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El individuo: esa hermosa tumba

Imagen tomada de lavoz.com.ar
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Por Adolfo Macías Huerta

Las paradojas, en su primera acepción, son un juego verbal que muestra la naturaleza de algo a la luz de una aparente contradicción. También pueden ser consideradas reales si entendemos la contradicción como la dinámica más profunda de la vida humana. Es paradójico, por ejemplo, que los seres humanos, en la sociedad actual, levanten la bandera de la individualidad (el derecho a ser como yo quiera), y al mismo tiempo promuevan el amor como el ideal de una relación humana. El despliegue de la individualidad se basa en la autocomplacencia que el amor obstruye cuando crea vínculos y obligaciones. En realidad, el amor fracasa porque somos irremediablemente egoístas en la búsqueda de la aceptación, el reconocimiento y el placer. Y quienes no pueden triunfar en esta búsqueda son presentados como el ejemplo más acabado del fracaso humano: gente sin influencia ni atractivo sexual ni dinero.

Tal es la visión que nos da el escritor francés Michel Houellebecq sobre los seres humanos en la sociedad contemporánea.

Detrás de su escandalosa conducta literaria (sus novelas están plagadas de violencia, libertinaje y actos de indiferencia o crueldad con los demás seres humanos), lo que nos llega es el drama de la soledad humana y la necesidad no satisfecha de ser amados de una manera bondadosa. Houellebecq, a fin de cuentas, es el autor de la compasión, un budista en estado salvaje que devela el dolor causado por el individualismo sensualista de nuestro tiempo. En el fondo –piensa este novelista– confundimos el amor y la complacencia. En esto, los adultos son como grandes niñitos: buscan la sumisión de los demás a sus necesidades, y cuando esto no sucede o deja de suceder, viven un amargo desencanto. Los años pasan. El ideal social de un mundo siempre joven los convierte en esos hombres poco atractivos y descartables dentro del juego erótico y comercial: los viejos.

Es común, en Quito, hallar mujeres que, como resultado de la liberación femenina de los años setenta, sobrepasan los cuarenta años de edad buscando una pareja, sin poder hallarla. Tal parece que añoran ser libres y, al mismo tiempo, tener un compañero de vida, sin lograr hacer de estas necesidades dos cosas afines. Su sentido de la libertad no es compatible con la relación de pareja y la dependencia emocional que conlleva. Se precian de ser libres… ¡Pero no quieren quedarse solas! Paradójicamente, estas mujeres feministas, socialistas e inteligentes, buscan un príncipe azul. Alguien con quien sentirse seguras. Alguien “para mí”. Así se condenan a la frustración.

En el fondo, todos queremos compartir nuestras vidas con alguien que sea generoso, pero la generosidad, si seguimos las opiniones expresadas por Michel Houellebecq en su obra literaria, no es compatible con el individualismo. Solo basta ver los rituales de apareamiento de los primates o de los jóvenes en una discoteca: unos triunfan a costa del fracaso de otros. Otra paradoja planteada por Las partículas elementales es la contradicción que existe entre el placer y la generosidad. Ser generoso es ocuparse del placer ajeno de manera desinteresada, y esto solo sucede cuando experimentamos la ternura por el otro como reflejo de nuestra propia vulnerabilidad. Yo, que conozco la soledad, el fracaso y el deterioro, puedo sentir piedad por ese otro que comparte mi condición, y merece algo del cuidado que yo mismo necesito.

portadalas-particulas-elementalesNo hay criatura en este mundo que no viva de manera fugaz y dolorosa, y que no merezca al menos un gesto de bondad de nuestra parte. Para Houellebecq esta bondad se expresa de manera natural en el acto sexual, como la expresión más básica de dar placer al otro y hacerlo sentir aceptado en su insignificancia. Como si al complacer a otro le dijéramos: “Estás bien tal y como eres”. Por eso el personaje principal de Las partículas elementales, Bruno, es un macho omega, gordo y sin gracia, encogido y sudoroso, que se masturba viendo a las muchachas que nunca se querrían acostar con él. Su condición es la invisibilidad y el desprecio de todos los seres por lo que él representa. Su redención vendrá por obra de Christiane, una mujer vencida por los años y las desilusiones, capaz de verlo y de tratarlo con ternura. La aventura sexual que ambos inician con otras parejas en ambientes relajados llevará a Christiane a una muerte tan absurda como triste, digna de contar dentro de las muertes más estremecedoras de la Literatura Universal.

De pronto, el viejo maldito de la literatura francesa contemporánea muestra los alcances de un místico capaz de mostrarnos al ser humano en su delicadeza más profunda y cuestionar las bases narcisistas de ese modelo de humanidad escondido en los ideales del individualismo.


Adolfo Macías Huerta nació en Guayaquil, en 1960. Es escritor y también es tecnólogo en desarrollo personal o psicoterapeuta gestáltico. Trabaja como facilitador en desarrollo personal.