Por Milagros Aguirre A.
No se entiende al gobierno. Y tampoco se entiende a la oposición. La agenda de peticiones con las que se lanzó este llamado a movilizarse pone en la mesa todos los descontentos posibles y más (cada sector va haciendo su lista de inconformidades). Como respuesta, la detención del presidente de la Conaie, Leonidas Iza, fue como lanzar gasolina para apagar un incendio, y, aunque lo hayan liberado en 24 horas, las llamas ya se hicieron mucho más grandes y las tensiones mucho mayores.
Cada uno de los habitantes de este país tiene razones para protestar, para reclamar la ineficiencia del Estado en sus distintas instituciones, para indignarse por la inseguridad, por la salud, por la educación, por el desastre del sistema de justicia, por el alto costo de la vida, por los incumplimientos de ofertas de campaña, por la falta de trabajo que obliga a los jóvenes a migrar, por la falta de transparencia, por la situación carcelaria, por el maltrato y por la pobreza, por el despojo que han vivido los pueblos indígenas, por los eternos y persistentes incumplimientos de las petroleras, por las últimas detenciones arbitrarias a jóvenes militantes guevaristas, por las dificultades del transporte y por la corrupción, por la violencia contra las mujeres. Nada funciona. Da grima. Los gobernantes son ciegos y sobre todo, son sordos. No dan respuestas ni salidas a los problemas y cuando los dan, son palabras al viento. Pero tampoco se puede pedir peras al olmo: muchos de los problemas son estructurales y no se resuelven con una varita mágica.
El país está en un laberinto y no encuentra salidas. Un laberinto que se ha ido construyendo año a año, gobierno tras gobierno, hasta convertir a Ecuador en un verdadero salsipuedes.
Entre las orillas del país se ha abierto ya no una herida, sino abismos infranqueables entre posiciones irreconciliables que se disputan incluso el calificativo de “mayoría”. Analistas o funcionarios hablan de que una minoría indígena no puede obligar a la mayoría a paralizar, así como quienes usan el mismo argumento para todo lo contrario: una minoría adinerada no puede obligar a una mayoría desfavorecida a quedarse de brazos cruzados en esta crisis. Los actores de esta trama aluden en sus posiciones a la Constitución: la resistencia es un derecho consignado en ella (Art. 98) como también está en la Constitución el argumento para la criminalización (Art 326, 15). De hecho, la Constitución misma es el reflejo de las sinsalidas del país: por un lado se defiende los derechos de la naturaleza y por otro se declara interés nacional la extracción de los recursos.
Un sector del país se muestra partidario de “la mano dura”, traducida en represión, descalificación y en más violencia contra los manifestantes. Otro sector hace llamados a la resistencia, traducida también en violencia, en una rabia que ya no se puede contener pues los descontentos son tantos que se vuelven una olla de presión a punto de reventar. La fuerza pública arremete contra los manifestantes, los manifestantes arremeten contra la fuerza pública, ambos arremeten contra la prensa o contra el vecino, contra el que es y contra el que no lo es, los ánimos se crispan y el resultado es más violencia (física y verbal). Eso del uso progresivo de la fuerza no es novedad como tampoco es novedad la criminalización de la protesta, así que, si los operadores de Lasso pensaban que la detención a Iza era un “quiebre”, se olvidan de lo que pasó en Dayuma en 2007, de la detención de los de Luluncoto o de los chicos del Central Técnico, o de lo que pasó con Bosco Wisum. De quiebre nada… la mismísima receta oficial para los mismos descontentos de la población, de los indígenas, de los jóvenes, de los ancianos, de las mujeres, de los trabajadores, de los maestros, de los agricultores, de todos…
Como si no fuera suficiente, ahora quienes se califican como “gente de bien” se autoconvocan a la avenida De los Shyris. ¡Como si esto se tratara de un western, de buenos contra malos, de blancos contra indios, de pacíficos contra violentos! Más gasolina para avivar las llamas…
Va siendo hora de preguntarse si hay alguna manera de salir del laberinto, si hay alguna vía posible para el país de los desencuentros, de las fracturas, de las incomprensiones, de las descalificaciones y de la falta de empatía. Ya no bastan los llamados al diálogo y este diálogo no puede ser solamente entre gobierno y dirigencia de la Conaie con mediadores como la Iglesia o las universidades o las mismísimas Naciones Unidas: el diálogo debe ser un proceso en el que se ponga asunto a los miles de problemas que tiene el país, desde cada localidad, con todos los actores, con todos los funcionarios prestos a escuchar la situación de la gente y a cambiar sus formas de actuar. Sin eso, seguiremos de tumbo en tumbo en cada elección, con cada gobierno, caminando hacia ninguna parte.
Milagros Aguirre Andrade es periodista y editora general en Editorial Abya Yala. Trabajó en diarios Hoy y El Comercio y en la Fundación Labaka, en la Amazonía ecuatoriana, durante 12 años. Ha publicado varios libros con investigaciones y crónicas periodísticas.