Por Gabriela Montalvo Armas / @mgmontalvo

Fotos: Fernanda Gallardo

El martes 17 de septiembre de 2019, la Asamblea Nacional tuvo la oportunidad de cambiar la historia no solo de niñas y mujeres, sino de toda la sociedad ecuatoriana al votar por ampliar las causales de despenalización del aborto a los casos de incesto y violación. Hubiera sido un paso importante en el reconocimiento de que un Estado laico debe tratar lejos del dogmatismo lo que constituye una grave problemática social.

Sin embargo, una minoría significativa (pues los 59 votos en contra pudieron más que los 65 a favor), impidió que nuestro país dé un paso más en la progresiva consecución de los más básicos derechos humanos, como el de no ser penalizada por elegir no continuar con una gestación forzada, producto de una violación.

Esta votación no impide que cientos de niñas y mujeres aborten, pues los abortos seguirán produciéndose en la más cruel clandestinidad; esta votación no disminuye la muerte, así en abstracto, como se refieren a la vida, porque las mujeres, y los embriones o fetos productos de la violación, seguirán muriendo como resultado de la negligencia en la práctica ilegal. Esta votación no constituye ningún freno a la cultura de la violación que vivimos día a día en nuestro país, porque refuerza la idea de que somos las mujeres quienes tenemos que cuidarnos y darnos a respetar; tampoco promoverá la adopción, ni la vida digna de ningún “bebito”, tan defendida mientras se trata de embarazos forzados, y tan olvidada cuando se trata de políticas públicas para contar con servicios públicos gratuitos de calidad en salud o educación.

Esa votación “por la vida” no aportará en nada a las condiciones materiales ni a las oportunidades de la vida concreta de las miles de madres que, desde los once años, se ven obligadas a hacerse cargo no solo de la gestación y del parto, sino de los niños que muchas veces son a la vez sus hijos, sus hermanos, sobrinos, tíos o primos.

Fue tras recibir esa respuesta –amparada en el mejor de los casos en el dogma de la religión, porque en algunos fue resultado de cálculos políticos, de negociación o de directa misoginia– que cientos de mujeres decidieron autoconvocarse y salir a las calles a protestar.

A protestar enérgicamente, airadamente, porque estamos hablando de la vida, del cuerpo, del destino, de la posibilidad negada a las mujeres a quienes se les exige continuar con una maternidad forzada. Esas mujeres que en su mayoría son pobres, que en su mayoría son racializadas, que en muchos casos son niñas.

Y después de esa protesta lo que le importó a una buena parte de la sociedad –altos dirigentes de izquierda incluidos– fueron los grafitis en el patrimonio o los senos desnudos ante las puertas de las iglesias porque ¡con eso se ofenden los creyentes!

aborto
Foto: Fernanda Gallardo.

¡Ninguno de los ofendidos señores y señoras habló de la indignación, del dolor, de la desesperación y abandono que sentimos las mujeres por parte de un Estado que, de diversas maneras, sigue siendo pacato, necio, hipócrita y clerical!

Y no nos olvidaremos jamás de quienes tuvieron todo a su alcance para concretar una de las luchas más importantes para el feminismo en el cual decían militar: toda la bancada sumisa que, ante la primera amenaza de renuncia de su líder, dio no solo un paso, sino todo un camino atrás. Tal cual marido que amenaza con el abandono a su pareja ante cualquier desobediencia a su autoridad, Rafael Correa y sus fieles asambleístas impidieron hace varios años que la consecución de este mínimo derecho se hiciera realidad.

Durante el largo debate sobre la despenalización del aborto por violación en nuestro país, expusimos datos, cifras, testimonios. Argumentos científicos biológicos, médicos, sociales, culturales y económicos. Nada les llegó, nada les importó. Se taparon los oídos, miraron hacia otro lado, nos dieron la espalda y nos volvieron a condenar ¿Cómo no pueden comprender la indignación que sentimos? ¿Desde qué nivel de la indiferencia evalúan el daño al patrimonio, a la propiedad? ¿Desde qué moralista perspectiva sexualizan y vuelven pecaminosos nuestros senos desnudos ante una institución que tiene todo menos autoridad moral?

La protesta, como una de las más claras manifestaciones sociales, no es un hecho aislado, es parte de un proceso más amplio en la reclamación de derechos, en la denuncia de la injusticia y la inequidad, en la reivindicación de la igualdad. El estallido es la forma que la protesta toma tras el silencio, tras la negativa constante o ante el enfrentamiento violento y la burla ante el reclamo. Exactamente lo que ha pasado con el aborto por violación.

Seguiremos. Lo lograremos. ¡Será ley!


1 COMENTARIO

  1. Al fin no responde la pregunta que se hace. Si tema de fondo es discutir sin dogmatismos el derecho de una niña que ha sido violada no ser madre. Muchos estamos de acuerdo con ese derecho. Esto no obliga a nadie a hacerlo, aunque esté en esas condiciones. Pero tampoco ayuda en mucho a echar pintura, lo cual ubica al movimiento más en la anarquía que en la razonabilidad que es la que se debería defender.

Los comentarios están cerrados.