Por Lise Josefsen Hermann
La Esperanza / Intibucá, HONDURAS.- Este es un lugar para delirar, para soñar, para tratar de hacer realidad lo que parecía imposible.El paisaje sonoro se llena con acordes de Manu Chao y sobran las risas y los correteos. Ahí funciona el Consejo Cívico de Organizaciones Populares e Indígenas de Honduras (Copinh), apodado Utopía. La organización fue fundada por Berta Cáceres, la indígena lenca que fue asesinada en 2016 por defender el río Gualcarque ante la intención de construir la central hidroeléctrica Agua Zarca.
En 2015, el Copinh consiguió detener la construcción de la represa. “Se logró una victoria para el pueblo Lenca -cuenta Laura Yolanda Zúñiga Cáceres, hija de Berta-, es muy simbólico cuando el pueblo gana, pero no solo es el pueblo Lenca, sino el pueblo hondureño contra toda una política de venta del territorio”. En 2015, su madre recibió el premio Goldman, el llamado ‘Oscar Verde’, por su vehemente lucha en favor del medio ambiente. “Pensamos en que de alguna manera esto iba a servir como un tipo de protección para mi mami –confiesa Laura-, pero, a la vez, sí sabíamos sobre las amenazas. Todos. Ella lo sabía”.
Junto a Gustavo Cáceres, hermano de Berta, nos dirigimos hacia las afueras de La Esperanza. No hay nadie aquí, excepto las policías que protegen a Gustavo y su madre, Austro Berta, desde el 2016. No me da seguridad estar acompañada de 3 policías con metralletas al final de la tarde de este lunes de febrero. Las policías nos filman y hablan entre ellos. Nunca me hablan a mí. Van junto a nosotros con el dedo al borde del gatillo, caminando entre las tumbas.
“Berta Cáceres. 2 de marzo 2016”, dice la inscripción sobre la piedra.
Atrás se ve un grafiti con pintura roja: “Berta Vive”.
Otros dicen: “Los pueblos saben hacer Justicia”. “Y Berta volverá y será millones”.
Cerca de la medianoche del 2 de marzo, hace 4 años, la asesinaron a tiros en su casa de La Esperanza. El crimen ocurrió después de haber recibido muchas amenazas por parte de la empresa DESA.
Laura sonríe, suelta bromas, aunque hablemos de su madre y de su asesinato. “Siempre digo que salí fiestera por mi mami –cuenta, y alterna con una breve e inocente carcajada-, a ella le gustaba mucho bailar salsa”. La joven de 27 años se disculpa de entrada. Ha aprendido a sobrellevar la pérdida de su madre con algo de humor. Tanto ella como Marleny Reyes, la coordinadora de Educación en Copinh y compañera de Berta desde los 13 años, reconocen como una cualidad del pueblo Lenca el mantener la alegría en momentos muy tristes. “Berta también siempre sonreía. No pensé que ese día, ese 2 de marzo, iba a ser la última vez que viera esa sonrisa. Estaba muy guapa ese día”, recuerda Marleny.
Según la estadística de la ONG Global Witness sobre asesinatos a defensores ambientales, Latinoamérica es la región más peligrosa para defender el medio ambiente. En el 2018, más de la mitad de los asesinatos cometidos en todo el mundo ocurrieron en esta región. En el 2016, Berta Cáceres fue un nombre más en esa estadística. Su caso se conoció en todo el mundo y el impacto alcanzó con dureza a los demás líderes que compartían la lucha por el territorio y el río con Berta: “Si podían matar a Berta también pueden matarnos a nosotros -reflexiona Marleny y luego vuelve a recordar que la lucha de Berta no era una casualidad-; las mujeres lencas siempre tenemos una conexión muy especial y cercana con los ríos. Somos las guardianas de los ríos”.
Otros activistas de Copinh cuentan que constantemente reciben amenazas. A menos de 24 horas de mi llegada a Utopía, llegó un hombre que había sido atacado con piedras afuera del pueblo. Eso pasa todo el tiempo, me cuentan los lugareños. Aun así, para Marleny no es una opción dejar de luchar. Ella siente fuertemente la presencia de Berta hoy, a cuatro años de su asesinato: “Berta está todavía con nosotros. Los niños de la comunidad de Río Blanco dicen: ‘Yo amo a Berta. Ella es mi río’, por eso, dejar solas a mis compañeras no podría hacerlo. La lucha empieza, pero no termina. Los que vamos a terminar somos nosotros”, dice convencida Marleny.
Laura, sin embargo, reconoce los riesgos de la resistencia como defensores del territorio: “Las personas han sido criminalizadas, asesinadas y amenazadas por defender los derechos del pueblo Lenca, que al final también son los derechos del pueblo hondureño”.
“A Berta no la mataron, la multiplicaron”
El pasado 2 de diciembre del 2019, 7 hombres fueron condenados a penas de entre 34 y 50 años de prisión por el asesinato de Berta Cáceres. Algunos de ellos fueron identificados como sicarios, otros no tenían esos antecedentes. Entre los responsables del crimen está el exjefe de seguridad de la empresa Desarrollos Energéticos (DESA), el exgerente ambiental de DESA y un mayor del Ejército hondureño.
Suena como un logro, pero Laura Zúñiga Cáceres no está satisfecha. “Los sicarios son el punto más débil en la cadena. ¿Qué pasa con los autores intelectuales? Siguen libres y manejando sus negocios. Para nosotros esto no para hasta que los autores intelectuales sean condenados. Tal vez sea una utopía. Pero luchamos por eso”.
En el juicio se expusieron cadenas de WhatsApp y mensajes de texto con información que demostraba que hasta los ejecutivos de la empresa estaban involucrados y planificaron el asesinato.
La impunidad en Honduras es altísima: más del 90 % de crímenes no son castigados nunca y muchos hechos criminales no llegan siquiera a denuncias por esa razón. También el nivel de corrupción es altísimo. El reciente informe sobre la percepción de corrupción de Transparencia Internacional ubica a Honduras en el número 146 de entre 180 países (Ecuador está en el puesto 93).
En octubre del 2019, Tony Hernández -hermano del presidente Juan Orlando Hernández- fue declarado culpable en EE. UU. de haber recibido un millón de dólares de parte del capo del narcotráfico mexicano Joaquín ‘Chapo’ Guzmán, para la campaña presidencial de su hermano.
La lucha de defensores medioambientales como Berta en Honduras está condicionada por riesgos muy altos. Es la lucha de David contra Goliat. Contra el Estado y el capital corporativo. Los pueblos indígenas contra todos los poderosos.
El caso de Berta se volvió emblemático en Honduras, en la región y en el mundo, y hoy es un símbolo para quienes exponen sus vidas por proteger el territorio y el medio ambiente. Las compañeras de Berta continúan peleando por defender los ríos y los bosques de la arremetida de las grandes empresas hidroeléctricas o mineras, aun conscientes de que podría costarles la vida.
“Aquí todos somos Berta”, dicen los grafitis en Utopía, en el cementerio, en La Esperanza. Lo dice Marleny también y lo dice Laura.
A Heather Iqbal, asesora senior de Comunicaciones de Global Witness, le preocupa la situación de los defensores ambientales: “Los asesinatos son solo la punta del iceberg –dice-, no todos están registrados y luego vienen las amenazas y la criminalización de los activistas ambientales. Hay muchas maneras de tratar de silenciarlos”, dice.
De acuerdo con Global Witness, más de 120 ambientalistas fueron asesinados entre el 2010 y el 2016 en Honduras. En 2017, cinco defensores ambientales fueron asesinados en Honduras, en comparación con los 14 de 2016, el año del asesinato de Berta.