Por Karla Armas / @k_rmas
Preparación:
- Armar tres porros de tamaño medio.
- Contratar o, en su defecto, proponer la ayuda de piloto cómplice y/o conductor designado.
- Hallar locación perfecta (Esta vez se trata de la carretera llena de pasto y verde hierba que hay entre Pasto, en Colombia, e Ibarra, en Ecuador).
- Comprar pertrechos varios para que comience la función que la yerba disponga.
Procedimiento:
13:50: comienza el ritual. Siempre 3 bocanadas. La primera, para el sabor; la segunda, para el contraste; la tercera, porque sí. Es alegre y olorosita. Sativa, la divertida de la familia.
13:54: pulsaciones suaves en el cerebro hacen que el tiempo se estire como melcocha de Alluriquín.
13:55: las pupilas se dilatan y permiten pasar la luz. Por suerte todo aquí es verde como los duendes, la esperanza y el trébol de cuatro hojas. Digo por suerte porque la gama de colores es amplia y también existe el negro petróleo en estos vuelos.
13:57: Conversación sobre el sueño y sus formas. Si esto fuera el mar, ¿cómo sería? Azul y blanco y tendría brillo en el horizonte y no existirían humanos, más bien muchos colores parlantes. ¿Hay música en el mar? Sí, la música siempre está.
14:00: Será de creerle al año del mono o será de inventárselo para que sí salga bonito. Mejor le pregunto a él mismo. ¿Acaso no es el que está sentado a mi lado el mismísimo rey mono? Podría confundirme, podría ser cualquier mono. Para comprobarlo, se lo pregunto directamente a mi piloto, que de repente me muestra su sonrisa: Señor rey Mono, ¿qué mismo va a pasar este año?, coménteme. Para mi sorpresa, responde un contundente UA, UA, UUUA, AAUUUUUA. Yo, que no entiendo nada, vuelvo a preguntar. Disculpe usted, ¿qué dijo? Y me sale con que si no entiendo es porque no he “modificado aún la información”. Trate de explicarse, le digo, y me lleva de la mano a otro mundo, uno escondido en cada planta del camino, en nosotros mientras hablamos. Yo, como buena Alicia, me sumerjo en ese espejo de seres multiformes que pretenden transitar entre los mundos, como las huahuaicas –esos filamentos electromagnéticos que dan luz por un momento a los túneles espirales que forman los mandalas y cubren como manta el paisaje–. Mientras estoy volando en medio de las fibras, el mono se me aparece con su traje de brillantes verdes y rojos para decirme, a veces serio y a veces sonreído: que no te coja la huahuaica, sobre todo en los lugares oscuros. Yo solo río y miro en dirección noreste, para no ser muy noventera mirando el sudeste.
Al otro lado del espejo, el mono surfea en una burbuja lila donde el neón forma una espiral que se transforma en un nudo borromeo. Yo pienso: ¡belleza, señores, la belleza está en la luz con la que se mire! Los grados y tonalidades siempre hacen la diferencia en esta foto mental que a uno siempre se le ocurre estar tomando en los viajes.
El mono baila a mi lado. ¿Qué hora es? Empiezo a sentir la seca, un poco de leona y mis manos se ponen frías. En la radio colombiana suena, justo a las 14:30: Oye chica, di por qué te pintas tanto; si así sencillita te ves más bonita. Se acaba la canción y llega la propaganda: Radio de la Policía de Colombia, nos prefieres, por eso nos escuchas.
Yo pienso: acaba de pasar una huahuaica de las que el mono habló. Justo me había contado que te cambian de mundo las desgraciadas.
Me acuerdo de que existen desde hace años estudios sobre esta hierbita mágica y que son muchos los testimonios de enfermos que han mejorado con su uso terapéutico. Me acuerdo de que vamos miles de años en esto de experimentar de todo. Es parte de ser humanos. En ese momento se me pasan la blanca, la huahuaica y la leona. ¡Todas frente a mí como en desfile, guapísimas, mostrándose casi obscenas de tanta voluptuosidad!
15:30: tomo agua, cerveza, chocolate y chicle ácido para probar los sabores. De todos un poquito para no cambiar los ánimos, por el puro experimento.
15:50: ya hay otra luz en el cielo y voy saliendo de Locombia. Nuevo chafo. Aquí hago nota mental del experimento: de la cerveza y otros licores, diré: si vuela, no pare. Con los chicles ácidos, la sensación en la lengua es genial. El chocolate es buen aliado para mí y sobre el agua solo puedo decir que sirve para todo, hidrata, anima y aconseja.
16:15: en la radio de la Policía nacional, ya en Ecuador (me pongo a pensar cómo será un intercambio de estas dos emisoras), el pastor evangélico dice que dentro de nosotros corren ríos de agua viva y recuerdo que en este país es carnaval, y me van a mojar si no me pongo pilas. Decido hacer zapping auditivo y salto del reguetón al merengue sin dejar de pasar por la bachata romántica, la cumbia y el tecno. Pongo un cedé y regreso cantando.
16:20: el aterrizaje es suave, las nubes dejan paso a un atardecer que tiene como fondo a la canción Cumbia, del jazzero Charles Mingus. La luz del cielo es deliciosa, el atardecer trae olores de tierra. El mono, que sigue bailando, se pone serio y me dice: ¿sabías que el 20 de abril es el día mundial del consumo y legalización de la marihuana, y que en números se traduce como 4/20? ¿Y que son las 4h20, y por lo tanto, estamos en la hora del día de la marihuana? Solo sonrío…
17:00. Parada obligatoria en Ibarra. Un expreso y un pastel, que hoy combina con todo: la música, el diseño de un cafecito que antes era botica y ahora es manejado por nietos que quieren honrar esa memoria, la luz y la gente comiendo rico. Locación perfecta para el aterrizaje: ¡gracias por volar con nosotros, siempre será un placer recibirle! Me tomo una selfie con el mono, antes de que desaparezca, y nadie me crea nada. Vayan a decirme ‘voladita’. Emprendo el regreso a casa sonriente y creyendo que el año va a ser… lo que tenga que ser.
Maravilloso texto, se vive, se siente.