Por Javier Alonso / @javier12mayo
La alquimia es el arte de transformar la materia. Con ella se puede también convertir metales en oro mediante la búsqueda de un extraño elemento llamado piedra filosofal, capaz de proporcionar el conocimiento de todas las cosas. Todas. También de la vida eterna. Yo desconocía todo sobre el asunto hasta que mi amigo Pato, hombre de mundo versado en lo divino y en lo humano, me habló de un alquimista, un conocido suyo que aseguraba que era capaz de dominar las fuerzas de la naturaleza y transmutar el plomo en metales preciosos. Transmutar, palabrita culta… Cambiar, transformar…
Desde el punto de vista científico, transmutar un átomo de plomo en uno de oro es posible extrayendo 3 de sus 82 protones. Con 79 protones, tendremos un átomo de oro. Pero ya se conocen los riesgos de la fisión nuclear y dudo que una piedra pueda librarnos de la catástrofe que trae el andar quitando y poniendo protones a los elementos de la tabla periódica… Esto de la alquimia me sonaba a patraña. O Pato me tomaba el pelo o, en el mejor de los casos, pecaba de ingenuo.
-Cuando quieras te lo presento y verás que lo que digo es verdad –me ofreció el Pato. Desde luego, si aquello que me contaba tenía algún viso de realidad, esa persona debía ser alguien extraordinario. Si no, debía ser un farsante muy competente, vista la convicción con la que Pato hablaba de él. La verdad es que tuve curiosidad por conocer a ese hombre y comprobar sus supuestas habilidades. Ese mismo fin de semana fuimos a visitarle a su casa en las afueras de la ciudad, en medio de ninguna parte, el lugar más adecuado para un nigromante.
Ya era de noche cuando llegamos. Su casa se hallaba en medio de un escabroso bosque de acacias poblado de búhos y roedores. Apenas un estrecho camino de una sola vía era la única ruta de entrada y salida. Era muy difícil distinguirlo en la oscuridad. La luz de la luna se había regado sobre la fachada de piedra para acentuar la majestuosidad de esa casa que parecía haber brotado de la tierra como la maleza en medio del páramo. Hasta un escéptico como yo encontraba algo misterioso, casi sobrenatural, en ese enclave oculto, donde parecía no haber otro dios más que la propia naturaleza y su carácter salvaje. Empecé a sentirme incómodo y me pregunté qué estaba haciendo allí, pero era tarde para echarse atrás: habíamos llegado en el auto del Pato y en el fondo yo no quería quedar como un cobarde ante él. Además, mi curiosidad por conocer a ese misterioso hombre seguía intacta. Pato llamó al timbre. Abrió la puerta, sonriente, el Demiurgo.
-¡Hola, Pato! ¿Cómo has estado? – Se dieron un afectuoso abrazo.
-¡Demi! ¡Bien, hermano! Llegué de viaje hace apenas un par de meses… Te tengo que contar… Te presento a mi amigo Matías.
Demi estrechó mi mano con notable entusiasmo. Todos los miedos que se habían inflado en mi cabeza con la expectativa del encuentro se disiparon en ese mismo momento. Me sorprendió su juventud. Aparentaba apenas unos 30 años, una edad corta para alguien con sus dotes. De estatura media, pelo corto, barba, y ojos grandes y abiertos, presentaba un aspecto perfectamente normal, a no ser por su mirada astuta, casi taimada, que me penetró como un laser directo a mi cortex cerebral. Me pareció que era un hombre bregado y difícil de engañar.
Demiurgo, el alquimista.
-Pasad, por favor, bienvenidos. Sentaros al lado de la chimenea. ¿Queréis algo? Un té, café, gaseosa… -mientras hablaba, se puso a preparar unas aguas aromáticas en la cocina. Su voz resonaba como en un anfiteatro-. ¿Os ha costado mucho llegar? El camino hasta acá es difícil, apenas está señalizado y los elementales confunden a quienes se atreven a aventurarse por esta zona. No les gustan los forasteros. Bueno, Pato, tú ya has sido mi invitado, tal vez por eso os hayan dejado adentraros en la espesura del bosque sin perderos. Sin embargo, es la primera vez que tú, Matías, vienes por esta zona. ¿Estoy en lo cierto, verdad? Yo vine a vivir a esta casa hace 3 años, antes que yo vivía mi tío Alex, que se fue de viaje a Egipto buscando no sé muy bien qué. No sé si ya lo habrá encontrado…
Mientras Demi nos hablaba, yo observaba los rincones de su casa. Era antigua. Sus techos altos, con cenefas de yeso rematando los bordes de las paredes y de las puertas de madera maciza delataban su carácter colonial. Los muebles victorianos, las cortinas gruesas y sus ribetes dorados, esas lámparas con tulipas de cristal, cientos de libros en las estanterías y una mesa de mármol baja en el centro del salón. Nuestro anfitrión sirvió el convite de aguas aromáticas, moscatel y bizcochos sobre la mesa y se dejó caer sobre una silla veneciana con posabrazos frente a la chimenea. Aquella antigualla tal vez tuviera valor para un coleccionista pero no parecía muy confortable, aunque él se veía cómodo allí recostado. Continuó su relato marcando una cadencia más lenta, pausada, como un remero que relaja sus músculos y se deja simplemente llevar por la corriente:
-… Aquel viaje transformó a mi tío en muchos sentidos. Él ya no tiene intención de volver, tiene su vida en El Cairo. Era una pena desperdiciar esta mansión. Aquí se vive tranquilamente y la única compañía que tengo es la de mi gato Alejo. Le puse ese nombre en honor a mi tío. Y, claro, están mis amigos inmortales: Platón, Aristóteles, Paracelso, Saint Germain, Flamel, Santo Tomás, Newton, Homero, Dante, Levi… ¡Ah! tan poco tiempo y tantas cosas por hacer, por leer y por vivir… Recuerdo aquella vez que estaba en la Biblioteca Nacional de Bielorrusia, buscando unos manuscritos de un escritor del siglo XII del que apenas hay referencias fiables…
Nuestro anfitrión no paraba de hablar. Pato escuchaba con fruición mientras tomaba su té de hierbas. Yo vertí un par de cucharadas de azúcar en mi taza y probé. Sabía a mora, parecía el té turco pero era algo más amargo. Escuchaba la letanía del alquimista cuando vi bajar por las gradas que conectan el piso inferior con el superior, a un gato negro de pelo largo. Sin duda era Alejo. Se acercó a la silla de su benefactor reclamando atención, subió a su regazo y allí se quedó, mientras el Demi continuaba:
-…y no podemos saber nada, ni tener certeza de nada. El verdadero conocimiento de las cosas se obtiene por la experimentación, por el sentir. Todo es falso, nada es real, excepto lo que sentimos. El resto son meros espejismos. Pero las sensaciones son reales. Es lo único de lo que podemos tener certeza. La mente solo especula la realidad, urde fantasías y nos hace creer como ciertas las sombras de la caverna. Esas sombras, ¿quién las proyecta? ¿de dónde salen? Si alguien cambia de posición la vela que alumbra la caverna, ¿acaso las sombras no se deforman, cambian o desaparecen? Nosotros quiénes somos: ¿los que vemos las sombras o los que las proyectamos? ¿Acaso no somos al mismo tiempo la sombra y quien la observa?
Aquella conversación no era lo que había ido a buscar allí: yo esperaba que hablara sobre los secretos de la alquimia, comprobar si era cierto lo que me había contado Pato sobre sus habilidades. Pero me pareció grosero sacar ese tema sin conocerlo un poco más, más aún siendo sus invitados. Mientras hablaba, el gato me miraba con la tranquilidad de un monje budista. Sentí el peso de mi cuerpo sobre la silla de madera, como si fuera de plomo, y al mismo tiempo notaba que me balanceaba ligeramente sin moverme del sitio. El sonido de las palabras del Demi retumbaban como si salieran desde el fondo de la caverna. Empecé a perder el sentido del arriba y del abajo. La casa, el té, el fuego en la chimenea… me sentí agobiado por esa atmósfera, por esas sensaciones. Necesitaba salir y respirar, recordar quién era y qué hacía allí. Tener presente que mi realidad me esperaba a solo unos kilómetros de ese bosque y que mañana volvería a mi casa. Todo sería como siempre.
Me excusé y salí al patio a fumar un cigarro, con la promesa de regresar enseguida.
Hacía frío afuera. Mis ojos tardarían aún un rato en adaptarse a la ausencia de luz. Todo se veía más oscuro tras haber estado observando las centelleantes llamas de la chimenea. Poco a poco me acostumbré y empecé a distinguir formas. Vi dos luminarias del otro lado del patio que sin duda eran los ojos de un animal refractando la escasa luz del lugar. Al acercarme pude distinguirlo: era un gato de pelo largo, muy parecido a Alejo. Demasiado parecido… Pero no podía ser él, porque recuerdo perfectamente que se quedó dentro de la casa, sobre el regazo del Demi. El gato avanzó por el sendero hacia el bosque mientras balanceaba su cola. Yo decidí seguirle para confirmar si era otro gato diferente, y que no me había vuelto loco.
Buscar un gato en medio de un bosque a oscuras es una empresa difícil. Sin embargo, yo comparto un rasgo con los felinos: la curiosidad. Seguí adentrándome en el sendero, observado las lindes para ver si algo se movía, si sus ojos encendidos me daban el aviso de su posición. Así estuve un rato hasta que concluí que la búsqueda había sido infructuosa. Di media vuelta para regresar, pero al intentarlo perdí toda noción de dónde me encontraba, y no fui capaz de distinguir la senda. Estaba oscuro y sentía frío. Mi celular estaba en el abrigo dentro de la casa, además que en ese remoto páramo no había cobertura. ¿Y si no podía encontrar la senda de regreso a casa? Me entró el pánico y sin darme cuenta me puse a hiperventilar. Sentí un silbido en mis oídos, y un hormigueo por todas mis articulaciones, mi tronco y mi cabeza. Una capa de concreto envolvía mi cuerpo, excepto por sobre mi cabeza, como si tuviera una corona haciendo de dique, que evitaba que toda esa energía que sentía como electricidad estática rodeara mi anatomía por completo. Cerré los ojos y vomité. El hormigueo se detuvo. Abrí los ojos y, para mi sorpresa, allí estaba Alejo sentado delante mío, como una forma apenas corpórea, de color grisáceo, parecido a un holograma. No veía mi cuerpo ni el bosque, solo aquél gato que me miraba con ojos inteligentes. Su voz resonó en mi cabeza:
-Este no es tu sitio, ¿qué has venido a hacer aquí?
Yo ya no sentía frío ni miedo, al contrario, me sentía extrañamente sereno, cautivado por esa presencia extraordinaria, como un niño que abre los ojos ante el mundo por primera vez y no juzga lo que ve. Ese ser, más que un gato, parecía una fuerza de la naturaleza que no iba a dejar que me fuera sin pagar como peaje el decirle la verdad.
-He venido a conocer el secreto de la alquimia.
-Yo voy a contarte el secreto de la alquimia: transformar el plomo en oro significa transformar lo grosero en lo sutil, transformarse a uno mismo. Significa no aferrarse a ninguna forma ni a ningún pensamiento. Un alquimista no cree en nada, porque se conoce a sí mismo.
Enseguida, me sentí volando sobre un inmenso río rodeado de piedras y arena que cambiaban de color mientras el espacio se plegaba en fractales y formas geométricas, como si estuviera dentro de un caleidoscopio. Me dejé llevar por las imágenes y por las sensaciones que estaba experimentando como si aquello fuera un paréntesis en medio de la realidad. Me hallaba inmerso en ese caos psicodélico cuando apareció de nuevo el gato frente a mis ojos, esta vez se veía completamente sólido, pero al igual que el resto del entorno cambiaba de color y de forma. Se asemejaba a los gatos que pintaba Louis Wain durante su etapa de esquizofrénico. Volvió a dirigirse a mí:
-Esta es la tierra que me vio nacer, a mí y a mis antepasados, a la diosa Bastet. Aquí yo aprendí a no tener forma, a no tener miedos, a no tener imperfecciones. Aquí en Bubastis, en el delta del Nilo, aprendí a ser Dios.
Dicho esto, comenzó a diluirse como el gato risón de Alicia. Antes de desaparecer, una luz se proyectó desde sus ojos hasta cegarme por completo. Entonces me desperté de un sobresalto sobre la silla del salón de la casa, frente a la chimenea, como si nunca me hubiera movido de allí. Fin del viaje. Todo parecía seguir igual: el Pato y Demi, cada uno a un lado mio, seguían sentados, charlando, riendo.
-¿Ya has regresado del trance? -me preguntó Pato, quien advirtió mi agitación-. Has estado mirando el fuego como hipnotizado. Dime, ¿te encuentras bien?
-Sí, estoy bien -contesté, titubeando. –¿He estado aquí todo el tiempo? -Pato y Demi se miraron y rieron.
-¿Pero, dónde vas a estar, entonces? Llevas ahí quieto como media hora frente a la chimenea, sin decir nada.
Empecé a dudar de si realmente me había movido del sitio. Todo podía perfectamente haber sido fruto de mi imaginación. Pero, ¿acaso fui drogado? Las alucinaciones, los colores que cambian, la voz en mi cabeza… son los síntomas del consumo de enteógenos. Pero el Pato tomó el mismo té que yo y no parecía afectado de ninguna manera… ¿Acaso había alguna sustancia extraña en mi taza? Mi espalda estaba sudada, me faltaba el aire, pero no sentía fuerzas para levantarme y salir a respirar. El gato seguía dormido sobre el regazo del Demi, que me miraba sonriente.
-Justo hace un momento el Pato me contaba que estás interesado en la alquimia, que querías conocerme para saber un poco más sobre ella. La verdad es que yo apenas soy un aprendiz en ese arte ancestral, pero mi tío… mi tío Alex sí que es un maestro. Todo lo que yo aprendí vino de él, antes de que se fuera a Egipto -decía el Demi mientras acariciaba al gato… Me pregunté si acaso su tío estaba más cerca de lo que parecía. –Ser alquimista implica años de estudio, abstinencia, ayuno y un intenso esfuerzo en pos de la búsqueda de la verdad. No es un sendero que se pueda tomar a la ligera. Sobre todo porque tienes que estar dispuesto a aceptar lo que te encuentres al final, que no es otra cosa que uno mismo.
Yo, sin poder articular palabra, solo asentía con la cabeza mientras miraba a mi alrededor intentando averiguar si mi presencia en el salón, si aquella conversación, si lo que me rodeaba era real o si todo era parte de otro sueño. Comprobé que podía mover mis manos y mis piernas, la cabeza y el tronco. Sentí el tacto de la madera de la silla, el calor del fuego, el olor a humedad de la casa. Sí, aquello parecía muy real.
-No bebas más moscatel, Matías. -me dijo Pato, riendo. Yo no había bebido pero no tenía ánimo de dar explicaciones. Al rato fuimos a dormir y al día siguiente regresamos a nuestros hogares con el recuerdo de lo sucedido y las palabras de aquel animal grabadas a fuego. Nunca le conté nada de esto a Pato, solo le di las gracias por la oportunidad de pasar el fin de semana con él y con su amigo, por tan grata experiencia. Pato por su parte me pidió disculpas por no haber demostrado las habilidades del Demi, pero me dijo que en la siguiente visita le pediría que hiciera alguna demostración alquímica ante mis ojos.
-Te aseguro que lo que te dije de él es cierto, ya lo verás en la próxima ocasión.
Nunca regresamos a la casa del alquimista: al poco tiempo, mi amigo Pato se marchó, en otro de sus frecuentes viajes, y así lleva ya un tiempo, de acá para allá. Espero verlo pronto. Nunca supe si me tomó el pelo con toda esta historia del Demi. Solo sé que algunas noches, cuando estoy en mi casa pensando en banalidades o preocupado por algo, me parece ver una sombra que se mueve por las paredes y siento el eco de una voz que dice: «aprende a ser Dios». Después, algunas noches sueño que avanzó por la espesura del bosque, adentrándome sin miedo a través de un sendero, y que acabo encontrándome conmigo mismo al final del camino. Y justo en el momento en que me doy la vuelta y voy a ver mi rostro, me despierto.