#ChullaDiva
Por María del Pilar Cobo G.
A lo largo de nuestras vidas, nos convencen de que la soledad es uno de los peores cucos que existen, y durante años, o toda la vida, nos esforzamos por escapar de ella. Hacemos hasta lo imposible por no sentirnos solos (al fin y al cabo somos seres gregarios): nos involucramos en relaciones abusivas, nos inscribimos en millones de cursos, buscamos lugares en los que podamos estar rodeados de gente, nos metemos a grupos, a comunidades, nos llenamos de amigos en las redes sociales y compartimos selfis para que nos den likes, prendemos la tele a todo volumen para que nos haga compañía… en fin, hacemos todo por no sentirnos ni estar solos.
La sociedad también suele condenar la soledad. Por ejemplo, no hay peor estigma para una persona que quedarse soltera, y si eres mujer te recomiendan ‘al menos’ tener un hijo para no vivir la vejez en soledad. O si eres soltero de más de cuarenta, te salen con eso de ‘solterón maduro…’. Si haces cosas sola te miran con pena o estallan los prejuicios, como cuando te ‘atreves’ a viajar sola o a salir sola de farra. La soledad es vista como una lacra, cuando la verdad es que aprender a estar solos es de valientes. Encontrarse y reconocerse en la soledad no es un reto para cualquiera.
En realidad no estamos solos, y si nos sentimos así nos estamos haciendo un desplante feísimo, estamos ignorándonos, ¡y mal!
No hay nada más rico y terapéutico que estar solo, que aprender a estar solo. Únicamente ahí eres capaz de apreciar la compañía y el silencio. En soledad es cuando puedes enfrentar tus fantasmas.
Al final, únicamente nos tenemos a nosotros mismos. El resto son momentos buenos, compañeros de viaje, estaciones, aprendizajes. Solo partiendo desde la soledad, y en la soledad, podemos construir relaciones de verdad, querer bonito, sin pretender que el otro nos pertenezca, y también valorar los espacios de soledad del otro. Estando solos es posible juntar soledades y construir caminos. Solo se pueden lograr relaciones fuertes entre personas que han bajado a los infiernos, que han tocado el cielo, que han emprendido el viaje. Nada más lindo que sentarte a charlar con alguien que tiene historias, que se conoce, que sabe estar solo, y poder valorar esos momentos de acompañarse y de compartir.
Si uno le teme a la soledad, quizá la mejor manera de aprender a amarla es darse el chance de estar solo. Solo podemos vencer a los fantasmas cuando nos los enfrentamos y solo ahí podemos conocerlos y saber qué hacer cuando vuelven a aparecer.
Darse el chance. Viajar solo, ir al cine solo, hablar solo, bailar solo, cantar, reírse, quererse. La soledad no apesta, al contrario, es un espacio de paz, es un remanso bueno, es la batalla ganada.
Y, sí, hay ratos en los que se llega a odiar a la soledad, pero no ganamos nada, pues ella siempre está. Pero, la soledad no es tu enemiga, es el mejor espacio de creatividad, de autoconocimiento y de paz que puedes encontrar. No le hagamos feos, nunca se va a ir.
Me parece buen analisis de la soledad, finalmente nunca estamos solos sino que en esos momentos intimos con uno mismo somos mas creativos y productivos