Por Alberto Moya / @radioGuillotina
Desde Buenos Aires
El proceso electoral del país más austral es de importancia continental porque pone en juego la vigencia de una política progresista/populista. ¿Es posible continuar con espacios de centro izquierda en América Latina? El autor de este artículo cree que eso sería bueno pero descree que haya posibilidades óptimas en su país.
Los críticos de la experiencia de cambio progresivo tildan a estos gobiernos con el despectivo “populistas” o el exagerado “izquierdistas”. Tal es el caso de Steven Levitsky quien –no obstante– destacó que “el buen rendimiento de los gobiernos de izquierda se ve en los resultados electorales: entre 2000 y 2014, fueron reelectos en 19 de 20 oportunidades (la única derrota fue en Chile en 2010, donde Eduardo Frei no era de izquierda)”.
Este politólogo estadounidense, empeñado en criticar estos procesos, reconoce que “aunque la pobreza disminuyó en toda América Latina, la economista Nora Lustig y sus colegas muestran que los gobiernos social democráticos en Brasil, Chile, y Uruguay lograron reducir la pobreza y la desigualdad más que en otros países”.
En cambio, el analista argentino más compenetrado del proceso kirchnerista, Horacio Verbitsky, le ha salido al cruce para remarcar que “no explica el condicionamiento que el liderazgo de Cristina implica en el proceso electoral ni la tirria que produce en los poderes fácticos. No les basta con que sea reemplazada por un gobierno de signo opuesto. Necesitan que su gobierno termine en forma apocalíptica, como los de Raúl Alfonsín, Fernando de la Rúa y Eduardo Duhalde, no solo por castigar sus atrevimientos sino como advertencia al entrante y como seguro de no repetición”.
La coyuntura
Esta elección importa no tanto porque sea de recambio presidencial sino porque se pone en juego la continuidad de un modelo; ya no rojo como se soñaba en los setentas y se practicó en Cuba o Nicaragua, sino con una retórica anaranjada, como la de Ecuador, Bolivia, Brasil o Venezuela, por citar algunos.
Esto vendría a ser un cambio saludable respecto de la imposición de políticas de sangre azul del liberalismo capitalista que arrasaron tanto durante las dictaduras como en los años noventas con exponentes como Jamil Mahuad, Collor de Melo o Carlos Menem.
Lo que no pudo Salvador Allende ni Fidel Castro ni el sandinismo lo intentan con mucha menos expectativa estos gobiernos anaranjados que, en el caso de Argentina, han permanecido durante tres períodos (desde 2003). Cristina Fernández de Kirchner despide la etapa con respetables índices de popularidad, estabilidad política e injerencia para determinar su sucesión; algo inédito.
La historia
Desde su liberación en 1810, el país no vivía tres décadas continuas de democracia. Se lo impidieron los intereses económicos de las clases altas y de los imperios que durante el siglo XX actuaron confabulados para que gobernaran ellos o el caos. Como no podían ganar en elecciones limpias recurrieron a los golpes de Estado. Cuando lo más sanguinario del Partido Militar dejó de tenerlo como una expresión viable de las clases altas, apelaron a ‘comprar’ a los partidos populares (en la Argentina, son el radicalismo –UCR– y el peronismo –PJ–).
Cuando desde el peronismo algunos se animaron a contradecir la tradición pro yanqui, solo les quedó sostener a un hombre propio de la alta oligarquía o financiar a otros peronistas disidentes. El primero es Mauricio Macri. El segundo, Sergio Massa. Ambos mantienen excelentes vínculos con la embajada de EE.UU. y con Clarín, el principal multimedio de habla hispana, fundamental para la instalación de cualquier candidatura.
Quién es quién
Macri es un empresario multimillonario que buscó popularidad como presidente de Boca Jrs., club de fútbol muy conocido fuera de Argentina. Con ese antecedente llegó a ser jefe de gobierno de la capital del país.
Massa, que también aspira a tener sangre azul (militó de joven en la UCD, un partido ultra liberal), tuvo más suerte en el mayoritario PJ donde escaló hasta ser Jefe de Gabinete del gobierno K. Pudo hacerlo disimulado entre tantos otros de centro derecha que –como es tradición en su partido– agacharon la cabeza para plegarse a la conducción K que viró sin aviso hacia la centro izquierda.
¿Y Daniel Scioli? El candidato que más votos obtuvo en las elecciones primarias de agosto busca posicionarse lo más cerca del centro. Ex motonauta, invento político de Menem, siempre fue de centro derecha hasta que, como Massa, se alineó a la nueva conducción K. La discusión ahora es: ¿Permanecerá fiel al espacio que lo prohijó? ¿O abrirá un canal de recomposición por los poderes tradicionales con los que CFK confrontó?
¿Y Daniel Scioli? El candidato que más votos obtuvo en las elecciones primarias de agosto busca posicionarse lo más cerca del centro. Ex motonauta, invento político de Menem, siempre fue de centro derecha hasta que, como Massa, se alineó a la nueva conducción K.
Para dirimir lo que vendrá hay algunos datos objetivos: la composición de legisladores tiene la impronta de la Presidente y su hijo, líder de la Agrupación Cámpora. Pero el gabinete Ejecutivo fue armado por Scioli, sin representantes de aquel valuarte de centro izquierda. También él ha cuidado sus vínculos con la Embajada y Clarín, socio y vocero de los grandes empresarios.
La oposición
Tanto los peronistas, bien intencionados o no, que no acuerdan con los K, como los radicales, han conformado el armado del que fueron capaces. Los primeros, por centro derecha, con Massa y el gobernador De la Sota (aunque se perdieron a su par Adolfo Rodríguez Saa, quien en su presidencia de una semana durante la crisis de 2001 también amagó a “chavizarse”, lo que le impide ahora ser depositario de la confianza de la Embajada y, por ende, del principal medio propagandístico del país).
En cambio, los “radicales” no hallaron mejor oferta que seguir al multimillonario que tenía garantizada la instalación mediática. Especularon con que –aun si la derecha de Macri no llegara a la Presidencia– podrían conseguir escaños en el Congreso y algunas gobernaciones. No parecen tener mucho éxito habida cuenta de los resultados electorales de meses atrás en varias provincias.
La única candidatura presidenciable “radical” es la de Margarita Stolbizer, escindida del partido pero digna en sus planteos de mantener una propuesta de centro izquierda (su armado lleva el nombre de Progresistas) pero sin la corrupción que endilga a los K.
Una sexta candidatura, la única roja, es la del Frente de Izquierda, donde el joven Nicolás del Caño le ganó las primarias al veterano Jorge Altamira, con quien sumaron espacios que le posibilitaron más bancas de las esperadas.
¿Y en 2016?
Con cualquiera de los tres primeros, el Poder Económico sabe que puede entenderse. Aun cuando se resigne a que gane el candidato del oficialismo, tiene planes para torcer la impronta K influyendo sobre el Poder Ejecutivo, en detrimento de lo que CFK mande presionar desde el Legislativo.
¿Cuáles son esos intereses fácticos?
La Embajada pretende que dejen de ser sostén político de Venezuela. Clarín quiere que sea derogada la ley de Servicios Audiovisuales vigente desde hace seis años, frenada en juzgados sobre los que tienen inconfesadas influencias. La minera más grande del mundo, Barrick Gold, quiere continuar sus excavaciones aun al precio de secar los arroyos o envenenarlos. Chevron quisiera ampliar su participación en la extracción petrolera de Vaca Muerta. Y Monsanto espera que se dupliquen los cien millones de hectáreas dedicadas a monocultivos que requieren de sus venenos, cuyos efectos letales ya llegaron a la ciudad: según se supo esta semana, hay rastros del cancerígeno glifosato en algodones, gasas, isopos y hasta tampones.
La minera más grande del mundo, Barrick Gold, quiere continuar sus excavaciones aun al precio de secar los arroyos o envenenarlos. Chevron quisiera ampliar su participación en la extracción petrolera de Vaca Muerta.
Esta es la principal muerte silenciosa en el país, de la que los principales candidatos no hablan. Son responsables el gobierno que se beneficia con el comercio exterior, pero también peronistas disidentes como el excorredor de Fórmula 1, senador Carlos Reuteman; diputados radicales como Ricardo Buryaile, y los dueños de Clarín, Héctor Magnetto y José Aranda, todos inversores agropecuarios.
La oligarquía respira tranquila.
Alberto Moya es periodista desde hace un cuarto de siglo y docente universitario. Cubrió el Festival Woodstock de 1994, en EE.UU. y episodios en México; Perú; Uruguay; Brasil y el golpe en Paraguay. Ha escrito en la Agencia Periodística del Mercosur; para diarios como Página/12 o Perfil y revistas como Gente o Veintitrés. En 2009, fue considerado “revelación” por la revista Noticias. Escribió cuatro libros y recibió una decena de premios en Argentina.