Por Milagros Aguirre A.
El país está hasta los huesos con la fiebre de la corrupción. Todos los días aparece algún escándalo, pasado o presente, de millones o de poca monta, que retrata de frente y de perfil un sistema corrupto en su médula. Un día asoman los tinterillos que dicen vender cargos públicos, otro, los contralores —que resultaron como el lobo cuidando el gallinero— y otro los inversores que, con empresas fraudulentas, hacían sus apuestas en la bolsa de valores. Un día el caso Petrochina y la danza de los millones en comisiones. Otro, el caso Las Torres, el ‘mago’ Chérrez, los papeles de Pandora y de Panamá o los sobreprecios en medicamentos.
Ya no llama la atención los montos: millones por acá y millones por allá… Ya se perdió la cuenta… Unos son juzgados (en juicios que no terminan nunca) y otros ya no tienen ni vergüenza: van a misa con grillete en el tobillo y sin ningún rubor en la cara, compran apartamentos en Miami (y se los conoce como Miami Boys) o se van a montar negocio en países vecinos, se dicen empresarios de cuna y estirpe, son exitosos emprendedores, protagonistas de trampas disfrazadas de jugosos negocios.
La corrupción no es exclusividad de la desprestigiada clase política… no solo por esos pasillos compran votos y conciencias los hombres de maletín… se pasean también en los pasillos de las grandes empresas y hacen sus negocios comiendo sushi y tomando champán.
No ha habido gobierno en la historia de esta república libre de corrupción: un día Flores y Miel, otro día, el caso Isspol y al otro, el mismísimo ‘Don Naza’ paseándose en el Ministerio de Defensa, ¿entregando ‘intereses’ personalmente y en las vísperas de su audiencia?
Todo eso deja muy mal a unas élites con acceso al poder y con sed de dinero: presidentes, ministros, funcionarios de rango medio, pero también proveedores de toda calaña que han hecho negocios truchos con el Estado. Colusión, peculado, venta de cargos públicos, plagios, son algunas de las formas de ese monstruo de mil cabezas pero hay más, en muchos ámbitos y en todos los rincones.
Para que haya un acto corrupto se necesitan al menos dos: el corruptor y el corrompido, el que se sienta a ofrecer cargos (u obras u otras maravillas) por votos en la Asamblea y aquel que los acepta o que los exige. Pero también se necesita un tercero que lo tolera, que no se inmuta, que acepta y que normaliza la corrupción: un tercero, el ciudadano común, ese que se salta la fila; el que paga la coima al policía de tránsito; el que usa sus palancas para beneficios personales, puestos o cupos para estudiar o para un trato preferencial en cualquier ámbito; el que quiere ganar intereses sin trabajar (ahí están las últimas estafas piramidales) o el que paga para hacer su tesis y sacar así un título universitario (¿han visto la cantidad de avisos en redes sociales que ofrecen tesis de pregrado y posgrado?) y aquel que, hastiado, ya no quiere ni saber…
Ese mal tiene tentáculos demasiado grandes y complicados, se nutre de la ignorancia de la gente, se pasea por las cárceles dejando entrar armas, droga y vituallas; sus brazos alcanzan las instituciones públicas; está en varios de los ámbitos de la vida cotidiana donde todo parece tener un precio; se cuela en el comportamiento ciudadano y tiene disfraz de gente de bien.
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Al Oído Podcast es un proyecto de periodismo narrativo de la revista digital La Barra Espaciadora y Aural Desk, en colaboración con FES-Ildis Ecuador y FES Comunicación.
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