Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar
Fotos: Edu León / @EduLeon_photo
La capacidad de recuperación de los sobrevivientes del terremoto en la costa ecuatoriana ha sido asombrosa. Y como si buscara reconciliación con ellos, la naturaleza por fin ofrece una gran cosecha. Así le llaman los pescadores a la época en la que los ríos y el océano se vuelven generosos –entre marzo y junio, más o menos–. Cosecha. Hay camarón, sierra, lisa y conchas. Hay caballa, corvina, langostino y robalo. Hay abundancia hoy.
Pero hace un año no hubo cosecha. José Arboleda –conocido por todo el personal del Puerto Pesquero Artesanal de Esmeraldas como ‘Don More’– ya en octubre, a los seis meses de la tragedia, tuvo que cambiar sus planes: ya no ordenaba a sus pescadores a que salieran por las noches, «porque el mar se ha puesto bravo –decía– y ya no se saca mucho, el camarón viene chiquito y las pocas veces que llega grande sale caro…».
Hacia el sur, en San José de Chamanga, en el cantón Muisne, Avilio Chere, un desaliñado y locuaz pescador, decidió en agosto llevar baldes de lisa, de picuda, de camarón y de lo que hubiera, hacia Balsalito, un poblado minúsculo monte adentro, al borde del río Muisne. En la feria de los sábados lo remata todo a precios rebajados. Pero si le llaman por trabajos temporales en alguna camaronera, él agarra un bus y enseguida emprende viaje.
La fuerza del sismo también sacudió la tierra del fondo de las costas de Ecuador, y durante un año, los cerca de 30 000 pescadores de las provincias de Manabí y Esmeraldas que fueron afectados por la tragedia tuvieron que reinventarse y sobrevivir por segunda vez.
En contraste, ciertas instancias gubernamentales –un año después del terremoto que se cobró la vida de 671 personas, según las cifras oficiales– se han hundido en la absurda tramitología y rayan en la negligencia.
Chamanga fue siempre un pueblo de paso para la mayoría de ecuatorianos y extranjeros, hasta la noche del terremoto. Pocos sabían que el camarón que se prepara en los restaurantes de la provincia viene de sus costas y que cientos de pescadores trabajan de día igual que de noche para llevar sus productos a miles de mesas del país, y que por eso no basta con ofrecer casas de dos habitaciones, un baño, una cocina y un espacio social a cada familia, como si todas las familias fueran iguales. Muchos pescadores no miran banderas políticas ni mucho menos ideologías. Demandan trámites justos y ágiles, y casas dignas para vivir cerca del lugar para el trabajo que heredaron.
Mientras Avilio reserva cada sábado que puede para llevar sus productos a la feria de Balsalito o viaja a camaroneras, en su Chamanga natal quedan su hermano Ángel –a cargo de una parte de la pesca– y su hermana mayor, Jacinta, una madre soltera de 47 años con discapacidad auditiva, que tiene bajo sus cuidados al padre de los tres, don Florencio Chere, un anciano de «como ciento doce años» que no puede moverse por sí solo ni hablar ni escuchar. Pocas semanas después del terremoto, las autoridades ofrecieron una casa a la familia Chere, pues la suya fue censada como insegura. Pero tan solo una vez recibieron la visita del personal del Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi).
Ese anciano cumplió un año más sin ser tratado como una prioridad para el Estado ecuatoriano. Jacinta, su hija Niurka, de 14 años, y su longevo padre vivieron cerca de nueve meses bajo dos carpas de bolsas plásticas. Pero, como nadie llegó, volvieron a la casa insegura. Ahí improvisaron una pequeña tienda de víveres, justo debajo de las losas quebradas para tener con qué comer. A ver si ellos también son capaces de sobrevivir de nuevo.
En Manabí y, aunque mucho menos, en Esmeraldas hay casas nuevas, sí. Pero también hay muchos damnificados que se han acomodado en construcciones por demoler, en ruinas o en carpas improvisadas. Otros aún viven en carpas de emergencia, como Edison Yin.
Edison era un pescador que arrendaba una vivienda lo suficientemente amplia para su familia de 11 miembros, hasta que el terremoto la tumbó. Tenían espacio para tender la ropa y “para vivir dignamente”, recuerda este hombre de 31 años –risueño afro con la estatura de un portal–. Edison también era pescador y ahora es guardia de seguridad y vive en el albergue principal de Chamanga, un campamento lleno de carpas azules dispuestas en filas, cercado con mallas y controlado rigurosamente por policías y militares. Nadie que no sea uno de los albergados puede entrar ahí sin una autorización del Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas o del Miduvi.
En la zona costera ecuatoriana hay casas nuevas, sí, aunque aún no sean las suficientes. No son espaciosas pero hay casas. No tienen áreas de recreación y están lejos de los sitios donde los pescadores guardan sus redes, sus canoas y sus productos. Pero hay casas. Y también hay miles de albergados viviendo en carpas desvencijadas y desteñidas por culpa del sol y de la lluvia.
Chamanga es la fuente de alimentos de muchas otras poblaciones, tanto de Esmeraldas como de Manabí, y sus pescadores llevan productos hasta ciudades como Pedernales, Santo Domingo de los Tsáchilas. o pueblos monte adentro, como el recinto Balsalito, de la parroquia San Gregorio. De la pesca dependen sus vidas.
Igual que cientos de pescadores artesanales de la zona afectada, Edison dejó la pesca por necesidad. Hace apenas un mes consiguió el puesto de guardia del proyecto habitacional Nueva Chamanga, o lo que los lugareños llaman La Ciudadela. Gana 460 dólares por mes, trabajando 12 horas diarias, seis días por semana, igual que otros cuatro contratados. “El trabajo da para comer, pues… A todo hay que verle el lado bueno –suelta él, con timidez, justificando una decisión que sospecha equivocada, pues en plena cosecha se ha puesto de guardia–, el gobierno no tiene culpa de que haya habido ese terremoto”, murmura.
El presidente Rafael Correa ha anunciado que en Nueva Chamanga, donde hoy trabaja Edison, se reubicará a gran parte de los damnificados de este poblado pesquero, y que se lo debe hacer hasta mayo. La construcción de este complejo habitacional arrancó en marzo del 2017, apenas un mes antes de que se cumpliera el primer aniversario del terremoto. Recién a inicios del 2017, Chamanga lucía como si el terremoto hubiera ocurrido unas horas atrás.
Nueva Chamanga es uno de los cinco proyectos que el gobierno ha planeado para la provincia de Esmeraldas, con 1 079 viviendas, mientras que en Manabí se proyectó la construcción de 13 conjuntos habitacionales, con 2 666 viviendas.
Pero Edison no se atreve aún a preguntarse en voz alta cómo logrará vivir con su familia de once miembros, como vivía antes, pero en casas tan pequeñas como estas: cada una consta de dos habitaciones, un espacio de baño, cocina y área social, y cada nuevo dueño debe pagar 1 000 dólares a tres años plazo. Edison no se ha enterado de que habiendo sido arrendatario no puede acceder a estas casas, pues están destinadas únicamente a dueños de terrenos.
A pesar de su estatura, Edison no intimida, no lleva arma ni viste un uniforme que infunda miedo, como lo hace cualquier otro guardia. Es que él no se siente una autoridad. Este joven de 31 años parece disfrutar cómo luce ahí sentado sobre una silla, junto a la puerta de esta urbanización estatal. Su idea de autoridad la encarnan únicamente su jefa, a quien llama por celular para consultar sumiso si puede autorizar la entrada de la prensa a La Ciudadela. Bueno, su mayor idea de autoridad, aun sobre su jefa, es la del presidente Rafael Correa. Para él, la voz que manda por sobre todas las cosas es “Don Rafa”. Por eso continúa él susurrando: “Nos dijeron que este proyecto venía ‘Don Rafa a entregarlo el Día de las Madres. Y tiene que venir porque tiene que darle muchas explicaciones al pueblo, hay un descontento que la gente no quiere venir, la gente que tenía allá una casa de 15 metros por 20 no quiere venir para estar acá tan incómodos”.
Ese descontento es el suyo, como lo es el miedo a reconocerlo y a perder su trabajo.
En Chamanga, solo 12 viviendas resistieron. El gobierno ecuatoriano ofreció entregar 475 casas en Nueva Chamanga, de un total de 45 455. El 1 de febrero de este año, la ministra de Desarrollo Urbano y Vivienda, Katiuska Miranda, entregó viviendas a 119 familias en Chamanga. 74 de ellas fueron parte del incentivo por reconstrucción en terreno propio y 45 por reparación.
Los habitantes que perdieron sus casas tienen opiniones divididas: unos se conforman con recibir las viviendas del plan habitacional y consideran luego readecuarlas, ampliarlas, mejorarlas. Todo aquello que se hizo durante décadas y que provocó tanta destrucción de infraestructura. Otros se empecinan en quedarse en sus terrenos.
Lorgio Bones es uno de esos pescadores que no corrieron con mucha suerte. El censo que evaluó quiénes serían beneficiarios del bono de vivienda para su nueva casa no lo consideró merecedor de una, a pesar de que la suya se vino abajo. 46 años, padre de 4 hijos, Lorgio no ha dejado su labor de echar las redes al agua. Más bien aprovecha esta cosecha bondadosa y alista las redes para la siguiente faena. “Cuando sale algo también hago de albañil, plomería, lo que haya”, dice. Está ocupado. Son las seis de la tarde y la luz del sol le pega en la nuca. Es Viernes Santo y el siguiente domingo será de resurrección y también se cumplirá un año de la tragedia.
Lorgio hace equilibrio sobre las tablas extendidas a lo largo de la costa. La casa de su hermano –otro pescador– se sostiene en nuevos maderos clavados debajo del mar. Los que había antes se averiaron con el temblor. Lorgio prepara las redes en esta casa flotante donde vive su hermano, justo donde el gobierno ofreció construir un puerto pesquero artesanal que no asoma todavía las narices. Lorgio se pregunta en voz baja si el puerto llegará algún día.
Si de acuerdo con las cifras oficiales, de los más de 2 410 millones de dólares que suponemos han sido invertidos, se asignó el 9 % para la reactivación productiva de la zona afectada, ¿es que acaso son tomados en cuenta con privilegios de primera línea los pescadores damnificados?
Edison Yin también se pregunta en voz baja qué hará cuando se termine la construcción del proyecto de vivienda para el que ahora trabaja y ya no necesiten de sus servicios de cuidador de obra. ¿Será que esta cosecha es tan abundante y ya se la perdió? ¿Volverá a echar las redes al mar algún día? ¿De qué vivirán José, Avilio, Edison, Jacinta o Lorgio cuando la cosecha de este año termine? ¿Dónde vivirán?
Más allá, los niños juguetean entre un basural. Más acá, sobrevuelan garzas. Más allá, gallinazos. Más acá también.