Por Daniel Ortiz / @EscribidorEc
En diálogo con La Barra Espaciadora, Rafael Grande, especialista en Sociología de las migraciones, profesor de la Universidad de Málaga e investigador de la Office of Population Research, de Princeton University, habló sobre la urgencia de comprender el actual proceso migratorio de ciudadanos venezolanos en Ecuador, así como de los discursos que se posicionan en las redes sociales y de las reacciones de quienes reciben esta ola migratoria.
Los que llegan
Rafael, el éxodo de ciudadanos venezolanos a países andinos y centroamericanos rompe con una característica preeminente de los procesos migratorios, los desplazamientos mayoritarios hacia los polos de desarrollo industrial. ¿Qué tipo de movilizaciones se están configurando en el sur del mundo con la crisis de Venezuela?
La complejidad de los actuales movimientos migratorios puede contextualizarse mediante factores push and pull (expulsión y atracción). En primer lugar están los factores de expulsión. Según datos de la Organización Internacional de las Migraciones, de 700 mil venezolanos residiendo en el extranjero en 2015 se ha pasado a más de 1,6 millones en 2017, lo cual es una aceleración muy significativa provocada por una crisis económica persistente. Claro que hay otros factores, por ejemplo, de índole política, pero esa difícil decisión de irse viene articulada por motivos económicos, expectativas económicas y por términos de capital humano a medio plazo.
En segundo lugar están los factores de atracción. Muchos venezolanos han migrado durante décadas hacia el norte, gracias a la red de compatriotas instalados en esos países. Pero no se ha prestado atención a los notables flujos de migraciones sur-sur. Esos otros polos aparecen hoy como atractivos. No es solo una cuestión de migrar a países con un alto PIB per cápita, sino donde existen oportunidades que en este momento no hay en la sociedad de origen, con el plus de la cercanía geográfica y cultural que lo hacen más viable.
Pero, si las migraciones derivan de factores de desigualdad económica, por los cuales los sujetos asisten a la idea de vender con más altas expectativas su fuerza de trabajo, ¿por qué elegir países con condiciones sociales, económicas y políticas semejantes a las del país de origen: inseguridad jurídica, populismos, desconfianza en las instituciones, criminalidad?
Si lo ves desde fuera puedes pensar: ¡pero si Ecuador también tiene un chingo de problemas como Venezuela! Mi hipótesis es que esos factores tienen menor peso en la ecuación que se hace el venezolano que piensa migrar. Nos equivocamos si queremos hacer un análisis maniqueo donde explicamos la actual emigración como respuesta casi exclusiva a un problema de derechos y libertades políticas o como oposición al presidente Nicolás Maduro. Evidentemente hay responsabilidades políticas. Pero no, lo que está empujando esta emigración es una fase de alta incertidumbre socioeconómica. El caso de las migraciones sur-sur es paradigmático. Durante décadas los flujos migratorios eran de origen colombiano y ecuatoriano hacia Venezuela, donde estaba el desarrollo económico y las oportunidades laborales por el auge petrolero, mientras Colombia y Ecuador sufrían, en esa misma época, de inestabilidad política y una situación económica dispar a la venezolana. Ahora parece que las expectativas han dado la vuelta, especialmente con el dinamismo comercial y la firma de la paz en Colombia.
¿Cuál es la razón última que motiva a los venezolanos (en el caso puntual de esta entrevista) a radicarse en lugares donde las posibilidades de inserción son bajas, en términos de atracción–repulsión?
Siempre intento formular en paralelo otra pregunta imprescindible para poder clarificar el análisis: ¿Quiénes son los que se van? Esas 900 mil personas que han migrado, en los últimos años, muy seguramente no son una muestra aleatoria del conjunto de la sociedad venezolana. De lo poco que aún sabemos, se observan algunas tendencias. Primero, están saliendo fundamentalmente jóvenes, con menos vínculos adquiridos en el país de origen para dar el paso de marcharse al extranjero. Segundo, la emigración está compuesta en un porcentaje importante por jóvenes profesionales, con altos niveles educativos, que han visto truncadas sus expectativas patrimoniales ante la quiebra económica, pero todo apunta a que no son los sectores más bajos de la sociedad venezolana. Esta estrategia se ha expandido hacia abajo en casos puntuales, llegando a otros sectores que han visto en la emigración una salida. Por ejemplo, llevamos años viendo migrar al pueblo sirio hacia Europa debido a la guerra, o como fue el caso de los colombianos exiliados por el conflicto militar. Esta categoría se puede denominar de migraciones forzadas.
¿Multiculturalismo o asimilacionismo?, ¿deben los venezolanos adaptarse a la cultura preeminente que los acoge, o deben defender sus raíces en el crisol de la diversidad?
La realidad nunca es blanca o negra. Yo situaría el eje en los procesos de integración. Hay una cita muy bonita de Livi-Bacci que refleja este parecer y dice algo así: “No preguntemos al inmigrado «¿qué sabes hacer?» o «¿qué trabajo estás dispuesto a realizar?», sino «¿quién eres?» y «¿cuál es tu programa de vida?»”. Es decir, no deberíamos preocuparnos de que el migrante adopte pautas culturales idénticas a los nativos, sino que debemos prestar atención a que estén integrados en la sociedad de acogida en términos laborales, familiares, de sociabilidad, etc. No hay una trayectoria mejor que otra siempre que se garantice no fomentar círculos de segmentación, discriminación o exclusión por razón de estatus migratorio. El desafío, no menor, pasa por maximizar los beneficios que genera la inmigración para las sociedades receptoras y minimizar los problemas. En esos procesos de integración juega un papel fundamental la diversidad cultural. Si quieres un ejemplo cotidiano, piensa en los tipos de comida de los inmigrantes y que enriquecen la gastronomía de los países de destino. Hoy no se entiende un Berlín sin su olor a comida turca, tampoco Madrid sin restaurantes senegaleses o Barcelona sin arepas venezolanas o empanadas argentinas.
Los que yacen
¿Resulta o no curioso que en un país con más de dos millones y medio de migrantes, como Ecuador, en el que muy probablemente al menos un miembro de cada familia ha migrado, a España, Estados Unidos, etc., existan ciudadanos que aún pidan el cierre de las fronteras, la expulsión de los extranjeros o la prohibición de su ingreso?
Es curioso y parece difícil de explicar… Debido a mi experiencia, podría decir que estamos ante una reacción habitual, aunque lo habitual no significa normal, menos aún para justificar prácticas xenófobas o discriminatorias. Estados Unidos, país que ha sido construido por inmigrantes, acaba defendiendo políticas extremas contra los inmigrantes. México tiene millones de compatriotas residiendo en el norte y, a su vez, parte de su población exige dureza frente a la migración centroamericana. Llama la atención la cercanía de Ecuador en ambos fenómenos, por su solapamiento. Pues este caso sirve también para explicar cómo la memoria colectiva es corta y selectiva: siempre justificando la diferencia entre las migraciones de los unos y las de los otros, como si existiera una migración buena y otra mala.
Como he comentado a priori, hay hitos estrafalarios en las pésimas relaciones de ciertos sectores del país andino con los ciudadanos de otros países. Primero, un video circuló en redes sociales donde una venezolana tildaba de “indios” y “feos” a los ecuatorianos, lo que desencadenó cólera, violencia y maltrato. ¿Es justificable la actitud hostil de buena parte de la sociedad ecuatoriana ante un hecho aislado de una sola ciudadana?
No se puede justificar nunca la actitud de la ciudadana venezolana, pero es necesario reflexionar sobre los orígenes y las consecuencias para plantear soluciones. Pondría el acento en una suerte de reconocimiento o choque cultural como fase inicial necesaria del proceso de integración, de la construcción de un multiculturalismo y del reconocimiento de la nueva diversidad derivada de la llegada de colectivos inmigrantes. Hay un choque entre los colectivos minoritarios, los inmigrantes en este caso, y la homogeneidad cultural tiende a sentirse amenazada por esos nuevos vecinos. En el momento inicial de ese choque y del reconocimiento del otro, cualquier chispa puede acabar provocando un incendio. Hace falta más sentido común porque hoy en día sobran pirómanos en las redes sociales, que son la magnífica gasolina para extender fuegos innecesarios.
Segundo, ¿cuáles son las razones para que todo un pueblo se ofusque cuando los llaman “indios” o “feos”?, ¿qué cuestiones están adormecidas en el subconsciente colectivo que le impiden al ecuatoriano reconocerse en sus ancestros amerindios, pues la experiencia ha demostrado que decirle “indio” a un mestizo es tan grave como llamarlo “hijo de puta”?
Yo no lo considero como un problema exclusivo o particularmente hondo de los países andinos. Lo que llama la atención es que se estén reproduciéndose esas pautas en sociedades que son tan profundamente diversas… Habría que analizarse desde la época colonial para conocer por qué el calificativo de indio se ha tornado un insulto actual. Detrás del término no está la riqueza cultural del indio, lo cual es lamentable, sino toda una distorsión sinónima y peyorativa de “pobre, excluido, ignorante, tonto”. Sin embargo, durante las últimas décadas se ha visto, por suerte, implementarse sucesivos reconocimientos a esa diversidad pluricultural y plurinacional en los países andinos, especialmente en Ecuador y Bolivia. El siguiente reto sería ir incorporando esa diversidad al currículum escolar. Solo con la educación de las siguientes generaciones se podrá frenar esos hechos bochornosos.
La xenofobia ha recrudecido en Ecuador desde mayo de 2018, cuando un extranjero, presuntamente bajo los efectos de narcóticos, propinó cerca de 30 puñaladas a un taxista. ¿Cómo explicarle a la ciudadanía que un venezolano no representa a todos los migrantes de ese país?, ¿cómo decirles, al mismo tiempo, que los ecuatorianos tampoco son culpables de los delitos que sus compatriotas cometen en Europa o Estados Unidos?
El racismo y la xenofobia tienen un origen socioeconómico antes que una base cultural clara. Lo que está por debajo de ese desprecio social no es tanto una diferencia cultural sino también, y casi siempre en primer lugar, una situación económica o una posición de clase cultural. En Europa está en cuestión la relación entre inmigración y estado del bienestar, proliferando rápidamente prejuicios en torno al abuso que harían los inmigrantes de la sanidad, el sistema educativo público; o que recibirían más prestaciones sociales que los nativos, etc. Hay mucho de chovinismo en todas estas actitudes, pero también sabemos que esas opiniones se asientan, en mayor medida, entre la población nativa en posiciones más bajas de la escala socio ocupacional. Es decir, ellos son quienes perciben al inmigrante como “el enemigo”, el que te puede quitar el trabajo, el que te quita las ayudas (subsidios)… En realidad, todo es una construcción social que no se sostiene empíricamente. Recientemente publicamos un artículo donde demostrábamos que, en el caso de España, a igual nivel educativo, tipo de hogar, edad, etc., los inmigrantes no reciben, en ningún caso, más prestaciones que los nativos españoles. Lamentablemente cuesta mucho que ese tipo de resultados llegue a la ciudadanía, cuesta mucho romper esas generalizaciones simplistas de “los inmigrantes son…”. ¿Qué hay detrás de eso? Hay una suerte de construcción social del otro como un elemento rupturista y amenazante para la homogeneidad cultural.
Las redes sociales
Desde que se llevan algunas estadísticas, los organismos de seguridad de Ecuador han determinado que el promedio anual de ciudadanos extranjeros detenidos por cometer delitos es del 4% (+/-), mientras que el restante 96% los cometen los ecuatorianos. En ese contexto, ¿por qué la construcción del acontecimiento jerarquiza la información de hecho luctuoso destacando la nacionalidad de un criminal, incluso muy por encima del pésame a la propia víctima?, ¿cuál es el rol de la prensa en ese posicionamiento?
El papel de la prensa y los medios tal vez no ha sido muy abordado en los estudios migratorios, pero tiene unos efectos radicalmente intensos en los procesos de integración. Se refuerzan varios prejuicios hacia los inmigrantes, dada la forma en la que se presentan determinadas noticias; y no solo cuando se subraya el origen nacional del criminal o la presencia de inmigrantes en un determinado altercado (…) También sucede cuando la noticia es positiva, pero se omite o se aleja de los lugares centrales ese origen migrante. Junto a la forma de dar las noticias, debemos poner el acento en la agenda setting. Es decir, en cómo los medios de comunicación estructuran los temas que están en la agenda y esto acaba influyendo en los temas que confeccionan la agenda pública, la agenda política y nuestra forma de actuar. Echamos en falta un abordaje de la migración más profundo y más humano por parte de los medios de comunicación.
“Los colombianos son drogadictos y terroristas”, “las venezolanas son putas”, “los venezolanos nos apuñalan”… Son muchas las representaciones que se han posicionado pero hay otros discursos que pueden hacer un contrapeso a esas ideas dominantes. ¿Cómo elevar el debate social, mitigar el odio y evitar futuros actos de violencia?
No es una tarea fácil pero claro que hay muchos otros discursos que se alejan de esa constante criminalización y visualización del inmigrante como amenaza. Los entornos multimedia actuales y la diversidad de recursos disponibles en Internet nos dan las herramientas para fomentar una creciente autonomía de la audiencia. Considero realmente eficaz la propia convivencia con los inmigrantes. Cuando tu vecino es un inmigrante y ves que es igual que tú, con tus mismos problemas, que pueden echarse una mano… cuando tu hijo va a clase con el hijo de unos inmigrantes… cuando vas a comprar a la frutería regentada por inmigrantes colombianos… cuando tu compañero de trabajo es venezolano… Esa convivencia cotidiana y relatar, a nuestros allegados, esas experiencias son la mejor forma para cultivar la tolerancia y luchar contra los prejuicios.
Claro, no solo está el mensaje mediático. No solo se muestra al colombiano o venezolano capturado en la portada del periódico o en el noticiero estelar. Ahora hay smartphones: la gente filma a quien no tolera, luego comparte el video a las redes sociales y la cadena de difamación se esparce con un share. ¿Cómo evitar la viralización del odio?, ¿se debe exigir el usuario de la red un ejercicio de reflexión?
Las nuevas tecnologías no son per se ni buenas ni malas. El problema nunca está en las herramientas que tenemos a nuestra disposición sino en cómo usamos esas herramientas. Desgraciadamente, y no sólo en lo relativo a la inmigración, falta muchísima educación para hacer un manejo responsable de las nuevas tecnologías. No soy partidario de exigir o incluso penar determinados comentarios, la libertad de expresión para mí debe estar por encima de eso. Pero la sociedad civil debe intentar romper determinadas espirales de odio, no dar más cancha a comentarios o planteamientos maniqueos anti-inmigración. Hay un sentimiento anti-inmigración que podemos llamar de baja intensidad, que va a encontrar en las redes argumentos para radicalizarse o para reflexionar de forma sensata sobre sus opiniones. Es tarea de todos fomentar lo segundo e invisibilizar lo primero.
Quedan temas pendientes, como la reconfiguración del tablero mundial y el éxito del discurso anti-migrante en el Brexit, la victoria de los republicanos “duros” en Estados Unidos, el ascenso de la ultraderecha, por ejemplo, LePen en Francia, la Liga Norte en Italia o Alternativa por Alemania (AfD), que esperamos solventarlos en una nueva oportunidad.
¡Encantado!
Rafael Grande (@RafaGrandeM) es sociólogo, es español, máster en Estudios Latinoamericanos y doctor en Ciencias Sociales por la Universidad de Salamanca. Actualmente es profesor de Sociología en la Universidad de Málaga (España). Sus trabajos se han desarrollado mayoritariamente en la sociología de las migraciones, combinando la perspectiva demográfica y la economía laboral. Destaca su tesis doctoral (2014) donde se analizan las interacciones entre las relaciones familiares y los procesos de integración laboral en la población migrante latinoamericana y caribeña en España. Recientemente ha dirigido el proyecto de investigación “Asimilación laboral e integración social en flujos migratorios sur-sur y sur-norte. El caso de América Latina y el Caribe”, financiado por el Gobierno de España. Ha desarrollado su actividad en centros de investigación como el Centre d’Estudis Demogràfics de Barcelona, la Office of Population Research de la Universidad de la Princeton, el Instituto de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca o la Universidad Autónoma de Chiapas. Además, es director editorial de la publicación académica Encrucijadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales.