Por Marco Pareja / @marcoalejop
Nunca me detuve a pensar cuáles eran los filmes que a mi padre le gustaban más, pero sí recuerdo que The thin red line (La delgada línea roja) estaba entre sus preferidas. Hace poco, descubrí que esta cinta fue dirigida por Terrence Malick. No lo sabía, y quizás víctima de la soberbia pseudointelectual de quien estudia cine en la universidad, no le puse demasiada atención a este hecho en su momento.
Cuando la vi, recientemente, me generó muchas preguntas. Intentaba entenderla, mirarla a través de los ojos de mi padre. Este filme, cargado de reflexiones sobre la vida y la muerte, la guerra, su futilidad y crueldad, es una pieza no convencional, más bien poética, y de 3 horas de duración. Jamás pensé que pudiera ser una de sus películas favoritas. Pero, este filme esconde muchas ideas similares a las que mi padre, pienso, tuvo sobre la vida. Además es una película de acción, género que él disfrutaba muchísimo.
Con mi padre, sin ser él un cinéfilo, veíamos muchos filmes de acción, de esos que transmitían por la televisión nacional, pues no teníamos servicio de televisión por cable. A ese tipo de cintas, mi padre las llamaba “películas de 72 balazos”. Nunca se agotan las balas de los villanos o de los héroes. La balacera dura varios minutos y no hay necesidad de cambiar el alimentador de ningún arma en ningún momento. Recuerdo muy bien películas como Bloodsports y Kickboxer, con Jean Claude Van Damme; El Demoledor, Rambo o Rocky IV, con Stallone, o Chuck Norris, en Fuerza Delta y Arnold Schwarzenegger, en Terminator 2 o Comando. También recuerdo varias películas de artes marciales cuyos títulos he olvidado. En ellas aparecían actores como Billy Drago, Cynthia Rothrock, Bolo Yeung, Don “El Dragón Wilson” o Bruce Lee. Ahora, con toda seguridad, sé que estos filmes pertenecen al género de Cine B: bajo presupuesto, mucha acción, algo de sexo y guiones muy malos. Recuerdo muy bien Hard to kill, protagonizada por Steven Seagal, quien regresa de un coma para romper huesos a diestra y siniestra y cobrar venganza. Recuerdo muy bien una escena en la que los protagonistas tienen sexo. Y recuerdo bien que mi padre, para evitar que yo mirara esta escena a mi corta edad, me ordenaba ir por un vaso de refresco a la cocina. Por suerte, allí había un televisor y yo, sin dudarlo, lo encendía y miraba la escena con el volumen muy bajo. Al fin de la escena, yo volvía junto a mi padre. Lo había engañado.
Esas fueron las películas que formaron parte de mi niñez. Pero hay una en particular que no pertenece al género de acción y que ocupa un sitial especial en mi memoria: Willow, dirigida por Ron Howard y escrita por George Lucas, pionera en el uso de efectos especiales. Recuerdo que mi padre la grabó del televisor en un casete de VHS para que mi hermana y yo la viéramos al día siguiente. Fue la primera vez que vi a un joven Val Kilmer. Más adelante lo vería nuevamente en Batman Forever, la versión de McDonlads del Caballero Oscuro.
Pocas veces he ensayado una retrospectiva del cine que yo veía de niño. Esta es la primera vez que la escribo y la considero una corta filmografía originaria. Seguramente hay muchas películas que he olvidado, pero debo reconocer que el cine que vi con mi padre era comercial, de entretenimiento, hollywoodense: Batman, de Tim Burton, The Langoliers (basado en una novela se Stephen King), Rocky V o 48 horas, con Nick Nolte y Eddie Murphy, son otras que se me vienen a la cabeza. Antes de ir a estudiar cine fuera de Ecuador, quizá lo más ‘cinéfilo’ que había visto, ya en mi adolescencia, fue Eyes Wide Shut, de Stanley Kubrick. No conocía a los referentes y a los maestros del arte. Y, claro, uno de ellos siempre fue Terrence Malick, quien por estos días suena mucho, gracias a su último Knight of Cups, que, según la crítica, es lo mejor desde La Delgada línea roja.
Ahora pienso en lo poco que conversé sobre cine con mi padre una vez que me convertí en profesional y regresé a Ecuador. Una de las pocas y últimas charlas ocurrió cuando le hablé de Days of Wine and Roses, un peliculón protagonizado por Jack Lemmon, quien, por cierto, siendo alcohólico, interpreta a un alcohólico. “Es muy buena”, me dijo, y yo me contenté de que la hubiera visto. Luego me agradeció por compartir con él ese momento, nuestra charla. “Cómo no iba a estar, pa…”, le respondí.