Por Santiago Roldós

Ilustración de portada: Casi.mira

Nunca pude preguntarles a mi papá y mi mamá, grandes luchadoras por la democracia y la igualdad, por qué me matricularon en un colegio llamado Cristóbal Colón.

Ambxs murieron antes de que yo coligiera que, lejos del valeroso hombre de ciencias del que hablaba el himno de mi colegio, además de un pésimo astrónomo, Colón fue un vil pirata, del mismo modo en que nuestro actual presidente no desciende de empresarios visionarios, sino de hábiles evasores de impuestos y traficantes de tierras.

Ir de mis mapás hasta el Mall del Sol no es baladí, pues nuestro presidente actual es el nieto de Luis Noboa Naranjo, el oligarca para quien el más notorio adversario político de Jaime Roldós, el también ex cristobalino León Febres-Cordero, hacía de “insolente recadero”, una de las ramificaciones de mi genealogía de hombres violentos desde el colegio: sobrino de Abdalá Bucaram, compañero de pupitre de los nietos de Noboa Naranjo, alumno de Orientación de Vida de Rafael Correa Delgado, ese resentido bachiller de nuestro archienemigo Colegio San José La Salle, y quien tras no conseguir la dirección de su sección de Boy Scouts, fue fichado para los salesianos con ojo de buen patriarca por Gustavo Noboa Bejarano, titiritero laico de los Amigos de Domingo Savio y los Amigos de Don Bosco, grupos de reflexión cristiana para chicos de 12, 13, 15 años, pantallas de semilleros y mafias políticas que colmaron los gabinetes de los gobiernos de Noboa Bejarano y Correa Delgado, de treintañeros y cuarentones tan entregados al extractivismo como a la Virgen María.  

Mucho antes de eso, un día, trabajando en Vistazo, Carlos Jijón, también ex cristobalino, propuso redactar el artículo: “El Cristóbal: escuela de presidentes”. Simón Espinosa, con tanta sal quiteña como alevosa ventaja jesuita, replicó: “Escuela de ladrones tendría que llamarse”. Gran chiste. Aquí va otro: un connotado discípulo del Colegio San Gabriel de Quito, Oswaldo Hurtado, y toda su jesuítica Democracia Cristiana, terminaron siendo –junto a los militares del Plan Cóndor, también promotores del cristianismo– los adversarios más temibles de Jaime Roldós, no por internos, inesperados y sibilinos, menos insolentes y quizás más definitivos.

La cosa es que antes de graduarme y salir corriendo de todo eso, aún antes de saber nombrarlo, el patriarcado me había destrozado dentro y fuera de mi hogar, en mi colegio, en todas partes. Lo que acabo de describir es uno de sus paisajes. En los pasillos del Cristóbal Colón se forjaban otros corazones ardientes clase trepa, perdón: quise decir media, como el propio Correa o mis tíos, los Bucaram Ortiz, siempre en tensión con la hegemonía de los aniñados, a quienes parecían combatir (aún no estaba tan claro que lo que querían era reemplazarlos).

Así, en ese colegio de presidentes, rateros, buenas gentes, arribistas, altruistas, aprendices de patriarcas y traidores a esa causa, convivían desde chiquitos los Patiño, los Ponce Luque, los Bucaram, varias ramas de Noboas y otras víboras. Pero también, más chiquitos todavía, los literatos socialistas revolucionarios Raúl Vallejo y Fernando Balseca, campeones en cuestionar las mediocridades moralistas de la burguesía, pero sin variar mucho su relación con las mujeres, basada fundamentalmente en la dominación y la cacería.

Conocí primero a Vallejo, como profesor de bachillerato del colegio salesiano para señoritas María Auxiliadora. Y luego a Balseca, cuando, pese a ser considerado el menos agraciado del dueto, se las arreglaba para disputar el campeonato en manipular y humillar sobre todo a las mujeres jóvenes, admiradoras de su cultura. Modernos, liberados, sardónicos y contestatarios, habían aprendido de sus mayores lo que unas amigas lesbianas describieron a la perfección como la verdadera ideología de una parte de la izquierda ecuatoriana: el machismo-leninismo.

No hubiera podido escribir estos últimos párrafos, con todas sus letras, si no fuera gracias a lo que experimenté con el testimonio de Karina Marín, narrado en su amicus curiae en apoyo a la acción de protección constitucional de la académica y activista Cristina Burneo Salazar contra la Universidad Andina Simón Bolívar, por la complicidad y connivencia de sus autoridades con el acoso laboral y la violencia de género perpetrados por tres de sus colegas en el área de Letras y Estudios Culturales, Balseca entre ellos.

En su testimonio, Karina rememoró la violencia revestida de profesionalismo de Balseca en una entrevista de trabajo, donde, ungido como enemigo número uno de la expansión de los estudios literarios a perspectivas de género o poéticas discas (Apócope de la palabra discapacidad, usado por algunos de los activismos de personas con discapacidad, especialmente en América Latina)*, protector cardenalicio de la pureza literaria (como si Shakespeare o Esquilo no hubiesen puesto a sus respectivas academias de cabeza, como lo hacen hoy Cristina Rivera Garza o la propia Cristina Burneo Salazar), él no tuvo respeto, límite ni consideración alguna con la integridad de su interlocutora.

Al día siguiente de escucharla, compartí en un chat familiar el artículo que Karina había publicado previamente en La Periódica. Como en él aún no nombraba a su agresor, agregué un texto explicativo:

“El sujeto macabro al que alude nuestra también querida amiga Karina Marín es Fernando Balseca, y también vulneró sistemáticamente a un importante afecto nuestro, décadas atrás. Pese a ello, yo aprendí a saludarlo con educación primero y luego hasta cordialidad. Hoy escupo mi mano allanada a esa idea de urbanidad, es la misma mano con la que ahora aplaudo a mis maestras termitas feministas”.

No puedo dejar de estremecerme ante la lectura de mi propia vergüenza, de mi propia dejación. Yo, que durante lustros enfrenté a los peores monstruos en la política nacional, nunca había podido escribir ni enfrentar los nombres de algunos de nuestros agresores más próximos, más ínfimos, más vertebrales, más camaradas ideológicos e intelectuales.

Sugiero que busquen la audiencia, es pública, igual que toda la denuncia de Cristina, igual que todos los despropósitos de sus autoridades. Igual que todos los demás testimonios de estudiantes, profesoras y administrativas, algunas despedidas, otras renunciantes después de acosos psicológicos brutales, en una Universidad llamada Andina y apellidada Simón Bolívar, nacida bajo ese amparo para revolucionar y renunciar a cosas tan estancadas como el mismo nombre de nuestro continente. ¿Por qué la historia tiene que acabarse en lo que la Corporación Editora Nacional publica sin chistar de los fundadores de la universidad? ¿Por qué no podrían el feminismo, la poética disca, la mirada trans contribuir a soltar ataduras de otras escrituras coaguladas?

El acoso sistemático contra Cristina es la punta de un iceberg que no resiste más faltas de sindéresis, no sólo dentro de la Andina, sino de todas nuestras universidades, de todas nuestras vidas. Al jurisconsulto Ramiro Ávila Santamaría, para muchos una especie de Bruce Willis del derecho ecuatoriano, se le ocurrió hacer una velada y tácita defensa de sus amigos académicos en un artículo muy reciente donde empieza tirando de clásicos como Jorge Amado y Bizet (en cuyas obras la violación o el feminicidio eran parte del paisaje costumbrista) y termina retorciendo afirmaciones de Rita Segato para convencernos de que es la resiliencia y no la cancelación (¿de los acosadores, de los delincuentes?) lo que nos hará libres, pues, como dice ¡Jorge Drexler!, “toda vida es sagrada”. Pero lo central de su texto –y que por lo visto ha reiterado en otros– es su problema personal: el feminismo lo ha descolocado, hasta el grado de hacerlo desconfiar de sus estrategias eróticas y de “ya no saber cómo acariciar”. Chuta, como peladito (pero eso sí: peladito sabido), queriendo sacar beneficio y atención a punta “de empatía”. En todo caso, lo siento mucho, Ramiro; no sé si estudiaste en el Cristóbal o en el San Gabriel, quizás en el Montúfar, en fin. Lo cierto es que tendrás que aprender de nuevo, no sólo erotismo, sino también Derecho: ni tú ni otro hombre aparentemente inseguro están en el centro de esto.

Para el rector de la UASB, César Montaño, la resiliencia de la que habla Ramiro en su artículo ha parecido consistir en: 1) no haber dado trámite a la queja de acoso presentada por Cristina; 2) permitir que dicha queja fuera usada por sus acosadores para iniciar una denuncia por difamación, en la que ellos revictimizaban a Cristina pidiendo su despido y demandando sus disculpas públicas; 3) darle credibilidad absoluta a sus acosadores, pues cuando lxs miembrxs principales de la Comisión de Acoso de la UASB rechazaron su denuncia por considerarla improcedente, el rector simplemente lxs ignoró, principalizó por sus pistolas a sus suplentes, y ellxs sí, obsecuentes, le dieron la razón. Qué linda resiliencia. Empáqueme tres kilos a domicilio, dirían Joge Glas o cualquier socialcristiano.

Con el dictamen favorable en su mano, el rector terminó por creerse un Creonte magnánimo: no habría despido, sino que le perdonarían la vida a Cristina, siempre y cuando ella ofreciera una disculpa a sus acosadores. Ya no sólo estábamos ante Antígona: ahora era una cacería definitiva y mayor de brujas, donde una de las académicas más ejemplares en sacar a las universidades de su acostumbrado ostracismo, y a la academia de estarse mirando su propio ombligo, vendría a ser el chivo expiatorio, el castigo ejemplar contra todo el feminismo. Resiliencia.

Pero, distinguidos señores, dentro y fuera de la UASB: ¿en verdad ustedes esperaban que no reaccionáramos? Y no me refiero únicamente a las decenas de redes que Cristina ha contribuido a crear, impulsar y madurar con el objetivo de volver al menos un poco menos macabra nuestra vida. Hablo de la sabiduría de la experiencia común.  No es gratuito que, en la sesión de Consejo Universitario donde nuestro Creonte andino terminó por sacar adelante el entierro en vida de Cristina, los gremios de estudiantes, trabajadores y docentes desobedecieran y votaran en contra de la hoguera, entendiendo que las demandas de Cristina no son contra su Universidad, sino a favor de ella. Como en la Antígona de Sófocles, el coro sabe bien lo que ha pasado y lo que pasa, otra cosa es que muchos y muchas opten por callar, en legítimo y problemático ejercicio de su miedo. O simplemente por la costumbre de que las cosas nunca cambien. ¿Eso es resiliencia?

Los jerarcas de la UASB hoy se aferran al clavo ardiendo del bulo que han ideado como única y desesperada defensa posible, ante la trascendencia de sus violencias. En una asamblea universitaria, en este caso sin estudiantes, que recordó a otra hoguera, sostuvieron que el masivo apoyo en redes a favor de la causa de Cristina y de todas las mujeres no es más que un “millonario” artilugio montado “por fuerzas externas, enemigas de la Universidad”. O sea: el maldito correísmo, esa entelequia que ellos ejercen sin necesidad de Correa (¿no se dan cuenta de que al buscar el escarnio y humillación de Cristina son ustedes quienes actúan igual a ese déspota?). Da igual, lo que ellos van a intoxicar es que Correa financia esta “campaña de desprestigio”: tampoco les cabe que las elevadas métricas de apoyo cosechadas a lo largo de esta denuncia pública sean fruto de un trabajo de hormigas o termitas, cuyas redes llevan construyéndose hace años desde el afecto y la reciprocidad política.

Empezando por Cristina, acabando por quien suscribe, y pasando por varias sujetas y organizaciones implicadas, no sólo nos avala nuestra historia crítica –vamos, hay hasta una foto de Cristina en 2015 junto a otras feministas defendiendo la autonomía de la UASB durante el intento de cooptación del entonces gobierno de Correa–. Pero nosotrxs no somos únicamente “anticorreístas”. Nosotras somos algo mucho más trascendente: somos feministas.

Espero que este salto cuántico de la escuela católica del siglo XX a la universidad andina del XXI les haya hecho sentido, indignado o divertido. La invitación es a estar atentas a la reinstalación de la audiencia de acción de protección, este viernes 8 de noviembre, que se llevará a cabo de manera virtual desde las 9:00.

*Nota de los editores.

Colón Bolívar Creonte
Ilustración: Casi.mira.

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Fabrizio Peralta Díaz

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