RELATO UNO
“Dormimos con los zapatos puestos, para poder correr en el siguiente temblor”
Por Ujjwal Prasai
Domingo 26 de abril del 2015 – 9:20 am
Ha sido una noche tensa acá, en Katmandú, en medio de escombros e intensas réplicas del devastador terremoto del sábado.
Las mañanas de los sábados suelen ser relajadas. Se prestan para leer los suplementos del fin de semana. Ayer, parecía que la jornada sería igual que cualquier otra. Después de leer con detenimiento cada artículo y cada afilado despotrique publicado, me dispuse a ir al encuentro de un amigo. Pocos minutos antes del mediodía, nuestro mundo cambió.
Cuando caminábamos por el edificio blanquecino de la Asamblea Constituyente, el asfalto empezó a temblar violentamente. Era difícil mantenerse en pie. Fueron casi 50 segundos antes de que parara el sacudón. Con mi amigo, nos sosteníamos fuertemente el uno al otro, con la mirada puesta en unos recién construidos rascacielos, queriendo asegurarnos de que estaban todavía intactos. La mayoría lo estaban.
Tratamos de llamar a casa y contactar a otros amigos para comprobar que todo estuviera bien. Pero, después de las primeras llamadas, las líneas se congestionaron tanto que era imposible lograr una conversación. Decidimos esperar en el jardín cercano al Hospital Civil, conscientes de que ese era un lugar más seguro que quedarse en la mitad de la calle.
El siguiente shock
Cuando entramos al jardín, la tierra convulsionó por segunda vez. Nos sentamos en el piso, las víctimas empezaron a desbordarse en la sala de emergencias del hospital. La ensangrentada cara de un pequeño niño me entumeció. Regresé a ver a la lejanía, a las montañas. Otro temblor, de casi igual intensidad. Y pude ver los deslizamientos, allá, a la distancia.
Las noticias empezaron a inundarnos: la Plaza Basantapur Durbar, Patrimonio de la Humanidad, se había derrumbado; la icónica torre Dharahar era un montón de escombros, había gente atrapada en los edificios que cayeron en Bhaktapur y Sundhara. Mientras escuchábamos la información de última hora, los temblores continuaban. La razón nos decía que solo era cuestión de tiempo para que llegara el fin de nuestra vida.
Al lado nuestro, un joven, con tono serio, muy serio, contaba a su interlocutor, al teléfono, cómo Katmandú había quedado destruida. A pesar de la congestión de las redes, él parecía no tener problemas para establecer contacto en cada llamada. Y continuaba repitiendo las funestas historias, los horribles paisajes que había presenciado. Solo aumentaba el margen de certeza de nuestra premonición.
Queríamos volver a ver a nuestras familias, pero teníamos miedo de caminar, temíamos que las calles se abrieran a nuestros pies, como ya había pasado en muchos, muchos lugares. También teníamos miedo de tomar el bus. Tal vez un poste impactaría nuestro vehículo. Indecisos, nos tomamos un rato para caminar por el jardín. De pronto, nos percatamos de que los temblores habían cesado. Así fue cómo nos armamos de valor para emprender el camino de retorno a casa. Después de unos pasos, tomamos un autobús.
Armar un campamento
Cuando llegamos a casa, decidimos instalarnos en un campo abierto cercano, hasta que pudiéramos regresar a la normalidad. Pero, 17 horas después del terremoto, la tierra volvió a temblar. ¡Nada era normal! Conseguimos algunos alimentos secos y armamos una carpa en el terreno, para poder dormir, donde no cabían más de 12 personas.
En la radio anunciaban que habría más movimientos en las siguientes 48 horas. Más personas del barrio llegaban a nuestro albergue improvisado. Ya somos más de 24 en la carpa. Algunos nos vimos empujados a pasar a la intemperie. Colocamos unos delgados colchones bajo el cielo, empezamos a navegar en las redes sociales por celular. Fue un gran alivio encontrar estados de “estamos a salvo” en los muros de familiares y amigos. Las fotografías cargadas en la red, por amigos periodistas, helaban la sangre.
Empezó a lloviznar. Nos trasladamos al porche de la casa de un amigo. Nos cobijamos con una manta, pero en ningún momento nos sacamos los zapatos, en caso de que tuviéramos que empezar a correr. Cada 20 minutos, aproximadamente, la tierra temblaba. Corríamos como un rayo. Volvíamos a nuestros colchones cuando pasaba el tremor. Chequeábamos los celulares por actualizaciones. Y el ciclo se repitió sin cesar… toda la noche.
Sin haber dormido, salí a las 4:30 de esta mañana y empecé a escribir esta nota. Casi llego al final de mi narración cuando otro temblor me mueve. En la radio, el locutor informa que fue un réplica de 5.5 grados en la escala de Richter, y que el epicentro estuvo, otra vez, cerca de Katmandú.
Más de 1 500 personas han sido reportadas como fallecidas.
Algunos monumentos históricos han colapsado.
No nos queda otra opción, solo esperar que pronto todo esto termine.