tomaron las calles de Quito. No es la primera vez. No será la última. Hasta que la violencia deje de ser noticiero de la mañana. Hasta que podamos volver sin miedo a la casa. Hasta que el mundo sea otro, no caminaremos, ni hoy ni nunca, solas. 

Foto: Ángela Lascano.


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