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EDITORIAL | La eterna sabatina

El Informe a la Nación tuvo más de sabatina que de rendición de cuentas. El estilo discursivo del presidente Rafael Correa se ha tornado predecible. Usa las mismas fórmulas en cada una de sus alocuciones y se parece más a la voz de un mandamás que a la de un servidor de sus mandantes.

Imagen tomada de www.andes.info.ec

La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar

A pesar de la impecable solemnidad con la que se intenta cada año presentar el Informe a la Nación, el presidente Rafael Correa –al cumplirse su noveno año de gobierno– parece haber caído en las garras de su propio lugar común: su tradicional sabatina.

Más que una rendición de cuentas, que es lo que los ciudadanos esperamos, nos encontramos con el viejo relato de los buenos y los malos, así como con una telaraña de números y adjetivos que justifican poco pero que pretenden explicarlo todo. Son políticos, dirán muchos. Y sí, lo son. Son quienes gobiernan y por lo tanto, deben responder por sus acciones u omisiones en la toma de decisiones que determinan la vida pública.

El resultado discursivo del Informe a la Nación fue el esperado por la Secretaría de Comunicación: que la prensa –oficial o no– publique las noticias del día. Ganarse los titulares (por ejemplo, que el Ejecutivo insistirá en los proyectos de ley sobre herencias y plusvalía) sirve para dejar intacto el silencio frente a las razones de fondo para el cuestionable manejo económico y político del país.

Las carreteras, las hidroeléctricas y la política social son estandartes, sin duda, de una gestión que le apostó a las grandes obras que, de paso, otorgaron un capital político sin precedentes al caudillo. Nadie (ni la oposición más recalcitrante) puede renegar de las construcciones, miniconstrucciones o megaconstrucciones, como suele decir la jerga oficialista. A todos nos sirven, son nuestras, pero, digámoslo bien claro, la gestión del gobierno debe abarcar mucho más que solo cemento.

La ilusión de la prosperidad se empezó a caer en julio del 2014, cuando el precio del petróleo empezó a desplomarse. Si antes de esa fecha Ecuador exportó un barril de crudo que incluso superó los 100 dólares, en febrero de este año, este apenas llegó a 25.

En lugar del desglose pormenorizado de las cuentas fiscales: ingresos y gastos ítem por ítem, financiamiento, deuda… tuvimos durante el Informe un repaso disperso e interesado de las cifras, un alegato por una “década ganada”; es decir, propaganda.

Los críticos del gobierno lo acusan de haber recibido a lo largo de estos nueve años más de 240 mil millones de dólares. Pero Correa dijo que no es tanto, que apenas son 170 mil millones. Sea lo uno o lo otro, a los de a pie nos interesa que nos rindan cuentas con papeles en mano y, especialmente, con la posibilidad de exigir que se justifique hasta el último centavo. Sin embargo, el Informe a la Nación –igual que las sabatinas– está hecho para posicionar un discurso, y no se trata del discurso de quien sirve, sino del de quien manda. Esa es la realidad, cuando el Informe a la Nación debió siempre ocuparse de resolver las dudas y hasta los legítimos desconocimientos de los gobernados.

El acto que se desarrolló en la Asamblea costó 60 mil dólares, lo que, en los cálculos del jefe de Estado, equivale al costo de dos sabatinas. Casi la misma desproporción se vio replicada en términos simbólicos. Vimos a la niña cuyo sueño era cantarle al presidente, vimos a la presidenta de la Asamblea, Gabriela Rivadeneira, que recordaba el día en que conoció a su jefe y al vicepresidente, Jorge Glas, haciendo méritos de alfombra para convertirse en candidata. Detrás de escena, los tecnócratas de la política miden la conveniencia política para ajustar estrategias con miras a las elecciones del 2017. Escuchamos nuevamente al terremoto como escudo y a sus víctimas como pretexto para mostrar la necesidad de un liderazgo que se cae en las encuestas y en las calles. Un laboratorio político está en marcha y el Informe a la Nación o las sabatinas son variables indispensables de cualquier pronóstico.

Con la popularidad de Correa a la baja, un error de cálculo puede ser fatal. Así es como se cocina –o recalienta– el poder.

De la oposición poco o nada se puede esperar. Ellos también nos han metido en su laboratorio electoral, matizado por la orilla desde la que se presentan, pero con fines idénticos: ocupar la majestad de la Presidencia.

Mientras la política sea una sabatina más, ya sea para apoyarla o desbaratarla, las razones que exigimos los ciudadanos seguirán siendo un montón de números y adjetivos vacíos. El presidente Correa perdió de nuevo la oportunidad de abandonar la sabatina y proponer un modelo realmente democrático de administración pública.