Por Yadira Aguagallo
No soy una fanática de los deportes. No los practico, no los sigo. Los triunfos deportivos no me sacan lágrimas. Reconozco, respeto e incluso envidio, tanto a quienes se esfuerzan por la excelencia como a quienes los festejan. Pero de los símbolos -esa traducción del pensamiento y las ideas en acciones-, de ellos sí soy fan, los observo y les dedico la mirada atenta y la reflexión.
El 17 de septiembre del 2020, de por medio la pandemia, las manifestaciones en las calles de múltiples ciudades del Ecuador, la inscripción de candidaturas para la Presidencia y todos los cambios del orden de las cosas que nos ocurren a diario como país, debería considerarse como la fecha que nos otorgó el gesto del año.
Richard Carapaz (no hace falta ensayar una biografía, pues durante las últimas dos semanas todo el país ha festejado los logros de la ‘Locomotora’ como propios) permitió que su compañero de equipo, el polaco Michael Kwiatkowski, cruzara primero la línea de victoria de la etapa 18 del Tour de Francia.
Pudo haber sido él quien levantara los brazos al final de la jornada. Pudo haber saboreado un nuevo primer lugar. Pudo haber llamado la atención (aún más) de la prensa deportiva del país y del mundo con una nueva victoria, pero decidió postergarla. Si bien la acción obedece a una decisión anticipada del equipo, pues lo beneficia en su conjunto, ceder la victoria, desde lo individual, para muchos representa una frustración.
En un país en el que las posturas son polarizadas, en el que no hay categorías intermedias, ceder puede ser considerado un acto suicida. Quien cede un milímetro a favor del bando contrario y admite al menos un breve matiz, corre el riesgo de ser llamado enemigo y de llevarse los rayones que la digitalidad conlleva. Quien cede pone en tela de duda sus propósitos y sus razones. Quien cede siembra la duda. Sobre quien cede se posa la ilegitimidad.
Por eso, tal vez, cuesta tanto hacerlo. Por eso, es probable que la papeleta que tendremos frente a nuestros ojos en febrero de 2021, para decidir quién asume el poder, muestre a 14 binomios -hasta ahora-, el número más alto de listas desde el regreso a la democracia.
Es probable que el temor a ceder haga que el discurso oficial sobre el manejo de la pandemia siga siendo el de ser “el mejor país en gestionarla”. Que la narrativa sobre el llamado “Caso del Siglo” sea triunfalista, aun cuando sus resultados han dejado un mal sabor en múltiples esferas, tanto de lo público como de lo privado. El temor a ceder podría haber labrado un camino cuesta arriba para los candidatos que representan a quien quiso aceptar una candidatura desde una tableta.
Y no ceder se traslada también al ámbito personal, familiar, laboral. “Se vive con la angustia de no hacer siempre todo lo que se puede”, dice el filósofo coreano Byung-Chul Han, y esa zozobra termina por enajenarnos.
Tanto miedo nos da pararnos antes de la línea de meta a reflexionar sobre si merecemos o no la corona de laurel, que damos el paso y levantamos los brazos, aun sabiendo que para lograrlo dejamos atrás al equipo. Y es contradictorio, porque en la búsqueda de la gloria vivimos en un país en el que, según las más recientes encuestas de Cedatos, el 89,7% desaprueba la gestión de su gobernante, el 70% no cree en los asambleístas y el 89,2% cree que el país va por mal camino.
Y por todo esto lo de Richard Carapaz es supremo. No solo la historia del niño que venció obstáculos, que desde las fértiles tierras del Carchi soñó en grande y lo consiguió, no solo el hecho de ser el primer ecuatoriano en culminar el Tour de Francia, el portador de la camiseta de lunares rojos, el Rey de la Montaña. Lo de la ‘Locomotora’ debería ser el gesto del año, porque a veces cediendo la victoria en realidad se gana.