Por Cristina Burneo Salazar
Tengo mi espalda. Mi lágrima. Mi martillo.
No tengo justicia.
Cristina Rivera Garza
En 2011, Cristina Rivera Garza escribió para México el poema La reclamante, para hablar de la guerra desde un lugar que nos permitiera condolernos contra el dato frío y el discurso siempre vaciado del Estado. La reclamante son miles voces de mujeres y hombres de luto. La reclamante se llama Luz María Dávila y perdió a sus dos hijos en una masacre:
Discúlpeme, Señor Presidente, pero no le doy
la mano
usted no es mi amigo. Yo
no le puedo dar la bienvenida.
El Estado, que ha lavado el discurso de género para eludir las demandas feministas, vio el sábado 24 de noviembre, en Ecuador, una fuerza protagonizada por miles de mujeres, y lo que esa fuerza mueve desde los feminismos, con los otros, contra el Estado y con el imperativo de intervenir en nuestras vidas para reinventarlas.
La sociedad también lo vio, y se ve ahora ante un hecho incontestable y global creado por las mujeres como propuesta para esa sociedad. Habrá quien no deje entrar por sus oídos este grito: el mundo le será cada vez más incomprensible.
Las marchas y actividades #24N en Quito, en Guayaquil, que vienen de la llama inagotable de las marchas internacionales a favor de la despenalización del aborto del #28S, se inscriben en las revueltas feministas que han crecido como un rizoma en todo el mundo. La fuerza rizomática de los feminismos radica en que no tienen comando central, no van en una sola dirección y se enredan en lo social, lo cultural y en nuestros esquemas de afecto para alterar la manera en que comprendemos el mundo. Lo vemos ante nuestros ojos: las demandas políticas contra el necrocapitalismo, el feminicidio, la violación, la criminalización del aborto, la precarización del trabajo, los extractivismos y la privatización de la salud y la educación están entretejidas con la soberanía del cuerpo, la ruptura con las formas tradicionales de organización social dadas por modelos masculinos de acción, el carácter lúdico de la creatividad política y, sobre todo, con la sabiduría dada por la experiencia vital de sus protagonistas. En un rizoma, un elemento cualquiera puede incidir en todos sus otros: nos vamos enmarañando en todos los aspectos de la vida con innumerables brotes que se ramifican en cualquier lugar.
La visualidad que han producido estas revueltas internacionales no solo cambia nuestro paisaje o nuestra capacidad de imaginar, sino que, sobre todo, es resultado de vínculos e intensidades construidos colectivamente. Las imágenes que vemos aparecer por centenares en las redes, fundamentales para registrar este presente, no tienen como fin lo meramente mediático.
Como ha escrito El Comité Invisible en su libro A nuestros amigos, el acontecimiento “no reside en el fenómeno mediático (…) sino en los encuentros producidos en la revuelta. Esto resulta bastante menos espectacular que ‘el movimiento’ o ‘la revolución’, pero más decisivo. Nadie sabría decir lo que puede un encuentro”.
Vital como es, el registro de estas marchas es resultado de cientos de encuentros de largo aliento entre organizaciones, estudiantes, colectivos, generaciones, culturas, lenguas, mujeres, que vienen de décadas, en un espacio que hoy explota en decenas de caminos posibles. Son encuentros que, con mucha frecuencia, desdibujan las aparentes divisiones, fronteras o identidades que puede producir una marcha como la del #24N. Siendo un rizoma, los feminismos colaboran y operan en reorganización permanente, en eso se diferencian de las políticas partidistas, los viejos liderazgos de izquierda y jerarquías institucionales.
En estas marchas, entre las reclamantes se hallan madres de mujeres asesinadas y desaparecidas que caminan junto a familiares de desaparecidos, trabajadoras organizadas, personas no organizadas, militantes contra el acoso sexual, organizaciones indígenas y afro, familias con discapacidad, organizaciones de vendedoras ambulantes. Los colectivos que nos convocan y los que trabajan cotidianamente desde la praxis política feminista amplían hoy la fuerza política de los feminismos en favor de una comprensión más abarcadora de sus demandas. Aunque es camino largo, no renunciamos a repensar nuestra diversificación, que hoy lo permea todo y que tiene en su horizonte debilitar el régimen político en que vivimos, cuya exacerbación de su carácter patriarcal refuerza hegemonías masculinistas que llegan al fascismo.
Una de las reclamantes simbólicas de nuestro presente es Ruth Montenegro, madre de Valentina, asesinada en su escuela en 2016. Su duelo se ha vuelto una fuerza colectiva, junto con el duelo de cientos de madres de niñas asesinadas, y produce este canto, que no hubiera tenido que existir jamás, pero que ahora, en medio de la guerra declarada a las mujeres, se convierte en fuerza y dice, desde Vivas Nos Queremos:
Valentina, ¿quién te mató?
tu canto no se apagó
tu canto y tu voz
aún están aquí
tu flauta y tu canción
aún viven en mí
y en todos los sueños
que aún tenemos.
Elizabeth Rodríguez es madre de Juliana Campoverde, desaparecida hace seis años. Hoy, Juliana aparece porque su femicida, un pastor evangélico, “Jonathan C.,” declaró que había enterrado su cuerpo en una quebrada. Elizabeth, acompañada por miles de reclamantes de sus desaparecidos, habló con esta fuerza desde Luna Roja:
Exigimos al estado y a la iglesia que me devuelvan a mi hija
que ya no la escondan más
Basta de tanta indolencia.
Aquí estoy para exigir justicia para Juliana y por tantas otras
que en manos de pastores pueden ser violadas, asesinadas,
tiradas a barrancos como si no fueran nada.
No voy a parar.
No voy a parar porque es mi hija.
Las reclamantes hallan su fuerza en la movilización de su duelo, y en ese duelo afirman la vida. No hay una palabra para las huérfanas de hijas, ni ley que ampare este dolor, pero tenemos el cuerpo, su lágrima y nuestra fuerza para construir otra cosa, algo que mañana podamos llamar justicia.
Esta es la mano que no le doy
póngase
Señor Presidente
en su lugar
le doy mi espalda,
dice la reclamante del poema. No le damos la mano al Estado, pero lo interpelamos y no dejamos de demandar. No le damos la mano a nadie que quiera violentarnos, y aprendemos la revuelta.
Somos víctimas, sobrevivientes, aliadas y caminantes, debatimos y dudamos, pero no retrocedemos. En este camino de miles, somos a la vez memoria, presente y semilla. Ya hemos germinado.