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¿Pagar o no pagar? Esa es la cuestión

"¿Pagar, o no pagar? Esa es la cuestión."

Por Javier Alonso González / @javier12mayo

“Dinero es deuda”… Un oxímoron tan repetido que ya lo hemos aceptado como algo normal, sin cuestionarnos la lógica (o ilógica) de su propia esencia. El sistema económico mundial (que no es poca cosa) se basa en este principio, y en virtud de ello el 95% del dinero que existe hoy en día, en realidad no existe: son sólo unos y ceros. Dinero virtual que circula por el mundo, por obra y gracia de computadoras conectadas entre sí, y que se puede crear de la nada a partir de la existencia de deuda. Por extraño que suene, la mayoría del dinero que existe es falso, literalmente hablando.

BC7fK0zCEAAw5QHEste sistema de la deuda como motor de la economía comenzó varios milenios atrás, en el momento que surgió el concepto de usura: prestar dinero a cambio de un interés. Y si el préstamo de dinero genera un interés, siempre será necesario generar más dinero que el que ya existía antes, para poder cubrir dicho interés, y así sucesivamente. Este juego de trileros de proporciones estratosféricas sirve lo mismo para arruinar a una familia, que para hacer que un país pierda su soberanía ante entidades tan poco democráticas como el FMI o el Banco Mundial.

Pongamos el caso de la deuda ecuatoriana: el Banco Mundial ya amenazó en 2005 al Gobierno del Ecuador ante la posibilidad de destinar el dinero obtenido de los recursos nacionales a la población, y no al pago de la deuda externa. Una deuda que fue declarada ilegítima tres años después, en 2008, por ir en contra de los intereses de los ciudadanos, y habiendo actuado los prestatarios con intenciones espurias. Este planteamiento, que equipara la mala fe y el perjuicio común con la ilegitimidad, plantea un interesante dilema moral aplicable a todos los ámbitos. No solo a la banca y la deuda internacional, sino también al mundo de lo cotidiano, a las personas que cada día trabajan, conviven, aman, sueñan, y por supuesto, negocian. El dilema es: ¿la justicia es más importante que el deber, o al revés?

-“Déjame comer un poco de esa comida rojiza, porque estoy extenuado”. -“Dame antes tu derecho de hijo primogénito”
-“Déjame comer un poco de esa comida rojiza, porque estoy extenuado”.
-“Dame antes tu derecho de hijo primogénito”

Un buen ejemplo de deuda injusta la tenemos en un libro que es una referencia moral para mucha gente: La Biblia. Todos conocemos la historia en que Esaú vendió a Jacob su primogenitura por algo tan económico e intrascendente como un plato de lentejas. Cierto que Esaú tenía mucha hambre, pero, ¿realmente fue un trato justo? ¿No se aprovechó Jacob de la coyuntura para obtener un beneficio desproporcionado? Bajo esta circunstancia, ¿qué pesa más, éticamente hablando?: ¿cumplir con la palabra dada y la deuda contraída, o procurar un trato justo que no denigre ni perjudique a ninguna de las dos partes? Por desgracia, la moral es como el culo: todo el mundo tiene la suya. Y en muchos casos apesta.

Ni la religión, ni la filosofía, nos ofrecen respuestas empíricas sobre cuestiones morales, por más que muchos se empeñen en poseer la verdad. Lo cierto es que vivir significa moverse entre contradicciones. Por ejemplo, decir la verdad se considera, en general, algo bueno. Pero a veces puede ser necesario mentir para proteger a un ser querido, lo que también es algo bueno… Si hoy tengo pico y placa, tengo el deber ciudadano de no coger mi auto… Pero si un familiar enfermó, debo llevarle en mi auto a que le atiendan, porque también es mi deber. La mayoría de las veces tomamos decisiones de este tipo, en base a una mezcla de intereses personales, calculo de riesgos y sentido del deber. Lo “bueno” y lo “malo” no existen en términos absolutos: solo son formas de manejarnos por el mundo, tomar decisiones, y descansar (o fustigar) nuestra conciencia. Desde esta óptica, podemos plantearnos seriamente si una deuda debe ser pagada siempre, o por el contrario depende de las circunstancias bajo las que fue contraída, y las que producirá el liquidarla.

 

africaPagar la deuda del continente africano, por ejemplo, es algo que no se va a poder cumplir durante generaciones, y mientras tanto se están frenando las posibilidades de desarrollo de una población con enormes carencias económicas, sociales y democráticas. La deuda africana es claramente injusta e ilegítima, porque el dinero inyectado fue destinado precisamente a regímenes dictatoriales o corruptos (dos conceptos que a menudo van de la mano), bajo condiciones abusivas, y con muy altos tipos de interés. El préstamo de capital debería servir para permitir el desarrollo de un país, para que con el tiempo pueda generar sus propios beneficios y así poder devolver lo prestado en condiciones sostenibles, cosa que en absoluto se cumple en el caso de África, lo mismo que en tantos otros países del mundo.

Y el problema no es solo la amoralidad de reclamar el pago por parte de los tenedores de esta deuda, sino la intención real que en muchos casos hubo detrás de toda la maniobra: convertir a los gobiernos en deudores para que pierdan su soberanía, porque en el momento en que deben dinero, están en manos de sus prestamistas.

"Le prometo a él, a cambio, que cuando me haya saciado de todo cuanto deseo obtener, al expirar veinticuatro años desde hoy, él podrá obtener, gobernar, dirigir y poseer todo cuanto pueda ser mío de cualquier manera que a él lo satisfaga: cuerpo, propiedades, carne, sangre, etc." Fausto (Goethe)
«Le prometo a él, a cambio, que cuando me haya saciado de todo cuanto deseo obtener, al expirar veinticuatro años desde hoy, él podrá obtener, gobernar, dirigir y poseer todo cuanto pueda ser mío de cualquier manera que a él lo satisfaga: cuerpo, propiedades, carne, sangre, etc.» Fausto (Goethe)

Fausto vendió su alma al diablo a cambio de conocimiento y placeres mundanos. Antonio prometió a Shylock una libra de carne si no pagaba su deuda a tiempo en El mercader de Venecia. Los Muertos de El Sagrario contrajeron una deuda con Isildur ante la Piedra de Erch, que les condenó a no encontrar reposo tras incumplir su juramento, en El señor de los anillos. Mondego, Danglars y Villefort pagaron cara su deduda con Edmundo Dantés. Y el retrato de Dorian Grey pagaba los propios excesos de éste. La literatura da buena cuenta de la relación existente entre cometer un deshonor y contraer una deuda.

Aunque en el mundo real no siempre es así: a menudo contraemos deudas que no son amorales ni ilegítimas, y su pago es justo, trayendo finalmente alegría al que cobra, y descanso al que paga. “Cuentas claras, amistades eternas”, dice el conocido refrán. La medida de lo justo es difícil de averiguar, en este como en tantos otros casos. Así, pues, debemos ser cautos cual ovejas y astutos cual serpientes a la hora de valorar cuándo se debe contraer y cuándo se debe cancelar una deuda.

Hablando de citas bíblicas, tenemos un ejemplo muy famoso en la frase: “Perdona, Señor nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”… Pero el Dios del Nuevo Testamento parece más magnánimo que el del Antiguo, que exigía sacrificios  y pagaba a los pecadores con la muerte… Muy parecido a lo del FMI cuando exige a los gobiernos que emulen a Abraham y coloquen a sus ciudadanos en el ara, alcen el cuchillo y lo sacrifiquen para satisfacer los deseos de la banca y los mercados.

260px-Tyrion_LannisterMás allá de lo dudosa que pueda resultar una deuda, el hecho de no saldarla puede conllevar la pérdida de un bien más invaluable que el dinero: el honor y el prestigio. Esto lo sabe muy bien la familia Lannister de la serie Juego de Tronos, cuyo lema oficioso reza: “un Lannister siempre paga sus deudas”, un adagio que resulta adecuado para ganar la confianza de cualquiera que lo conozca. Porque pagar una deuda puntualmente supone a su vez ganar un algo intangible, pero precioso: prestigio, un capital muy difícil de ganar, pero muy fácil de perder. Claro que los Lannister son ricos… ¿Cancelar deudas cuando se tiene dinero revela honor y prestigio, o es solo una forma fácil de comprarlo?

Pagar o no pagar… Si me preguntan a mí, un gobierno debe antes de nada pensar en sus ciudadanos, que son aquellos con los que tiene una deuda por encima de cualquier otra, ya sean sus otros acreedores, el Banco Mundial, el FMI, o esa entidad vaporosa y casi sagrada que se ha dado en llamar “los mercados”. Difícilmente puede considerarse justo y moralmente aceptable el recortar en gastos sociales y rentas de los trabajadores, para que los prestamistas y usureros cobren su inversión en deuda. Porque en política, lo prometido es deuda. Y no el dinero, como nos quieren hacer creer.