Por Jefferson Díaz / @Jefferson_Diaz
Cumplir con nuestro deber no debería ser extraordinario. Por ejemplo: que un ministro cumpla con su trabajo, un trabajo establecido en las leyes, un trabajo por el que recibe un salario, un trabajo al que se debe para el beneficio de todos los ciudadanos que habitan el país donde está el ministerio que lo contrató, no es motivo para levantarle un altar.
Y es que dentro del populismo rampante en América Latina, la mayoría de los políticos y servidores públicos cree que los ciudadanos debemos alabarles sin condiciones, que ellos son ungidos para “rescatarnos”. Es el complejo de Moisés, por el cual muchos de nuestros gobiernos creen que debemos rendirles pleitesía sin hacerles ningún reclamo.
No confundamos el profesionalismo, el éxito y la innovación, que merecen reconocimientos, con las acciones establecidas y claras de cada ocupación. Si usted es cocinero, yo no tengo que construirle una estatua por cocinar. El mérito y la admiración se los gana dentro del ejercicio de su oficio o profesión, basados en la humildad y en la innovación que construya (sin diferencias políticas, partidistas o fanatismos) para beneficio de todos los ciudadanos.
Observo con preocupación que a varios sectores del gobierno ecuatoriano les encanta vanagloriarse de acciones que son básicas dentro del funcionamiento de un Estado. ¿Hay una guerra en Ucrania? Es deber del Ministerio de Relaciones Exteriores y Movilidad Humana estar en el terreno y destinar los recursos necesarios para proteger a los ecuatorianos afectados.
Un deber que no debe convertirse, por ejemplo, en grandes comunicados de prensa con tintes de heroicidad homérica. Comunicados de prensa que de no ser publicados o difundidos con fuegos artificiales, se convierten en regaños y señalamientos de ingratitud de parte de los ciudadanos hacia los elementos del Estado.
Es como si yo tuviera que agradecerle al gobierno ecuatoriano cada vez que me dan una cédula o un pasaporte.
Ese populismo y las exigencias de endiosar a un gobierno se convierten en chantaje. Un chantaje evidente hacia sus ciudadanos. “¿No te gusta cómo lo hago?, entonces utilizo todo mi poder para hacerte la vida más difícil”. Y bajo ese parámetro los más afectados son las poblaciones vulnerables.
Los migrantes no tienen derecho a reclamar nada, a decir nada, porque debemos “agradecer” e “inclinarnos” ante todo lo que nos da el gobierno de acogida. Y ese “todo lo que nos dan” es básicamente políticas públicas ineficientes para nuestra integración, opacidad en el manejo de los recursos internacionales y una mayor burocracia a la hora de regularizarnos.
Todavía estoy esperando que el expresidente Lenín Moreno nos explique adónde fueron a parar los 500 millones de dólares que supuestamente invirtieron durante su gobierno para ayudar a los migrantes venezolanos. También, me compré una silla cómoda para esperar sentado el anuncio final, con todos sus detalles, del proceso de regularización migratoria que prometió el presidente Guillermo Lasso.
Con gobiernos que velan por sus propios intereses (esto ya no debería sorprendernos) y que creen que los ciudadanos son divisas con las que pueden comprar lo que se les dé la gana, no hay agradecimiento que valga. Siempre querrán que los veamos como los “salvadores” de una pesadilla que ellos mismos crearon.
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Jefferson Díaz es periodista venezolano-ecuatoriano radicado en Quito. Trabajó para el diario Últimas Noticias y para los medios digitales VivoPlay.net y elestimulo.com, en Venezuela; y para los diarios La Hora y El Comercio, en Ecuador.
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