La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar
La exdirectora del Servicio de Rentas Internas Elsa Romoleroux de Mena solía poner cara de asco cuando se refería a los reporteros que iban tras los últimos informes de recaudación tributaria. “Estos recogedores de información”, decía. Y no se imaginan cómo su rostro –duro y sin sonrisas– pasaba del asco a la repugnancia cuando leía en un periódico que su salario era más alto que el del presidente. ¡Es que qué gana de joder de estos periodistas!
Lucio Gutiérrez, quien ahora jura respaldar la libertad de expresión, tenía un asesor llamado Alejandro Nájera, a quien se le atribuyen un par de perlas, como “hay periodistas que desorientan muy bien a la opinión pública”, así como el haber levantado una lista con los nombres de todos aquellos que habían hablado mal de su partido y de los funcionarios. “Vamos a revisar la prensa de todos los días; yo tengo en mi oficina para entregarles todas las declaraciones que a lo largo de este periodo se han hecho; son creo que 97 páginas, no únicamente de periódicos sino de la prensa en general de declaraciones que han hecho los enemigos del partido y los enemigos gratuitos que tienen los diferentes directivos no solo del partido sino del Gobierno (sic)”.
El presidente Rafael Correa, ni se diga: ha reiterado que su rival es la prensa. Y bajo la aclaración de que se refiere a “cierta prensa” –a la que él considera corrupta–, ha lanzado una amenaza sobre todos los trabajadores de la información, tanto públicos como privados. Su brazo ejecutor se llama Fernando Alvarado, para quien “Los medios deben estar cerca del poder político”. Bajo esa orientación, por ejemplo, los medios públicos –cada vez menos públicos y más gubernamentales– se han convertido en la plataforma de la propaganda oficial y en los canales de difusión de notas bajo pedido para atacar a opositores y/o mimar a los más cercanos y funcionales al círculo de poder.
La manipulación del sistema jurídico (léase Ley de Comunicación y Código Penal Integral, por ejemplo) y el amarre institucional (la trilogía Secom-Supercom-Cordicom) al servicio del ‘Primer Ciudadano’ han resultado tan efectivos que lograron someter a muchos medios y periodistas al capricho y a la extorsión de los políticos.
Pero el periodista no solo está amenazado por las presiones del poder político que gobierna y por el que lo ronda aún disfrazado de oposición, sino por sus propias contradicciones y disputas internas.
En agosto del 2014 cerró sus puertas diario Hoy. Su dueño, Jaime Mantilla, o el ‘Gringo’ Mantilla, anunció que el periódico había quebrado y acusó al gobierno de Rafael Correa de precipitar su caída. Esa es una verdad a medias, la que el ‘Gringo’ no cuenta es por qué un medio que irrumpió en los ochenta con éxito –con principios aparentemente sólidos de independencia y renovación– se fue desmoronando de a poco. Los periodistas que pasaron por esa redacción fueron, en múltiples ocasiones, víctimas de los compromisos económicos y políticos del ‘Gringo’. Para no perder su trabajo se movilizaron o compraron las pilas para la grabadora con la plata de sus bolsillos, rogaron a sus caseros que esperaran meses de arriendo atrasado, tuvieron que sentarse a redactar notas a favor o en contra, notas al dictado de editores inescrupulosos que sustituyeron la ética periodística por los intereses corporativos.
Esos trabajadores siguen reclamando sus justas liquidaciones. ¿Y qué ha respondido Jaime? Ni los gremios ni la prensa privada se han hecho eco de los reclamos de los perjudicados del diario Hoy con la misma vara con que han medido los abusos del Estado. Ya se cuentan por decenas a los periodistas despedidos entre el 2014 y el 2015 en todo el país. Han salido tanto del Estado como de las empresas periodísticas. No es fácil juzgar los motivos, pues no solo existen presiones políticas y empresariales, sino que vivimos un momento en que la crisis del sector se agrava por la irrupción de las nuevas tecnologías y la reducción de los anunciantes.
Pero, ¿será posible que al menos se sepa cuántos periodistas fueron despedidos en este año? Sucedió en Ecuavisa, en El Universo, en El Comercio, Teleamazonas… En sociedades en las que se mide todo (hasta la felicidad), es inconcebible que no haya estadísticas sobre los periodistas que fueron echados de su trabajo. Sin embargo, ni el Ministerio del Trabajo las ha publicado ni la Unión Nacional de Periodistas o Fundamedios –tan preocupados por la libertad de expresión– se han dado el trabajo de levantar, aunque sea, una lista en Excel.
En el debate sobre la situación de los periodistas en Ecuador urge la transparencia. No estamos hablando de los medios, de los políticos o de los trabajadores de la prensa. No. Hablamos de la situación de los periodistas, de aquellos que se encargan de contarnos todos los días cómo vivimos. Su trabajo no es fácil, pero es intenso, emocionante, necesario. Los reporteros son los encargados de incomodar –no de joder por joder– al poder político o económico con preguntas que los ciudadanos de a pie no tienen posibilidad de formular, los investigadores son unos seres raros que se la pasan metidos en casos donde prima el interés público, los editores son unos magos que hacen aparecer y desaparecer palabras, imágenes, audios…, historias, los fotógrafos y camarógrafos nos llevan de la mano a esos lugares donde ocurren los hechos y a esos rostros que los protagonizan…
Todos ellos son periodistas, y en La Barra Espaciadora creemos que ya es tiempo de reclamar su autonomía y exigir respeto por su rol en la sociedad. Todos hablan de los periodistas menos los periodistas: lo hacen los sociólogos, los presidentes, los futbolistas, los escritores, los cineastas, los abogados, los ingenieros, los economistas, los activistas, los defensores de derechos humanos, los superintendentes… ¿Y los periodistas? Cri, cri, cri… Es momento de quemar y superar esa vieja idea que decía que los periodistas no hablan sobre periodistas. Y hay una razón poderosa: los periodistas son tan protagonistas, tan víctimas y tan verdugos de los hechos como los demás ciudadanos. Las nuevas tecnologías y las diversas formas de comunicación actuales nos han expuesto, y regresar al escondite es imposible. Así que dejemos de hacer el ridículo. Que los humores de Elsa de Mena, de Rafael Correa, de Lucio Gutiérrez o de Agustín Delgado no sean tan importantes como la trascendencia de la pasión con que los periodistas se definen a sí mismos. ¡Feliz día, compañeros!