El ser humano moderno ha buscado con ahínco las mejores maneras de hacer dinero fácil para burlar a la maquinaria de explotación laboral capitalista. Pero hay quienes, en cambio, han resultado extremadamente afortunados: son esos que ganan sueldo por exhibir sus más vulgares extremos. Por ejemplo, una buena parte de los comunicadores de radio o televisión.
¿Quién los calla? Hace un par de décadas, uno podía ver el fútbol por televisión y, si caían mal los dislates del comentarista, uno tenía la opción de bajar el volumen y sintonizar la radio. Hoy no tenemos escapatoria… ¡nos tienen rodeados! No se trata tan solo de las sandeces que quieren hacer pasar por metáforas, ¡no! Son racistas, machistas, regionalistas y hasta homofóbicos. El dial está plagado de grupetes de compadres que se reúnen alrededor de una mesa para contarse entre sí las mismas patanadas de cuando la adolescencia amenazaba con descerebrarlos. Gozan de espacios de una, dos y hasta tres horas diarias para soltar la lengua como les venga en gana. La diferencia es que en la mesa o en el set hay micrófonos y que del otro lado de la cabina o de la pantalla hay cientos, miles de oyentes y televidentes. Estos receptores deambulan por la ciudad acostumbrados a esas agudas tertulias mañaneras discriminatorias con disfraz de periodismo. Aquí algunas de sus perlas: “Lo más lindo de un Mundial es que es domingo todos los días”; “Está más tenso que arco de violín”; “Iniesta le mete la bofetada dialéctica”; “La pelota se fue al más allá…”.
Gran parte de este montón de presuntos comunicadores se dedica a comentar partidos de fútbol que han inventado dentro de su cabeza. Otros sostienen profundas reflexiones sobre las rupturas de pareja de los que en nuestro medio se creen famosos mientras estos presuntos comunicadores más hablen de ellos. Todo queda en familia. En varias radios de alto rating el gran chiste es que los concursantes llamen por teléfono y hablen (o balbuceen) dizque en portugués, lo que resulta, obviamente, cualquier vulgaridad. Algunos incluso han llegado a montar temporadas enteras con prospectos de monólogos teatrales, luego de mantener al aire programas en los que funjen de terapeutas sexuales con elevadísimos conocimientos de bisutería. Uno suelta un mal chiste y el que está en los controles hace sonar unas risitas programadas que parecen haber sido grabadas por algún engendro de ultratumba. Hay celebrados segmentos en los que el hábil conductor convoca a un concurso: “si tienes la voz más sexy, te llevas un corte de cabello gratis en…”.
¡No es justo! A cualquiera de nosotros, galarifos de a pie, nos toca jugárnosla a diario para llegar a fin de mes y cobrar un sueldo que se desvanece enseguida, mientras otros se sientan detrás de un micrófono, escupen todo el día y -encima- ganan sueldo por hacerlo.