Por Tito Molina / @TitoMolina7
El perfecto embaucador, el gran embustero, el timador taimado, el tahúr de los sueños, el loco de la noche, el alma errante de la fiesta, el despropósito, la ruina, el trovador de voz ajena, el imprudente de temas, el descarado, el insensato, el decidor de verdades, el profeta, el enviado del infierno, el cobarde librador de tragedias, el niño encerrado en el adulto viciado, el infame colector de vísceras, el pendenciero inoportuno, el rapaz, el ingenioso cantor del dolor, el bailaor del tiempo, el arropado social, el que se arrastra y repta, el vergonzante, el espejo, el reflejo, la verdad que no nos gusta, la mentira que nos cobija, lo que nos aparta y nos une, aquello en última instancia, aquel que prima en la estancia de la soledad y al que nada tenemos que agregar, pues con su estúpida decisión de asesinarse define todo lo que nos pasa por la sien en una noche de rencor contra la vida.
Esa sombra intransigente que se mezcla con la nuestra y nos bifurca como una mancha de humanidad bicéfala en el asfalto; el huir de lo inevitable, la certeza de nuestra fatuidad, el espectro que cargamos en el hombro de las desdichas en las horas diurnas del trabajo forzado, de la vida remunerada, del presente alquilado; ese, el escondido en los sombríos pasadizos del primer trago, del primer abuso, del primer amor y de la primera decepción. Aquel que pena con su sonrisa desencajada, el polizón macabro de nuestra vida adusta, el proxeneta de nuestra libertad, el que enmienda con sus lágrimas nuestra mediocridad, la náusea y la desdicha de no corresponder con lo que nos muestra el cristal de un vaso, el librepensador, el inmune, el contagiado, el apestado, lo execrable, la última exquisitez de lo mundano, el último destetado y el primogénito de nuestra muerte, el único consciente del horror, el valiente, el héroe, la víctima, el verdugo y la resurrección de la carne tres segundos antes del black out.
El borracho, el ebrio, el inhábil, el que está demás, el redundante, el pesado y el incordio de nuestra patética representación, ese a quien todos señalan esclavo de una botella y quien se erige voceador de nuestra miseria, el capataz de nuestra condena, el capitán de nuestro naufragio, el general de nuestro infortunio, la peste, el hambre, la sed de mal y de venganza, el pútrido benefactor de nuestra alma; el que sabe sabe y el que no se ahoga, el que existe y luego piensa, el irresponsable que se bebe el sueldo, el impronunciable, el jefe de nuestra pereza, el líder de campamento, el fiasco de matrimonio, el que muere solo y se desangra a la vista de todos los que –como él– un día vieron pero prefirieron no mirar.
El borracho, la escoria, el arcángel de los caídos, el que no teme perder pues ya está perdido, y aún así, ríe sin cesar cada madrugada durante su triste y solitario retorno a casa.