Por Miguel Coletti / @manofalsa y @yoamoalcallao
Desde Callao, Perú
El frenazo de la combi me desciende a la realidad, pie derecho en la tierra y ya estoy a salvo. Aspiro fuerte el aroma del mar, fuente de agua milenaria que rodea el Puerto del Callao, el aire salobre no se mezcla con el olor de las flores mortuorias y me cae sin anestesia como un recto a la pituitaria, un golpe sangriento a la fosa que no esperaba.
Las vendedoras de flores no respetan ni a los muertos, ni a los afectados por la muerte, menos a los neutrales; para ellas, que corren detrás de los visitantes y de los autos abrazando los inmensos ramos vivos de crisantemos, geranios y lirios, solo se trata de vender flores para muerto antes de que estas fallezcan en su delante, así cubren el rostro de los visitantes con flores y ruda para la buena suerte, y casi en el instante invocan a un macizo joven provinciano, que aparece como un fantasma que lleva una escalera al hombro y un balde de agua al ras, para ayudar a subir las flores moribundas al cielo de los nichos olvidados.
Luego de su joven muerte, Sarita Colonia fue enterrada en la fosa común del Cementerio Baquijano, en ese agujero negro donde van a parar las almas pobres y olvidadas que no tienen ningún contrato con la Iglesia.
En la actualidad posee un acomodado mausoleo que fue levantado por los humildes del Callao, por el aporte del pueblo que no escatima en dar lo que no tiene. Ahora tiene una casa de dos pisos revestida con paredes que soportan el agradecimiento de los miles de fieles que llegan a veces de muy lejos a rezarle desconsolados a la finadita. Es común encontrar frases como: Gracias por el milagro concedido, Gracias por el “trabajito”, “Siempre te recordaremos doctora Sarita”.
Los visitantes han perdido la vergüenza en alguna calle del pasado, la dejaron como un paquete grueso lleno de billetes sucios que nadie busca, en un mercado, bajo un buzón con tapa, o tal vez sobre una tabla de picar en un puesto de mercado, donde el devoto limpia el pescado y se defiende de sus adversarios, entre los cuchillos ensangrentados aparece una imagen de Sarita y en las esponjas repletas de escamas que usan para limpiar las entrañas del furel.
Imagino el violento mar del Callao bañando malamente el cuerpo de Sarita, huyendo abandonado, sin gritar, por la noche sin luna llena, rodeando las salvajes peñas para evitar las manos del carcelero, los cangrejos de tenazas, los bravos erizos sin zapatos, huyendo de un hambriento violador quien la obligó a la transfiguración sexual y a esconder en el bolsillo el preciado agujero delantero, botín del desalmado, esa ranura vaginal desparece y se convierte milagrosamente en una pared de carne, el hombre sin alma enloquece por haber presenciado el acto y huye instintivamente hacia los barracones aún con plancton en sus partes íntimas, sin creer en Dios pero ya dudando de su existencia, pensando que ese acto fue cosa de Dios o brujería serrana que es común entre los migrantes bajados del frío intenso de la Cordillera Blanca.
Sarita ya no tiene cuerpo físico, ahora solo es una idea profética de los milagros, es decir, una esperanza divina a la solución de los problemas mundanos, una salida, no se ofende cuando el visitante le muestra un cuchillo filudo para ser bendito por su presencia en la típica estampita de fondo rosado como los colores del glorioso Sport Boys del Callao, o cuando el fiel voltea su imagen que lleva sobre el pecho para que no lo vea aspirar la droga, que no pregunta por las culpas, o cuando la prostituta se acerca a pedirle por una buena faena en el Trocadero, cuando alguien traicionado por sus nervios le pide con fervor que lo acompañe a vaciarse una caja fuerte sin ser visto o que lo chalequee para vengar al familiar humillado, la bala se bendice junto a su urna y sola va por el mundo, abandona los solitarios cuarteles del Cementerio Baquijano del Callao, los siembra de odio y sale entre el viento salado a encontrar al faltoso, sin dirección recorre el litoral y sus islas, asciende a la puna, desciende a la montaña y encuentra al desfavorecido. ¡Pum!
Los tatuajes que se dibujan los fieles en la epidermis son en honor a la humilde muchacha que hace milagros a los vetados para ese favor celestial. Es una santa de fácil acceso, de puerta abierta y consultas improvisadas, que ayuda sin influencias del poder, sin permiso de la Iglesia, pero se atreve a zurrarse en la ley y continúa haciendo milagros. Incluso el famoso ladrón del Estado peruano, Vladimiro Montesinos, llevaba en el bolsillo una estampa de Sarita al ser detenido.
Enciendo casi al mismo tiempo una vela roja, la verde y otra amarilla. Me las vendió Hipólito, su último hermano. Me persigno tres veces sobre su tumba, esa luz me alumbra el alma, su rostro provinciano frente a mis ojos me conmueve y me convence de su bondad y de la mía, como entendiendo el pesar de vivir; un hermoso hombre de anchas caderas, poderosas nalgas y cabello rojizo aguarda impaciente detrás de mí esperando a que termine con el rezo, seguro yo pediría lo mismo que él: más oportunidades en el trabajo, suerte e invisibilidad para cometer los robos, paz en el camino de la vida.
No alcanza para más, ni el amor ni la paciencia, solo unos rezos desconsolados y una pared repleta de “milagros”, que son unos corazones de plata que ocultan el agradecimiento al bello espíritu de Sarita.
Enterado de esta inmensa verdad, me libro de su alma limpia y me voy del mausoleo.
Al salir, un wachimán aparece en bicicleta en la puerta del mausoleo de Sarita, enviado seguramente por Don Hipólito. El hombre, algo aburrido de su trabajo, me advierte sobre el peligro de cargar una valiosa cámara fotográfica por estos cuarteles de cementerio olvidado y me escondo con el fotógrafo, vamos por los rincones, de soslayo por los nichos, me hago invisible a los ladrones, pienso en ti, Sarita, y avanzo rezando hacia la calle adolorida, a confundirme con la multitud.
Un placer leer tu articulo, yo también le he puesto su velita a la Sarita.
Nunca he visitado el mausoleo de Sarita Colonia, has despertado una curiosidad en mi y sobretodo ganas de pedirle un milagro 😉
Bien narrado