Por Ana María López / @amlj7
Sara Palacios no se tomaba la vida con calma. Sara de Mar, como le llaman, es una nadadora quiteña de aguas abiertas que quiere completar el reto de los siete mares: Canal de la Mancha, Estrecho de Cook, Estrecho de Gibraltar, Canal del Norte, Canal de Catalina, Canal de Tsugaru y Canal de Molokai. Este reto está comparado con el desafío en montañismo de las Siete Cumbres.
Tiene 34 años y todavía le faltan cinco travesías, por lo que su vida no puede ser muy tranquila. Pero, en marzo del 2020, dos meses antes de inaugurar la carrera Oceanman en la costera ciudad ecuatoriana de Manta, y con 26 semanas de embarazo, sus planes se interrumpieron. “Volver a empezar no tiene nada de malo. Volver a empezar y replantearte qué estás haciendo es algo supervaliente. A veces es supercomplicado, sobre todo cuando estás nadando contracorriente y dale y dale y dale, no avanzas nada, entonces te paras para darte cuenta hacia dónde vas, y vuelves”, me contó una tarde. Yo buscaba inspiración en ella al no encontrarla en mí.
En septiembre del 2019, Sara logró la Triple Corona de aguas abiertas al completar tres de las travesías acuáticas más importantes del mundo. El Canal de La Mancha es un estrecho entre Francia y Gran Bretaña con 33,7 kilómetros de recorrido. El Canal de Catalina, en la costa de California, Estados Unidos, tiene 32,5 kilómetros. Y en Nueva York, Estados Unidos, Sara nadó 46 kilómetros y le dio la vuelta a la isla para lograr el Manhattan Island Marathon Swim o 20 Bridges Swim. Al terminar los 113 kilómetros, Sara se convirtió en una de los 240 nadadores que han cumplido este reto reconocido por la Asociación Mundial de Aguas Abiertas (Wowsa por sus siglas en inglés).
Cuando conversamos el año pasado, ella estaba descansando después de haber logrado el Canal de Catalina y la travesía en Manhattan en seis semanas. Tenía planes ambiciosos para el 2020: “Quiero hacer uno de los siete mares, si no son dos”. Además, con su esposo había planificado tener un hijo y organizar la carrera Oceanman en mayo.
Pero la pandemia cambió sus planes. “Nada ha salido como estaba planeado, pero ha sido superchévere porque he podido estar con mi bebé y con mi familia. Ha sido un momento de estar en casa, tranquila, para variar”. Dice para variar con ironía, porque Sara es una deportista intensa, organizada y competitiva desde que tenía seis años. “Mi infancia y mi adolescencia fueron en la piscina. Estuve en natación competitiva, de élite, estaba en la selección de Pichincha, de Ecuador”, cuenta.
Nadaba de lunes a domingo, entre dos y tres veces al día en el Club de Natación El Batán. El primer entrenamiento era de cuatro a seis de la mañana. Asistía al colegio Guadalupano, en Quito, donde -dice mientras se ríe- “a la mitad de la mañana yo me quedaba dormida sobre los libros”. Volvía a su casa para almorzar a la una de la tarde, “intentaba hacer deberes, que no siempre hacía” y volvía a la piscina. Se entrenaba cuatro horas más. “Eso era el día. En vacaciones del colegio hacíamos incluso una tercera jornada de medio día. Eso a mí me encantaba”. Hasta los 18 años, cuando dejó de nadar de manera competitiva y élite.
Entró a estudiar Gastronomía en la Universidad San Francisco de Quito (USFQ), donde creó el equipo universitario con amigos y excompañeros de natación. Participaban en campeonatos universitarios, a veces en otras provincias, pero “más que nada por entretenimiento”. Y, de a poco, cambió la piscina por las montañas. Comenzó a trabajar en logística de montaña, planificando la comida de las expediciones.
A pesar de que competía una vez al año en el célebre cruce del Lago San Pablo, “me alejé y para mí es importante decirte esto porque mientras yo… ahora regreso a ver atrás y estos años que yo estuve lejos del agua realmente no estuve bien”.
Al terminar la universidad, Sara se casó y tuvo a Manuela, pero la relación terminó a los dos años. “Tuve un par de emprendimientos que no me fueron bien, igual en mi relación amorosa, en el trabajo no me iba bien. Incluso, deportivamente hablando, en la montaña no me iba bien. Sí subía algunas montañas, pero como te he dicho, yo soy una mujer supercompetitiva. En la montaña no me iba bien. Ya subía, pero hecho perro”, dice y ríe. La risa de Sara de Mar se parece a las olas: tiene una suerte de eco que me hace sonreír con ella. Habla desde la experiencia y puede llegar a ser transparente como un mar que parece estar en calma.
Mientras me cuenta de sus “años oscuros”, se describe como una nadadora sin musculatura en sus brazos para enfrentar la corriente. “Fueron años convulsos en los que trataba de sobrevivir con mi hija, cogiendo cualquier trabajo por aquí, por acá”, cuenta. Trabajando en Perú, a los 29 años, sufrió un edema pulmonar. En el bus de regreso desde Lima, “enferma, cansada y sin ilusiones”, en Guayaquil se encontró con Diego Egas, su esposo ahora.
Por la enfermedad se alejó de las montañas, pero volvió a la piscina y volvió a competir, ya como nadadora máster. “Fue como el renacer en el agua. Pero, yo decía necesito algo más. Quería hacer algo grande. Regresaba a ver y era una historia de fracasos”. Sus años de felicidad con cada patada, de cansancio pero satisfacción, regresaron a sus brazos y a su mente. Y pensó en el Canal de La Mancha.
En el 2003, Sara había nadado 10 kilómetros. Pero ya era el 2016 y volvía recién a la piscina después de recuperarse del edema pulmonar. “Empecé a investigar cómo se hace, dónde, cuándo, cuánto cuesta. Aquí en Ecuador este tipo de travesías no hace nadie. Incluso me tocó entrenarme sola. He hecho cursos y tengo un certificado de coach en aguas abiertas porque en ese momento yo no tenía con quién”.
“El Canal de La Mancha, aunque es trillado, es el Everest de las aguas abiertas. ¡Es la travesía más wow!”.
En 1875, el capitán inglés Matthew Webb cruzó a nado el estrecho entre Gran Bretaña y Francia por primera vez. “Son 32 kilómetros en agua fría. Las historias que yo había escuchado eran de respeto”.
Para cruzar el Canal, la Wowsa abre una ventana de 10 días para realizar el recorrido. “Es un juego de espera tenaz, porque apenas yo llegué, le llamé al capitán del bote que es la autoridad. Él me dice ‘hola, Sara, sabes que estoy con dos personas pendientes así que por lo menos tres días no vas a nadar’”. Pasan los tres días y resulta que todavía el clima está malo”. El día nueve, el capitán le dio el OK y Sara salió esa misma noche. “Entonces, claro, yo me boto al agua… El agua estaba friísima. Honestamente, ya cuando estás nadando la cosa es superaburrida. Yo paro cada hora a tomar agua caliente y comer un gel de carbohidratos o una papilla, un pedazo de plátano. O sea no paro, no puedo tocar nada, me quedo flotando”, explica.
Para comer, desde el bote lanzaban un termo de agua amarrado a una piola y pasaban los sólidos en una canasta con un palo. Sara no podía parar porque “cada segundo que te detienes estás perdiendo tiempo. En el caso del Canal de La Mancha, las corrientes son tan fuertes que cada vez que tú te detienes te arrastran y te sacan de rumbo”.
En el 2017 consiguió contratar un bote, pagó 1 000 libras esterlinas y reservó su cupo para julio del 2018. Todos los nadadores deben ir acompañados de un barco cuyo principal objetivo es orientar al deportista. “Obviamente, en la mitad del mar no ves nada. Ahí está el equipo de abasto que tiene que pasarte el agua y la comida. Mi esposo, el Diego, es mi abasto oficial. También va un juez, un observador, que va a ratificar que has cumplido las reglas de no usar traje de neopreno, de no tocar el bote, de no agarrarte de nada, de no usar nada prohibido”. Entonces vino el entrenamiento: 10 kilómetros en tres horas, todos los días.
“¿Sin parar?”, le pregunté asombrada.
“No -respondió-, incluso como. Un plátano, una papilla, tomo agua. O sino el cuerpo no rinde”.
Después hacía una hora más de preparación física con pesas, ligas, TRX. Y, para lograrlo, dejó de trabajar “porque no alcanzaba a trabajar, verle a la hija, arreglar la casa, y además entrenar”.
Los fines de semana nadaba en el lago San Pablo o en la laguna de Cuicocha, donde la temperatura del agua está a 14°C, lo más parecido posible al Canal de La Mancha. Mientras se entrenaba, descubrió el desafío de los siete mares. “Justamente el Canal de La Mancha es uno de estos siete mares, entonces, cuando yo vi siete mares, me llamó la atención primero el nombre, porque suena bonito: los siete mares. Dije yo necesito algo así. Si yo no me pongo un reto, si no tengo algo más que hacer, caigo en la vagancia, en la depresión absoluta, porque hay que tener un propósito en la vida. Sin propósito, no hay vida”.
Cuando se entrena, Sara idealiza al mar. Trata de enfocarse en cosas “lindas”, en vez de “pensar hacia dónde estás yendo, qué estoy haciendo con mi vida. Estoy nadando cuando debería estar siendo empresaria…”, bromea. Le gusta, también, imaginar cómo sería el día de la travesía: “Me visualizo ya terminando. Llegando. Cómo va a ser cada detalle. Cómo va a ser el mar”. Imagina detalles como el color del bote o la sensación de pisar la arena en la orilla final. Si no mantiene su cabeza ocupada, es muy fácil “irte hacia un lugar oscuro. Si empiezas a pensar qué frío tengo, qué frío tengo, te vas a morir de frío. Si ocupas tu cabeza en otras cosas, como a dónde voy, qué hago aquí, quién soy, entonces comienzas a soñar”.
Cuando la travesía se pone muy dura, le da vueltas a la palabra calor. Piensa en fuego, cálido, abrasador… y así nada 13 horas en el Canal de La Mancha, 12 horas en el Canal de Catalina y siete horas alrededor de Manhattan… “Esto para mí es la vida. Si no tienes el objetivo claro, también es superfácil desviarse. Si no es algo que realmente te apasiona, es muy fácil botar la toalla. Donde tu mente va, el cuerpo le sigue. Si tienes fuerza física, necesitas fuerza mental. Si tienes toda la fuerza física del mundo, pero no tienes fuerza mental, no llegas. Igual, tampoco todo es convicción. Además de tener una convicción, tienes que estar preparado físicamente, son las dos cosas que se complementan”.
Sara nada por ella, por sus hijos, por su esposo, por la gente que le quiere y la gente que ha creído en ella. Nada para sentirse capaz de cumplir sus metas. Nada porque nadar le sacó de su “momento oscuro”. Sara nada para enfrentar el fracaso, para recordar el momento en que su mano toca la arena por primera vez, después de horas, y la sensación más increíble del mundo recorre todo su cuerpo.
“El día que yo nadé el Canal de La Mancha estaba un poco nublado, no había nadie en la playa. No es que llegas y ¡bravo, felicitaciones! o te dan una medalla. Yo llego, salgo, superemocionante porque suena el pito del barco, puuu, pero estoy solita. Levanto la mano y el capitán me dice: ‘regresa al bote’. Por las mismas me regreso al bote. El rato que me subo al bote ya está mi esposo, mi mami, mi papi. ¡Ahí sí ya es como que ya, qué emoción! Ese rato recién haces la realización de que sí, lo lograste. Esa sensación es increíble porque es lo que hace que todo valga la pena. Ese instante es un alivio porque realmente han pasado 12 horas de frío, de esfuerzo físico, de cansancio, de dolor. Es un alivio increíble, pero a la vez es una satisfacción de que todo el trabajo, todo el sacrificio era por ese momento, por ese instante cuando ya lo lograste”.
Al regresar de Francia, Sara descansó. Un mes después comenzó a investigar sobre el Canal de Catalina. En California, el mar es completamente diferente al que conoció en Europa. “La calidad del agua es distinta. Por ejemplo, en el Canal de La Mancha era mucho más salada. Apenas me meto al agua ya siento la boca hecha pedazos. En Catalina, en el Pacífico, fue más fresco. En el Canal de La Mancha hay corrientes que te llevan de un lugar a otro, en cambio en el Canal de Catalina nadas en línea recta pero también tienes corrientes en contra, solo que no te das cuenta. Cada travesía tiene sus dificultades”.
Fueron 36 kilómetros a 19°C, “pero en la práctica tuve más frío y me demoré casi el mismo tiempo. Hay que aprenderse las condiciones bien y saber al detalle. Saber que, por más que ya hayas hecho antes más distancia y más tiempo, puede ser diferente. Y va a ser igual de duro”.
A las dos horas de travesía, Sara cuenta que la salinidad del mar comienza a afectar su cuerpo. Los labios se parten, las manos parecen “pasitas”. La fricción y la tela del terno de baño comienzan a cortar el cuerpo: en el cuello, en las axilas, en la espalda. “Para eso está la vaselina o algún tipo de grasa”.
“Si bien empecé con los siete mares, y por supuesto que voy a terminar los siete mares porque es el reto que me he puesto, hay un montón de caminos paralelos. El planeta Tierra está hecho de agua. Entonces, ¿nadar solo en siete lugares? No, pues, hay cómo nadar en todo el mundo”.
Para el 2020, Sara de Mar tenía en mente organizar una carrera, dar a luz y lograr uno o dos mares en su lista. Pero, de un día para otro, tuvo que reprogramar sus planes, su rutina, su año, su vida. Yo la llamé un año después de habernos conocido porque necesitaba inspiración. La veía en Instagram con la misma sonrisa, con los mismos mensajes positivos. La veía con su bebé, su hija y su esposo, juntos durante la cuarentena. Y el 3 de agosto la vi volver a la piscina, después de cinco meses de estar lejos de su elemento. “El primer chapuzón fue glorioso, después un poco doloroso mientras constataba la pérdida de ritmo, fuerza y estilo que el embarazo y la cuarentena han dejado en mí. Pero no por eso disfruté menos de este primer encuentro postparto-postpandemia con el agua. Poco a poco el músculo y la velocidad se recuperan, la pasión que es más importante no se ha perdido en todo este tiempo. ¡Volveremos más fuertes!”, publicó.
Sara es una nadadora que no puede nadar como quisiera y yo quería saber cómo se siente eso. “En un principio, cuando recién comenzó la pandemia, sí fue frustrante, porque yo todavía estaba embarazada, sin entrenar, pensaba me voy a engordar, voy a perder todo mi físico”. Cuando aceptó que no podía controlar la mayoría de situaciones a su alrededor halló una similitud con sus retos. “Cuando voy en estas travesías me preparo, entreno, hago lo que tengo que hacer, pero al final del día si hay mal clima o hay algún animal o alguna cosa, yo sé que tengo que abandonar la carrera. Ha sido un poco lo mismo, al saber que hay mil cosas externas que se escapan del poder de uno. Más aún ahora que es un tema mundial”.
Ahora, Sara se define como una mamá a tiempo completo de un bebé de tres meses y una niña de nueve años, y hace la tesis de su posgrado en Gerencia. Piensa también en la travesía que tenía planificada pero que no va a poder ser. En octubre iba a viajar a Hawaii para nadar el Canal de Molokai. Tenía previsto el tiempo exacto de la recuperación después del parto y cuánto tiempo necesitaba para entrenarse. Y, ¡pum!, la realidad cambió para todos. No ha podido entrenarse porque las piscinas están cerradas y aún tiene un poco de miedo de salir a la calle, más aún con un bebé.
-El año pasado me dijiste: si me sacan es porque ya estoy mal, eso me digo a mí misma, dale, no te vas a salir, no te vas a salir, rendirse no es una opción. Entonces, ¿crees que eso se aplica a la situación que estamos viviendo?”, le pregunto.
-Sí, completamente. Todo está cancelado, pero eso no significa que no vaya a suceder algún día. Más bien en este momento es el momento más propicio para trabajar la mente. Obviamente, un nadador no se va a hacer mejor nadador sin nadar -dice entre risas-, es obvio que vamos a perder habilidades y fortalezas físicas, pero podemos practicar la parte mental. Yo tengo mis siete mares y pienso full en los siete mares. Si bien no puedo estar en el agua, digo bueno, yo lo voy a conseguir. No pierdo la motivación.
-Pero, ¿cómo?, quiero saber.
-Aunque yo sé que está todo cerrado, he estado escribiendo a la gente que organiza las travesías. Por más que suene turro, escribir un mail mantiene la motivación en mi reto deportivo, aunque escribir el mail no tenga nada de deportivo, es darle vueltas y pensarle. Yo tengo mi calendario. Sí se van tachando las fechas pero no mis objetivos. El músculo de los brazos se fue, pero puedes volver a fortalecer ese músculo. En cambio el tema de la fortaleza mental es algo que hay que estar siempre, siempre trabajando, incluso cuando no estás haciendo nada físicamente puedes estar pensando en positivo.
Escucharla me da fuerzas, me da ganas de dar otra brazada, de tomar aire para seguir nadando en medio de esta tormenta que nos reencontró. Le pregunto si cree que cuando vuelva será aún más competitiva y me responde como si estuviera en medio del Canal de La Mancha, con tanto frío que comienza a pensar en palabras que definen el calor.
-Por un lado soy competitiva, pero la mayor competencia es contra uno mismo. Entonces, es como que el contrincante que soy yo ha bajado su nivel. Por ejemplo, la primera vez que nadé después de la pandemia ni siquiera sé cuántos metros nadé, porque la Sara de hoy no puede competir con la Sara de hace seis meses. Antes nadaba tres horas, 10 kilómetros seguidos. No puedo pretender aspirar a hacer esos 10 kilómetros después de no haber nadado cinco meses, después de haber tenido un bebé. Para mí la competencia va a estar en el hecho de retomarlo.
Yo también soy nadadora. Nado para despejar mi mente y controlar mi ansiedad. Cuando entro a la piscina y doy la primera patada me desconecto del mundo. Braceo, braceo, braceo, respiro. Braceo, braceo, braceo, respiro. Hago un kilómetro en media hora y me siento fuertísima. Pero tiendo a compararme constantemente y a desanimarme por no lograr las metas altísimas que creo que debo lograr. Por eso las palabras de Sara me iluminan: una nadadora fuera del agua que igual bracea, bracea, bracea y respira, mientras trabaja con calma su mente para cuando pueda volver al mar. Y cuando lo haga, cuando termine sus siete mares, va a ser épico.