Por Daniela Game*

Domingo, día de la madre. Todo se llena de fiesta, de palabras bellas, de reconocimientos necesarios. Fotos en redes sociales que nos recuerdan de dónde vinimos; de las mujeres que nos trajeron hasta aquí. La maternidad como el lugar único de los cuidados y las tormentas, que nos alberga, nos forma y nos empuja hacia una vida propia.

Hoy día se hablará tanto de ellas que las palabras nos mostrarán ese altar donde están las madres. Ese lugar elevado por encima de los suelos que todos parecen ver, pero nadie toca. Es verdad que algo se gesta -literal y figurativamente- sólo ahí, en la relación entre madre e hijx, pero a partir de la fuerza tan particular de ese encuentro, la sociedad se ha dado licencia para no maternar con las madres. Allá ellas en el regocijo de la vida, en la sorpresa del cuerpo que da leche, en la noche que se hizo eterna, en el descubrimiento del balbuceo que anuncia la palabra mamá. Allá ellas.

Cuando la maternidad se queda en el orden de lo sagrado, resulta ajena para quienes no maternan. Para quienes hacen y reproducen el sistema económico y social en el que vivimos, que apenas piensa la crianza como un encargo y no como parte de la vida. El cuidado de un recién nacido se hace siempre lejos de lo que parece importante, siempre puertas adentro, siempre en un espacio que por ser íntimo, se vuelve solitario. Quién sostiene a una madre –también recién nacida-, cuando le nace una criatura, cuando su tiempo se detiene ante la condición humana que se le revela en su resplandor y su fragilidad absoluta.

El altar materno
Madonna con niño y ángeles. Giovanni Battista Salvi da Sassoferrato (1609-1685). Galería Nacional de arte antiguo, Palacio Corsini, Roma.

Eso íntimo de maternar quizá viene de la huella mamífera de poner la cría a buen recaudo. La osa en su cueva guardando a sus oseznos en el invierno. La madre en la madriguera donde no entra el frío, el calor o los depredadores. Pero la metáfora de “lo natural” se rehace en el lenguaje humano, en el deseo. Maternar tiene que ver con lo social y lo público también. No somos osas, somos personas que quieren que la gente entre a la casa / cueva para acompañarnos y para que podamos salir también. Las crías no son sólo nuestras. Además de que son tan de la madre como del padre, maternar necesita ser un acto colectivo. Los hijos son de la vida, reza el proverbio popular, y son del mundo también.

Todos adoran la maternidad, pero pocos se comprometen con ella. Allá las madres en su día a día, en sus cosas “de mamás”. La escritora y cineasta Ana Cristina Franco, que acaba de lanzar un libro sobre su proceso de maternidad llamado Diario blanco, cuenta en un post de Facebook que en una feria donde promovía su obra, algunas personas se alejaban de su texto al darse cuenta de que trata sobre su ser-mamá. Hombres o personas sin hijos espantados en un gesto que dice que la maternidad no tiene que ver con ellos. Pero compete a todos, en realidad, y eso va más allá de ser hijas o hijos de alguien.

La crianza de nuestra especie no puede ser vista como un acto de amor exclusivo de las madres y los padres, como una mera actividad no remunerada, también es un acto político que cuestiona las lógicas del sistema económico y del ideal de satisfacción a través del consumo. Criar a un hijo no tiene que ver con la producción y las utilidades, no tiene que ver con adquirir y ponerse un traje de mamá o ganar en una carrera hacia algún lugar. Maternar tiene que ver con eso casi imposible de poner en valor, en las lógicas del tiempo y el éxito, por eso lo cuestiona todo y se vuelve un espacio de resistencia que podría ser sostenido colectivamente.  

No se trata de solicitar como madres un acto de empatía o solidaridad a la sociedad, esas son palabras muy grandes. Se trata de darle lugar e importancia a la maternidad a través de gestos que parecen mínimos, pero son exclusivamente humanos. Es sostenerle a una madre la mirada en el parque, es revisar las lógicas del trabajo, las políticas de igualdad entre maternidad y paternidad, es incluso disimular ese disgusto por el llanto de un bebé en un restaurante, es el abrazo, el vaso de agua y recalentar la comida que las madres comen siempre fría. Es dejar de emocionarnos por los discursos de tarima que romantizan a las madres como aquellas capaces de aguantar todo dolor, cuando los dolores y las luchas, si se comparten, se parecen menos al sacrificio y más a la aventura de vivir con el asombro que nos regalan los habitantes de la infancia.  

Es domingo, día de la madre. Bajemos del altar.  

Quarto Stato. Giuseppe Pelizza da Volpedo, 1901. Galería de Arte Moderno de Milán

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Referencias:

  • Cusk, Rachel. Despojos. Libros del Asteroide. 2020
  • Gutman, Laura. La maternidad y el encuentro con la propia sombra. Del nuevo extremo. 2014.
  • Franco Varea, Ana Cristina. Diario Blanco. Editorial Festinalente. 2023.
  • Contenido creado y compartido por la filósofa argentina Florencia Sichel, @florsichel.

*Columnista invitada


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