Por Daniel Orejuela / @danielorejuela
El problema desde mi punto de vista, queridos lectores, hermanos, compatriotas, es la prepotencia. La prepotencia de lado y lado. La misma prepotencia que se critica al presidente de la República. La que se vive día a día en el tráfico de nuestras ciudades. Fíjese cuando conduzca o cruce una calle. La prepotencia del que viste un uniforme, del que se cree mejor porque es hincha de este o del otro equipo, el que se cree superior porque pertenece a esta religión o a la otra, el que se cree de mejor barrio, el que se cree mejor por no ser pelucón.
Una persona de pocos recursos defendiendo los intereses de la clase más alta de la sociedad, creyendo que está defendiendo sus propios intereses y los de su familia, es un problema de desinformación que requiere análisis. ¿Ignorancia, miedo, manipulación, desesperación? Síntoma.
Una persona de muchos recursos económicos defendiendo sus propios intereses y los de su familia es comprensible. Personalmente, no creo que su mayor preocupación sea su patrimonio, ya que saben cuidarlo y, como ya se ha visto, se buscará la trampa para que su fortuna no pase (regrese) al pueblo. Cualquier actividad económica requiere directa o indirectamente de manos y mentes que produzcan o consuman. Grandes fortunas requieren de muchas personas. Y muchas personas son pueblo. ¿Descaro, estrategia, pose, desesperación? Síntoma.
Una persona pobre con ínfulas de rico defendiendo los intereses de los más ricos y poderosos es un grave problema y ya no es un síntoma, es causa.
El problema son las ínfulas, la prepotencia. Esto lo tienen muy claro quienes sacan provecho de este caos. Saben que el terreno es propicio para sembrar miedo y saben muy bien que sembrando miedo cosecharán violencia.
El problema desde mi punto de vista, queridos lectores, hermanos, compatriotas, es la prepotencia. La prepotencia de lado y lado. La misma prepotencia que se critica al presidente de la República. La que se vive día a día en el tráfico de nuestras ciudades. Fíjese cuando conduzca o cruce una calle. La prepotencia del que viste un uniforme, del que se cree mejor porque es hincha de este o del otro equipo, el que se cree superior porque pertenece a esta religión o a la otra, el que se cree de mejor barrio, el que se cree mejor por no ser pelucón.
Como lo alcanzo a ver, nada de esto es coincidencia. No se trata del proyecto de ley de distribución de riquezas. Ni el Estado, que debería ser la representación de todos nosotros los ecuatorianos, ni la clase empresarial, se volverán mucho más ricos o mucho más pobres de ser aprobada esta ley. Esto es el pretexto para hacer estallar la bomba (como los sueldos de los policías aquel 30 de septiembre). Solo hay que fijarse en el momento en que sucede para darse cuenta. Pero esa es mi humilde opinión y usted tendrá la suya.
Sin embargo, señor presidente, señores del gobierno, hay descontento. La gente está cansada. Veo como muy necesario que se haga un contrapeso a quienes han formado la opinión de los ecuatorianos. Desde que tengo uso de razón, los dueños de la verdad, la mentira y la información han sido los canales privados. Sin embargo, la gente está cansada del despliegue mediático del gobierno. Está cansada y desinformada del costo de las producciones. Está cansada del desmentir insultando. Aquel que piensa que la mentira es verdad solo escucha el insulto. Está cansada de la inestabilidad laboral en el sector público. Está cansada y desinformada sobre las jubilaciones. Está cansada de lo que se sabe de los casos de corrupción y de sospechar que hay más. Los ecuatorianos estamos cansados, sobre todo, de la prepotencia. De nuestra propia prepotencia, la que vivimos a diario. Tan cansados estamos que salimos a las calles a combatir esta prepotencia con más prepotencia y hacemos gala de esto. Borregos y burros. Negros, verdes y blancos.
Este proceso político que ha cambiado la historia del Ecuador está siendo minado por dentro. Por supuesto, aquellos a quienes se les quitó la teta de la boca, las multinacionales que ya no explotan nuestros recursos como vaca amarrada, los extenedores de deuda, los que siempre eludieron al fisco, los que amasaron sus fortunas pescando en el desorden, tratarán siempre no solo de derrocar a este gobierno, sino de revertir muchas cosas que se han logrado. Se valdrán de todo lo que tengan a su alcance; medios de comunicación, asesores profesionales internacionales, mentiras, medias verdades, violencia, desinformación y su mejor arma: el miedo.
Pero ese miedo no tendría suelo fértil si la gente no estuviese cansada, y a este cansancio aporta la prepotencia. En un año económicamente hablando muy difícil, tomar decisiones de alto riesgo político es como aquel que cruza una avenida de alta velocidad por la mitad habiendo un paso peatonal elevado a unos cuantos metros. Los ecuatorianos lo hacemos. ¿Necesidad? ¿Prepotencia? Para alguien puede ser muy importante llegar al otro lado, tan importante como lo es una ley de redistribución de la riqueza en un país que pertenece al continente más desigual del planeta.
Quisiera aclarar, para algunos lectores que me escribieron y para aquellos que intentaron hackear mi cuenta de Twitter, que no soy correísta. No soy ista. No pertenezco a ningún partido político. No me interesa. El problema aquí no es ser de derecha, de izquierda, gobiernista o de oposición. Soy ecuatoriano como muchos que me leen, y si queremos dejar una buena herencia a nuestros hijos, empecemos a levantar la bandera nuestra. ¿Si botar a Correa del gobierno es la solución? Ok. ¿y después? ¿Qué hacemos con los ecuatorianos que quedan, los que vienen detrás? Los que mandan. Los que obedecen. ¿Qué hacemos con nosotros? ¿O hacemos como se ha hecho tantas otras veces a lo largo de la historia: nosotros, el pueblo, ponemos la sangre y que sean otros quienes deciden y toman el puesto y las decisiones?
Empecemos a mirar hacia adentro y no hacia afuera. Si no nos gusta un entorno o una situación, empecemos por cambiar lo que tenemos a nuestro total alcance y sobre lo que tenemos toda influencia. ¡Nosotros mismos! Quizás así logremos un mundo mejor para nuestros hijos.