Por Gabriela Ruiz Agila
QUITO, Ecuador – Entre 8 mil y 10 mil personas marcharon convocadas por la plataforma de colectivos Vivas Nos Queremos. Ana Vera, vocera del movimiento, evalúa positivamente esta tercera edición que este año impulsó la consigna “Nuestros cuerpos no se tocan, no se violan, no se matan”.
Durante un año, y por lo menos una vez a la semana, se reunieron delegados en asamblea general y abierta. Organizados en comisiones, los diferentes colectivos asumieron responsabilidades que van desde la convocatoria, comunicación y acciones concretas. Como resultado, la marcha contó con ocho bloques para visibilizar a los participantes y la publicación de un manifiesto construido de forma colectiva.
Encabezaron la marcha en el Bloque 1, los familiares y sobrevivientes de la violencia. En el bloque 2 se congregaron los movimientos de mujeres y colectivos feministas; familias con wawas y personas con discapacidad en el Bloque 3.
El movimiento por el Aborto Libre en Ecuador, conocido con el nombre de Marea Verde, se integró en el Bloque 4. Le siguieron las mujeres defensoras de la tierra, mujeres sindicalistas y mujeres recicladoras en el Bloque 5. Disidencia sexual, personas trans y mujeres lesbianas, movimientos sociales, estudiantes, otrxs, y ciclistas se organizaron en los Bloques 6, 7 y 8 respectivamente.
A las 16h00, una pañoleta gigante se colgó en el Arco de la Circasiana en el parque El Ejido. Pétalos de flores bañaron el emblema y se encendieron velas como en una especie de altar. Cargado de simbolismo, los marchantes descolgaron la pañoleta para emprender el recorrido a pie hasta el Bulevar 24 de mayo en el centro histórico. ¿Por qué se siguen convocando?
“En el deseo de generar justicia, memoria y reparación, familiares y sobrevivientes de violencia sexual se reúnen en los espacios que articula Vivas Nos queremos”, asegura Ana Vera (34 años). Se niegan a que la violencia sexual sea el cotidiano. Al interior del movimiento, el femicidio, la penalización del aborto, las maternidades forzadas, las niñas obligadas a parir, el despojo de territorios son parte de las discusiones que cuestionan la responsabilidad estatal en estos crímenes.
Vivas Nos Queremos trabaja en asamblea, a través de comisiones, y brinda acompañamiento y asesoría legal. El caso emblemático que apoyan es el de Vanessa Landínez, desaparecida en octubre de 2013. Vanessa murió en un hotel de Ambato. El caso lleva años en litigio. Una lucha de 5 años por justicia, verdad y reparación.
Según explica Ana Vera, el caso ha sido sustanciado como homicidio preterintencional y recibió condena en segunda instancia por 6 años de prisión y 50 mil dólares. “El asesino de Vanessa sigue libre porque no se ejecuta la sentencia. La justicia que tarda no es justicia. Hay una falta de enfoque de género en los operadores de justicia, que nunca reconoció la violencia en contra de Vanessa” explica la abogada.
La Fiscalía provincial de Tungurahua no cumplió su obligación de vigilar la prohibición de salida de país y presentación ante las autoridades. De un total de 57 veces, no se presentó en 41 ocasiones. Con una sola falta, debió activarse la prisión preventiva. Ello demuestra absoluta impunidad y tolerancia ante la actuación de un victimario que actúa bajo la certeza de que asesinar a una mujer es tolerable. Por eso la plataforma Justicia para Vanessa continúa más activa que nunca y exige cambio de medidas cautelares.
Ana Varea explica la visión del Estado como principal agresor en contra de lo derechos de las mujeres: “El asesinato sistemático de femicidio no es el acto de un solo hombre, sino es la lógica de un sistema. Las mujeres que decidimos ser libres, somos castigadas a través del asesinato.” Al caso de Vanessa se suman otros emblemáticos para el movimiento de eliminación de la violencia contra la mujer en el Ecuador: Juliana Campoverde y Valentina Cosíos.
El 21 de noviembre, la búsqueda de posibles restos de Juliana Campoverde (18 años), movilizó al personal de Fiscalía y Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Desapariciones, Extorsión y Secuestros de Personas (Dinased) a la quebrada de Bellavista, en el norte de la ciudad. Sin guantes, una agente removió la tierra y recogió ocho huesos. Elizabeth Rodríguez, madre de Juliana, observaba cómo el hallazgo se colocaba dentro de una bolsa de plástico. Seis años han transcurrido desde su desaparición.
Sofía Valentina Cosíos, tenía 11 años cuando en junio de 2016, apareció muerta, tirada en el piso de su escuela. Silencio e impunidad mueven a su madre, la cantante, Ruth Montenegro, a elevar su voz y exigir justicia. El entonces ministro de Educación, Augusto Espinosa, se declaró incompetente para intervenir en un colegio privado. Se habló de suicidio, un posible ataque cardíaco, un golpe en la cabeza. Por lo contrario, Ruth denuncia: “Valentina fue lastimada, agredida sexualmente y asesinada”.
La organización Vivas Nos Queremos solicita periódicamente datos a las instituciones públicas. Se calcula que se denuncian 14 violaciones diarias. Una proporción pequeña se denuncia porque ocurren en casa, y por conocidos. Un 80 % de las víctimas, son adolescentes, mujeres. El mapa elaborado por la Red de Casas de Acogida, CEDHU, Taller Comunicación Mujer y Fundación Aldea muestra que solo en lo que va del 2018, 75 mujeres han sido asesinadas por el hecho de ser mujeres.
Violación y femicidio son delitos en los que se cuestiona a las víctimas: ¿qué hizo ella para provocarlos? En Ecuador 587 femicidios en los últimos 4 años, uno cada tres días. Esa visión impide la denuncia y el acceso a la justicia, y tutela judicial efectiva. ¿Qué hacer, a dónde acudir? “No hay que hacerlo solamente desde las redes sino en las calles. Acompañarnos, juntas y organizadas transformamos el mundo” es la respuesta para la vocera de esta plataforma social. Aquí dos testimonios de sus participantes:
“Estar en el campo de batalla”
En noviembre de 2017, Laurita Villacís (35 años) se vistió de rojo y participó de la acción colectiva frente a un reconocido hotel. Se recostaron en el piso al iniciar la rueda de prensa de grupos Pro VIDA. Aparentaron ser una alfombra roja que pisoteaban los que asegura son grupos intolerantes a los derechos de diversidad GLBTI y mujeres.
Este sábado marchó en el bloque de ciclistas en el que participaron al menos 30 ciclistas entre hombres y mujeres, y niñas. Laurita milita convencida de que se puede usar la bicicleta como herramienta de justicia y transformación social. “Históricamente la mujer ha sido confinada al espacio público, por tanto, cuando usa la bicicleta ocupa el espacio público y rompes con lo que históricamente se le ha impuesto a la mujer. Una ciclista se vuelve transgresora del orden en el espacio, de las buenas costumbres, la moral y la ética. Todas mis luchas las dirijo soñando que las condiciones de ser mujer y ser ciclista dejen de ser condiciones de riesgo”, es la reflexión que acuñó a lo largo de sus años como integrante de este colectivo.
Para Sinchi Gómez Toaza (28 años), asistir a la marcha es cuestión de pensar y sentir el feminismo desde un lugar de enunciación propio: Mujeres runas. No se llaman a sí mismas indígenas por la carga que trae el concepto de la colonización. Sinchi quien decidió retomar su vida en el campo, haciendo una vida contrahegemónica, explica: “Las opresiones que vivimos como ser mujeres se duplican por ser de procedencia indígena, rural. Somos racionalizadas. Nuestras perspectivas organizativas. Partimos desde una intuición del feminismo comunitario. Nuestra apuesta es a largo plazo de construir una epistemología de un feminismo propio, poniendo en debate conceptos del mundo andino como la complementariedad, la dualidad.”
Mujeres Runas es un colectivo que se está construyendo. 25 mujeres se juntaron en la Comunidad de Agato, Imbabura para venir hasta Quito a Marchar. Mujeres de Saraguro, Cañari, Otavalo, Saraguro, Salasaka, Chibuleo, Panzaleo, y pueblo Kayambi asisten a este momento histórico que busca incidir en las políticas estatales.
Acciones previas han acompañado la integración de este grupo. Sinchi Gómez cuenta que hicieron incidencia en sus comunidades en lengua quichua para sensibilizar respecto al acceso a la salud reproductiva bajo el lema: “Las mujeres runas también morimos abortando.”
Cuenta que las abuelas tienen el conocimiento de cómo recuperar la menstruación. “Hacemos una similitud de cómo la tierra cuando no está en las condiciones necesarias porque ha sido explotada, devastada, no da frutos. ¿Por qué nos tienen que obligar a parir en este contexto precarizado?” cuestiona la lectora autodidacta de Julieta Paredes, Adriana Guzmán, Lorena Cabnal y Rita Segato.
Tanto Laurita Villacís como Sinchi Gómez coinciden en la necesidad de guardar coherencia entre lo que se dice y se hace. El trabajo en organizaciones, en la casa y en la calle está dando sus frutos. “Nuestro feminismo habla de lo cotidiano y de la práctica diaria, vemos como posible esta revolución del sistema patriarcal que nos mata. Podemos sanar ese dolor y construir otro mundo posible”, afirma con esperanza Sinchi.
La marcha cerró con el canto de Ruth Montenegro en memoria de su hija: “Valentina quien te mató, tu canto no apagó. Este se multiplicó”. De forma poética, la marcha cerró con una ceremonia de fuego y esperanza.