Por Milagros Aguirre
“No creo en los políticos”. “Me da asco la política”. “Tarea de pillos que solo quieren hacer plata”. “Sinvergüenzas y corruptos”. “El sistema no funciona”. “Da igual si son de izquierda o de derecha, la misma mierda son”. “Basura de partidos”.
Recojo algunas de las expresiones y calificativos de jóvenes millenials y generación Y, acerca de la política nacional, a propósito de los candidatos aspirantes a gobernar el país en los próximos años. Su desencanto es mayúsculo. No creen en la democracia, ni siquiera en su concepto más liberal. Tampoco se ve muy clara alguna propuesta para cambiar ese sistema ni esa estructura de inequidad. Solo saben que lo que hay, definitivamente, no funciona. No funciona la justicia ni las leyes ni la política ni la economía. No son optimistas en el presente ni tampoco ven futuro en estas condiciones. Pero tampoco ven necesario participar porque es imposible cambiar un sistema que devora y que oprime. Conscientes de la brecha existente en un país en el que se ven circular en la calle autos como Masserati —que deben costar sobre los cien mil dólares— a la vez que la triste realidad que se ve aumentada con lo que dejará la pandemia: desempleo, pobreza, pobreza extrema.
El 69% de la población del Ecuador es joven. Y el 44% de los electores del padrón electoral para los comicios de febrero 2021 está conformado por jóvenes de entre 16 y 35 años de edad. Escuchar a los candidatos es escuchar viejos discursos para viejos problemas y esconder la cabeza ante las nuevas demandas.
Participación Ciudadana ha juntado a 70 jóvenes de distintas provincias y esos jóvenes han trazado una agenda con cinco ejes temáticos: estado de derecho y sociedad libre de corrupción, economías juveniles, derechos sexuales y reproductivos, erradicación de la violencia de género y derecho a una movilidad segura. Otros jóvenes tienen en su agenda el ecologismo y la defensa del medio ambiente. Y otros, saben que nada va a cambiar si no cambia la educación.
Los candidatos no parecen responder a esas agendas. Son candidatos viejos, para gobernar a gente vieja (y quienes quieren parecer jóvenes hacen tik tok, como si los jóvenes necesitaran payasos que hagan el tonto para interesarse en la política). Hablan de democracia pero los jóvenes no han vivido dictaduras así que poco importa. Hablan de desdolarizar (o del dinero electrónico) y la mayoría de ellos apenas nacía cuando la dolarización así que no tienen idea de lo que fueron las continuas devaluaciones de los noventa. Tampoco parece importar tanto si hay o no libertad de expresión porque no creen en los medios de comunicación que, para ellos, no son más que instituciones y personas vendidas al sistema que lo hacen funcional.
Los candidatos eluden temas de la juventud. Esconden la cabeza como el avestruz frente a temas como la legalización del aborto; evitan pronunciarse sobre temas de diversidades sexuales —y tampoco hablan de diversidades étnicas—, no hablan de qué harán concretamente para transformar el machismo existente ni acerca de si tienen políticas o planes de educación que sirvan para cambiar esa visión machista dominante. Tampoco hablan de cómo combatirán el racismo y la marginalidad o de cómo ejercer y reconocer al país plurinacional, ignorando los reclamos de tanto joven indígena que protestó en octubre del año pasado.
No se pronuncian sobre cómo garantizarán un medio ambiente sano ni de cómo restaurarlo. A la hora de responder a las demandas de trabajo, los candidatos hablan de emprendimientos (la panacea)… pero eso no puede ser sinónimo de precariedad laboral y, aunque muchos de los jóvenes estén lejos de las demandas sindicales del siglo pasado, saben también que el país está lleno de obstáculos para aquel que quiere ser emprendedor, y que eliminar esos obstáculos no puede significar trabajar en condiciones de esclavitud moderna.
Entre los discursos de los candidatos y las demandas de los jóvenes hay brechas enormes. Los jóvenes van en una dirección y los candidatos en otra. Las aspiraciones de los jóvenes nada tienen que ver con las ofertas de los candidatos. Los jóvenes, o al menos los jóvenes que yo conozco, no quieren saber nada de la política ecuatoriana. Y tendrán que cargar con el peso de votar desde los dieciséis.
Milagros Aguirre Andrade es periodista y editora general en Editorial Abya Yala. Trabajó en diarios Hoy y El Comercio y en la Fundación Labaka, en la Amazonía ecuatoriana, durante 12 años. Ha publicado varios libros con investigaciones y crónicas periodísticas.