Por Ana Cristina Franco Varea / @anacristinaana
Vivo en un tercer piso, en el corazón de Chollywood, cerca de La Zona, en El canal de las estrellas, al lado de la tertulia-lahuevadilla-lamuchachada…. Otro lugar de paso. Hace tiempo que estoy de paso, que el paréntesis no quiere cerrarse. Soy un fantasma.
Pensar que afuera se gradúan de licenciados, se casan, tienen reuniones, trabajan como hormiguitas para construir el sagrado patrimonio. Yo estoy fuera de juego, mirando la gente pasar, lavando platos, esperando para trasladarme a la siguiente estación fantasma. Al menos ahora me he bajado del barco ebrio. Aquí, desde el tercer piso, escucho un ruido todo el tiempo. No es el mar: es la ciudad. Tráilers, buses, autos, vendedores ambulantes, chapas, niños. El ruido es tan intenso que no me deja escuchar mis propios pensamientos. Cuando estoy gestando una idea, escucho el pito de un camión y todo se va a la mierda. Toca prender la tele o poner música para tapar el ruido blanco: basura para tapar la basura.
Pensé que podría dedicarme a vivir, es decir, centrarme, conseguir trabajo, ganar dinero, hacer compras en el súper, dormir temprano, comer algo más que no sea atún, arroz hecho bolas o shawarma o empanada chilena o almuerzos de a dólar. No estar chuchaqui la mayor parte de la semana, no pasar embobada con el zapping día y noche. ¡Santo zapping! Nada que tú no puedas curar…
A esta hora los vecinos empiezan a tirar. Deben ser otros desempleados para estar tirando un lunes a las 11 de la mañana. La cama cruje al ritmo de sus movimientos, in creccendo. ¿En qué posición estarán? ¿Él encima de ella? ¿En cuatro?… ¿Serán viejos?, ¿o dos adolescentes escondidos?, tal vez primos… O dos hombres, o dos mujeres, o un trío… ¿habrá amor?, ¿se vino ella?, ¿terminó él?, ¿pensaba en otra?, ¿ella pensaba en otro?, ¿lo tendrá grande?…
Es asqueroso pensar en el sexo como en una costumbre cuyo objetivo secreto sea crear un nuevo ser humano anodino, que no hará más que evadirse con polvos tristes para crear otro individuo triste… y bla bla bla. Círculo vicioso. Cadena perpetua.
Mejor dejo de pensar en esos manes y me voy a bañar. Pero me da pereza, sobre todo porque aquí hay ducha eléctrica. En Memphis era un placer bañarse: la ducha era una especie de Caverna de Platón en la que no pasaba el tiempo y el calor te protegía de todo. Aquí es diferente, es una tortura por la que hayque pasar si se quiere mantener un mínimo de higiene. Toca hacerse al dolor y dejar que dos míseros chorros te cubran la espalda… Pero te acostumbras. Al fin y al cabo, “a todo se acostumbra el hombre, menos a no comer”.
No tengo dinero ni recursos ni esperanzas y no soy la mujer más feliz del mundo, aunque, por lo menos, ‘amor’ no me falta. Sería el colmo que los vecinos se amen y yo ande en época de vacas flacas: es lo peor que te pueden hacer. Supongo que se debe a la ley de la compensación, o a la teoría de la estadística del Soltero de Muisne. Según él, si te ocurre una desgracia, no te ocurrirá otra en los próximos días, por estadística. Entonces tienes una especie de licencia para jugar con fuego: puedes drogarte, beber como imbécil, tirar sin condón… abusar de tu suerte, que te debe puntos. Si no tienes trabajo ni casa ni comida, es ‘poco probable’ que falles en el amor: ¡ya sería el colmo!
Pero miento. Tampoco tengo amor. Si, ¡es el colmo! Lo que tengo es una colección de sombras. Parece que amo lo que está lejos. Yo te prefiero fuera de foco. Las manzanas prohibidas. Soy mal llevada, porque para amar es preciso espiarte, si no no hay chiste. Uno es ninguno. La hidre intime que llevo dentro saca sus dientes. Es inevitable amar el vértigo. Y el vacío provoca más vacío y quizá esto se deba a estar pobre de espíritu. “La falta solo la puedes llenar tú”, dice mi mamá, mi profesor, el libro de autoayuda, el programa de televisión del Doctor Albuja… Pero cuando pienso en esto me entran ganas de tomar una cerveza bien fría para no pensarlo más. Y lo hago, y esta hace que necesite otra cerveza fría. Y un tabaco. Y así termino en La Zona en un desfile de batracios entrando al Aguijón a ver a las Suripantas Sangrientas. ¡Ya, pues, mucha huevada también! Esta ciudad necesita un poco de rock sangriento que levante muertos y arrastre con la impavidez franciscana. Las chicas telúricas destruyen todo. Arrasan con todo. Huracanes y más huracanes a la vena, love you caramelo súper-hiper-ácido…
Tomo un ron en la barra y después un tequila y después una cerveza. Y no he llenado la falta.
La falta es eso que te falta cuando no te falta nada. Es decir, parece que te acostumbras a desear. Tener hambre, querer chocolate, querer a una persona, es parte de la integridad del ser. Paradójicamente, el deseo es parte de la integridad.
Entonces, cuando muere la falta, algo falta. Y empiezas a sufrir. A sufrir por no desear. Y recurres al autogol para volver a tener sed. Y no puedes dejar de buscar tu alma: lo haces a través del alcohol, de la noche, de la droga, de las letras. Buscas tu alma y arriesgas la piel (porque estás ciega y no sabes que el alma es la piel)….
Por esto de la falta es que buscas algo imperfecto. Algo que no te satisfaga: eres adicta al deseo. Por esto de la falta es que yo me enamoro de gays. Soy, como quien dice, un imán de homosexuales. Amar lo que jamás podrá amarte: enfermedad pura y dura.
El tipo de ‘hombre’ que me atrae tiene un ‘algo’ que no sé qué es, algo misterioso, callado, oscuro…. Me atrae un ser que no es guapo ni fuerte. Tampoco es precisamente una lumbrera, pero ese ‘hombre’ tiene ‘algo’… Pues, ¿sabes qué es ese algo? Ese ‘misterio’ es simplemente el halo que cubre su irrevocable homosexualidad…
El tipo de hombre que me atrae se caracteriza por no ser hombre, sino menestra, badea, sopa… Se le cuartea el tumbado, se le caen las compras, le gusta el tallarín sin sopa, el arroz con chancho.
No los culpo. No son ellos, soy yo. Que quede claro que no soy homofóbica, solo una heterosexual que gusta de homosexuales. No, ni siquiera de homosexuales, sino de una especie híbrida que no llega a ser gay ni hétero, que no llega a ser nada porque no tiene el valor de amar lo que desea, individuos que construyen una pequeña civilización en un clóset en el que no entra nadie más que ellos. Egoísmo puro. Tampoco los culpo. Cada uno tiene sus huevadas, por supuesto, yo también tengo las mías, y la más grande es precisamente esta: elegirlos a ellos. No me culpo. Estos chicos son la presa perfecta para adictos a peras salidas del olmo, en su ausencia (que sucede la mayor parte del tiempo) puedes imaginar lo que te da la gana, crear algo que será siempre perfecto… porque no existe. Por supuesto, el Doctor Albuja no llamaría a esto amor.
Pero ¿qué hago, si prefiero la huella?
Es más fácil así: enamorarse de la ausencia… porque es ahí cuando puedes volar construyendo infiernos… Además: la falta hace que extrañes eso que en realidad no existe. La sombra te recuerda al cuerpo, pero el cuerpo no quiere otra cosa que la sombra. Prefiero dormir pensando en nosotros dos que dormir con vos… El ser humano está enfermo. Corrijo: yo estoy enferma. No me puedo pasar la vida comiendo enlatados y amando sombras.