Por Karina Sánchez /Tolstoi Librería
A Santiago Portilla
“Pues la cuestión política es antes que nada la de la capacidad de unos cuerpos cualesquiera de apoderarse de su destino.” Jacques Ranciere, en El espectador emancipado.
Hace poco más de un año me detectaron un tumor benigno en el seno derecho y por primera vez en la vida le presté atención al cuerpo, a mi cuerpo.
Al tener probabilidades de que fuera cáncer me volqué de lleno en la búsqueda de información que me ayudara a comprender lo que me estaba pasando. Leí todo lo que cayó en mis manos, desde literatura médica, terapias alternativas, nutrición y ‘seudo-ciencia’. Bibliografía desde estos enfoques es lo que más abunda en internet, pero sabía que buscaba algo más, quería reflexión seria desde las humanidades, la filosofía o el ensayo, pero encontré muy poco material desde esta perspectiva. El aporte desde la narrativa y las artes en general es abundante; el tema del cuerpo es ampliamente adoptado, debatido y llevado a sus límites, y es lo que quizá más me ha ayudado al momento de contemplar mi situación. ¿Por qué un tumor?, ¿por qué precisamente en el seno?, ¿tuve alguna señal, algún indicio de que algo me estaba pasando?, y ¿qué hacer?
Encontré que casi todas las campañas de lucha contra el cáncer de seno son empresas mediáticas vacías, atravesadas por un mercantilismo de ‘cosas con lazo rosa’. Estas campañas concentran sus esfuerzos en la prevención o detección temprana, pero cuentan con escasísima información, y la poca que tienen se basa en el sistema médico moderno de Occidente.
Nuestros médicos no tienen una formación filosófica –y lastimosamente los médicos más jóvenes no se interesan por otros temas aparte de los estrictamente fisiológicos–, quizás con poquísimas excepciones. Nuestros médicos no tienen conocimiento sobre las implicaciones culturales, políticas, sociales, etc., que tiene el cuerpo. La medicina moderna en gran medida se practica de forma muy deshumanizada. Hay mediocridad, ignorancia, demasiada fe en la tecnología, falta de vocación e incluso, cierta violencia simbólica y discriminación. Hay un sobrediagnóstico de varios tipos de cáncer por la verosimilitud que se le otorga a la máquina. El diagnóstico lo realiza la máquina, pero el médico de hoy ha perdido sensibilidad y empatía hacia el paciente. Hay médicos con cáncer o padeciendo enfermedades graves o crónicas.
Sin desmerecer los avances que tiene la medicina moderna y su necesidad ineludible en casos de traumatismos, su concepción del cuerpo y la enfermedad se basa en un materialismo burdo, sin contar que se ha convertido en una práctica en muchos casos de rédito económico.
Visité a varios médicos, con la única opción de una intervención quirúrgica. Entonces empecé a buscar otras opciones y me puse a hacer lo que sé: leer.
Sin desmerecer los avances que tiene la medicina moderna y su necesidad ineludible en casos de traumatismos, su concepción del cuerpo y la enfermedad se basa en un materialismo burdo…
Si bien el tema del cuerpo me interesaba desde el arte y la literatura, siendo muchos los autores que han indagado sobre las posibilidades de lo corpóreo, como Mario Bellatin a partir de su brazo, Guadalupe Nettel a partir de su ojo, los textos de Diamela Eltit y su gran proyecto atravesado por el tema del cuerpo, o Lina Meruane que en sus Viajes virales hace una geopolítica literaria del sida, por nombrar unos pocos, me percaté de que mi trabajo con el cuerpo había sido nulo toda la vida. Pero me había empapado de lecturas, que hicieron que me negara a aceptar la autoridad médica. No quise operarme.
Un profundo cuestionador a la facultad médica es Thomas Bernhard. En El frío, el narrador (es un texto autobiográfico) huye de una reclusión médica para salvar su vida. Bernhard es un profundo vitalista, la teoría de la clínica de Foucault se ilustra muy bien en esta novela. Otro autor cuya obra ha girado en torno a la enfermedad y la muerte es Thomas Mann –La montaña mágica, además, tiene la más bella y fisiológica declaración de amor de toda la Historia de la Literatura–. Veneno de escorpión azul, del chileno Gonzalo Millán es un diario de enfermedad de sus últimos años, tras un diagnóstico de cáncer, pero es un diario de derrota. La figura del científico loco en la literatura del siglo XIX, cuyo ejemplo paradigmático es Frankenstein, revela una etapa de transición entre la razón moderna y lo fantástico, lo mágico.
El ya clásico ensayo de Susan Sontag La enfermedad y sus metáforas –escrito a partir del padecimiento de un cáncer– es un texto que brinda reflexión sobre la metáfora que implica la enfermedad, más específicamente el cáncer y el sida, enfermedades que en gran medida siguen siendo tabú. Tabú que en un inicio experimenté yo misma al escucharme decir cuando le contaba a personas cercanas de mi problema: ‘pero no se lo digas a nadie’. El sufrimiento de una enfermedad grave, cuyo simple nombre evoca a la muerte, hace que evitemos hablar sobre ella y hacerla pública. Hay un ocultamiento y un silencio en torno a la cercanía de la muerte.
También leí sobre epistemología, Alan F. Chalmers tiene una muy buena introducción al tema de la producción del conocimiento en ¿Qué es esa cosa llamada ciencia?, Karl Popper sostiene que no hay verdades absolutas en ciencia, y que estas ‘verdades’ temporales son falsables, es decir que podrán ser rebatidas con nuevas teorías. Niklas Luhmann manifiesta que la ciencia es un sistema autorreferencial, un monopolio sobre la producción de conocimiento en la sociedad moderna, pero sin un estatus privilegiado sobre otras formas de producirlo. O Thomas Kuhn, cuya teoría expuesta en Estructura de las revoluciones científicas sostiene que los mayores ‘avances’ en ciencia en muchos casos han sido producto de errores, casualidades, o teorías que en su momento parecían desbaratar las ‘verdades’ mayormente aceptadas.
Mario Bunge, que ha escrito Filosofía para médicos, sigue una línea conservadora en contra de todas las llamadas terapias alternativas, que las asocia con el new age y la generación de los 60’s en Estados Unidos.
Desde los estudios de género, Beatriz Preciado cuestiona el entramado político y económico que mueve a la industria farmacéutica. Su teoría –y quizás por eso es una de las pensadoras más importantes y radicales sobre el género– ha ido acompañada de una experimentación con su propio cuerpo.
Leí y me interesé sin prejuicios por la mayor cantidad de teorías y tratamientos posibles. Lo relevante de las teorías seudo-científicas es que, a pesar de no contar con el aval de una comunidad científica, y ser teorías subvaloradas, me atrevería a decir que son teorías que funcionan como una especie de ficciones –una especie de ciencia ficción– que considero valiosas como despliegue de imaginación.
Una teoría que circula mucho en internet es la del Dr. R. G. Hamer, y la nueva medicina germánica. Este médico alemán ha desarrollado la teoría de las leyes biológicas. Lo que me llamó la atención de esta tesis es que en mi caso coincidía con mi problema y su localización. Esta teoría sobre la enfermedad –no es una terapia– explica el cáncer y la enfermedad dándole una importancia fundamental al tema de las emociones, que saldrían a la luz en forma de enfermedad, pero como medida de emergencia corporal, una emergencia de la naturaleza, que durante la enfermedad sobrepasaría nuestra dimensión cultural.
Y de la literatura, la filosofía y la seudo-ciencia empecé a estudiar sobre tradiciones antiguas o no occidentales y su visión de la enfermedad.
Esta teoría sobre la enfermedad –no es una terapia– explica el cáncer y la enfermedad dándole una importancia fundamental al tema de las emociones, que saldrían a la luz en forma de enfermedad…
En muchos campos, las propuestas científicas más innovadoras y heterodoxas están llegando a conclusiones que antiguas culturas o religiones conocen desde hace tiempo remoto. Las prácticas médicas de culturas antiguas casi siempre condensaron la figura del sabio y el artista con la del médico. Y el cuerpo nunca estuvo separado del alma. Cada parte del cuerpo físico siempre fue un todo –contrario a la especialización en la medicina convencional de hoy que concibe al cuerpo de manera fragmentaria-, y este todo físico siempre estuvo ligado a un todo espiritual e incluso social.
La ciencia moderna se separó del arte, la magia y la religión. La alquimia tiene claras alusiones a lo corpóreo y los fluidos corporales. Mercurius o el matrimonio de cielo y tierra, de Patrick Harpur es un tratado sobre alquimia novelado. La transmutación de lo físico se evidencia en el espíritu, es decir que hay una necesidad de trabajo con el cuerpo físico en todo camino espiritual. No se puede concebir al cuerpo como un ente separado del alma –alma no en sentido de lo religioso institucionalizado, sino del Ser-.
Una práctica milenaria como el yoga ha ido de la mano del vegetarianismo, no solo debido a motivos de desarrollo espiritual, sino que está vinculado a razones corporales. Un cuerpo que come carne en exceso se vuelve rígido, se atrofia. Un cuerpo blando y flexible tiene los principios de la vida, mientras que un cuerpo rígido, duro y atrofiado tiene los principios de la muerte. La mayoría de estilos internos originarios de Oriente han nacido en templos y lo han practicado monjes cuyas dietas han excluido los productos animales. Mucha literatura y mitología de Oriente abunda en referencias a hazañas de personajes que hoy nos resultan fantásticas, pero si leemos, por ejemplo, sobre las proezas corporales de los yoguis, es factible pensar que mucha de esta mitología tiene sustento concreto.
Alguna vez mantenía una conversación con alguien interesado en lo trascendente, que quería empezar a leer libros sagrados, es decir, llegar a lo trascendente a través del intelecto. La lectura es una magnífica introducción a lo trascendente que entrañan estas prácticas, pero toda escuela, llámese espiritual, mística o esotérica, ha implicado un trabajo físico a través del desarrollo de innumerables técnicas corporales. En Nutrir la vida, del sinólogo Francois Jullien, en la antigua China el sabio no descuida el cuerpo, es más, este cuidado tiene un carácter moral.
Aldous Huxley siendo joven, gradualmente fue perdiendo la vista hasta casi perderla por completo, en El arte de ver narra sus experiencias de cómo la recuperó. En la California de los años 60 fue uno de los pioneros en experimentar con sustancias alteradoras de la consciencia ordinaria y su pensamiento sigue siendo actual e iconoclasta. El pensamiento de Idries Shah, maestro sufi, va en la misma dirección. Lo que llamamos realidad es apenas una pequeña realidad o realidad aparente, incluso. Desarrollar las capacidades extraordinarias –atrofiadas- con las que cuenta el ser y el cuerpo humano es el camino sufí de conocimiento.
Tras reflexionar sobre si tuve alguna señal, algún indicio de que enfermaría, caí en cuenta de que los tuve y de que el alma me estaba advirtiendo en sueños –esa es mi señal, seguro existen otras formas– pero en sueños el alma casi siempre nos habla, nos advierte, nos alerta, nos anuncia cosas.
Tras reflexionar sobre si tuve alguna señal, algún indicio de que enfermaría, caí en cuenta de que los tuve y de que el alma me estaba advirtiendo en sueños…
Y a la vez que iba leyendo, empecé a trabajar con el cuerpo. Someterse a una operación es fácil –en términos de deshacerse de responsabilidad–, es más difícil intentar comprender al cuerpo y trabajar con él. Aprendí muchísimo sobre cómo cuidarlo, sobre nutrición, plantas, ejercicio y respiración. Aún no estoy curada, pero descubrí que la enfermedad es un camino maravilloso de autoconocimiento y de conquista real sobre el cuerpo. Hay una profunda insensibilidad con respecto al cuerpo en nuestras modernas sociedades y un exceso de intelecto. Independientemente de la elección que hagamos para tratar una enfermedad, y en caso de cáncer para quienes se inclinen por la quimioterapia, que en primer lugar exista un trabajo de asumir una responsabilidad con el cuerpo y un ejercicio de reflexión. ¡El cuerpo tiene poder, que no nos sea arrebatado por la autoridad médica!
¡El cuerpo tiene poder, que no nos sea arrebatado por la autoridad médica!
Una política real es con el cuerpo, pero es necesaria una voluntad, una rebeldía, una autoexperimentación. El cuerpo es lo único que en realidad nos pertenece, es con lo que venimos y con lo que nos vamos.
Quizás lo que más me ha dado la lectura es la capacidad de cuestionamiento sobre lo que llamamos realidad, a la vez que un autocuestionamiento, que no es otra cosa que una toma de consciencia de nuestra realidad íntima.
Y al igual que Mario Bellatin ha convertido su brazo inexistente o su prótesis en un jardín público, he querido hacer lo mismo con mi historia.
*Karina Sánchez es librera. Dirige Tolstoi Librería, en Quito, desde el 2010.