Por Dani Game
En la última semana han muerto tres bomberos en Quito debido a incendios forestales presuntamente provocados por pirómanos. Decidí escribir unas letras dedicadas a estos héroes, a sus familias y a sus hijos. Pocos sabemos lo que es perder a alguien porque fue valiente, porque amaba la vida y hacía lo que fuera necesario para defenderla.
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Cuando alguien que apenas me conoce pregunta por mi papá, yo respondo con la calma que te dan los años de ausencia y digo que murió en un incendio. La expresión de pena de quien pregunta es inmediata; un incendio es siempre una tragedia. Explico rápidamente que murió por asfixia, que su cuerpo no se quemó. Cuando hay confianza, la curiosidad avanza y termino explicando lo que me llevó años entender; en lo trágico de su muerte hubo mucho amor y belleza. Si la persona es de mi círculo íntimo, le confieso que una tarde de adolescencia, rebuscando papeles, encontré el acta de defunción de mi papá y me la leí mil veces llorando, admitiendo que sí había sufrido quemaduras, aunque la causa de su muerte fuera la sofocación.
El incendio sucedió hace 33 años en la matriz de un banco de Quito, donde mi papá fue funcionario más de 26 años. El banco no solo era su lugar de trabajo, era el eje de su vida. Como funcionario fue garante de incontables créditos y muchas personas que mis hermanos y yo hemos conocido a lo largo de la vida nos repiten esta frase: “tu papá me dio mi primer trabajo”. Él hacía relaciones de confianza y eso para él no era un simple eslogan. Mi papá fue tal vez el único hombre que veía una función humanitaria en una institución financiera. Creó una asociación de empleados en tiempos en los que no existían leyes que ampararan a los trabajadores en el Ecuador. Paradójicamente, al morir, sus derechos laborales jamás le fueron reconocidos. Pagar la tumba, el funeral, colgar una foto borrosa en una cafetería, cobrar el último café que tomó y su crédito pendiente, fue suficiente para los directores del banco, sus amigos.
Yo no conocí a mi papá. La introducción que acaban de leer es el resultado de palabras que me ha regalado el tiempo, de la boca de mi madre, mis hermanos, mis primos y mis tíos. Mi papá sí me conoció, me cargó en sus brazos todos los días de mis primeros siete meses de vida.
Hace años dejé de creer en dios, pero eso no quiere decir que lo haya olvidado. Simplemente lo conozco mejor, sé que es un invento necesario. Mi idea de dios es sin mayúscula, un ser que si existe, se parece a mi papá; no está, pero está, no es todopoderoso ni transforma mi vida, pero me hace regalos, como dosis de fuerzas cuando las cosas parecen imposibles. Me lo encuentro porque lo busco y a veces, él me encuentra también.
La muerte de mi papá fue durante mucho tiempo una colección de versiones y dudas, fue un montón de bronca, fue preguntarme inútilmente lo que solo él podría responder y nunca responderá; ¿por qué entró a un edificio en llamas? A través de un trabajo intenso supe abrirme a la posibilidad de construirme una versión, fiel a los hechos reales, pero sobre todo, fiel a mi amor por él, a ese amor que se fijó en mí durante siete meses. Me levanté un domingo hace 12 años y en el suplemento de un diario quiteño, apareció la crónica de la muerte de mi padre escrita por un antiguo compañero de trabajo. Decidí cerrar todas mis preguntas y mis dudas con ese artículo, con esa versión que es para mí, la final. Mi papá murió por salvar la vida de otros. Su muerte llegó por un profundo acto de amor.
Me levanté un domingo hace 12 años y en el suplemento de un diario quiteño, apareció la crónica de la muerte de mi padre escrita por un antiguo compañero de trabajo.
A pesar de que mi papá ya había salido del banco cuando el incendió comenzó, decidió regresar y entrar de nuevo al edificio. Quería advertir a los empleados del área de Sistemas –un sector asegurado y aislado del ruido- sobre el fuego que crecía y ponía su vida en peligro. Entró con uno de sus mejores amigos. A él lo he visto una sola vez en mi vida en un bar; ahí lloraba sin parar, tenía miles de tragos encima. Pidió perdón por nunca haber aparecido de nuevo en nuestra casa, ni en nuestras vidas.
Cuando entraron al edificio en llamas, mi papá y su amigo no encontraron a nadie en el área de Sistemas, habían salido a tiempo, pero hallaron a un niño y a una niña; sobrinos de una miembro del personal de limpieza que los había llevado al banco por ser época de vacaciones. Los cargaron en sus brazos. Las entradas y salidas ardían y el edificio no tenía ningún sistema de escapes de emergencia. Entonces subieron al tercer piso, a la oficina de mi papá, que para la colección de ironías que nos da la vida, nunca se quemó. Al aparecerse en la ventana vieron a los bomberos en la calle extender una tela para que saltaran. El amigo de mi papá decidió saltar primero y su cuerpo solo encontró un textil viejo y podrido que se pulverizó con su caída. Él sobrevivió, pero quedó en silla de ruedas por más de un año. Los bomberos en esa época estaban abandonados, al igual que toda idea de seguridad laboral. No tenían escaleras, uniformes adecuados para entrar en el fuego, no tenían mangueras potentes para apagar un incendio de esa magnitud. Mi papá intentó salir por otro lado con los niños, pero el humo les robó el aire y sus cuerpos quedaron en los pasillos. No sé los nombres de esas criaturas, pero los pienso como los hijos que mi papá se llevó hasta algún lugar. Aunque en rigor no salvó ninguna vida, mi papá fue un héroe. Mi papá amaba vivir y la vida de los otros era, por más simple que pareciera, algo que siempre le importó.
Al cerrar mi versión de la muerte de mi papá, pude soñarlo por primera vez. Venía del cielo, me habló en señas, porque en mi inconsciente no está registrada su voz y no lo puedo escuchar. Venía a almorzar, entendí. La comida estaba lista en la casa donde nací, pero yo no podía comer. No hacía más que mirarlo y llorar mientras lo veía. Ese sueño es uno de los momentos más felices de mi vida. Le veía cada poro de su cara, sus manos, su boca, el vello de sus brazos, su sonrisa y sus ojos siempre escondidos detrás de unos grandes lentes. Le topaba la mano con mi dedo índice para saber si era de verdad. Estaba vestido con la ropa del único video que tenemos juntos, en julio de 1982; una camiseta celeste, un pantalón caqui, lentes cafés y boina beige. En ese magnífico video de VHS grabado por mis tíos y mis hermanos, mi papá me habla con amor, me carga, me lleva a caminar por el campo. Me besa la frente y yo miro con potencia a cualquiera que intenta acercarse; “es mío, es mi papá”. Al final del sueño, mi papá termina de comer y tiene que volver a ese otro lugar, como que se le acabó el permiso. Todos en la casa; mis hermanos, mi mamá y yo nos despedimos con lágrimas, con lágrimas felices. Lo habíamos visto de nuevo y al fin podíamos decirle adiós. En ese sueño lo dejábamos ir… y nos dejábamos crecer.
Nunca más lo he soñado, pero desde ese regalo onírico me puedo inventar escenas con él, discusiones, viajes, abrazos. Lo extraño sin haberlo conocido. Hago imágenes en mi cabeza. Creo que no le gustarían muchas cosas de mí, pero nos amaríamos mucho, conversaríamos hasta el amanecer de literatura, filosofía y psicoanálisis; nos prestaríamos libros e iríamos al cine; hablaríamos de París, de mi esposo y él, después de todo, me daría la bendición para despedirse, y yo diría «amén», solo para darle gusto.
Desde que supe que mi papá amó tanto la vida, se me aparece de formas mágicas. Hace años, entrando en un teatro, fui detenida por un desconocido que me dijo: «¿Tú eres hija de F. Game, verdad?». Yo no supe cómo me reconoció porque no soy la que más se le parece físicamente. El extraño me dijo que era cierto que no me parecía, pero que tenía el porte y la mirada, que lo supo de inmediato. En una noche de angustia y vacío, él vino cabalgando en la luna, abrió las nubes de un aguacero parisino y me hizo saber con el brillo lunar que ese dolor pasaría, que me haría crecer y me haría feliz. Los dos hacemos magia cuando nos encontramos. En el periódico de un viernes, apareció su foto en las secciones que recuerdan el pasado; era el único que miraba a la cámara. Me sonreía con los dientes grandes que me regaló. La última vez que nos vimos fue en el zoom que hice de una foto que nunca había visto de él. Un autorretrato tomado en México. Acerqué a todo lo que da la pantalla para entender el verde de sus ojos y me encontré con su boca dibujada y separada de la nariz por kilómetros de distancia. Una boca como la mía.
En una noche de angustia y vacío, él vino cabalgando en la luna, abrió las nubes de un aguacero parisino y me hizo saber con el brillo lunar que ese dolor pasaría, que me haría crecer y me haría feliz.
Mi mamá, que sabe que mis letras nacieron de su cabeza de poeta y del amor que ella compartía con mi papá por las palabras, tuvo la bellísima costumbre de llenarle un libro a cada uno de sus cinco hijos con fotos, flores, pedazos de cabello y una biografía de nuestros primeros años. Ella y mi papá llenaron esas páginas a su manera. Meticuloso y ordenado, él declara su amor. Gracias a su rigor sabemos nuestra hora y peso al nacer, nuestro árbol genealógico y las primeras vacunas. Gracias al desorden de mi madre, en la sección Los primeros regalos del bebé, sabemos de nuestras primeras frases, ocurrencias filosóficas y berrinches cómicos. Leyendo y releyendo las páginas de mi libro supe que a los tres años le pregunté a mi mamá si el cielo donde vivía mi papá era cuadrado o redondo. No le permití responder y con solvencia le dije: “Yo creo que es cuadrado, porque si fuera redondo, mi papi rodaría y se caería del cielo”. Gracias a ese libro, sé que a los cinco meses, sentada en mi cuna una mañana, vi acercarse a mi papá y le di un regalo, le grité a todo pulmón mi primera palabra: “papá”.
Hoy se cumplen treinta y tres años de su muerte, y si el tiempo hace algo con ella no solo es aliviar su dolor, sino también dejarte crecer, dejarte recordar solo el amor, solo la vida, por más corto que fuera el tiempo compartido. Finalmente, en lo trágico, también hay amor y belleza.
Para Jonathan David Nasimba Ambas, para Jonathan Paúl Dionicio Vásquez, Marco Vinicio Bastidas Poveda y para Fernando Game Enríquez, el recuerdo más grande y agradecido por haber defendido la vida, siempre.
Hermoso relato Daniela, supongo por lo de Dani; el amor se siente en tus letras y el dolor es extrapolado al punto de generar en mi un sentimiento de indignación y pesadumbre. Tu padre seguro ha leído ya estas letras antes….. mucho antes: en tu corazón.
Gracias Fausto por tu lectura y tus sentidas palabras.
Y sí, soy Daniela.
Me he quedado sin palabras, conmovida, aturdida y admirada. Qué belleza, qué manera tan límpida y fuerte de expresar tus sentimientos. Gracias por compartir algo tan de tu corazón y de tu vida.
Gracias Lucrecia. Me siento muy contenta de saber que mis palabras llegaron hasta ti.
Bello… para amar más la vida. Gracias por este regalo lleno de esperanza. Un enorme abrazo.
Gracias María Elena!
Qué podría decir que no esté dicho , sino gracias por hacer asequible un sentimiento tan intenso y tierno, e íntimo.
Muchas gracias Rocío!
Por experiencia propia, reconciliarse con la pérdida desde la escritura o el relato audiovisual constituye un ejercicio liberador. Hermoso tu texto y grande que lo dediques a los bomberos, gente que como tu papá, tiene el valor de poner todos los días su vida en garantía por la de los demás.
Así es Marcela, escribir y lanzarlo al «viento» ha sido liberador, pero no quería que sea solo eso. Quería darle un sentido, un homenaje, y permitir que nuestra historia deje de ser solo nuestra.
Gracias por leer, gracias por tus palabras.
Dani que bellas palabras, siempre tenemos que recordar a nuestros heroes que con profundo amor dieron sus vidas por las nuestas
Gracias Amparo (ito) por leerme!!!
Que hermoso y perfecto relato mi Dani. Tienes un don al escribir así. Te admiro por tu valentía, tu capacidad de salir adelante y seguir viendo lo hermoso de la vida…tal como tu papi, quien no dudo debe estar tremendamente orgulloso de ti. Tqmmmm un beso y abrazo enorme.
Gracias querida Diana, por ese cariño muto que se nos quedó también marcado desde la infancia. Besos y abrazos!
Querida Dani, tu relato me ha emocionado hasta las lágrimas… y me parece el mejor homenaje a personas como los jóvenes bomberos fallecidos por causa de los incendios, que velan por la vida y seguridad de otras personas… Sin duda reflejas mucho todos los dones de tu padre y mantienes vivo su espíritu, la belleza y alegría de su vida, en la tuya propia…
Gracias Michel por tu lectura, siempre pendiente y desde el corazón! Los bomberos son héroes un poco silenciosos, están dispuestos a arriesgar su vida no solo por accidentes, sino por falta de prevención y planificación. Este verano no es el primero así, lleno de fuego, pero hay que procurar y demandar que sea el último. Un abrazo enorme!
Hola Daniela
Tu relato me sacó lágrimas, de esas que reflejan humanidad; gracias por:
«Hoy se cumplen treinta y tres años de su muerte, y si el tiempo hace algo con ella no solo es aliviar su dolor, sino también dejarte crecer, dejarte recordar solo el amor, solo la vida, por más corto que fuera el tiempo compartido. Finalmente, en lo trágico, también hay amor y belleza».
Gracias Fernando, donde quiera que te encuentres, por perpetuarte en el tiempo.
Gracias a ti Luzlateral! No sé quien eres pero siento cerca tus palabras.
Bello relato. Gracias.
Gracias por leer Jorge Luis.
No existe acto más sublime que el dar la vida para salvar otra vida.
Si tuviéramos que definir al amor con un solo concepto, creo que el más adecuado sería dicho acto.
No conocí personalmente al heróico Fernando Game Enríquez… pero tan bella y sentida narración permite al lector conocer el alma del valiente lleno de amor… del héroe.
Gracias por compartir la esencia de tu padre… es un regalo inspirador… en un mundo que necesita más amor… más héroes… más Fernando Game Enríquez.
Gracias por leer, tocayo de mi padre! Un abrazo.
Gracias por el relato. Soy padre también. Esta historia tan profunda me ha hecho ver que es hermoso dar la vida día a día. Quiero decirle que su papá es un ejemplo para muchos otros. Dios le bendiga.
Gracias Nicolás!
La felicito. Hermoso artículo . Muy humano
Muchas gracias. Dr.
Escribes desde el corazón y expresas lo que piensas sin ponerle velos, además de usar el idioma apropiadamente. Hermoso homenaje
Gracias por tu lectura y tu comentario Patricio.
Qué hermoso texto, ha sido de una ternura y a la vez tan desgarrador, te envío un abrazo cálido sin conocerte
Mónica Mancero
Recibo tu abrazo Mónica!
A veces creo en Dios y otras no. Sin embargo, de las veces que creo en él, pienso que Dios, en su plan, necesita gente buena y escoge a los mejores para llevarlos al cielo. Tal vez solo prefiero aferrarme a esa idea para creer en algo y tener consuelo. Sublime relato Daniela, gracias.
Gracias a ti Sofia Elizabeth. Gracias.
Una vida con sentido, un acto de amor, tienen ecos impensados. El amor de tu padre que tan bellamente has transparentado en este texto, tiene un eco en mi persona, como padre, como hijo. Te lo agradezco y agradezco tu sensible manera de hacer un homenaje a los héroes que dieron la vida en los recientes incendios en Quito.
Gracias Fabián por tu lectura y por hacerme llegar tu eco. Un abrazo.
Tengo muchos recuerdos de tu padre. Creo que su bondad puede leerse en los ojos de todos ustedes, sus hijos.